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Las construcciones le dan cobijo, lo albergan. Pero ¿habita? Esos espacios ¿lo alojan en su ser? ¿le dan cabida?
Intento situar un rasgo esencial de lo habitable que se pueda extraer como letra viva, como existencia, experiencia y acontecimiento.
Lecturas del filosofo Martín Heidegger, en especial, el ensayo «Construir, habitar y pensar», orientan en esa búsqueda.
Estamos acostumbrados a pensar que para habitar un lugar, previamente ha de estar construido. Sin embargo, ¿para qué erigir un edificio si no estuviera en ese proyecto alguien que lo ocupe? Construir entonces, ¿no supone ya un habitante?
Construir es propiamente habitar
Expresiones como «construir una relación de amor», «edificar nuevos lazos», o «cultivar una amistad», nos llevan a encontrar en el lenguaje, huellas escondidas del construir como otra cosa que erigir edificios.
Es el construir que se despliega en la significación del «cuidar». La etimología nos dice que cuidar tiene raíces en «collere», palabra que en latín quiere decir, cultivo, cultura. Cuidar lo que crece y sus rasgos esenciales. El fundamento que lo hace crecer. Cuidar no es simplemente no dañar, es un movimiento hacia lo cuidado. Es albergar, tomar algo en guarda, poner a buen recaudo, rodear de protección. Así lo cuidado queda liberado de peligro y amenaza para proyectarse. Si no, queda encerrado, aprisionado y oculto.
Las actividades del ser humano reivindican el nombre de construir a una significación y la otra, cae en el olvido. Aquí la recordamos, construir como cuidar, no es ningún producir.
Cuidar es el rasgo fundamental del habitar
Habitar, habitantes, hábitat, habitual.
Las actividades del ser humano reivindican el nombre de construir a una significación y la otra, cae en el olvido. Aquí la recordamos, construir como cuidar, no es ningún producir.
Los habitantes son quienes por habitar en la proximidad se dicen vecinos, en vecindad, cerca. Lo próximo es del orden del espacio. Y lo propio del espacio nos habla del «espaciar», «hacer espacio». Significa talar, liberar lo selvático.
El espaciar conlleva lo libre y abierto para un situarse y habitar del hombre. Espaciar es la liberación de sitios, donde se proyecta la existencia. Espaciar origina el situar que prepara a su vez el habitar.
No hay seres humanos por un lado y espacio por el otro. La inmersión en el espacio es lo propio del ser del humano. Dimensionar el espacio será entonces poner en perspectiva lo que el ser humano es como esencia.
Liberar espacios es condición del habitar.
EL PUENTE: una cosa construida
Con un ejemplo, Heidegger da relieve al habitar como lo esencial del construir.
Estamos habituados a pensar que un puente une dos orillas existentes. Sin embargo, antes del puente, no había dos orillas.
Antes del puente había un espacio continuo. Un puente en la carretera se erige en un espacio que solamente a partir de él, constituye un lugar.
El puente coliga el paisaje de la corriente de agua con la tierra y el cielo. Pone en alguna relación un camino con otro. Pero antes del puente ¿había dos lugares? ¿Existía esa relación? ¿Estaban ligados los caminos entre si, o la tierra con el agua? ¿Había una cosa anudada a otra?
El puente crea un sitio donde ir y volver, circular, hacer recorrido y trayecto. Esos movimientos lo constituyen como lugar en el espacio. Antes del puente, no había un lado y otro lado. El puente lo hace sitio, en tanto que lo sitúa. Lo hace plaza, emplazamiento donde reunirse, atravesar, detenerse y seguir. Punto de referencia desde donde y hacia donde. Abre a la existencia el entre las dos orillas que se despliegan en un espacio intermedio.
Recorrer espacios, implica al tiempo del recorrido. Y el tiempo no es ni el cuándo, ni el cuánto ni el qué. El tiempo es el «cómo», porque el «cómo», es el modo, lo «modal» y puede reiterarse, de allí que hablemos de modos de ser. El tiempo es la posibilidad según la cual un presente sabe en cada caso ser futuro, es decir, proyectarse.
El presente se proyecta en los recorridos. Sino, no hay recorrido.
El puente reúne, coliga. Hace entrar algo donde había espacio indeterminado porque arma un lugar. El lugar no esta presente antes del puente. Para que venga a la presencia es condición un acto de creación. Por el puente mismo surge un espacio que otorga en su acepción de hacer sitio a.
Al espacio le hace espacio, le da un borde, lo sitúa, lo delimita. Extrae de lo ilimitado un espacio ubicable con arriba y abajo, a un lado y al otro. Al responderle a alguien que pregunta por un sitio, lo ubicamos en relación a otros sitios. De este modo, un lugar podría estar, antes o después que otro, pasando tal o cual edificio, bajo una carretera o sobre la colina, lo situamos en el espacio. Al hacer esto, introducimos la dimensión temporal del antes y el después.
Los espacios se abren por el hecho de que se los deja entrar en el habitar de los hombres. Habitando, los humanos aguantan, soportan y sostienen espacios, sobre el fundamento de su residencia en las cosas que les da cabida. Es un residir cabe las cosas.
No hay seres humanos por un lado y espacio por el otro. La inmersión en el espacio es lo propio del ser del humano. Dimensionar el espacio será entonces poner en perspectiva lo que el ser humano es como esencia.
La preposición cabe casi no se usa. En su lugar usamos «junto a». Sin embargo, cabe resuena en «dar cabida», hacer que quepan (del verbo caber) y hacer entrar. No es solo «junto a». Tampoco es residir «en» ni «con» las cosas. Implica un movimiento temporo-espacial que coliga al residente con las cosas estructuralmente. No es uno sin el otro.
El espacio ocupado por el puente se abrió a la existencia por que se lo dejo entrar en el habitar.
No habitamos porque hemos construido sino que construimos porque hemos habitado. Alguien que habla de no encajar o estar fuera, habla del espacio como no habitable. Disponer de una morada no es habitarla. Alguien que habla de no estar vivo siendo un viviente, no ha encontrado cuidador para la obra que es su vida.
Como la existencia es estar presente en lo presente mismo, será necesario estar allí donde se está, en el mundo y con los otros, en un tiempo que se despliega y un espacio proyectivo para construir ahí, el acontecimiento de lo vivo.
Sino, no hay «ahí» ni nadie que lo habite.
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