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Entendamos a la cultura como el entramado de códigos compartidos por un grupo social o conjunto de personas, que hacen posible la interacción, el entendimiento y la comunicación. La misma es una construcción social, por lo cual es a la vez histórica, dinámica y cambiante.
Se manifiesta tanto en el habla como en las prácticas cotidianas; se esconde detrás del sentido común y nos guía entre los pensables de nuestra realidad. Es parte de los guiños cómplices o las confrontaciones y está en las raíces mismas del humor, pero también en lo que “no causa gracia” y es “tema serio”. La cultura también se convierte en objetos y en las utilizaciones posibles (y/o evidentes) de los mismos. Se vislumbra en la carga valorativa que las cosas acarrean o los gestos y actitudes traslucen. Esta carga valorativa hace referencia al plano de la significación, que es parte central de toda construcción cultural[1]. Así, no todo lo que es bueno y/o deseable para ciertos individuos, posee el mismo rango de jerarquía en la grilla ordenadora de otros.
Cada ciudad desarrolla una cultura que le es propia, característica, y que habla de ella como de un todo, pero no es difícil notar que está compuesta a su vez, hacia el interior, por infinidad de subculturas que discrepan y se superponen entre sí. No sólo es posible hablar de diferencias culturales entre pueblos, comunidades, ciudades y grupos, también la vemos aflorar en las familias como distancia e incomprensión generacional de abuelos o padres a hijos.
La ciudad de Miami ha crecido históricamente nutriendo su masa de población del arribo de comunidades migrantes. Fundada en 1896 alimentó su expansión urbana de la diversidad y pronto se ganó el mote de “La puerta de las Américas” (Gateway to The Americas)
Cada ciudad desarrolla una cultura que le es propia, característica, y que habla de ella como de un todo, pero no es difícil notar que está compuesta a su vez, hacia el interior, por infinidad de subculturas que discrepan y se superponen entre sí.
En los ’90, pero con más claridad desde el 2000, la composición de la población volvió a reconfigurarse y organizarse: las transformaciones en el mundo de la tecnología y los negocios impulsaron cambios en la economía mundial y acortaron las distancias -y las formas en que se perciben las mismas- a la vez que ayudaron en la formación de un mundo más comunicado e interactivo. Así, la localización geográfica de Miami resultó ser un atractivo para la instalación de muchas empresas multinacionales que planificaron su inserción y expansión en un planeta cada vez más global, encontrando en esta ciudad y sus áreas aledañas, un lugar propicio para construir sedes y oficinas de comercio internacional, trasladando ejecutivos y personal de todo tipo de jerarquías.
En los años que van del siglo XXI esta calurosa ciudad ha seguido creciendo al impulso de los mercados mundiales y las diversas crisis económicas y sociales de Latinoamérica, pero también de Europa, Oriente Medio y Asia. Ha ido cobijando a diversos grupos de orígenes foráneos que se fueron instalando aquí, trayendo sus prácticas culturales distintivas que al recrearlas les han permitido insertarse en éste, su nuevo hogar.
La característica distintiva de Miami es la interculturalidad, entendida ésta como la habilidad de negociación de sentidos entre culturas otras. Ésta hace referencia a la especificidad de la interacción.
Esta región, como todas las de los Estados Unidos, se enmarca tras los parámetros legales y ordenadores de la “cultura oficial americana”. Pero este dato de la realidad no está relevando la cultura como la veníamos indagando, desde el plano de las significaciones, como el conjunto de códigos compartidos que permiten la interacción, la comunicación y la vida en común. Es desde allí donde podemos decir que, si bien es verdad que existe una cultura oficial, la misma no por ello es la hegemónica. En cierto enclave de la ciudad se puede advertir la supremacía de un conjunto de códigos y prácticas culturales, en cambio en otro, otros. Como totalidad la ciudad de Miami -con sus alrededores- se caracteriza por conformar este “melting pot” cultural y allí abreva su particularidad.
entre el emisor y el receptor puede haber marcos culturales diversos que lleven a que la decodificación se vea mediada por la discrepancia entre estos. Al estar alertas de esta cualidad de la interacción saben que, para que la comunicación efectiva se lleve a cabo, deben poner en acto su habilidad intercultural. Y así lo hacen.
Es aquí, en el plano socio semiótico, donde se visualiza clara la peculiaridad cultural de esta ciudad y sus alrededores. Es en el nivel de los intercambios simbólicos, las decodificaciones y valuaciones, es en el complejo repertorio de hablas diversas, en el entramado de signos y significaciones que impulsan y poseen los individuos, en los mismos que organizan la comunicación e interacción y a través de los cuales se orientan las prácticas habituales, donde aparece evidente su fortaleza. La vida cotidiana en el área de Miami educa, por la convivencia entre comunidades diversas, para desarrollar la habilidad de negociación intercultural permanentemente. Esa es su peculiaridad y su fuerza.
Para poder ser individuos competentes en el contexto de hoy, en un mundo global -del cual la ciudad de Miami es un enclave dinámico-, ya no alcanza simplemente con ser bilingüe o más… Moverse eficazmente entre diversos planos significativos requiere poner en práctica habilidades. Aquí no sólo los individuos crecen en un contexto multicultural, también su núcleo familiar íntimo y todos quienes los rodean están en contacto permanente con culturas otras, con formas de decir, actuar y apreciar el mundo, diferentes a las propias. Es entonces en el tejido cotidiano de la interacción, en espacios de socialización formal o informal, en las escuelas y oficinas, en mercados, casa de vecinos o parque público donde se desarrolla la habilidad de la interculturalidad. Y es en esta realidad donde se construye y conforma la cultura propia.
Valga aclarar, que en la convivencia diaria de esta ciudad de migrantes, es común la agrupación de los actores entre sus más similares. Al igual que en todo espacio multicultural, aquí también, une el confort y la familiaridad de la pertenencia. Los individuos, mayoritariamente, se acercan a sus connacionales u otros cercanos. Pero, lo rico está en la toma de conciencia de que existe esta diversidad, desde temprana y a toda edad, que se transforma en parte del sentido común, en práctica habitual. Siendo un importante porcentaje de la población, en primera u otra instancia un desplazado, el modo de interactuar con los migrantes habla de la disposición a tratar con lo diferente.
Si pensamos en un básico esquema de comunicación, donde existe en un extremo el emisor y en el otro un receptor, en nuestro análisis ambos actores tienen conciencia de la no necesaria transparencia en la transmisión del mensaje; ambos saben –porque ello es lo que en su contexto sucede- que entre el emisor y el receptor puede haber marcos culturales diversos que lleven a que la decodificación se vea mediada por la discrepancia entre estos. Al estar alertas de esta cualidad de la interacción saben que, para que la comunicación efectiva se lleve a cabo, deben poner en acto su habilidad intercultural. Y así lo hacen.
La interculturalidad hace referencia al plano de la interacción simbólica en el mundo multicultural, al espacio de negociación de sentidos para la construcción común. La misma está en las raíces de la cultura de Miami y es, en tanto parte del sentido común de sus habitantes, una habilidad cultural que los ayuda a actuar, a construir y moverse sin conflictos en los resquicios del mundo global de hoy, entramado que requiere seres aptos para la interacción y despiertos para respetar y aceptar la diversidad. Para estos ciudadanos la cultura propia es una de sus mayores ventajas competitivas en estos tiempos de interconexión. Esta realidad cultural, esta forma de pararse en el mundo, es también su valiosa fortaleza.
[1]- Para profundizar en este tema véase: “La Cultura de la Noche. La vida nocturna de los jóvenes en Buenos Aires”. Mario Margulis y otros. Ed. Espasa Calpe, 1994 (primera edición. Reediciones de Editorial Biblos) Bs. As. Allí encontrará una compilación de artículos – entre los que se encuentra la autora del presente- donde se concibe a la cultura desde el plano de la significación y se despliegan al respecto tanto explicaciones como estudios de campo.
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