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Heidegger dijo que «La falta de pensamiento es un huésped inquietante que en el mundo de hoy entra y sale de todas partes.» Así veía él a los hombres a mediados del siglo pasado.
El pensamiento, la capacidad de reflexionar, lo que es el mayor rasgo de humanidad, tiende a menoscabarse desde hace tiempo.
Pero, cuál es la vuelta que se ha dado desde aquel momento, para revalidarle a esta afirmación toda su vigencia en nuestros días.
Desde que la cultura se ha casado con la tecnología lo tecno no deja de afectar lo vital, lo sensible, lo más propio de ser humano.
Por ejemplo, el modo en que la información se inscribe hoy en la cultura, da cuenta de ello. En primer lugar, el espacio donde un sujeto puede reflexionar, esta taponado por el exceso de información. Todos vivimos cotidianamente la experiencia de recibir tantos contenidos que son imposibles de procesar y, si algún análisis se alcanza al respecto, podemos decir que gran parte de ella no nos es necesaria. Además, hay que destacar que la información esta divorciada del hecho discursivo. Recibimos noticias, unidades que se limitan a mostrar la ferocidad de los hechos, sucediéndose infinitamente y multiplicándose por todos los medios. También desensibilizando a fuerza de tanta repetición.
Otra perspectiva para plantearnos como lo tecnológico incide en lo vital es a partir de que en cada casa se le ha franqueado la entrada a las maquinas. Primero fueron los electrodomésticos, que colaboraron aportando una bienvenida cuota de comodidad, hasta llegar a un presente donde todo lo hacemos depender de las maquinas. Nos comunicamos con los teléfonos, los contestadores y las computadoras, nos informamos a través de la televisión, la radio e Internet y el juego también depende de las consolas electrónicas.
La fascinación que produce el uso de estos objetos de la ciencia estimula su consumo constante, y además todo empuja a tener el de última generación. Pero si bien estos juguetes de la tecnología nos encantan, ¿son necesarios? ¿Tienen siempre una función consistente?
Por otra parte, al entrar en la carrera que impone el avance de la nueva tecnología, quedamos bajo la garras de la «avanzada» y renunciamos a esos objetos que ya poseemos antes de que terminen de cumplir una función. Aunque a veces tenemos la sensación efímera de ganar posición en dicha carrera, hay que agregar que cuando los objetos se suceden uno tras otro, cuando entran y salen de nuestra cotidianeidad fácilmente sin demasiado sentido, al fin y al cabo, tampoco alcanzan a tener demasiado valor.
Muchísimas veces nuestras maquinas no cumplen un ciclo, ni siquiera conocemos en detalle todas las posibilidades que nos ofrecen, no se desgastan, las reemplazamos porque ya está el producto de nueva generación listo para entrar. En consecuencia, no hay que pensar a donde podremos conseguir lo que necesitamos, no hay un impasse en el que pueda reflexionarse acerca de la función de esos gadgets en nuestro pequeño mundo privado, no sabemos como conviene servirnos de lo que las políticas de marketing ponen a nuestro alcance, simplemente los objetos están allí y podemos acceder a ellos.
El vértigo y la inmediatez es una lógica que afecta completamente a la sociedad posmoderna. El tiempo no se traza como el horizonte que permite entender el significado de las cosas, tal como también lo señalara Heidegger en su obra.
En este escenario es donde el hombre contemporáneo se revela falto de pensamiento reflexivo, respondiendo automáticamente, tal como el pensador alemán lo había vislumbrado. Y, cuando se va restando lo reflexivo, precisamente sin darnos cuenta, una parte esencial de lo humano queda borrada porque el hombre responde identificándose a lo maquinal, despliega otro modo de pensamiento que también Heidegger apuntó: el pensamiento calculador.
Tenemos la comodidad de acceder a la información, de disponer de los objetos que contribuyen a nuestras tareas de un modo mas cómodo y eficaz, sin necesidad siquiera de pensar muchas pequeñas cuestiones. Lo que no es siempre evidente es que cuando nuestra vida privada queda tan sostenida de lo maquinal corremos el riesgo de quedar apresados por la inercia, por una parálisis que va contra la vitalidad del movimiento. Cada vez recorremos distancias mas cortas en auto, cada vez más nos desprendemos del esfuerzo físico porque un dedo alcanza para el movimiento que requieren nuestras acciones. Cada vez parece ser mayor el esfuerzo de pensar, tanto que vamos rechazando poco a poco la posibilidad de construir un saber genuino y singular.
Sin embargo, a pesar de que todo parece haber sido ya pensado y puesto a nuestro alcance para que lo consumamos, todavía queda a nuestra cuenta el otorgar un sentido a cada una de los elementos que hacemos entrar a nuestra vida.
El sentido singular que alcancemos a construir es lo que también orienta de la buena manera, es el camino que deja lugar para algún valor posible. Un valor que no se asocie a la acumulación de los bienes sino al bien estar, a la virtud, al gusto, al campo sensible que aloje el fundamento de humano.
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