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No es que he fallado, es que he encontrado 10.000 formas que no funcionan.
Thomas A. Edison
La reciente muerte de Steve Jobs me hizo reflexionar sobre la actitud ante el fracaso. Los medios estuvieron llenos de obituarios que hicieron referencia a sus muchos éxitos. En palabras del New York Times “Jobs redefinió la era digital”, porque revolucionó las industrias de computación, películas, música y telefonía. Pero poca gente hizo mención a sus fracasos, por ejemplo ¿quién recuerda la computadora Lisa de Apple?
Jobs nunca terminó una carrera universitaria, abandonó Reed College después de un solo semestre, que incluyó una clase de caligrafía, cuya hermosa huella se ve en los “fonts” de Apple. Con su amigo Steve Wozniak creó Apple de la cual fue expulsado y de allí se fue a fundar NeXT, una compañía que nunca llenó sus expectativas pero, le sirvió de mucho cuando Apple compró NeXT y pudo regresar a la empresa de la manzana como CEO.
La expulsión de Apple hubiera podido ser una tragedia para muchos sin embargo, se convirtió en lo que Steve Jobs denominó una de las mejores cosas que le paso en su vida, porque reemplazó la pesadez del éxito por la ligereza del principiante y lo liberó para entrar en uno de los periodos más creativos de su historia. Según las propias palabras del empresario, “fue una medicina amarga, pero era la que necesitaba el paciente.”
Steve Jobs… no se dejó atrapar por los dogmas, quiso crear algo diferente y ante la incertidumbre decidió no tener miedo al fracaso.
Steve Jobs será recordado como un visionario cuyas ideas cambiaron la humanidad. No olvidemos entonces el otro lado de la moneda: fue un genio que se rehusó a jugar con ventajas, que no se dejó atrapar por los dogmas, quiso crear algo diferente y ante la incertidumbre decidió no tener miedo al fracaso.
Como dice Gary Burnison en su libro No Fear of Failure, el camino al liderazgo esta pavimentado con las ideas que no funcionaron, pero permitieron desarrollar el coraje y la certidumbre de que había que seguir luchando.
A través del ensayo y error, de las decepciones y de correr riesgos, los jóvenes desarrollan la perseverancia, la ambición y la inteligencia social para llevar no solo una vida productiva económicamente, sino también plena y con conexiones significativas. Podría ser que la respuesta para lograr el éxito, estuviera en lo que los científicos sociales han dado en llamar carácter.
Al respecto, un provocador artículo de Paul Tough, titulado La Prueba de Carácter, que apareciera en el New York Times relata dos experiencias educativas, basadas en las investigaciones de Martin Seligman, Director del Centro de Psicología Positiva, en la Universidad de Pennsylvania, quien definió las fortalezas y virtudes del carácter, en lo que denominó “un manual para la cordura”.
Dos prominentes educadores , el profesor Dominic Randolph, director de Riverdale Country School, una de las más prestigiosas escuelas privadas de Nueva York, y David Levin, co-fundador de la organización nacional KIPP ( Knowledge is Power), que atiende más de 32.000 estudiantes de escasos recursos en todo el país, fueron invitados a participar con Seligman y una de sus estudiantes, ahora también profesora en Penn llamada Angela Duckworth, en un programa para operacionalizar la hipótesis de Seligman. Randolph y Levin habían notado que los programas para desarrollar “carácter”, se referían en la práctica a temas como la inclusión y los buenos modales, más que al desarrollo de los rasgos de carácter que hacen, en el caso de KIPP, que un joven con desventajas, latino o afroamericano, se gradúe de la Universidad. A pesar del éxito de KIPP, que según sus estadísticas son mejores que los nacionales, está muy lejos de lograr la meta de que el 75% de sus egresados se gradúen en las universidades. Pero Levin también había notado que quienes persisten y tienen éxito, no eran los que tenían los mejores indicadores académicos si no los que poseían características como optimismo, persistencia e inteligencia social. Lo que le intereso a Levin del trabajo de Seligman fue la posibilidad de tener un manual para conducir a los estudiantes a una vida exitosa y feliz, sin imponer los valores de la clase media, que muchos de ellos, provenientes de familias de bajos ingresos o diferentes culturas no poseían.
Por su lado Randolph, un revolucionario educador, había notado que los criterios de evaluación que se usan desde kindergarten hasta las universidades más competitivas, se concentraban en las mediciones intelectuales, dejando de lado buena parte de las condiciones que definen a un ser humano exitoso, por ejemplo la capacidad de tener relaciones significativas y adaptarse a situaciones sociales diferentes.
La investigación demostró por ejemplo, que la habilidad de tener auto-control era un mejor indicador de éxito que el coeficiente intelectual, pero también se necesitaba combinar pasión y perseverancia. También definieron curiosidad, y amor para un total de 7 rasgos que llegaron a concretar en un cuestionario de dos páginas.
La diferencia entre una escuela pública o chárter y una privada es que en el primer caso el maestro es pagado por la sociedad, a la cual contribuye formando a los estudiantes, mientras que en la enseñanza privada hay una conciencia colectiva de que el maestro, e incluso el director, es un empleado de los padres que pagan la mensualidad.
KIPP decidió entregarle a los estudiantes y sus padres los resultados del cuestionario en tarjeta de reporte de carácter, pero solo lo hicieron luego de que los rasgos deseados hubiesen permeado todo el currículo de las escuelas, lo cual denominaron como instrucción de doble propósito.
Riverdale, que enfrenta problemas diferentes a la deserción, decidió no entregar las tarjetas de reporte a los estudiantes y padres y dirigió sus esfuerzos a sensibilizar a la comunidad sobre el movimiento Carrera sin Final, cuyo argumento central dice que los métodos y sistemas educativos, especialmente en los establecimientos de altos privilegios, están produciendo una generación de jóvenes con muchos problemas emocionales.
Profesores de colegios privados se quejan de que el miedo al fracaso produce una actitud sobreprotectora de los padres, que impide a sus hijos tener las experiencias que necesitan para ser exitosos.
Su principal vocera es Madeline Levine autora del libro “El precio del privilegio : como la presión de los padres y las ventajas materiales están creando una generación de chicos desconectados e infelices”.
Muchos profesores de colegios privados se quejan de que el miedo al fracaso produce una actitud sobreprotectora de los padres, que impide a sus hijos tener las experiencias que necesitan para ser exitosos. Todos los padres tienen un deseo natural de protegerlos y cuidarlos, pero hacen alianza con sus hijos en contra de las normas, piden a los profesores más días para entregar un ensayo, justifican los retardos injustificables, exigen cambio de reglas, esperan excepciones, situaciones que en vez de ayudar, perjudican el desarrollo moral de los jóvenes.
En términos educativos, este fenómeno de sobreprotección equivale al exceso de limpieza y a la obsesión por los gérmenes, que impide que los jóvenes desarrollen un sistema inmunológico que funcione. La protección excesiva de las experiencias normales de la vida escolar como reprobar una asignatura, recibir un castigo, fracasar, genera una deficiencia de carácter que pareciera atentar contra la posibilidad del joven de llevar una vida sana en términos económicos, emocionales y afectivos.
En un mundo en perpetuo movimiento la habilidad de correr riesgos, habiendo evaluado las posibilidades, impide la parálisis que podría producir el miedo al fracaso. O, como dijo Edison “Yo empiezo donde el último hombre abandonó.”
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