Si bien hoy estamos muy acostumbrados a manejarnos con el concepto de infancia, no siempre ha existido. ¿Cuándo se legitima? Cuáles serian las implicaciones del concepto de infancia moderna?
…los niños se sujetan a las significaciones que los adultos de cada época les otorgan. La discontinuidad se plantea en los modos de sujeción simbólica e imaginaria, según cambien las épocas pudiendo presentarse predominantemente míticos, religiosos, científicos, legislativos, mercantiles.
Una de las discusiones predominantes en el campo de las ciencias sociales y humanas se instaló a partir de las investigaciones historiográficas de Philippe Ariès (1973). La noción de infancia cobró en el circuito de legitimación académica, de modo hegemónico, el estatuto de «moderna», lo que impactó contundente en su definición y, así, pasó a ser punto de referencia y comparación en diversidad de trabajos respecto del tema. Al mismo tiempo, se configuró un campo de debate que comenzó a rebatir dichos fundamentos impregnando los idearios de infancia especialmente en el ámbito educativo.
Discusión por demás interesante que Loyd de Mauss (1982) habilitara a partir de poner en tela de juicio la tesis de Philippe Ariès (1973) quien otorga a la Modernidad una nueva sensibilidad hacia la niñez nunca antes planteada. De Mauss demuestra que sólo una ilusión puede sostener los argumentos de Ariès. El mismo Ariès en el prólogo a la segunda edición de su libro (1987) rectifica su postura reconociendo que, si volviera a escribirlo, pondría el acento en la tolerancia al infanticidio también presente en tiempos modernos.
Poco se habla de este debate y de las controversias que el concepto de infancia moderna provocara, incluso al mismo Ariès cuando, por un trabajo que consideramos a-crítico y a-histórico, el producto de ciertas derivas epistémicas contemporáneas apuntan que la infancia es moderna o bien no es infancia y se declara su fin o bien, la infancia no es moderna y hoy asistimos al fenómeno de nuevas infancias y adolescencias.[3]
Estas improntas se traslucen en políticas, prácticas institucionales, intervenciones clínicas, sociales, judiciales; en spot publicitarios, en propuestas de «experiencias innovadoras» ofertadas a adolescentes, tal el análisis que podemos realizar de las fiestas de las cuales participan.
¿Cuándo nos referimos a la «Infancia», podemos pensar en un término con significado fijo a lo largo de los tiempos o hay aspectos que varían con las particularidades de la época? ¿Cuáles serían estos aspectos variables?
La dependencia del cachorro humano para su subsistencia es la constante para poder afirmar que, a lo largo de la historia –y, en este punto ni la Antigüedad, ni la Modernidad, ni nuestros tiempos representan una excepción–, los niños se sujetan a las significaciones que los adultos de cada época les otorgan. La discontinuidad se plantea en los modos de sujeción simbólica e imaginaria, según cambien las épocas pudiendo presentarse predominantemente míticos, religiosos, científicos, legislativos, mercantiles. En el mundo en que vivimos, dichas formas no sólo coexisten, sino que su mixtura resulta un aspecto que debemos indagar.
Dicha sujeción permanece incluso en tiempos de guerras y en tiempo de paz, en los procesos migratorios, en los efectos de las enfermedades y epidemias. No hay modo alguno de desestimar cómo los infantiles sujetos quedaron ligados, amarrados a los modos de vivir de los adultos de la comunidad de la cual se trate, fuera ésta familiar o social, fuera cual fuere la forma de gobierno en cuestión, Pensemos en el destino del hijo/a de un monarca contemporáneo. En el año 2005 nace la hija del príncipe heredero de la corona española. Siendo una niña la primogénita, debe reformarse la constitución, tarea que han decidido emprender para abandonar el lugar prioritario del primogénito varón. Se trata, entonces, de analizar las formas de sujeción a los imaginarios que conforman el universo simbólico propio de cada tiempo, en sus diversidades y en las tensiones gestadas por las hegemonías.
La propuesta de mi tesis es trabajar con el término infancia en tanto significante. Ello implica necesariamente considerar que, por su multivocidad ocupa un lugar diferencial en la producción de sentido singular y colectiva sujeta al entramado argumentativo subjetivo y a su sostén, complicidad, colectiva. Infancia, en tanto significante siempre en falta de significación, no admite ser capturado en campo de sentido unívoco alguno, sino que requiere continuar representando el intercambio en la línea de las generaciones y ligando la continuidad y discontinuidad de cada uno con su propio antepasado, así como las continuidades y discontinuidades que renuevan el juego diacrónico y sincrónico de la historia humana.
…tanto sobre el término «niño» como «infancia» recaen diversidad de significaciones que sólo en apariencia implican acuerdos. Ello no resulta sin consecuencias sea en la clínica, en lo familiar, en lo social, en lo jurídico, en lo administrativo, en lo institucional.
Se trata de recuperar el valor que otorga instituir infancia en discursos y prácticas contemporáneas, en relación con la legalidad de la cultura, por la inscripción de la Ley fundante del sujeto en el orden social. Inscripción que implica sujeción a una genealogía, posibilitando al sujeto ser producto y productor de una historia humana que pueda tener continuidad en el mundo.
Resulta casi patético (pathos) reconocer, en nuestros tiempos, cómo el infantil sujeto, en busca de deseo de deseo y, en su afán de hallar un Otro que le otorgue el auxilio que le hace falta en su desvalimiento, queda capturado en la arbitrariedad, como partenaire impecable de aquel que lo requiere para satisfacer su libertad de goce.
Ingresamos por estas vías argumentativas a la intrincada y compleja relación entre lo colectivo y la singularidad del sujeto. Ello implica que podamos reinstalar la necesaria distinción, es decir, la diferencia entre lenguaje infantil y lenguaje adulto; lenguaje de la ternura y lenguaje de la pasión.
El psicoanálisis ha contribuido a dar una perspectiva sobre la infancia. ¿Cuáles serían las repercusiones de este entendimiento psicoanalítico, para la comprensión de la infancia como un fenómeno moderno?
La irrupción en el discurso de la noción de infancia freudiana, el hablar y conceptualizar respecto de la «sexualidad infantil»(Freud, 1905) –otorgándole carácter universal– provocó un gran escándalo en su tiempo, adhesiones y críticas, subvirtiendo modelos progresistas y evolutivos al darle condiciones de posibilidad al análisis de la lógica subjetiva.
En términos generales, podemos decir que Freud no define la infancia, sino que establece diferencias entre el «infantil sujeto»y «lo infantil del sujeto». De esta manera, aborda –en diferentes partes de sus Obras Completas– la «vida infantil del sujeto», la «historia infantil», la «inclinación infantil del sujeto», la «fantasía infantil del sujeto» y los «complejos infantiles». Sobre este último punto, plantea expresamente el «descuido de lo infantil» en el devenir del padecimiento humano singular y social. Distingue, asimismo, entre «neurosis infantil» y «neurosis de la infancia» en distintos estudios de su extensa obra. [4]
Lacan, por su lado, incorpora el término infans para distinguir ese tiempo en el cual el infantil sujeto aún no habla.
¿Qué consecuencias conlleva el modo en que se signifique la «infancia» o el «niño»? ¿En qué campos se observan estas consecuencias?
El psicoanálisis ubica en el discurso al «niño» como «objeto» sujeto a la lógica del inconsciente; es decir, objeto por tanto del interjuego de la demanda, subjetivante, que va de la alienación a la separación del deseo del Otro.
¿Qué es un niño entonces, desde Freud, para el psicoanálisis? Lacan dice que «niño» es el único «objeto a». Para Lacan «niño» define un concepto trabajado por lo inconsciente en las operatorias y permutaciones simbólicas que instituye el deseo al instituir la ley. En este sentido, resulta fundamental retomar el texto en el cual Lacan intenta socavar el efecto de idealización del «deseo» que algunos, ya cuando que escribía Kant con Sade (1966), habían comenzado a manifestar a partir de sus desarrollos. Por lo tanto, advierte las confusiones que homologaran deseo con libertad de goce.
Otras distinciones posibles encontramos en las referencias hacia el «niño» y la «niña» en Lacan, Françoise Dolto, Maud Mannoni o Donald Winnicott. Tales distinciones se encuentran presentes en relación a la posición del analista en la transferencia respecto del niño/a y sus progenitores.
Rebeca Hillert señala que cada uno de los analistas mencionados ha hecho su aporte desde su propia posición subjetiva, renunciando a presentarse como modelo y rescatando sus propios estilos.
Ahora bien, como hemos mencionado, tanto sobre el término «niño» como «infancia» recaen diversidad de significaciones que sólo en apariencia implican acuerdos. Ello no resulta sin consecuencias sea en la clínica, en lo familiar, en lo social, en lo jurídico, en lo administrativo, en lo institucional.
A su vez es necesaria otra distinción según sea el lugar desde el cual se realice el análisis del tema, si del lado del sujeto en configuración respecto del Otro o, cuál es el lugar que ocupa el niño en el campo del Otro. Para quienes no están empapados en los conceptos psicoanalíticos podríamos traducirlo como desde la perspectiva del niño o, desde la perspectiva del adulto que habla sobre el niño.
Ambos puntos de análisis resultan diferentes y diferenciables, baste recordar cómo veíamos nosotros, cuando niños el mundo, a los adultos, cuáles eran los enigmas a descifrar y cómo podemos hablar hoy tanto de nuestras perspectivas infantiles como de los niños. ¿De qué niño se habla cuándo se habla sobre un niño? Es una pregunta interesante para habilitar diferentes vías de análisis de cómo se consideran a los que hoy son pequeños.
Entonces, después de lo que el psicoanálisis aportó en este campo ¿ya no es posible pensar la infancia como un momento evolutivo?
Sólo en un sentido general puede ser posible. De hecho se habla de «primera infancia, segunda infancia». Sin embargo, ello no contempla que considerar al término infancia como significante implica que la misma será definida en todos los casos desde la posición subjetiva del hablante. Este concepto ocupa un lugar nodal en este trabajo, ya que allí se fija el punto de imposibilidad de una teoría que oficie como modelo y que plantee una posición unívoca. Se trata ni más ni menos que de admitir, con el reconocimiento debido, las diferencias y los efectos que una u otra posición producen respecto de la singularidad del caso del cual se trate. En el marco del psicoanálisis no se trata de evolución sino de escritura subjetiva.
En términos generales, y haciendo toda la salvedad de lo que significa generalizar para el psicoanálisis, cuál ha sido la opinión de los psicoanalistas de niños respecto de la noción de infancia moderna?
El debate en torno a la noción de infancia moderna no resultó ajeno al psicoanálisis de niños. Françoise Dolto (1986) otorga un lugar privilegiado –aunque crítico– a las investigaciones historiográficas de Philippe Ariès. Por ellas, indagó en los imaginarios, los ideales, que han sostenido y sostienen los adultos respecto de los niños y las niñas en la modernidad.
…es necesario hablar al niño, dirigirle la mirada, la voz y ofrecerle sostén porque nada sucederá sólo librado a la evolución biológica.
Ella intentó expresamente combatir cualquier forma de encierro de la subjetividad infantil en los parámetros normativizantes modernos, especialmente en los encierros en la «familia patriarcal» y en la educación sustentada en el disciplinamiento. En cambio, puso de relieve cómo los efectos de la posición del niño en el fantasma parental, docente, legislativo y social, sustentan y justifican ciertas intervenciones tanto de los analistas de niños como de las instituciones que de un modo u otro se dedican a su educación y/o a su asistencia.
Las ficciones sostenidas respecto de la infancia, hasta la irrupción del discurso freudiano, no consideraban el mundo imaginario de los primeros años y, advierte Dolto, muchos se han quedado en él cuando hablan de la infancia. Ella abrió el debate denunciando los desvíos que en el propio ejercicio del análisis de niños, en nombre del psicoanálisis, se estaban produciendo, en la segunda mitad del siglo XX.
Consideró que si bien la modernidad instituye la diferencia entre adulto y niño (lo cual, representa una ventaja para el devenir infantil) los imaginarios de infancia moderna no resuelven la posición simbólica del niño en la cultura como sujeto del lenguaje.
La psicoanalista francesa discrepa con la propuesta de considerar a la infancia sólo como un ciclo evolutivo de la vida. A su vez, presenta una postura crítica respecto de las bondades instauradas por los dispositivos modernos y la familia nuclear, incluso, en relación a la diferencia que se instala entre adultos y niños. Rescata el valor de los mitos y rituales de cada época re-significándolos, señalando el alto perjuicio histórico de la impostura de la moral religiosa y de la concepción del pecado-castigo divino, generador de culpabilidad en la constitución subjetiva. Afirma enfáticamente que para el adulto resulta un escándalo, que el ser humano en estado de infancia sea su igual.
Respecto a su pregunta sobre considerar la infancia en términos evolutivos, afirma Doltó que tenemos un mito de progresión del feto, desde el nacimiento hasta la edad adulta, que nos hace identificar la evolución del cuerpo con la de la inteligencia. Sin embargo, la inteligencia simbólica es la misma desde la concepción hasta la muerte. Desde esta perspectiva, es necesario hablar al niño, dirigirle la mirada, la voz y ofrecerle sostén porque nada sucederá sólo librado a la evolución biológica.
Dolto advierte una situación paradojal respecto del «nuevo sentimiento de infancia moderna» por la idealización y sobreestimación de la familia nuclear: el encierro de los conflictos en los acotados lazos del pequeño grupo donde la sexualidad fuera regulada, moralizada y controlada bajo ese esquema. Convoca a revisar las formas de sociabilidad anteriores a la modernidad, las cuales otorgaban mayor movilidad y apertura exogámica, cuando los niños y las niñas se sociabilizaban en lazos más amplios.
Sostiene que el «nuevo sentimiento», este conmoverse con la condición infantil, responde a autores del Romanticismo, compadecidos por las víctimas de un orden establecido, a través de la puesta en escena de una visión sentimental y humanitaria por los personajes de Gavroche, Oliver Twist, David Coperfield. De un modo u otro, Dolto considera que por esta visión romántica se deja de lado el mundo imaginario de los primeros años, especialmente porque la subjetividad sigue siendo la de los adultos que idealizan su propia juventud.
Ya en 1981, publicó un capítulo titulado «Los derechos del niño» en su libro La dificultad de vivir. Allí no se ajusta al análisis de la legislación sobre los derechos del niño, sino que plantea un interrogante de compleja respuesta que, por el momento, dejaremos en suspenso. [5]
¿Qué relación es posible pensar entre infancia y lenguaje?
Resulta sumamente interesante su pregunta. Giorgio Agamben (2001), filósofo italiano contemporáneo, le otorga a la noción de infancia otro estatuto que aleja discursivamente la perspectiva de la infancia tanto como «invención moderna» –lo cual implicará pensar que antes no habría nada llamado infancia!»- y, a su vez, disloca el ángulo de análisis respecto de la lógica evolutiva o de progreso. En cambio, se dirige a la partitura freudiana sobre los sueños e identifica así la infancia del hombre con el inconsciente (instancia psíquica según la concepción freudiana) y lo inconsciente (como lo reprimido primordial), ubicándose –tal como lo hiciera Lacan– en la lectura del texto freudiano desde la lingüística de Émile Benveniste. De esta manera, plantea que «infancia y lenguaje» parecen remitirse mutuamente en un círculo donde «la infancia es el origen del lenguaje y el lenguaje, el origen de la infancia». Justamente, es quizás en ese círculo donde debamos buscar el lugar de la experiencia en cuanto infancia del hombre.
Desde su perspectiva, la experiencia, la infancia a la que se refiere no puede ser simplemente algo que precede cronológicamente al lenguaje y que, en un momento determinado, deja de existir para volcarse en el habla, no es un paraíso que abandonamos de una vez por todas para hablar, sino que coexiste originariamente con el lenguaje, e incluso se constituye ella misma mediante su expropiación efectuada por el lenguaje al producir cada vez al hombre como sujeto.
Para el filósofo italiano contemporáneo, la infancia instaura en el lenguaje la escisión entre lengua y discurso, la cual caracteriza de manera exclusiva y fundamental al lenguaje del ser humano. Dicha escisión, siguiendo a Benveniste, la plantea entre lo semiótico y lo semántico: entre sistema de signos y discurso. La infancia, la experiencia trascendental de la diferencia entre lengua y habla, le abre por primera vez su espacio a la historia.
La diferencia es de posición, y no de superioridad de uno sobre otro. Es el adulto el responsable de sostener las condiciones de posibilidad para las operatorias subjetivas de inscripción de la ley en la cultura. Es el adulto el que da lugar a los nuevos en la fiesta de la vida, que siempre estará empezada cuando un niño nace, y siempre continuará cuando debamos abandonarla.
Detengámonos en este punto: Infancia, es una experiencia singular, producto de una operación subjetiva que se renueva y, cada nuevo niño/a deberá atravesar, experimentar, a la vez que allí se abre una hiancia donde la fantasía y la imaginación, el fantasear y el imaginar, tendrán un papel preponderante en tanto producciones humanas de experiencia y de cultura. Experimentar resulta así volver a acceder a la infancia como patria trascendental de la historia. Este concepto realza la importancia de dar su lugar a la imaginación, al juego, a la recreación permanente donde lo nuevo se configura siempre como residuo, resto de lo viejo en el mejor de los casos. También es posible que lo viejo –que retorna por la repetición- se instale como destino fatal y allí, el destino no es lo que puede advenir sino el eterno retorno de lo mismo.
Es en este sentido que no puede considerase la historia como un progreso continuo de la humanidad hablante a lo largo del tiempo lineal. La historia es, en esta perspectiva, esencialmente intervalo, discontinuidad, epokhé. Lo que tiene su patria originaria en la infancia debe seguir viajando hacia la infancia y a través de la infancia.
La puesta en relación de los términos infancia y lenguaje, que propone Giorgio Agamben, y la perspectiva del psicoanálisis respecto de la relación del deseo con la ley nos permiten formular –sin desarrollarlo aquí- la siguiente tesis: La infancia –en tanto significante– es al lenguaje lo que el deseo a la Ley. La infancia fue, es y será un significante siempre en falta de significación.
¿En dichos términos entonces, cuales son las diferencias entre un niño y un adulto? ¿O más precisamente entre la palabra del niño y la del adulto?
La diferencia es de posición, y no de superioridad de uno sobre otro. Es el adulto el responsable de sostener las condiciones de posibilidad para las operatorias subjetivas de inscripción de la ley en la cultura. Es el adulto el que da lugar a los nuevos en la fiesta de la vida, que siempre estará empezada cuando un niño nace, y siempre continuará cuando debamos abandonarla.
Ello implica una doble vía de circulación singular y colectiva siempre en tensión y sujetas. Por un lado, a las vicisitudes y accidentes biográficos singulares, implicando para cada nuevo cachorro humano, en tanto objeto a en el fantasma del Otro, ir constituyendo su fantasma. Me gusta decirlo como lo hace Silvia Amigo: «que no es más que la respuesta singular que el sujeto se da a la pregunta enigmática por el deseo del Otro ¿Qué quiere el Otro de mí?» Por otro lado, a la liturgia de las ceremonias sociales colectivas que ofician de marcos simbólicos de referencia social, estableciendo los modos válidos para cada comunidad en cada tiempo socio-histórico. La creencia en el ratón Perez, papá Noel, los reyes magos resultan un interesante analizador al respecto.
En nuestro tiempo, lo que llamamos formas ceremoniales o simplemente ceremonias, se configura desde el aparataje burocrático institucional construido en tiempos modernos, instaladas en los circuitos legitimadores administrativo-burocráticos que ordenan el funcionamiento del sistema. Ello nos lleva a definirlos como instancia discursiva clave donde se encuentra el texto que nos permite hacer de él discurso. Este tema fue desarrollado ampliamente en el libro publicado en 2004 «Infancias Públicas. No hay Derecho».
Fíjense que hoy nos hallamos ante un absurdo lógico. ¿Es posible para un niño/a no ser nuevo/a respecto de las generaciones que le preceden? Entonces, ¿cuál es la novedad o, mejor dicho, cuál es la discontinuidad o ruptura histórica, cuando el análisis de lo nuevo opaca otras facetas de la infancia moderna, la cual se sostiene en la racionalidad científico-económica-jurídica moderna?
Siempre el hacer de los niños resulta extraño para los adultos y es por la educación que esas distancias se aproximan, al ofrecer un marco simbólico de referencia social que permite incluso su transgresión. No es posible renunciar a la educación de las nuevas generaciones sin asumir los riesgos que ello significa: no otorgan ningún marco es enloquecedor para los niños y niñas.
Hoy en día, en determinados círculos de legitimación epistémica, se plantea una idea de un cierto progreso irracional que nos interesa poner en tensión cuando se instituye las formas novedosas de la subjetividad infantil de manera solidaria con la lógica del mercado, acarreando como consecuencia la admisión de la ley del todo vale (propia de esa lógica) respecto de las instituciones filiatorias intergeneracionales.
A lo largo de los tiempos, las diferentes culturas han sabido mantener la diferencia entre los niños y los adultos, aunque hoy se supone que «¿progresar!» sea borrar esas diferencias. Los niños y las niñas padecen de modo tal esta irracionalidad que no es exagerado pensar en las formas que toma el infanticidio en la sociedad de consumo.
Si seguimos esta perspectiva del «sin límite» confundido como «libertad» ¿Valdría entonces el comercio sexual con los cuerpos infantiles?. Lamentablemente, esta cuestión encuentra aliados infames.
A lo largo de los tiempos, las diferentes culturas han sabido mantener la diferencia entre los niños y los adultos, aunque hoy se supone que «¿progresar!» sea borrar esas diferencias. Los niños y las niñas padecen de modo tal esta irracionalidad que no es exagerado pensar en las formas que toma el infanticidio en la sociedad de consumo.
A causa de lo expuesto, surge entonces como efecto de sentido considerar a la noción de niño como consumidor, subordinada a los cambios tecnológicos y al mercado. Y allí se los abandona, a la deriva con diagnósticos mercantilistas que poco dicen del niño que se va configurando en su tránsito en la vida de la mano de los adultos significativos.
Formulamos que no se trata del fin de la infancia, ni de nuevas subjetividades «libres» sino de la renuncia que promueven ciertos discursos de nuestro tiempo a la Educación de la prole humana, a la transmisión de la legalidad cultural.
Es decir, se advierte la renuncia a la inscripción filiatoria en el linaje familiar, social, cultural. De este modo, se desplaza dicha inscripción hacia el universo imaginario propio del discurso de la cultura hegemónica de nuestra época, por parte de generaciones de adultos que, desilusionadas con su propia infancia, no acreditan el derecho a la misma en las nuevas generaciones. Esto puede dar lugar a la constitución de la posibilidad de infancias en falta de mitos y leyendas, tema ampliamente desarrollado en el libro que contiene la tesis completa de próxima publicación.
Como ya precisamos, nos interesa lo que queda invisibilizado y, en tanto «lo infantil» (como Freud lo entiende) opera confundiendo:cómo piensa la infancia aquel que la reconstruye, que la historiza, desde un tiempo Otro, donde la infancia ya no es – siendo y, por otra parte, cómo piensan los niños, cuáles son sus propias teorías respecto de su acontecer, las cuales difieren a la infancia del presente, proyectándola al tiempo que aún no es.
De acuerdo con la orientación planteada, debemos dirigirnos hacia los modos de inscripción de la legalidad que instituye infancia, destacando la vigencia de lo que Freud, en 190,5 denominara como «teorías sexuales infantiles», otorgándoles un valor estructurante en la lógica subjetiva en tiempos de su constitución.
La distinción se actualiza, además, en lo inherente a la diferencia –y no supremacía– entre «lenguaje adulto y lenguaje infantil»;entre el «lenguaje de la ternura y el lenguaje de la pasión». Estas cuestiones no pueden confundirse sin severas repercusiones subjetivas y sociales.
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Un comentario
Estoy iniciando la escritura -desde mi subjetividad- de una investigación sobre infancia, arte y psicoanálisis en la Ciudad de México en una institución pública de atención a niños. Me pareció muy interesante la entrevista realizada a la Dra. Minnicelli, el debate sobre el concepto de infancia me resulta esclarecedor, las referencias me ayudan a iniciar la primera parte de mi trabajo que son los conceptos. Enhorabuena.