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Edición
20

Modigliani, una mirada al abismo

Miami
Una mirada poética de los años de Amedeo Modigliani en París. Pintor y escultor apasionado, fascinado por el arte y las mujeres, célebre por sus frecuentes pleitos y parrandas, hizo una leyenda de su corta vida.

De buen ver, un poco altivo, un italiano un tanto pedante, enfermizo y de naturaleza pasional. Amedeo Modigliani el gran artista, cautivó a la sociedad bohemia de Montparnasse viviendo siempre en la pobreza y desgastando su cuerpo en los excesos. Quizás fuese descendiente del célebre filósofo Spinoza como él presumía y, a lo mejor, hacía honor a sus orígenes judíos con su nombre de pila Amedeo, amante de Dios, sin embargo fue un soñador empedernido, que llevaba la poesía en sus labios y que se aventuró, en 1901, a viajar fuera de su natal Livorno en busca de un ideal de la belleza artística.

Absorbió rápidamente los matices y proporciones de la cultura romana cuando visitó Roma, Venecia, Capri y Nápoles, llevándosela consigo para desbordarla más adelante en las obras que crearía en Francia. De caminar recto, con un traje bien cortado llegó a Paris en 1906 huyendo ya, sin saberlo, de su propia muerte. Comenzó un viaje sin retorno entre alcohol, drogas y mujeres y siguió una trayectoria creativa imbuida con el ritmo suave de las palabras de Dante y la poesía de D’Annunzio que recitaba a menudo.

Las palabras de Petrarca, Nietzsche, Mallarme, Rimbaud y Bergson flotaban a su alrededor y la poesía, el arte, el amor y la muerte resonaban en las paredes de su pútrido cuarto…

Amedeo Modigliani carismático y  bohemio por excelencia, venía de buena cuna, era educado y leído y se paseaba por las amplias avenidas diseñadas hacía pocos años por el barón Haussmann, pregonando por doquier su filosofía estética y su búsqueda de la belleza pura. Nunca dejó de creer en sí mismo y en su obra. Modi, como le decían sus amigos, Maudit, maldito en francés, se vanagloriaba de su apodo haciéndose fama de pintor perverso dejando que los movimientos artísticos desfilaran por sus ventanas sin permitirles  entrar en su alma pasional e impredecible. Las palabras de Petrarca, Nietzsche, Mallarme, Rimbaud y Bergson flotaban a su alrededor y la poesía, el arte, el amor y la muerte resonaban en las paredes de su pútrido cuarto, mientras él pintaba la cara alargada de su amigo Chaim Soutine.

El París de Modigliani es el de Pablo Picasso y Guillaume Apollinaire y también el de los ismos: Fovismo, Cubismo, Futurismo, Orfismo, Dadaísmo. En ese lugar residía la Mona Lisa hasta que un día desapareció y el robo del siglo cambió el rumbo de la seguridad en los museos; es el París de la Primera Guerra Mundial, de los bombardeos y la hambruna, es la capital de la buena vida, del vino y de las fiestas, de los cafés y las tertulias, es el París del avant-garde que Modi hizo suyo, es la ciudad que lo acogió y  luego lo expectoró. La Torre Eiffel majestuosa y fría fue testigo de sus aventuras, fracasos y logros. Desde su preponderante posición la estructura de acero observó como Amedeo Modigliani se sentaba en el Café de Rosalie, a dibujar el rostro de quien le inspiraba o, en La Rotonde, a charlar con sus amigos para perder la cordura un minuto después cuando alguien se atrevía a discutirle el precio de algún dibujo.

con una fascinación por las mujeres y la parranda, se perdía días y noches enteras por las calles de Montaparnasse

Debatiéndose entre amores fogosos y arrebatados sus relaciones se tambalearon siempre entre borracheras, hashish y  pleitos. Su arte fue su pasión y su vida, la que vivió de forma desmesurada. Con el libro de los cantos de Maldoror bajo el brazo, con la litografía del cuadro del muchacho del chaleco rojo de Cezanne en su bolsillo y con una fascinación por las mujeres y la parranda, se perdía días y noches enteras por las calles de Montaparnasse, se trasnochaba con su compañero de juerga el alcohólico genial Maurice Utrillo y  aparecía en la madrugada en un callejón oscuro pasado de copas o en la cárcel después de haber participado en una trifulca. Sus historias se hicieron leyendas. Explosivo y orgulloso comenzaba un pleito a  la menor provocación. Sus enredos con mujeres casadas le ocasionaron constantes conflictos y si escuchaba cualquier comentario con tonalidades antisemitas, Modigliani, sin miedo se lanzaba violentamente sobre el agresor. Sin embargo, también sabía ser cautivador y con  diálogos seductores se ganaba el amor de una mujer y desarmaba a cualquier hombre rival que podía interponerse en sus amoríos.

Es curioso que Modigliani se creyera escultor más que pintor. Scultore, le escribía su madre… Sus cabezas en piedra son poco conocidas, pero es allí  donde observamos al maestro que recupera la tradición greco-romana de las cariátides, el hieratismo de la escultura egipcia y la expresión de la roca que habla recordándonos a Los Esclavos de Miguel Ángel. Al invocar el pasado, Modi se desprendía de su presente y de su destino. Amedeo buscaba en las cercanas construcciones del metro la materia prima para sus obras, para luego abandonar su creación que sería enterrada bajo los cimientos de una nueva edificación. Se dice que en una ocasión el escultor arrojó sus obras al Río Arno después de haber cincelado la roca durante toda la noche para luego irse de fiesta.

Es curioso que Modigliani se creyera escultor más que pintor…Sus cabezas en piedra son poco conocidas, pero es allí  donde observamos al maestro que recupera la tradición greco-romana

Después de haber volcado su fuerza creadora y haber vertido su energía complaciendo su ímpetu genial, el resultado ya no le importaba.  En contrapunto con su escultura, observamos en sus desnudos otro tipo de fuerza; estos retratos sugestivos de mujeres sensuales y sin alegorías, desprovistas de aderezos. Presentadas sin alusiones a la mitología, sin misterios, de frente, mostrando el vello púbico, francas y sin pudicia son ejemplo de un poder femenino que insultó la sensibilidad moral de la sociedad parisina de la época; estas mujeres pintadas recostadas sobre divanes como Venus solo fueron exhibidas por una hora antes de que la exposición en la galería de Berthe Weill fuera clausurada al ser calificadas de obscenas.

Los cuadros más conocidos de Modigliani son los retratos de personajes con los ojos eternos, la puerta del alma por donde Modi siempre comenzaba a pintar. Los colores se revelaban poco a poco, su pincel creaba primero la cara, el cuello, y finalmente el fondo que con los colores deslavados de su paleta se impregnaban en el lienzo. De caras ovaladas, alargadas, con cuellos distorsionados y cuerpos estilizados sus personajes apenas contrastan con los colores que los enmarcan y que nos recuerdan los frescos italianos. Una línea tan solo delimita los muros del cuarto que encuadran la figura, un solo trazo simula una puerta y un simple ángulo aprisiona al personaje sentado en una esquina. No hay expresión, no hay ni una pincelada que sobra. En sus cuadros, Amedeo reduce la información liberando la pintura de cualquier detalle extraño, logrando el balance perfecto que trasciende en una calma que atraviesa la mirada vacía de la modelo.

Recrear la vida de Modigliani y su estancia en París es revisar sus obras; una por una nos revela a sus amigos, sus conocidos, sus idilios, sus marchantes de arte, sus mujeres sin nombre y finalmente a la gente del pueblo: un campesino por allá, una gitana o la dependienta de un almacén. Uno a uno desfilan por las telas los retratos de su primer promocionador el Dr. Paul Alexandre, el escultor lituano Jacques Lipchitz, su entrañable amigo el pintor chileno Manuel Ortiz de Zarate, el poeta homosexual y judío renegado Max Jacob, Leopold Zborovsky quien siempre creyó en su arte, Blaise Cendrars, el novelista de origen suizo,  André Salmon quien escribiría una novela basada en la vida de Modigliani, Cheron  su aprovechado marchante, Diego Rivera el impulsivo muralista mexicano, el escritor Jean Cocteau y el pintor japonés Foujita. También sus amantes y mujeres son protagonistas de su obra y aparecen con la mirada perdida, pensativas, tristes, serias; son madonas del Siglo XX: una tal Gaby, su amiga la rusa Lunia Czechovska, la escultora Chana Orloff, su amante Anna Akhmatova, su violenta adorada Beatrice Hastings, su compañera Simone Thiroux,  su querida Elvira conocida como la Quinque y otras que se desnudan frente a él y que sus nombres no han sido registrados por la historia. Y finalmente, la tímida y joven Jeanne Hébuterne, de sólo 19 años, pintora de talentos desconocidos quien logró penetrar en su alma, su último amor, la madre de su hija, pero tan sólo se infiltró en una parte de su espíritu, lo que le fue permitido, pues el resto Modigliani ya lo había entregado con anterioridad al diablo, a los excesos, a la evasión de su realidad, al saberse muerto antes de alcanzar el reconocimiento que tanto ansiaba.

Encantador, enamoradizo, impulsivo, violento, entusiasta, seductor, atractivo, e irascible Amedeo Modigliani moría a los 35 años el 24 de enero de 1920 víctima de tuberculosis, del hashish, del alcohol, del pesimismo de la postguerra, de la frustración, de la pobreza y de una pasión profunda e insatisfecha. Le siguió Jeanne Hébuterne, su amante embarazada de su segunda cría quien no soportando el dolor de la muerte de su amado se arrojó  del quinto piso de la terraza del departamento de sus padres para alcanzar a Modigliani en el más allá. Hoy los dos se encuentran enterrados en el cementerio de Père Lachaise en París y son visitados por cientos de admiradores reconociendo las obras de Amedeo como uno de los mejores ejemplos de arte del Siglo XX.

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