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Dicen que detrás de cada persona hay una novela y es cierto. Pero, evidentemente, no todas las historias que se derivan de la vida de alguien son iguales y además es importante la pluma de quien retrate esas historias.
Me siento impresionado junto a aquellos restos, la Historia sigue siendo una ejemplar maestra de la vida aunque lo hayamos olvidado y nos lo hayan hecho olvidar. “Quien no sabe Historia no sabe nada”, le oí en una ocasión afirmar a mi colega y amigo de la Universidad Complutense de Madrid, el profesor Julio Montero.
Me inspiran todo el respeto del mundo unos objetos que nos miran con miles de años detrás pero también la historia de Szura Pupko, la protagonista de la novela de Batia Cohen, una mujer judía que merece nacer de nuevo para vivir de verdad, en paz, no esa vida a la vez tan intensa y tan cruel que le tocó en suerte.
“Quien no sabe Historia no sabe nada”, le oí en una ocasión afirmar a mi colega y amigo de la Universidad Complutense de Madrid, el profesor Julio Montero.
Yo crecí educado en la leyenda negra contra los judíos. Luego, las ideas de izquierdas me decían que debía condenar a Israel y defender a los palestinos. Ahora, a estas alturas de mi vida, lo que estoy intentando es ser yo mismo y extraer enseñanzas de todo y de todos, aprendo día a día algo nuevo y me he dado cuenta de que, a pesar de que he publicado unos veinte libros, no sé nada esencial sobre mi especie y estoy obsesionado por comprenderla, algo parecido a lo que intentaba mi poeta preferido, el español León Felipe, que murió en 1968 en México, en el exilio, y que dedicó una de sus obras, Israel, a este país.
León Felipe es el lazo de unión entre la protagonista del libro de Batia Cohen, la propia Batia Cohen y yo mismo como español. En 1967, el estado de Israel aprobó plantar un bosque con el nombre de León Felipe y el embajador israelí en México, señor Shimshon Arad, le hizo entrega simbólica de ese lugar al poeta en el Salón de Actos de la Comunidad Judía de México, donde el poeta español leyó, en agradecimiento, su discurso Israel –dirigido a los presentes, “amigos judíos y cristianos”- que comenzaba diciendo: “En realidad no es discurso ni poema. No es más que un juego: un juego de niños y poetas judíos y cristianos donde ni los pontífices de Roma ni los rabinos de Israel tienen nada que decir”.
Por tanto, México –tan decisivo en el argumento de la novela y en su edición- España, Israel y, ahora, Estados Unidos –donde reside la autora de Una amapola entre cactus– se congregan alrededor del nombre de mi admirado León Felipe, lo confieso, uno de los pocos poetas que, en lugar de dormirme con lamentos yoístas, me despierta y me estimula, aún.
¿cómo es posible que mi especie se comporte así, sea en nombre de la ideología que sea o del dios de que se trate?
Qué pequeño me he sentido al lado de Szura Pupko. Su historia, desde que nace y al poco tiempo muere su madre, y su padre, viéndose incapaz de cuidarla, la envía con sus abuelos a otra ciudad, hasta esos terribles días de la segunda guerra mundial, está narrada en 304 páginas. Pero, de repente, cuando Batia Cohen, con su estilo ágil, fresco y dramático, te obliga a pararte y a llevar a cabo un ejercicio de empatía, te das cuenta de que son pocas esas 304 páginas para reflejar la tragedia de una mujer cuya vida debería ser llevada al cine, sin duda.
No hay más remedio que terminar una novela o una frase, las “cosas” pueden decirse pronto pero cuando piensas que lo que Cohen nos narra le sucedió a una persona (arquetipo de otras muchas), semanas, meses, años, día tras día, noche tras noche, te preguntas, ¿cómo es posible que mi especie se comporte así, sea en nombre de la ideología que sea o del dios de que se trate? Las angustias de Szura empequeñecen a cualquiera y te obligan a relativizar todas esas quejas que lanzamos a menudo quienes vivimos en la parte más afortunada del planeta a pesar de todos los agobios que nos invaden. Con todo, lo más grave es lo poco que hemos aprendido de la tragedia a la que sobrevivió milagrosamente no sólo Szura sino sus seres más queridos.
La novela de Batia Cohen, sin embargo, es más que una novela; es un ensayo narrado, un ensayo de creación. Su base documental es tan amplia que demuestra un doble, triple trabajo: documentarse, estructurar una narración, narrar, emocionar al receptor, mostrarle una enorme riqueza terminológica, antropológica y visual mediante fotos de época.
Lo más grave es lo poco que hemos aprendido de la tragedia a la que sobrevivió milagrosamente no sólo Szura sino sus seres más queridos.
No obstante, yo me quedo con el símbolo Szura Pupko. Y lo relaciono con la actualidad. ¿Por qué tiene que ser incompatible que los miembros de la cultura a la que Szura Pupko perteneció convivan con los de otras culturas? ¿Qué encierra la cultura judía que tan apasionante resulta su estudio? ¿Qué le hubiera ocurrido a mi país, España, si los Reyes Católicos no hubieran cedido en el siglo XV-XVI a las presiones de sus consejeros cristianos y no hubieran expulsado a los judíos, empezando por sus propios consejeros judíos? Todo lo que sucedió ayer tiene que ver con el hoy, es imprescindible para explicarnos qué nos está ocurriendo. Ésa es la principal fuerza que para mí se desprende de le novela de Cohen: que nos muestra un camino lleno de misterios científico-cotidianos por el que estamos obligados a transitar.
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