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Ninguna otra situación grafica tanto la relación etimológica entre “canto” y “encanto”, que la de ver el encantamiento que produce en la cara de un niño, cuando escucha a un adulto cantándole.
¿Por qué es importante cantarles a los niños?
Porque fomenta el goce estético por la música y los sonidos. Porque favorece la adquisición del lenguaje tanto desde el vocabulario como desde las estructuras gramaticales, pasando también por el deleite de lo poético que se manifiesta en las estructuras métricas de las canciones, en sus rimas, metáforas, aliteraciones, etc. Porque estimula en su oído la facilidad para el futuro aprendizaje de idiomas. Porque desarrolla la imaginación y la fantasía, tanto en el niño como en el adulto que le está cantando. Porque cantarle a un niño desde una edad temprana, desarrolla su oído y su afinación. Por todo lo que se transmite con la voz fuera de las palabras: inflexiones que traducen emociones, sensaciones, sentimientos. Podemos decir que paralelamente al texto y muchas veces a pesar de él, la voz consigue generar misterio, sorpresa, seguridad, confianza, susto, etc.
Podríamos suponer que, frente a la lectura de estos argumentos que destacan la importancia de cantar, algunas mamás o papás -o abuelos, tíos, maestros…- dijeran, por ejemplo, que no les cantan a los niños porque se consideran desafinados. Nos encontramos aquí con un prejuicio bastante generalizado y no siempre real. Esto quiere decir que muchos que suponen desafinar, cantan o más bajo o más alto de lo que su registro vocal les permite.
En tal caso la posibilidad de cantarle a ese hijo, nieto, sobrino o alumno, le ofrecerá un desafío personal con más ganancias que pérdidas a la hora de medir los riesgos. Los adultos podrán descubrir nuevos aspectos de sí mismos y verán en todo caso que no todo es cuestión de afinación a la hora de acercarse a “encantar” a un niño.
Otro prejuicio que podría aparecer es el de no conocer el repertorio infantil apropiado. En este caso es bueno saber que mucho más importante que esto es, en todo caso, la conexión afectiva que uno tenga con aquello que les canta -sea infantil o no-, tanto se trate de lo que a los adultos les cantaban cuando eran niños, o de aquello que simplemente apareció desde algún lugar del inconsciente, sin sospechar siquiera que lo tenían allí guardado.
No sólo es la elección de la canción lo que cuenta – ¡vivan las canciones inventadas! -, ni si el texto es infantil o en otro idioma. Lo importante es cómo lo recreemos, cómo la usemos o nos valgamos de ella para acercarnos al niño y los juegos que nos surjan a partir de la canción.
Todo esto será posible si abrimos la boca y dejamos que algo fluya. Después de todo lo que se necesita es un adulto “que sepa abrir la puerta para ir a jugar …” cantando.
Ann Shin es una cineasta y escritora. Algunos de sus aclamados documentales y libros son The Last Exiles, My Enemy, My Brother y The Defector: Escape from North Korea. Su proyecto actual, A.rtificial I.mmortality, explora la fascinación de la humanidad por fusionarse con las máquinas y lograr un estatus divino a través de la inteligencia artificial.
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Un comentario
Qué nostalgia me da leerte…no recuerdo mis padres me cantaran…aunque fui encantada!
Cariños,
Mariam