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Edición
09

El tiempo para la infancia

Buenos Aires
¿Qué es el tiempo de la infancia? Las contribuciones de profesionales de diferentes nacionalidades y especialidades presentan la complejidad del fenómeno histórico de la infancia, poniendo de relieve qué es lo que un niño procesa durante ese tiempo así como también, las desafiantes características de la civilización occidental contemporánea.

En nuestra cultura estamos acostumbrados a que el niño ocupe un lugar central. En el seno de la familia vemos como ésta centra sus expectativas en función del niño, el discurso de la ciencia lo toma en cuenta y se han creado ramas de especialización para él, tanto en la medicina como en la educación y, los mercados centran sus políticas de marketing en los pequeños consumidores. De modo que la familia, la ciencia y el mercado se ocupan del niño orientando hacia él sus cuidados, su atención y sus productos.

En la antigüedad se carecía de una representación del niño y del adolescente, lo que comprendía el período de mayor fragilidad y dependencia física. De sobrevivir a éste se separaba al niño de sus padres, para aprender lo necesario pasando a ayudar a los adultos rápidamente. El historiador Philippe Ariés escribe «el bebé se convertía en un hombre joven sin pasar por las etapas de la juventud».

A partir de dar por sentado que el niño tiene este lugar en la sociedad actual, nos parece que interrogarnos acerca de qué está hecho el tiempo de la infancia puede ser interesante para orientarnos mejor acerca de lo que ocurre estructuralmente en ese periodo de la vida. Quizás, también puede servir como un punto de partida para reconsiderar el valor de lo que ofrecemos a los niños hoy.

Interrogar acerca de qué se trata la infancia es algo que puede abrir a diferentes perspectivas. Aida Niborski, psicoanalista (Argentina), pone de relieve la perspectiva histórica de la infancia. Dice, «Si nos remitimos al diccionario de la Real Academia Española podemos encontrar que se considera infancia al primer período de la niñez, que comprende desde el nacimiento hasta los siete años. Para algunos autores esta sería llamada primera infancia ya que también se incluye a la puericia como parte de la misma considerándola como la que media entre la primera y la adolescencia.

En la antigüedad se carecía de una representación del niño y del adolescente, lo que comprendía el período de mayor fragilidad y dependencia física. De sobrevivir a éste se separaba al niño de sus padres, para aprender lo necesario pasando a ayudar a los adultos rápidamente. El historiador Philippe Ariés escribe «el bebé se convertía en un hombre joven sin pasar por las etapas de la juventud».

Es con la escolarización de fines del Siglo XVIII que se produce una transformación significativa: El niño es separado de los adultos y la vida escolar demuestra la sustitución del aprendizaje por la escuela como método. Es así como la familia se organiza en torno al niño, haciéndose responsable de su porvenir. El niño se dimensiona de otra manera adquiriendo mayor atención. Es en el siglo XX que pasa a ser persona de pleno derecho.

Desde esta perspectiva podemos tener en cuenta como fue acuñado el concepto infancia para la historia misma.

Aida Niborski también hace un recorrido respecto al tiempo y nos recuerda que en matemática no existe el tiempo. «Desde el punto de vista matemático, el tiempo se puede considerar como una coordenada, como una dimensión más. Desde el punto de vista físico, si no hay tiempo no hay movimiento, y si no hay movimiento tampoco hay concepto de espacio.»

…la definición misma del tiempo en física requiere la existencia previa de la noción de movimiento, de cambio, sino no hay concepto de tiempo. La idea básica de Einstein, para definir el tiempo, es que en principio no existe el tiempo, existen sucesos, acontecimientos.

El tiempo, desde el punto de vista físico, como dimensión, tiene un estatuto especial. Por ejemplo: la definición misma del tiempo en física requiere la existencia previa de la noción de movimiento, de cambio, sino no hay concepto de tiempo. La idea básica de Einstein, para definir el tiempo, es que en principio no existe el tiempo, existen sucesos, acontecimientos. Entonces, construye una relación de equivalencia de sucesos (simultaneidad) y cada clase de equivalencia de sucesos simultáneos es un «instante». A partir de ahí se va construyendo la noción de tiempo. El concepto de tiempo está muy relacionado con el de cambio, movimiento. Existen sucesos, y a partir de esto se construye la idea de tiempo de los sucesos que ocurren «regularmente»: eso es un reloj.

Einstein lleva la cuestión a una última instancia: el tiempo no existe, existen relojes. Lo que uno llama tiempo es «lo que mide» ese reloj que uno tiene. Entonces podemos decir que son estructuras del lenguaje así como el aquí y el allí o la posibilidad de distinguir la noche del día y luego el día de hoy del día de ayer. Esos son los primeros pares de significantes que se incorporan en la infancia.»

Un niño nace en un mundo de lenguaje. Sin embargo, aunque el lenguaje ya esté allí hay que apropiarse de él. Fue ya en 1905 que Freud descubrió, investigando sobre la sexualidad infantil, que no se trata de un proceso evolutivo.

La Lic. Niborski, siguiendo esta línea teórica, nos recuerda que la infancia es un momento en el que el niño se encuentra ante un estado de indefensión y que esta cuestión tiene la indeseable consecuencia de hacerle poner por encima de todos los peligros el de la pérdida de ese objeto protector de todas las situaciones de desamparo. Esto favorece por lo tanto, a la permanencia en la infancia, a la cual es propio el desamparo tanto moral como psíquico. Agrega además que de este modo, se sitúa por un lado un temor a la pérdida de los cuidados amorosos y por otro la impotencia del niño respecto al habla. Es interesante que se subraye que la indefensión se sostiene en el marco de la lengua y ello tiene relación con «la manera en que el niño es hablado, escuchado y también idealizado.»

Por su parte, Sonia Parente, psicoanalista, psicopedagoga, Dra. en Ps. Clínica (Brasil) a partir de una perspectiva distinta propone pensar en los pasajes considerados fundamentales para realizar la transición entre un momento de indefensión e la ignorancia del niño hacia un momento donde cuente con una mayor autonomía y un conocimiento propio.

«Se trata de la ilusión de que somos uno en el otro, para que después podamos ser uno con el otro y, posteriormente uno mismo. […] Es el tiempo de ignorar el hecho de que nos sentimos así, porque hay alguien nos presenta el mundo en pequeñas dosis, de manera que no tengamos una caída «traumática» en el principio de la realidad. Pero, es también el tiempo de empezar a entrar en contacto con la realidad de los hechos, el tiempo del comienzo de la desilusión.»

«Es posible pensar en la infancia como el tiempo de vivir experiencias que permiten establecer una relación de confianza y de apertura al mundo de la realidad compartida, como el tiempo del estabelecimiento de la ilusión. Es abrirse al campo del soñar, del jugar, del conocer, pensar y aprender tanto en la dimensión subjetiva, como posteriormente en la dimensión objetiva. Se trata de la ilusión de que somos uno en el otro, para que después podamos ser uno con el otro y, posteriormente uno mismo. Es también el tiempo de la ignorancia, porque desconocemos el hecho de que el mundo tiene un funcionamiento propio, que no depende de nosotros. Es el tiempo de ignorar el hecho de que nos sentimos así, porque hay alguien nos presenta el mundo en pequeñas dosis, de manera que no tengamos una caída «traumática» en el principio de la realidad. Pero, es también el tiempo de empezar a entrar en contacto con la realidad de los hechos, el tiempo del comienzo de la desilusión.» La Dra. Parente aclara que es importante que la caída de la ilusión sea gradual, que el mundo sea presentado de acuerdo con la creciente posibilidad de percepción y asimilación del niño. Así, se va facilitando el desarrollo de la capacidad de tolerar la frustración, de vivir la rabia y los sentimientos ambivalentes que generalmente acompañan este momento donde se destruye la ilusión y poder recrear el mundo de otra forma.

Es de destacar la relación que la Dra. S.Parente establece entre este proceso subjetivo de la caída de la ilusión y la posibilidad que se abre para el niño, de adquirir algún saber. Dice, «Pensando en el aprendizaje formal, todo este trayecto permitirá establecer un dialogo a partir de la subjetividad con que la realidad ofrece especialmente, con el así llamado objeto del conocimiento.»

Si al tiempo de la infancia le es propia la impotencia tanto motora como psíquica, Aida Niborski se pregunta si salir de la misma es salir de la indefensión, de esperar del otro los cuidados, soportar la angustia que habilita la posibilidad de la responsabilización y abrirse a la pregunta por la existencia misma.

¿Es esto posible en el niño?

Ambas psicoanalistas coinciden en afirmar la importancia que tiene el juego del niño para operar este pasaje de la indefensión a la autonomía, de la pasividad a la actividad, del ser hablado a tomar la palabra.

El juego en el niño es equivalente al lugar de la fantasía en el adulto, nos dice la Lic.Aida Niborski. «Cuando el niño juega arma una ficción, permite poner en juego las fantasías, sus miedos y también podrá conocer de su angustia o sea de su modo singular de afectarse.»

…podemos interrogarnos acerca de cómo la contemporaneidad, en sus distintos fenómenos, incide sobre los espacios transicionales del juego, sobre la creatividad y sobre la construcción de la responsabilización y existencia.

La Dra. Sonia Parente por su parte, coincide al afirmar que se trata de «el tiempo de construir las dimensiones de la memoria y de la imaginación subjetivas que abren el campo de el «hace de cuenta» y que permiten usar los objetos que la cultura nos ofrece de forma creativa.»
Si consideramos la infancia como el tiempo donde se procesa el pasaje del estado de indefensión inicial hacia una posición más independiente a nivel motor y del lenguaje, el espacio de juego es la vía regia que lo posibilita.

En función de las opiniones dadas por la Dra. Sonia Parente y la Lic. Aida Niborski podemos interrogarnos acerca de cómo la contemporaneidad, en sus distintos fenómenos, incide sobre los espacios transicionales del juego, sobre la creatividad y sobre la construcción de la responsabilización y existencia.

Alejandra Czarny (Miami), hace más de 25 años que se dedica a la Música, como cantante y educadora, y ha desarrollado un particular interés en observar y pensar el llamado Repertorio infantil. Este interés ha contado con diferentes aportes, tanto del área de la formación docente, como de los muchos años de trabajar con niños, así como también con el enriquecimiento de la experiencia de ser mamá.

«Esas canciones que invitan a la imaginación, que proponen juegos, que tienen como protagonistas tanto a animales como a los mismos niños, que exploran el mundo del «como si», que a veces proponen disparates fuera de toda lógica, esas canciones ya no son tan populares entre los chicos.»

Su observación y su práctica la han llevado a pensar que ese género musical llamado Canción Infantil sigue vigente sólo en los primeros años de la infancia, tal vez hasta un poco después de iniciada la Escuela Primaria.

«Esas canciones que invitan a la imaginación, que proponen juegos, que tienen como protagonistas tanto a animales como a los mismos niños, que exploran el mundo del «como si», que a veces proponen disparates fuera de toda lógica, esas canciones ya no son tan populares entre los chicos.

En cambio parece más común encontrarlos oyendo y cantando canciones dirigidas a adolescentes mayores y jóvenes, un repertorio pleno de amores y desamores, con un alto contenido erótico, con coreografías plagadas de movimientos sensuales. Algo nos hace sentir el carácter inapropiado de ése repertorio para esos «niños». Algo incomoda al observador de esos videos donde los protagonistas de los clips que ellos ven tan abierta y fácilmente tanto como los intérpretes de las canciones, visten ropa ajustada, provocadora y sexy.»

Alejandra Czarny no desconoce la presión que los medios de comunicación, el mercado y la publicidad ejercen y de este modo condicionan una oferta inapropiada y fuera de las características evolutivas de la edad.

Audrey Weyler, psicoanalista (Miami) coincide en señalar un efecto de invasión, un estrechamiento del espacio físico y psíquico.

La aceleración del tiempo nos sumerge en el tiempo de los resultados, del bombardeo de la imagen y de las informaciones y donde todo resulta perecedero, por lo tanto descartable. A. Weyler observa también que hay un primado de la imagen que alcanza una expresión grave en los ya casi incontables «reality shows». En ellos se ataca cada vez más el campo del juego, la posibilidad de sostener una ficción, de que lo que aparezca en la pantalla sea «como si». Mas bien ocurre que somos capturados por una orden de «reality», por un hiperrealismo que deja un estrecho margen de creación, de representación y de simbolización.

…hay un primado de la imagen que alcanza una expresión grave en los ya casi incontables “reality shows”. En ellos se ataca cada vez más el campo del juego, la posibilidad de sostener una ficción, de que lo que aparezca en la pantalla sea “como si”. Mas bien ocurre que somos capturados por una orden de “reality”, por un hiperrealismo que deja un estrecho margen de creación, de representación y de simbolización.

No asistimos a la era donde la realidad del mundo se presente en dosis digeribles. La hiperrealidad a la que estamos sometidos resta mucho de la posibilidad de soñar, jugar, esperar con confianza. El mundo parece ser un hogar poco acogedor, con una estética de vigilancia que nos pone en situación de alerta y de riesgo.

Como apunta Alejandra Czarny, «Será, tal vez, que ese tiempo de la infancia, marcado entre otras cosas por intereses, sonidos e imágenes que le eran propios, está desapareciendo?

No muchos años atrás, jugábamos a ser grandes, mirábamos a los adultos desde nuestro ser niño, pero no nos fundíamos precozmente en su mundo. Había tiempo suficiente para jugar, para fantasear, para tener amigos. Había tiempo para ser niños.»

Cada día somos testigos del malentendido y una cierta desorientación que se produce en el universo de ofertas y atenciones que los adultos, los educadores y el marketing proponen para los chicos. Sin embargo vale mantener abierta la pregunta acerca de si las expectativas que carga el niño hoy en el seno de la familia, desde el discurso de la ciencia y desde los mercados, coinciden con el tiempo de lo que hay que dejar acontecer en la infancia.

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