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En el principio, fuimos simples espectadores y, en ocasiones, ni siquiera eso. Recuerdo haber llegado al aeropuerto de Barranquilla a comienzos de enero y sonreír, sorprendida, ante la pregunta del inspector de migración, “¿visitó usted China en las última semanas?” Muy pronto las fronteras se desdibujaron y nos llegó el turno de convertirnos en protagonistas de esta historia.
Con el 17 de marzo llegó la orden del encierro obligatorio.
De un momento a otro el mundo de afuera pareció detenerse. El universo se redujo a ese espacio físico una vez traspones la puerta de tu casa y la virtualidad se transformó en una posibilidad real. La única, quizás.
Algunos descubrieron en la crisis la oportunidad para poner en marcha proyectos atrasados, limpiar la casa, retomar hobbies, rescatar viejas amistades y familiares distanciados. Incluso escogimos nombres para la experiencia – “no estamos aislados, nos estamos cuidando”, días de #MeQuedoEnCasa, #AislamientoPreventivoObligatorio. Hubo quienes entraron en acción de inmediato y transformaron sus casas en escenarios de teatro, talleres de arte o gimnasios, ofreciendo clases virtuales, gratuitas o pagas. Los restaurantes llevaron comida hasta tu puerta, los supermercados, entregaron tu mercado a domicilio.
Y, una vez más, los libros y la lectura vinieron al rescate.
A través de la magia de las palabras, salimos del encierro y volvimos a habitar el espacio y el tiempo que nos han sido vedados.
Los libros, la palabra escrita, me han acompañado a lo largo de mi vida. Me encanta narrar historias, compartirlas y escribirlas, así que fue apenas natural el paso a la narración desde la virtualidad. Al conjuro de “había una vez”, los que escogimos leer cuentos en vivo desde nuestros hogares, buscamos, quizás sin darnos cuenta, nutrir los sueños de los más pequeños de ficciones posible para hacerles más llevadera la realidad del momento que vivimos. Nos atrevimos a adentrarnos en un mundo tecnológico totalmente inexplorado para algunos de nosotros y nos lanzamos de cabeza al rescate fugaz de lo que sentimos que estamos perdiendo en la pandemia: Por instantes, soñamos en enfrentamos a los ladrones del tiempo, tratando de recuperarlo y devolverlo a su lugar.
A través de la magia de las palabras, salimos del encierro y volvimos a habitar el espacio y el tiempo que nos han sido vedados. Con los escuchas, que en la virtualidad se vuelven invisibles, compartimos mundos fantásticos y aventuras y nos volvimos contemporáneos con el niño que fuimos. Por un frágil instante, volamos hasta las estrellas, atravesamos mares en alas de una paloma, poblamos nuestro imaginario de animales y criaturas fantásticas, y buscamos tesoros y alcanzamos la luna y nos volvimos infinitos. El regreso a la realidad se hizo un poco más llevadero a la espera del próximo encuentro.
La literatura nos salva. Y, a veces, nos regala las palabras para explicar a los pequeños la realidad que nos ha tocado vivir y que, por momentos, es demasiado difícil de comprender.
La fuerza afectiva, ese hilo invisible que nos une a través de la narración, nos permite vivir la fragilidad del instante compartido y sustraernos por un momento de la realidad que existe fuera de la historia, y que a momentos, se asemeja más a la ficción que a la realidad.
La literatura nos salva. Y, a veces, nos regala las palabras para explicar a los pequeños la realidad que nos ha tocado vivir y que, por momentos, es demasiado difícil de comprender.
Frente al libro abierto, en ese espacio donde comienza la magia, y de la mano de la narración oral, la lectura recobró su sitio privilegiado, el que le correspondió siempre y que tantos habían olvidado. Un lugar donde descansar la cabeza y dejarse transportar por las palabras – el regazo materno y al abrazo paterno, el compartir con los hermanos y acompañar a los abuelos, el espacio en torno al mecedor de la abuela y alrededor del fogón de la cocina. Ese lugar donde se vale creer que vamos a salir adelante y confiar en que seremos mejores personas.
Sí, la literatura nos salva.
Si tan solo una palabra de alguno de estos cuentos besó los párpados cerrados de un niño dormido, si en una leyenda una mamita agobiada encontró el conjuro para apagar un berrinche, o una maestra descubrió, oculta en las páginas de un libro, la inspiración para una actividad fantástica, entonces, valió la pena.
Así, buscando traer un momento de felicidad e inocencia para otros a través de los libros y la literatura, encontré también la estructura y el propósito para mis días, que me han ayudado a lo largo de esta experiencia.
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