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Cuando Jean Vilar, el Director en ese entonces de la Comedia Francesa, bajaba las escaleras del teatro, uno de sus asistentes le comenta: “tengo la impresión que esta puesta en escena no es muy real”.
Según los testimonios de época, a esta frase Vilar le responde con una interjección y una pregunta: “¡Ah!, ¿Pero entonces usted cree en la realidad?”
En la interpelación del artista aparece sin rodeos la posición de ir un paso más adelante, en relación a lo que se define como propio de la realidad. Y en este sentido, lo que la interpelación viene a traer es en primer lugar la cuestión de la creencia: ¡ah!, ¿pero usted cree?
La creencia como afirmación doctrinaria, la creencia como certeza única. Y haciendo un deslizamiento necesario, cuando algún paciente suele advertirnos en las entrevistas de inicio, que él no cree en el psicoanálisis, podríamos plantearle que eso puede ser lo más oportuno.
En caso contrario, el analista tendría como misión, como doctrina, adecuar al paciente a eso llamado realidad. Como si el tránsito de un análisis fuese una experiencia emocional correctiva en la que se supone que verdad y realidad son una misma pieza.
Es un buen ejemplo esa escena clásica en la que un pintor presume de hacer un cuadro realista y entonces pinta una tela con unos racimos de uva tan perfectos que las aves vienen a picotearlas. Otro pintor enterado de esto, lo invita a descorrer en otro cuadro la cortina que tapa un cuadro aún mejor. Cuando el presumido lo intenta, se encuentra con que había caído en una trampa para el ojo y que la pintura era el propio tul que cubría el vacío, la tela en blanco.
En caso contrario, el analista tendría como misión, como doctrina, adecuar al paciente a eso llamado realidad.
Con este relato, al mismo tiempo estoy haciendo historia, porque recurro a un método convincente, propio de dicho género, cumpliendo con las reglas acordes para ello, “hace tiempo… sucedió tal cosa”…
Precisamente los comienzos de la retórica se establecen así, cuando dos litigantes se acusan mutuamente de algo que ningún tercero pudo presenciar y entonces los jueces definen – a falta de un testigo-, que la verdad sería atribuida a aquél que enuncie más elocuentemente su versión.
Pero salgamos también de otra confusión. Así como la realidad no puede hacerse equivalente a la verdad, por otra parte el estatuto de la verdad no está en lo verosímil sino precisamente en otro término, en el decir de la falta, de la ausencia. De aquello que por lo tanto no puede enunciarse por completo porque ¿cómo hablar de las faltas, sin medias tintas? ¿Cómo hablar de eso, de la Cosa que está allí solamente señalada -como en la anécdota del cuadro- por un velo que engaña?
Así entonces, parece más bien una humorada este requerimiento jurídico de decir “la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”
Así como la realidad no puede hacerse equivalente a la verdad, por otra parte el estatuto de la verdad no está en lo verosímil.
Este es el problema en cuestión para Edipo que, frente al acertijo que le plantea la Esfinge, cree haber producido un buen encuentro y supone una conclusión apresurada: haber dicho toda la verdad.
Es esta precipitación lo que lo lleva a arrojarse allí de donde quería salvarse: Tropieza con un hombre extraño que le disputa el paso en un desfiladero y a quien mata, para enterase tiempo después de lo que no sabía que sabía.
Edipo entonces en ese encuentro con la Esfinge resulta, a su modo, víctima de una verdad, Y si bien, como decía Freud, todos somos Edipo en nuestros sueños, es de tener en cuenta que en el desfiladero hay distintos lugares en donde ubicarse para no ser víctimas de un supuesto desconocimiento. Como ese analizante que siempre se ufanaba de ir hacia adelante, de ser frontal en lo que suponía la franqueza de sus ideas. Esto hasta el punto de anticipar el rechazo en el otro, precipitándose a una escena en la que terminaba por ser expulsado.
Todas estas parábolas podríamos decir que transcurren a cielo abierto, escenas de la calle, escalinatas de un teatro, concentraciones populares, pintores y pájaros errantes.
En tanto que escenas callejeras aluden a que como la verdad, también están fuera de y así es que estando afuera, irrumpe en el discurso por ejemplo a través de los actos fallidos.
En alguna ocasión, una adolescente me planteó a propósito de una dieta que comenzaba e interrumpía regularmente: “la verdad es que me falta consistencia… No, quiero decir que me falta constancia…”. Por supuesto que una vez más, escuchando este lapsus podríamos saber que en psicoanálisis no siempre se dice lo que se quiere decir, si no que además no todo puede decirse.
Por eso lo que le adeudamos a Freud es el que haya convertido ciertos residuos – sueños, lapsus, olvidos de nombres propios- en hechos trascendentes.
Estas anécdotas de la calle en donde intentamos alinear verdad, historia y realidad, desembocan entonces en dirección a nuestro quehacer como analistas. Y que en esta deuda con Freud se puede plantear en la forma de una pregunta, ¿qué hacemos, cuando hacemos análisis?
Si hay una deuda con el maestro, su tramitación es en la cotidianeidad de nuestra clínica. En donde precisamente suceden esos hechos de discurso que insisten en las mismas cuestiones que aparecían hace más de 100 años en el nacimiento de la clínica del psicoanálisis. Cuando Freud inscribía en sus intervenciones lo que posteriormente quedaría escrito así: “mi teoría sobre la neurosis, me ha defraudado”. Defraudado en tanto que había sustentado una posición crédula, historiográfica, creyendo que lo que los pacientes decían eran sucesos acontecidos y que los síntomas que mostraban eran consecuentes a esos sucesos, a esa única realidad.
Y si como realidad definimos no sólo el acontecer de lo extenso de la persona, sino también la intensa realidad psíquica. Y si como verdad nos referimos al desgarramiento, a la falta de proporción, cabe entonces en relación a nuestro quehacer, terciar ubicando la historia.
Entendiéndola como un historizar, como una construcción que se ocupa de situar esa señales donde una fecha se recupera como una marca, un jalón en una historia.
…en psicoanálisis no siempre se dice lo que se quiere decir, si no que además no todo puede decirse. |
En este sentido es que la historia puede situarse como ficción, no en cuanto a carente de realidad, sino como montaje que se ocupa de las insistencias y tensiones del sujeto y de allí que se plantee que “contar la vida es descontar de lo real aquello que no puede representarse”.
Eso que no es enteramente reductible por vía de la palabra. Eso que Freud llamo la pulsión en su carácter indomeñable. Y que aparece –historia- en los comienzos de la clínica freudiana -historiales. Y que insiste, – grano de arena en la ostra- hasta en sus últimos escritos.
¿Y qué hacemos cuando hacemos análisis? Precisamente propiciar que el sujeto advenga allí donde no se quiere saber nada de eso.
A propósito de ello, esta paciente que en su fallido habla de que le falta consistencia dice alguna verdad acerca de la pasión por rellenar el desgarramiento, la inconsistencia.
Y la pasión, como planteaba Hegel, no es ni buena ni mala, pero que siempre conduce al sujeto. Y en este caso -y tomo el ´termino “este caso”, para decir nuestra clínica- el sujeto queda arrastrado hacia un goce mortífero que desborda el sufrimiento.
Considero el sufrir como una pieza clave en esta arquitectónica de la verdad, la historia y la realidad.
Pieza clave que como tal, ubica entonces un espacio, el dispositivo analítico. Porque en definitiva ¿qué hacemos, cuando hacemos análisis? Hacemos un dispositivo y al mismo tiempo quedamos alojados en él.
Al igual que Moisés que cuando plantea al pueblo judío la necesidad de la errancia, también está formulando no sólo su propia inclusión sino también un cambio de posición: en el inicio es el magnífico conductor que parecería saber interpretar todas las demandas de la tribu, para luego enfrentarse con la rebeldía, como dice la Biblia, de “ese pueblo de dura cerviz”, con lo indomeñable.
Considero el sufrir como una pieza clave en esta arquitectónica de la verdad, la historia y la realidad.
Y por último: ¿qué hacer del analista cuando hacemos análisis? Ubicarlo como Moisés que al término de la travesía se encuentra descontado de los otros que se alejan para cruzar el río y entrar a una tierra tan igual y tan desconocida. Ubicarnos como un resto allí donde entonces, fin de análisis, la suerte está echada.
Podemos suponer que hay cuestiones que hoy son como ayer, aunque cambien de cara. Para ello cabe tener en cuenta que el consumo de sustancias narcóticas viene de hace muchos siglos. Que precisamente el sida como amenaza siniestra es un relevo respecto al mismo carácter amenazante que supieron tener las enfermedades venéreas. Que la violencia y las sectas tienen como uno de sus antecedentes la Cruzada de los inocentes en la que miles de niños partieron hacia Jerusalén y que muchos de ellos murieron y que el resto fue tomado en esclavitud.
Pero por otra parte, no todo lo de hoy es como ayer y entonces hace falta precisar cuáles son las diferencias.
En nuestra actualidad, algo de las nuevas formas del malestar se vinculan con el desalojo del sujeto, con su desconocimiento como semejante para entonces poder violentarlo y también como singular para hacerlo incierto y anónimo.
Esto es lo que hace diferencia entre el hoy y el ayer, esa expulsión y lo que retorna como el resto de esa expulsión. Y no es casual que en estas circunstancias, el saber de la ciencia desemboque en la autopista de lo sobrenatural.
Lo que se conjuga entonces en una contradicción: en momentos de mayor avance científico es cuando más proliferan las sectas, los milagreros y los débiles y poderosos que consultan por supuesto, a diferentes astrólogos con diferentes tarifas.
En tal sentido diría que las coordenadas actuales de nuestra cultura y de su malestar son bipolares: por una parte la universalización del consumo y por otra parte, la exclusión de aquellos que no pueden ser consumidores o que consumen aún aquello por lo que van a ser penalizados.
…una contradicción: en momentos de mayor avance científico es cuando más proliferan las sectas, los milagreros y los débiles y poderosos que consultan por supuesto, a diferentes astrólogos con diferentes tarifas.
Hoy nos toca a nosotros, en nuestro quehacer de psicoanalistas, indagar en los nuevos ropajes del malestar en la cultura y sostener este dispositivo, aún con incertidumbres y con inquietudes. Aún cuando escuchemos a un adolescente que refiere los problemas de una edad cronológica atravesada por los tiempos que corren en los nuevos escenarios. Aún cuando el hijo de un N.N. se pregunte por lo más propio de su nombre. Aún cuando un cirujano más o menos perplejo, envía un sujeto que ha planteado la posibilidad de una operación para el cambio de sexo. Aún cuando alguien en un hospital, dice dudar entre una próxima entrevista y el consuelo de un nuevo grupo religioso.
Y si es que el Amo contemporáneo ladra desde su propia indiferencia, eso será una señal, una indicación de que estamos escuchando los velamientos de lo que puede ser definido como padecimiento.
Señal de que estamos en vela y que, aunque el psicoanálisis no tiene propósitos ni redentoristas ni conservacionistas será necesario entrometerse en los asuntos de la polis. Cuando estamos advertidos de que el sujeto en la singularidad de los conjuntos sociales ha quedado a la intemperie.
Aún, entonces, el psicoanálisis.
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