Por
María Rosa Lojo
¿Cuál es el motivo de tu viaje a los Estados Unidos?
Vine invitada por la Feria del Libro de Miami y por el Centro Cultural Argentino de Miami para presentar en la Feria mis libros La princesa federal y Bosque de ojos. También presenté La pasión de los nómades, una novela mía traducida al inglés que obtuvo el subsidio del Programa Sur, en el Instituto Cervantes de Chicago, con el auspicio del Consulado Argentino. Participaron el traductor, Brett Sanders, y el editor, Jay Miskoviec, de Aliform Press; luego repetimos la presentación en la Universidad de Indiana Purdue, en Indianápolis, y por fin, fui sola a dar una conferencia en la Universidad de Virginia. Un viaje realmente intenso y bien aprovechado. En todos los lugares hubo un público muy interesado y hospitalario.
Háblanos de la estructura de tu novela, Árbol de familia…
Todo el libro surgió a partir de una historia germinal que fue la de La hechizada, el primer capítulo. Esta historia empezó a traer otras como en un encadenamiento, después pensé en una estructura doble, una de cuyas partes se dedicara a la familia paterna y otra a la materna, dado que eran momentos diferentes y legados distintos. Pero entre las dos hay ecos y correspondencias, hay continuidades y alusiones. Es una novela peculiar, no tiene una intriga unitaria. Como dijo una periodista muy sagaz, Silvina Friera, es una especie de “cultivo de micro ficción”, un tejido proliferante de pequeñas historias. Es arbórea, se ramifica, la figura del árbol tiene que ver con el armado de toda la estructura.
¿Qué tienen en común las mujeres de tu libro?, ¿y de tu obra en general?
Sus historias son distintas entre sí. Doña Ana, la madrileña, vive en un ámbito muy diferente del de las mujeres de la Galicia rural. Pero todas tienen en común el ser mujer, que representa siempre un conflicto: tensiones entre lo que desean y lo que realmente son, insatisfacción por lo que no han logrado ser, tanto doña Maruxa, como su nuera Rosa, como doña Julia, o como Ana viven esas angustias. No es que los hombres carezcan de mandatos, o de roles establecidos que llenar, pero en las mujeres la ambivalencia es muy fuerte, porque su mandato las liga más al cuidado y la atención de otros que al desarrollo de sus propias potencialidades. Los otros van desplazando sus deseos propios y no queda un lugar para ellas mismas. Con estos conflictos lidian también personajes femeninos históricos de los que me ocupado en mis novelas, como las escritoras Eduarda Mansilla y Victoria Ocampo, y también Manuela Rosas, tan fuerte en unos aspectos y vulnerable en otros. Hay una frase que ella dice en mi novela Finisterre y que es muy ilustrativa, creo, de esta condición de las mujeres en la sociedad y la familia: “No porque haya sido casi una princesa me he librado de los sufrimientos propios de nuestro sexo. Y el mayor de ellos es que, humildes o poderosas, siempre estamos en el medio de todo. Somos el fiel de la balanza, la clave del equilibrio. Si nos movemos un poco más acá o más allá de lo que está prescripto, el mundo se desordena y se desarma. Se pretende tratarnos como si fuésemos potiches en una vidriera, pero la realidad es que nos cargan como a ese gigante que, según los antiguos, fue condenado por los dioses a llevar el cielo sobre sus espaldas”.
Entonces, ¿cómo pensar lo femenino?
No tengo una sola idea sobre lo femenino, ni me parece que se reduzca a una “esencia”. Pero en la construcción histórica de la femineidad como género, ha estado siempre esa complejidad, esa ambivalencia entre el deber y el querer, entre lo privado y lo público, entre las obligaciones familiares y la vida individual. Eso lo sufren casi todos mis personajes femeninos. En la voluntad de integración de esos mundos y deseos dispares algunas triunfan y otras estallan.
El ser mujer, que representa siempre un conflicto: tensiones entre lo que desean y lo que realmente son, insatisfacción por lo que no han logrado…
¿Qué función tiene el capítulo final de la novela?
Es la reparación virtual simbólica de aquello que la vida no pudo remediar, que no pudo contener. Por eso, cuando se presenta en la novela el personaje de doña Ana se habla de “la explosión” y por eso hay un capítulo en la segunda parte que se llama así. Por eso también la metáfora del “vampiro” en el que Ana se ha convertido, y que en su paradójica inmortalidad expresa una forma de temor a la vida. Porque los vampiros, se sabe, son apenas sobrevivientes de la vida verdadera que tuvieron antes, y el contacto con la luz del día los destroza. Ana sobrevive a un mundo que se rompió, el “mundo mejor”, real, de antes de la guerra, donde iba a casarse con su amor de juventud. Al faltarle ese contexto, no reconoce el presente como propio y verdadero, no logra instalarse en otro mundo, construirse otro. En el último capítulo: “Sobrevidas”, Asunción va a buscarla a ese lugar incierto del más allá donde Ana languidece, emparedada como el prisionero del romance popular. Y la saca para que vea sin miedo la luz: “doña Ana saldrá, por fin, esta vez, semiciega y parpadeante como un vampiro tembloroso, pero sin pulverizarse como los vampiros cuando la luz los toca, porque los dedos empecinados de su amiga bastarán para protegerla”.
En otro libro, Historias del Cielo, incluido en Bosque de ojos, hay un texto llamado “La madre, la hija”, que es el antecedente de este, donde se desarrolla esa metáfora del vampiro. En ese libro trabajo especialmente con las paradojas, con los conflictos y las contradicciones. Cuando estallan los conflictos se abren las puertas para que veamos otro plano de la realidad.
En la construcción histórica de la femineidad como género, ha estado siempre esa complejidad, esa ambivalencia entre el deber y el querer, entre lo privado y lo público, entre las obligaciones familiares y la vida individual.
¿Las paradojas dan testimonio de lo que existe?
Por lo menos se conectan con una dimensión que trasciende los opuestos, como en la mística. Una dimensión que no se puede alcanzar en el plano de la lógica racional.
¿Piensas la mística relacionada a lo femenino?
Ha habido grandes místicos de ambos sexos, pero quizás tiene que ver en otro sentido: que la mirada femenina, según al menos ciertas corrientes feministas, sería capaz de situarse más allá del principio de no contradicción y por lo tanto tendría otra apertura frente a situaciones aparentemente insolubles o insostenibles.
¿De qué salva el humor?
El humor puede salvar de la tragedia total, puede salvar de la soberbia, de las limitaciones. El humor abre la mirada, permite tomar distancia de uno mismo, contar cosas espantosas y no morir en el intento. A veces perdona y rescata. Libera de la intolerable gravedad de la vida.
Hay un rasgo tuyo que te llevó a la exploración histórica…
Fui desde muy temprano lectora de novelas históricas, de relatos historiográficos y espectadora de cine histórico. El pasado es otro planeta, pero donde también hay seres humanos. Y lo fascinante es que ahí no se vive como lo hacemos nosotros en el presente, aunque, sin embargo, nos parecemos, por nuestra común humanidad, a esos ancestros, y aunque el presente tiene que ver directamente con el pasado y emana de él. Me interesa la historia por la misma razón que me interesa la antropología: es un viaje comparable a las excursiones etnográficas, porque ambas nos dan perspectivas diferentes de lo humano, nos sacan del encierro estrecho, en el aquí y el ahora.
Gracias a estos viajes nos damos cuenta de la relatividad y la transitoriedad de nuestras creencias actuales, que causarán en el futuro tanta extrañeza como la que provocan hoy en nosotros creencias de la Edad Media o del siglo XIX.
Cuando estallan los conflictos se abren las puertas para que veamos otro plano de la realidad.
Cada época tiene sus ideales y valores…
Hay permanencias y cambios. Un caso muy ilustrativo es la historia de Jorge Mariano, el hijo de Bartolomé Mitre, que se suicida a los 18 años. En esa historia hay dos cuestiones. Tenemos la incomunicación entre el padre y el hijo, un padre respetado y poderoso, un tanto abrumador y distante para este hijo poeta, algo bohemio, sin oficio ni beneficio, al que han mandado a la Legación argentina en el Brasil para que haga algo útil y siente cabeza. Por otro lado está el problema del honor. Se arma un escándalo porque el joven ha tenido una aventura con una muchacha de la alta sociedad brasileña y entonces se siente profundamente avergonzado y responsable ante el juicio de su familia, sobre todo del padre admirado, y toma la decisión de suicidarse. Hoy en día nadie se suicidaría por algo así. Las relaciones sexuales entre adolescentes han dejado de tener valor de escándalo, pero sin embargo la idea del honor sigue existiendo de algún modo. En algún lugar lo depositamos. Siempre hay algo que puede deshonrarnos y avergonzarnos, quitarnos toda autoestima, aunque no se trate de las mismas cosas que en el siglo XIX. Quizás el honor es menos familiar y más individual ahora que antes, pero la pérdida del honor, dondequiera que éste se coloque, es algo trágico. Tomé esa historia en mi cuento “El padre, el hijo”, de Historias ocultas en la Recoleta.
Y ¿qué decir de Una mujer de fin de siglo?
Es una novela inspirada en la vida de Eduarda Mansilla, una escritora pionera también en la composición musical y la crítica de arte. Una mujer muy cultivada, madre de seis hijos, que en la edad madura se separa del marido, aunque sin escándalos. Ellos vivían en Europa porque Manuel García, el esposo, era diplomático. Eduarda vuelve a Buenos Aires, hoy se sabe que no sola del todo sino con su hijo menor, y en la Argentina se dedica a consolidar la difusión de su obra y su posición como intelectual. Acá se queda cinco años; cuando regresa a Europa la relación con la familia está deteriorada, ella se queda con los hijos menores, el padre con los mayores. Sus decisiones independientes le cuestan bastante caras, tanto en la opinión pública como en el círculo más cercano de sus afectos. Seguramente eso explica que, después de haber brillado como brilló, poco antes de morir haya dejado una última voluntad donde pide que no reediten sus libros. Su hijo más cercano, Daniel, entiende que lo hace por la culpa de haber sido una mujer arriesgada y excepcional, que deslumbró con sus talentos. Mi novela intenta mostrar las dicotomías que ella se planteó y que no llegó a resolver. En cambio, hay una contra figura femenina, Alice Frinet, un personaje de ficción que en la novela es la secretaria francesa de Eduarda, que viene de una clase social más pobre, y que por eso tiene de algún modo menos ataduras y está menos vigilada que las mujeres de clase alta. Ella sí puede responder a esas contradicciones y resolverlas.
La mirada femenina, según al menos ciertas corrientes feministas, sería capaz de situarse más allá del principio de no contradicción y por lo tanto tendría otra apertura frente a situaciones aparentemente insolubles o insostenibles.
Otra escritora de la que me ocupé en la novela Las libres del sur es Victoria Ocampo. Aunque se atrevió a tantas cosas, no tuvo la libertad interior de poder blanquear su gran amor por un hombre que no era su marido y mucho menos tener un hijo con él. La de Victoria Ocampo es una maternidad negada, y la de Eduarda es una maternidad asumida pero conflictiva.
Una división entre lo que se desea y lo que se alcanza ….
Esto también es un problema muy particular de las escritoras y las artistas. Hay profesiones y oficios que se toleran más como “femeninos”. Aunque tampoco para los varones es fácil al principio ser artistas, porque su mandato es ganar dinero y actuar como proveedores, al varón intelectual y creador se lo termina aceptando. En definitiva, también están para eso, para producir bienes, aunque sean culturales, mientras que las mujeres quedan vinculadas sobre todo al área del cuidado y la reproducción.
En Bosque de ojos haces una articulación entre letra e imagen…
Poéticamente siempre he pensado en imágenes, me gusta trabajar con la imagen en mis textos. En dos de mis libros hay una fuerte participación de mi hija Leonor Beuter, que es artista plástica. Bosque de ojos, que reúne toda mi producción poética y de textos breves, lleva una acuarela suya como tapa y cuatro ilustraciones internas en tinta, una por cada libro. Y una obra entera, publicada por la editorial Galaxia en lengua gallega, en el año 2010, es un álbum ilustrado, con relatos míos y creaciones fotográficas de ella. Se llama O Libro das Seniguais e do único Senigual, y podría decirse que es un bestiario fantástico.
¿Tu poesía es micro relato?
Siempre escribí lo que yo llamaba poemas en prosa. Hoy día existe una categoría para agrupar todo tipo de composiciones breves, sean más narrativas o más líricas: la microficción. Mis textos breves tienen elementos narrativos, algunos en mayor grado que otros, pero como diría Roman Jakobson, la “dominante” es lírica. Lo que se llama “microficción” abarca tanto los microrrelatos propiamente dichos como los poéticos.
Gracias a estos viajes nos damos cuenta de la relatividad y la transitoriedad de nuestras creencias actuales…
Has escrito sobre nómades. ¿Cómo ves a los nómades de hoy? ¿Cuál es tu experiencia con la inmigración?
Bueno, los inmigrantes eran sólo relativamente nómades. Algunos merodeaban por tierras lejanas para regresar a la propia desde una mejor posición, y por eso rechazaban afincarse en ellas. Otros se quedaban, por elección, o porque no tenían otro remedio. Hoy las distancias se han acortado, tanto por los medios de trasporte como por la facilidad de las comunicaciones. La gente se muda con frecuencia por razones de trabajo, va y viene. Dentro de los parámetros de la migración legal, en un mundo cosmopolita, se sufre mucho menos que antes. Hay esfuerzo y nostalgia pero también elementos que la suavizan como la comunicación al alcance de la mano y la mayor accesibilidad de los viajes.
¿Y qué decir entonces del desarraigo?
Algunos pueden resolver lo del desgarramiento en el ir y venir. En definitiva, se acepta que se pertenece a más de un mundo. Y esa condición compleja también enriquece la identidad.
Pero el mayor problema son los intentos de asimilación de los ilegales, que son tratados como delincuentes, que viven en los submundos de las sociedades desarrolladas, esta marginalidad sí tiene a menudo una connotación de tragedia.
Se acepta que se pertenece a más de un mundo. Y esa condición compleja también enriquece la identidad…
¿Qué se nos fue con Sábato?
Sábato es el último escritor que ha tenido una presencia tan grande en el imaginario colectivo. Antes los escritores cumplían una función de referentes sociales, en cambio hoy todo está más fragmentado, las opiniones de los intelectuales y creadores ya no importan tanto. Sábato fue un escritor muy leído, en especial su novela Sobre Héroes y Tumbas que representó una reconstrucción novedosa del pasado y el presente argentinos. Pero aun los que no lo habían leído lo conocían y en todas las clases sociales. Creo que no se puede decir lo mismo de ningún escritor vivo. Nadie alcanza hoy día esa popularidad.
¿La cultura de hoy está atomizada?
El público general es hoy captado por estrellas del espectáculo, modelos, conductores de shows o programas de chismes, o participantes de reality shows, que no han hecho nada memorable, salvo existir como imagen mediática. Ningún escritor o intelectual puede competir con esa extendida influencia. Por otro lado, los puntos de exhibición se han descentralizado y multiplicado exponencialmente, a través de las redes sociales. Cada uno tiene la opción de crear allí su propia espectacularidad y exhibir lo que desee, hasta los aspectos más íntimos de su vida privada. No queda tiempo para la reflexión; casi todo es show off, actuación pura. Han cambiado, sin duda, las reglas de juego en el horizonte de la comunicación y los que antes eran grandes referentes cuya opinión tenía en cuenta el conjunto de la sociedad, ahora se mueven en circuitos mucho más específicos y reducidos.
Sábato es el último escritor que ha tenido una presencia tan grande en el imaginario colectivo.
¿Qué sigue en tu proyecto creativo?
Estoy trabajando en una novela sobre la adolescencia en los últimos años ’60 y principios de los ’70. Fueron años clave, donde se gestaron los movimientos revolucionarios en la Argentina. Y la mirada que puedo desarrollar sobre esto es bastante peculiar, porque me formé en una escuela, el Sagrado Corazón, donde enseñó la monja luego secuestrada y asesinada Léonie Duquet. Era un colegio muy comprometido con la teología de la liberación. Hay poco escrito desde esa óptica.
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