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Edición
27

Me queda el lugar de la confidencia

Buenos Aires
Introducción a la conversación con Julio Ortega, en las Jornadas Rayuela y Cielo, que se hicieron en el Auditorio de la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes.

En la Feria del Libro, ese mega evento que continúa hasta dentro de una semana, fui al encuentro de alguien a quien no veía hace unos 50 años. Lo recordaba como mi Profesor de Educación Cívica y ahora estaba presentado, a sus 80 y pico de años, como uno de los poetas mayores de Argentina.

Le pregunté entonces si era cierto lo que mi recuerdo decía o era todo producto de una fabulación en la que yo me apropiaba de un falso recuerdo. Me confirmó él, Arnaldo Luis Calveyra, algo que no figuraba en sus biografías que yo había leído prudentemente para evitar el ridículo.

En ellas decía que había nacido en Entre Ríos, que se había graduado en Letras, que era amigo de Cortázar y que desde los años 80 se había convertido en una figura de culto.

Pero nada decía acerca de su paso por el Colegio Industrial de La Plata, tan fugaz como para no saber si el que me felicitara allá en los años 50 por lo que yo había balbuceado sobre la libertad de una persona y sus límites, había sucedido o me pasaba como si fuese un trastorno de la memoria, igual al que tuvo Freud en la Acrópolis.

Me confirmo que sí, que efectivamente había sido mi profesor.

Recordé entonces el comentario respetuoso que él me hizo ( yo era un chico de 13 años) y supuse que algo de lo dicho entonces, operó como una tachadura que me llevó de ostentar un título técnico (maestro mayor de obras) a ubicarme como psicoanalista que no deja de escribir relatos.

En ellas decía que había nacido en Entre Ríos, que se había graduado en Letras, que era amigo de Cortázar y que desde los años 80 se había convertido en una figura de culto

A propósito de esto podemos suponer que en la tachadura no solo emerge otra palabra sino que luego de un momento de suspenso, de un vacio inaugural, lo que aparece es algo del orden del estilo, de una práctica de la palabra

Si pronunciamos el verbo aparece, también puede decirse que hay algo que desaparece y que no solamente es una palabra sino en todo caso que hay un esfumamiento progresivo, como el Gato de Chesire en Alicia en el país de las Maravillas, que fue borrándose y lo último que se ve de él- dice Carroll-, es su sonrisa.
Hablar entonces de este par aparición/ desaparición, algo así como “está /no está” lleva a la aguda observación de Freud sobre el balbuceo de un niño cuando acerca y aleja el carretel.

El maestro, siguiendo la lógica del detalle prefiere observar esa “otra cosa y algo más” que se presenta en la escena y advierte como el infante procede a este juego precisamente cuando la madre lo deja. Es entonces cuando el decide tomar una posición activa frente a ese vacío y lanza y recoge el carretel dominando la situación.

Es decir la tachadura es una forma de cabalgar sobre el vacío, es dejar una huella en la que se evidencia el estilo, el estilete, la marca singular de un sujeto que procede a una elección mediante una marca. La tachadura es una línea que cancelando algo y sin proceder a la sinonimia o el equivalente, toma una decisión.

siguiendo la lógica del detalle prefiere observar esa “otra cosa y algo más” que se presenta en la escena y advierte como el infante procede a este juego precisamente cuando la madre lo deja


Entonces la tachadura no es una corrección, un acto de escribanía, sino que puede ser como la marca de agua del estilo de un sujeto y de ese modo puede ser tomada como síntoma del autor. Algo así como, lo que al escribir toma la intención de una persona

El Malestar en la Cultura, ese texto fundante de Freud en relación al lazo social, es un excelente relato acerca de la tachadura, cuando en su dimensión más auténtica, produce otra cosa y algo más.
El maestro parte de un mito: la existencia de la horda primitiva bajo el dominio de un padre que ostenta la propiedad de todos los bienes, incluyendo en ellos a las mujeres.

Los hijos se plantean -fuera de todo amor filial- eliminarlo y ocupar su lugar. Pero reparan en que cada uno de ellos que lo consiga estará amenazado de muerte por los otros hermanos que quieren lo mismo.

La tachadura es una línea que cancelando algo y sin proceder a la sinonimia o el equivalente, toma una decisión.

Entonces al asesinato del padre le sucede la instauración de la Ley, de la regulación del intercambio con los otros y de las advertencias necesarias para tolerar la renuncia a poseerlo todo.
Hay una diferencia fundamental entonces entre tachar y suprimir mientras que en un caso se produce un salto hacia algo, en el otro no hay ningún nuevo sonido. Así es que la tachadura puede suponerse como un trampolín que da lugar a efectos, algo muy alejado del silencio de la censura que como decía Lacan puede ser obscena y feroz.

Aunque no pueda compararse a Cortázar con James Joyce, y Rayuela no es el Ulises, hay una fuerte equivalencia entre ambos: se constituyen como una experiencia de lectura, cosa que no es tan frecuente en ese objeto que se llama libro.
Pero hablando de equivalencias hay una que siendo un poco arbitraria reúne a dos argentinos. Al autor del Martin Fierro y al de Rayuela. Porque los dos en algún fragmento del texto involucran en un sentido íntimo al lector. Uno en el final de La vuelta de Martin Fierro cuando los hijos se reúnen y se dicen un secreto y luego rumbean a los cuatro vientos. El lector no sabe cuál es el secreto pero por eso mismo participa inevitablemente de la escena.

En Rayuela, como ayer se habló, el lector sabe lo que no sabe La Maga: que su bebé Rocamadour, está muerto.

Hay una diferencia fundamental entonces entre tachar y suprimir mientras que en un caso se produce un salto hacia algo, en el otro no hay ningún nuevo sonido

Y queda también alojado en el texto, como si una división tuviese efecto a partir de cancelarse una pretendida y única ubicación, en lo que es nada menos que una experiencia tan poco lineal como el filo de la tachadura.

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