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El presente de la prensa escrita no solo contradice una infinidad de pronósticos lúgubres sino que es mucho más vigoroso que lo que la mayoría, incluidos los periodistas, supone.
Hoy se vende un promedio superior a los 700 millones de periódicos, cada día, en el mundo. Un ejemplar cada diez habitantes.
La industria de los periódicos genera más de 150.000 millones de dólares al año. O sea, tres PIB de un país como Uruguay. Mucho más que lo que generan las industrias del libro o del cine. Y el papel, el soporte al que muchos consideran perimido, genera más del 90% de todos estos ingresos.
Hay países en los que la circulación ha crecido de manera extraordinaria durante el siglo XXI. Casi diez veces en el caso de Perú y 150 a más de 300 millones de ejemplares diarios, en la India.
la prensa sigue jugando un rol clave, hoy, en medio de la era digital. De allí surgen la mayoría de los contenidos periodísticos que circulan en nuestras sociedades. La mayoría y los mejores.
Existen, claro, nubarrones en el horizonte. Las tiradas acumulan una caída sostenida en los mercados desarrollados y la publicidad ha migrado en un alto porcentaje a las empresas tecnológicas.
La transformación del sector, adaptándose a las nuevas exigencias de las audiencias y a la dinámica del consumo de contenidos, encontrando renovadas o novedosas vías de ingresos, es un desafío ineludible para los medios tradicionales.
Pero la prensa sigue jugando un rol clave, hoy, en medio de la era digital. De allí surgen la mayoría de los contenidos periodísticos que circulan en nuestras sociedades. La mayoría y los mejores.
Sus redacciones continúan siendo los más sofisticados equipos periodísticos, capaces de llevar adelante las investigaciones más relevantes, los análisis más profundos y las producciones con mayor estética y rigor de todas las que genera el periodismo. El trabajo orquestal que producen ofrece a los ciudadanos una visión contextualizada de los hechos más significativos, un abordaje en el que se jerarquiza la información de mayor impacto para la vida de un país, de una ciudad o de un pueblo.
Los periódicos ofrecen hoy uno de los pocos oasis dentro del vertiginoso ruido de la era digital. En la web nos orientan en medio del extravío y el vértigo provocado por las usinas de noticias falsas, las cadenas de rumores, los panfletos militantes y los propaladores de noticias deseadas. En el papel, fuera de la sobrestimulación permanente a la que nos someten omnipresentes dispositivos electrónicos, nos brindan invalorables minutos de concentración, en los que podemos recorrer argumentos, distinguir lo accesorio de lo relevante y generar una visión propia sobre la realidad.
La dinámica de los gigantes digitales potencia abordajes sesgados a la realidad, enfoques segmentados, lecturas disonantes en las que registramos solamente los datos o las interpretaciones que coinciden con nuestras ideas. En nuestras sociedades se multiplican las burbujas informativas, los guetos comunicacionales. El populismo supo, y sabe, explotar estas tendencias de la era digital. Desdibuja los índices que permiten mensurar la eficacia de la gestión pública, alienta miradas conspirativas, impulsa la polarización, cuestiona el rol del periodismo e intenta someter a las voces críticas. Genera un clima tóxico; abona el terreno para que germinaran el prejuicio, la distorsión y el conflicto.
El periodismo tiene virtudes descontaminantes para un contexto como el que vivimos. Propone a los ciudadanos una gimnasia saludable para recuperar un sistema institucional hoy debilitado.
Los periódicos constituyen el foro necesario para regenerar naciones que tienden a la fragmentación. Identificar hechos, reflexionar sobre ellos, debatir desde miradas distintas para lograr consensos básicos son objetivos imprescindibles para una nación que busca preservar o recuperar los lazos que la conforman.
La prensa ofrece el espacio en el que los miembros de una sociedad debaten lo que es y lo que pretende ser. El ámbito en el que reflexiona sobre lo que le pasó y lo que le pasa. Y eso la ayuda a decidir y a actuar, a ratificar o rectificar un rumbo.
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