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El goce y sus objetos son regulados ahora por normas que marcan el modo «normal» de gozar, determinando las anomalías, que quedan entonces en manos del marketing médico–psicológico que, como sabemos, tiene muy en cuenta los derechos del consumidor.
Este encuentro es una manera de asumir nuestra responsabilidad con el psicoanálisis y especialmente con una de sus premisas, la que nos impulsa a estar a la altura de la época. Premisa que implica abordar con las herramientas que disponemos el malestar, los impases y los desafíos que este tiempo nos plantea.
Y no podría ser de otra manera para quienes aún nos reunimos bajo el nombre de psicoanálisis; significante que ha modelado activamente el período contemporáneo, al que suele incluírselo entre los llamados «grandes relatos». Relatos que se anuncian caídos junto con el orden que regulaban.
Este lugar entre los grandes es el que lleva, año tras año, a algún representante del mercado a declarar su fin, porque es de ese modo como permite la legitimación de la multitud de terapias que se postulan como reemplazantes.
En el psicoanálisis caído es como cada una de ellas busca un rasgo al cual identificarse, para ofrecerse luego como alternativa legítima. Entonces, quienes lo proponen caído por largo, se ofrecen cortos. Si, en cambio, lo tumban por su propensión a explorar el pasado, se ofrecen como terapias de presente. Otras, en cambio, redoblan la apuesta y lo declaran muerto por no haber ido lo suficientemente atrás, a la regresión intrauterina o a las vidas pasadas incluso. Y quienes le achacan su afán por las palabras, proponen en cambio atender las energías, como si no se tratara de otro significante y, al menos hasta el siglo pasado, no de los menores.
El psicoanálisis es también responsable de esta fragmentación. Sus operaciones ayudaron a socavar los semblantes de aquellos significantes rectores, incluido el mismo. Por ejemplo, promoviendo la separación entre deseo y goce, operación que, por vía del permiso a gozar, es retomada por el mercado en general y en particular el de las terapias, pretendiendo eludir tanto la castración como la responsabilidad frente al goce conseguido.
El goce y sus objetos son regulados ahora por normas que marcan el modo «normal» de gozar, determinando las anomalías, que quedan entonces en manos del marketing médico–psicológico que, como sabemos, tiene muy en cuenta los derechos del consumidor.
Claro que ese panorama deja tras de sí un malestar mayor que el que pretende remediar. En la página oficial de la OMS en Internet pueden consultarse las cifras de su extensión. Para varones mayores de 15 años, la depresión unipolar ocupa el cuarto lugar en la morbilidad mundial con un 4.8%, por encima de los accidentes de tránsito y por debajo de los trastornos isquemicos. Y para mujeres mayores de 15 años, la depresión marcha al tope de la lista de morbilidad mundial, con un 8.4 % por encima del HIV y de los trastornos isquemicos Esta extensión se corresponde con el alcance del significante «globalización» que rige los destinos de nuestra época. No hay lugares lejanos y este encuentro lo demuestra.
Depresión entonces, es el nombre de un malestar que se extiende a escala planetaria. Y no sólo por la influencia de la industria farmacéutica que, como sabemos, fuerza las cosas para lograr una definición, más o menos modulada, de un único trastorno, con el propósito de una prescripción indiscriminada de antidepresivos. Lo es también por lo que Mássimo Recalcati llama el carácter estructural de la depresión. Carácter en el que impactan las condiciones de esta época que la promueven.
Este nombre se aplica a varios estados heterogéneos, relacionados entre sí por el decaimiento, el desinterés y la tristeza, y diversas formas de la angustia y la inquietud. Incluye, no sólo el uso que hace de él la psiquiatría, sino también la multitud de malestares que la gente nombra con él, al favor de la buena prensa que dispone.
Por este sesgo es que, desde el psicoanálisis, incluimos a la depresión entre los «nuevos síntomas» a pesar de que la conocemos desde hace mucho tiempo. Es nuevo por su extensión, no por el modo en que involucra a la estructura a la que deja al desnudo.
Lo que M. Recalcati denomina carácter estructural de la Depresión, se apoya en la noción lacaniana de sujeto como falta en ser. Hay dos vertientes en esta falta: Una es la que, de esa falta, llama al deseo y permite la inserción en la red de enunciados, razones y argumentos donde esos acontecimientos son modelados, inscriptos y, fundamentalmente, lo que nos permite situar allí un sujeto. La otra toma en cuenta la referencia de Lacan al dolor de existir. En ella define a la vida como un moho, una hinchazón, que no se caracteriza más que por su aptitud para la muerte.
Depresión entonces, es el nombre de un malestar que se extiende a escala planetaria.
El sentido y la función narcisista de la imagen velan este trasfondo de lo real de la vida unida a la muerte. Esta bifurcación es la que la depresión descubre: lo irreducible de la «lesión real» de la división subjetiva refractaria al sentido y poco proclive a los engaños de la imagen ideal.
La Depresión, así considerada, tiene algo de obvio y mucho no avanzaríamos si sólo sostuviéramos lo que los mismos pacientes saben: que lo que da valor a la vida no está asegurado y comporta una apuesta irreductible del sujeto. Y este valor, cuando es general, o sea, cuando vale para todos igual, deprime. Este el problema del objeto de consumo. Disimula muy mal (porque disimula) que es para cualquiera, aunque sea la exclusividad Gold, es exclusividad Gold para cualquiera. Y para sostenerlo debe recurrirse a las operaciones de marketing que no casualmente operan por la repetición del mensaje.
Mucho más grave por supuesto para quienes son considerados menos que cualquiera. En nuestro país entre un 30 y un 40 % de la población.
Esta es la variante de la demanda que pretende colmar la falta estructural por vía del objeto de consumo. Al igual que en la melancolía, es la excesiva presencia del objeto y no su falta, lo que favorece la depresión.
Sin embargo, esta perspectiva corresponde a la de la época de las mayorías, de las estadísticas y los protocolos multicéntricos, pero no es la del psicoanálisis. En cambio, lo que desde él se puede ofrecer, es la consideración singular de aquello que, para cada cual, surge de esa confrontación con el dolor de existir. El psicoanálisis es capaz de procurar un saber hacer que va en el sentido contrario al de la época: si ésta ofrece un tratamiento generalizado, redoblando en el mismo las condiciones que inciden en la estructura, el psicoanálisis puede delimitar las condiciones en las que aparece el malestar y, más aún, precisar el punto donde la decisión del sujeto quedó trunca por impotencia o rechazo.
El psicoanálisis es capaz de procurar un saber hacer que va en el sentido contrario al de la época: si ésta ofrece un tratamiento generalizado, redoblando en el mismo las condiciones que inciden en la estructura, el psicoanálisis puede delimitar las condiciones en las que aparece el malestar y, más aún, precisar el punto donde la decisión del sujeto quedó trunca por impotencia o rechazo.
Pero la época contemporánea nos confronta a la extensión del fenómeno. Una posible respuesta pasa por considerar los cambios en el régimen del Ideal resultante de la caída de los significantes rectores. En efecto, si el Ideal era referido a las prerrogativas de la autoridad que ordenaba la Ley, en la época contemporánea nos encontramos que sus prescripciones son reemplazadas por la incitación a la iniciativa personal y a la responsabilidad [3]. Cada sujeto es responsable de su propia autorización y debe aprender a ser él mismo. Esto implica que la definición de los límites de ese ideal quedan por su cuenta, debiendo medirse con una prescripción vacía y fragmentaria. Según Rego Barros [4], este fracaso en la identificación a los ideales se subroga en la identificación a un fragmento de los mismos que, adquiere así, un valor equivalente al Superyo.
Podemos operar una primera reducción en esta extensión desde el diagnostico, porque en el término depresión se incluyen tanto las estructuras neuróticas, cuyo sufrimiento surge del decaimiento del valor narcisista de la imagen ideal, como las estructuras melancólicas, propias de la psicosis, en donde hay un rechazo del sistema simbólico como tal.
El registro simbólico y el imaginario están anudados mediante la metáfora paterna, metáfora cuyo operador es el padre y cuyo resultado es la significación fálica del sujeto. Cuando falla, se produce una disyunción entre las formaciones imaginarias y su regulación simbólica. El goce, que era recogido por la significación fálica, aparece entonces en varias localizaciones dolorosas.
La clásica bipartición entre neurosis y psicosis es importante en cuanto a la naturaleza del trabajo a realizar, ya que, si en las depresiones neuróticas hay más chance de subjetivar esa falta mediante el trabajo de duelo, en los estados melancólicos este trabajo de duelo es, cuando menos, conjetural. El sujeto sufre una mortificación por la imposibilidad de discriminarse del objeto y sucumbe a una fusión con él. La celebre frase de Freud acerca de la sombra del objeto conserva toda su vigencia.
En cambio, en el registro neurótico, el sujeto experimenta un apartamiento del Otro, desvalorizando su propia imagen a causa de la inconsistencia imaginaria del objeto que, por alguna contingencia, ha perdido su brillo fálico. Estos pacientes no esperan nada nuevo, sólo apelan al retorno de lo idéntico que han perdido.
La operación metafórica que liga los registros imaginario y simbólico es donde se inscribe la represión significante que nos permite operar con el sentido. A partir de ella podemos separar el deseo y la demanda e instalar la suposición de saber como vertiente significante de la transferencia.
Esta operación fue llamada por Lacan alienación y debe distinguirse de otra, a la que llamó separación, por la cual es posible situar el lugar del goce y precisar una segunda aproximación en la determinación del sujeto.
Miller ha sistematizado las diferentes variantes que asume esta relación entre las dos determinaciones del sujeto y la ha presentado como Los Seis Paradigmas del Goce [5], en el cuarto paradigma, el goce se encuentra como objeto perdido. Tesis Freudiana por excelencia y que conviene a nuestro tema. Este cuarto paradigma es el momento en que se introduce el objeto a. Objeto que, si bien no tiene la materialidad del significante, permite circunscribir la sustancia gozante.
En la depresión encontramos al cuerpo replegado sobre sí mismo rechazando la representación significante. Al hacerlo queda también imposibilitado de acotar lo que llamamos el moho de la existencia. Se aferra así a una voluntad de ser que implica no pasar por la castración que divide al Otro y que se inscribe como saber en el inconsciente.
Este rechazo de la pérdida -que podría posibilitar la entrada del sujeto en el campo del Otro- tiene como consecuencia una fijación de la pérdida. El sujeto se rehúsa a hallar un lugar en el saber del Inconsciente y regresa al estado que precede a su advenimiento, eternizando la dimensión de la espera.
Al situar al problema en una dimensión ética, Lacan nos permite una ultima reducción desde la extensión estadística, propia de la condición actual de la depresión, hasta la responsabilidad de cada cual frente al goce.
Lacan, en Televisión [6], sitúa el problema de la depresión en el orden moral: «se califica por ejemplo a la tristeza de la depresión, cuando se le da el alma por soporte, o la tensión psicológica del filosofo Pierre Janet. Pero no es un estado del alma, es simplemente una falla moral, como se expresaba bien Dante, incluso Spinoza: un pecado, que no cae en última instancia más que del pensamiento, o sea, del deber de bien decir o de reconocerse en el inconsciente, en la estructura».
Al situar al problema en una dimensión ética, Lacan nos permite una ultima reducción desde la extensión estadística, propia de la condición actual de la depresión, hasta la responsabilidad de cada cual frente al goce. Y ello nos lleva a preguntarnos por el modo de intervenir ante quien se encuentra en lo que F. Regnauld [7] llama el grado cero de la demanda.
Si bien hay varias opciones, todas están marcadas por la impotencia de los modos de intervención propios de la clínica de la neurosis, aquélla que partía de una articulación entre síntoma y transferencia, por vía de la rectificación subjetiva y la posterior histerización del discurso.
En el caso de que podamos contar aún con un grado mínimo de demanda, ésta se dirige a un otro del que no se espera nada, o quizás, que solo sea testigo de su sufrimiento, que constate su existencia, prueba del rechazo de la falta. Por esta variante es que llegan a ofrecerse como cuerpos al discurso de la ciencia. Es una chance, tal vez la primera aproximación pueda realizarse desde este lugar, que es el lugar del saber, o sea, lo propio del discurso universitario. Con el saber en el lugar del agente es posible obtener el síntoma [8]. Quedará luego por ver si es posible reintegrar este síntoma en el dispositivo analítico.
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En otras ocasiones, la compasión, o mejor aún, la espera de misericordia, puede ser el movimiento que llame al psicoanalista. El sentido no es menos sentido por ausente. El sentido gozado, puede aplicarse al absurdo de vivir y desde ahí ofrecerse como objeto para hacerle intolerable al Otro su pérdida. No apurarse a disminuir la culpa puede ser una respuesta. Como sabemos, la culpa puede dividir a un sujeto
En ocasiones, no tenemos otra cosa que las alteraciones del afecto. A éste se lo considera tradicionalmente un proceso de descarga, resultado de una represión que lo libera, dejándolo en condición de ligarse a otro significante. Por ello, su presencia adquiere un carácter engañoso pero que tiene un efecto de verdad. En tal caso puede, en determinadas condiciones, ser considerado una prueba de lo real, pero a condición de partir de una enunciación. Freud mismo enfatizaba la separación entre el humor y la enunciación, especialmente a partir de la estructura de la queja para convertirla en un mensaje al Otro. Este mensaje puede ser tomado en el registro del saber, si bien como un saber triste sobre la impotencia del lenguaje para abarcar lo real.
También encontramos lo que M. Recalcati [9] denomina, apoyándose en el conocido articulo de Lacan sobre la psicosis, como una cuestión preliminar. Se trata de las operaciones previas a un tratamiento y que orienta por » …un «si» preliminar al sujeto, que puede introducir otro diferente del Otro (traumático por excesiva presencia o por excesiva ausencia) que el sujeto ha encontrado en su propia historia».
Finalmente, y tomando el trabajo que varios autores [10] han realizado sobre la referencia al pecado que aparece en la frase de Lacan anteriormente citada, podemos recordar que el lugar de los tristes en la Divina Comedia es el de ahogarse eternamente en un agua nauseabunda donde sus quejas apenas se distinguen de los borborigmos de la ebullición. Rego Barros propone atravesar esos sonidos indiscriminados con una intervención poética que, guiada por el sin sentido, los convierta en significantes.
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