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Foto Gisela Savdie, Mercado Estambul
La obesidad en niños, púberes y adolescentes es un mal que aumenta con rapidez y se instala, en algunas sociedades, como una de las epidemias contemporáneas.
Esta enfermedad ocasiona pérdidas de años de vida saludable, costos tanto para las familias como para el sistema de salud en su conjunto. Es necesario ubicar el problema en un contexto integral, destacando el rol del individuo en los ámbitos social y cultural.
Si logramos que los padres de niños obesos reconozcan los problemas que provoca esta enfermedad y colaboran en su prevención y tratamiento, habremos dado un gran paso en la creación de una nueva cultura por la salud.
Como psicoanalistas, nos sorprende que cuando atendemos consultas por problemas en el campo de la psicología o la psicopedagogía y recibimos un niño o adolescente que tiene un notable exceso de peso, esto no es mencionado en las entrevistas preliminares por los padres.
…nos sorprende que cuando atendemos consultas por problemas en el campo de la psicología o la psicopedagogía y recibimos un niño o adolescente que tiene un notable exceso de peso, esto no es mencionado en las entrevistas preliminares por los padres.
Y, cuando nos referimos a ello, muchas veces la familia expresa que no creían que fuera un dato importante, o que «eso» es tratado por un nutricionista en otro ámbito. Son varias las situaciones en las que, notamos especialmente en las madres, una falta de registro respecto a este rasgo. La sorpresa, la ignorancia, el ocultamiento, son algunas de las respuestas que recibimos, falsas resoluciones que dificulta el devenir de los tratamientos.
La obesidad en esta franja poblacional es un fenómeno que si bien es visible, el sujeto que la padece tiende al ocultamiento y la sobre adaptación social.
El niño o niña con exceso de peso sufre pero «no molesta», trata, por el contrario de ser socialmente dócil, ocultando esta situación, dejándose llevar por los amigos, utilizando ropa amplia, o compensando de diversas formas el temor al rechazo.
Nuestro trabajo, como psicólogos, es construir lo que llamamos: conciencia de enfermedad, acompañando a la familia y al paciente en la ardua tarea de aceptar que se está frente a un cuadro adictivo en los casos más extremos y que requiere de la participación de todos los protagonistas de la vida familiar.
El cuerpo con exceso de peso se vivencia amorfo y rígido reflejando la desvitalización general de la que padece cada sujeto obeso, en particular los niños y adolescentes que no logran arreglárselas con ese cuerpo, es un aspecto no menor a tener en cuenta.
En una ocasión M., un niño de 7 años, llega a la consulta a través de su pediatra, quien lo deriva a nutrición y a psicología, ya que desde la escuela se le ha comunicado a su madre acerca de las dificultades sociales y el aislamiento que presenta su hijo. Este niño cuenta con 12 kilos de más de acuerdo a su edad y parámetros físicos.
A M. lo describen como dócil, tímido, se llena de comida, no dice “no”. A través del trabajo en sesiones y con sus padres, se lo acompaña a poder decir no al exceso alimentario, ayudándolo a construir otros intereses: como el deporte, la vida social, que funcionan como diques necesarios. En cuanto a la familia se organiza un taller de reflexión para que puedan apoyar los cambios que requiere su hijo.
Acerca del acto de comer, el psicoanálisis nos enseña la complejidad que adquiere en las personas la alimentación, este acto no es instintivo como en los animales.
En el humano se pierde la dimensión de la naturaleza y es transformado por lo cultural y lo social, por las marcas de una época, de una historia, por la elección de gustos y satisfacciones que van más allá de la saciedad del hambre.
La cría humana, a diferencia de lo que ocurre en el reino animal, nace dependiente e incapaz de conseguir su alimento, necesita del Otro para sobrevivir, nutrirse, crecer.
…el primer lazo a la vida es nutricio y es la primera acción de un sujeto. El Otro materno aporta, además, palabras, miradas, silencios, dándole a ese acto un valor agregado, una connotación simbólica que irá constituyendo a cada sujeto desde lo más general del código de lo humano, a lo mas particular de una comunidad, una familia, una época.
Entonces, el primer lazo a la vida es nutricio y es la primera acción de un sujeto. El Otro materno aporta, además, palabras, miradas, silencios, dándole a ese acto un valor agregado, una connotación simbólica que irá constituyendo a cada sujeto desde lo más general del código de lo humano, a lo mas particular de una comunidad, una familia, una época.
La alimentación como tal pasa por lo que llamamos proceso de humanización. Allí se establece la distancia entre ambos reinos de la naturaleza, donde las necesidades quedaran lejos de las exigencias naturales y pasaran a través de los primeros lazos de amor, moldeándose transformándose en el circuito de lo psíquico como marcas simbólicas. Esto significa que en el terreno de lo humano el camino entre el objeto y su satisfacción pasa por el psiquismo y crea trayectos complejos, sinuosos.
Desde los aportes de la antropología, destacamos la importancia del acto de comer como ritual como acto social, la mesa alrededor de la cual se entrecruzan los intercambios, posibilita que lo nutricio quede inscripto en el circuito de lo vital.
Tomaremos algunas referencias del antropólogo estructuralista Claude Levi-Strauss respecto a esta temática:
“¿Qué valor simbólico ocupa el alimento? Es evidente que aquél en el que cada miembro se reconoce formando parte de una comunidad de intereses donde se encuentran determinados sus lugares, roles y funciones; en definitiva no se trata ya de la mera necesidad biológica con el objeto de asegurar la vitalidad orgánica, sino que asume una inscripción singular para cada quién con el fin de articularse a una estructura simbólica de reglas y dictados que posibilite su circulación en la relación con el otro.”
“Creo que, al igual que la lengua, la cocina de una sociedad es analizable en elementos constitutivos que podrían llamarse en este caso gustemas y que están organizados de acuerdo a ciertas estructuras de oposición y de correlación. Se podría distinguir entonces la cocina inglesa de la francesa mediante tres oposiciones: endógeno/exógeno – es decir materias primas nacionales o exóticas-; central/periférico -base de la comida o contexto-; marcado o no marcado -es decir, sabroso o insípido-. Se tendría entonces una tabla donde los signos + y – que corresponden al carácter pertinente o no pertinente de cada oposición en el sistema considerado”. (Claude Levi-Strauss, Las estructuras elementales de parentesco).
En la época que vivimos, se ha abandonado el ritual de la mesa familiar como una metáfora de comunidad con otros, para pasar a alimentarse frente al televisor o la computadora, se ha rebajado el acto simbólico – social de la ingesta a un hecho desprovisto de su carácter de transmisión y lazo en el que el intercambio tiene su valor hegemónico.
En la época que vivimos, se ha abandonado el ritual de la mesa familiar como una metáfora de comunidad con otros, para pasar a alimentarse frente al televisor o la computadora, se ha rebajado el acto simbólico – social de la ingesta a un hecho desprovisto de su carácter de transmisión y lazo en el que el intercambio tiene su valor hegemónico.
Son diversos los factores que inciden en la constitución del cuadro de obesidad. Por una parte están los externos como la ingesta de la llamada comida chatarra, el sedentarismo, ausencia de escena familiar alrededor de la mesa, los imperativos sociales que se tornan exigencias de consumo de cierto tipo de alimentación para los niños y adolescentes.
Por otro lado están los factores genéticos, hereditarios y culturales que condicionan la obesidad. Mencionaremos también los factores estructurales en los que se pone en juego la inscripción psíquica del lazo nutricio para cada sujeto, respecto al lugar que ocupa en el mismo y a la construcción de una regulación posible con el Otro. Y por último, están los factores subjetivos que son de suma importancia para contribuir a la colaboración y la eficacia de los tratamientos nutricionales.
En los tratamientos integrados el uso de la palabra propia para nombrar el sufrimiento, opera en sí misma, como un reductor y posibilita que cada sujeto se sitúe frente a su problema y a su responsabilidad, ya que el decir, connota una dimensión ética que implica a cada uno de los vivientes. El valor que la palabra adquiere como expresión de la subjetividad es restituida en su valor simbólico y humano, en tanto que devuelve a cada uno su particularidad.
En los tratamientos integrados el uso de la palabra propia para nombrar el sufrimiento, opera en sí misma, como un reductor y posibilita que cada sujeto se sitúe frente a su problema y a su responsabilidad, ya que el decir, connota una dimensión ética que implica a cada uno de los vivientes. El valor que la palabra adquiere como expresión de la subjetividad es restituida en su valor simbólico y humano, en tanto que devuelve a cada uno su particularidad.
Entonces, en una vuelta conclusiva de nuestro recorrido reformulamos la cuestión inicial: ¿Cómo articular el aumento de la obesidad en niños, púberes y adolescentes como un mal socio-cultural que, a la vez, da cuenta de cierta angustia retenida cuando no de cierta tendencia adictiva?
Creemos que el aumento de este cuadro es directamente proporcional a la crisis de calidad de vida, exceso de trabajo en los padres, crisis matrimoniales, situaciones actuales que atraviesan las familias y de las que ellos son participes o testigos. El uso abusivo de los juegos, de la telefonía celular, de los mp3, 4, 5, etc., genera deterioro en los lazos y las redes sociales creando consumo, violencia, excesos y malestar que el cuerpo acusa.
La virtualidad como espacialidad, achata la condición humana y real, acompañando el crecimiento de niños púberes y adolescentes en forma artificial y orientada por la tecnología.
La idea de un Otro social extra large, representado por lo irreductible del consumo, los gadgets y la ciencia en su cara feroz, reduce, paradójicamente las instancias simbólicas, de deseo, vitalizantes.
Hace unas generaciones atrás, se educaba a los niños marcando que no se debía hablar con la boca llena. Hoy, esa imagen de una boca llena, muda, es lo que caracteriza esta patología. La tarea que, junto a nutricionistas, educadores y familiares debemos emprender para devolver salud y calidad de vida, es vaciar la boca para restituir el uso responsable de la palabra, retornar a la eficacia de lo simbólico, del lenguaje como modo de expresión, junto al deseo para ayudar a la generación que continúa a convivir de la mejor manera con el malestar de una época.
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