El Beso. Gisela Savdie
Iniciaremos estas reflexiones sobre algunas de las manifestaciones singulares propias del lazo conyugal como son los celos, la infidelidad y el hastío, planteándonos en primer lugar una pregunta: ¿es posible llamarlas síntomas?
Recordaremos que una de las definiciones del Síntoma para Freud [1] es que el mismo es señal y sustituto de una satisfacción pulsional no realizada que cae bajo la represión y aparece luego, de esa transacción y/o formación de compromiso como un sufrimiento que hay que descifrar.
Cuando los analistas hablamos de síntoma, lo hacemos en el sentido apuntado más arriba, y nos autorizamos así a hablar de síntomas del conyugo, aclarando, en primer lugar, que no se trata entonces de suprimirlos o curarlos, sino de analizarlos, es decir, de encontrar las razones estructurales que lo sostienen.
Es el momento de retomar la aguda afirmación de Charles Melman: el matrimonio es una situación patógena no reconocida como tal.Esto querrá decir que a los futuros esposos les espera, junto con las promesas que acompañan al matrimonio, el inevitable pasaje por situaciones patógenas.
Para Freud, la bigamia o la infidelidad estarían justificadas en el hombre por la existencia de dos corrientes, una tierna y la otra sensual, que conformarían el deseo y el amor en la etapa edípica, y se reproducirían después de transitada la infancia y de acuerdo a las experiencias vividas en ella: a mayor prohibición mayor disyunción de la vida amorosa.
En las mujeres, el ingrediente más conflictivo tendría que ver no sólo con el Edipo, sino con la etapa pre-edípica de la pequeña niña, que una vez convertida en mujer se cobraría con su amante marido de todos los sufrimientos y privaciones que tuvo que soportar de su madre.
Pero más allá de estas explicaciones que, tempranamente en la obra de Freud, dan cuenta de las agudezas de sus afirmaciones respecto del desencuentro amoroso,…
Intentaremos a partir de estas manifestaciones que son evidentes en la mayoría de las parejas, interrogarnos sobre estas evidencias y sobre todo, preguntarnos qué se puede esperar de un psicoanálisis, quiero decir de quienes se hayan analizado, si el análisis puede librar a los sujetos aquejados por estos malestares y por qué razón.
Comenzaremos con la infidelidad, porque este tipo de vínculo, en donde para el “infiel” parece lícito estar con la pareja y a la vez con otra/o, nos pone frente a una modalidad de relación que actualmente podemos llamar “normal”, en el sentido de que un número cada vez mayor de sujetos que escuchamos en los consultorios, dan por sentado que lo que falta de un lado, hay que buscarlo en otro ¡y ya!
Es decir, que asistimos hoy en día a un convite de vivir con la pareja lo que se pueda, y lo que no, se vive con otro partenaire. Se trata, entonces, de vivir relaciones en las que nada debe faltar.
Primer punto.
Ahora podemos preguntarnos ¿es posible que haya deseo sin falta?, ¿es posible –aun- que haya amor sin falta? Para nosotros, los analistas, la respuesta es no. Tanto el deseo como el amor se soportan en una falta. Hombres y mujeres deseamos a alguien en tanto vendrá a obturar, como un tapón, un hueco de nuestro ser, y amamos a quien sabemos conciente o inconscientemente que nos necesita.
En cada encuentro amoroso o sexual se pone en juego una complejísima dialéctica del ser y del tener, que es la responsable de que imaginariamente las cosas se resuelvan del modo que describimos más arriba: imaginando que todo es posible
Es así como para pensar los conflictos relacionados con la infidelidad, hoy vamos a preguntarnos si estas manifestaciones tienen las mismas consecuencias para uno u otro sexo, y cómo se relacionan con los celos y el hastío, de los que todavía no hablamos. Como veremos, resulta difícil analizarlos aisladamente, y tal vez descubramos que se trata de tres modalidades diferentes de la misma dificultad.
Pareja. Gisela Savdie
Una evidencia clínica respecto de la infidelidad es que ésta no tiene las mismas consecuencias para los dos sexos. Esto que parece una perogrullada, es menester tenerlo en cuenta, ya que tal vez podamos coincidir con Lacan en que el donjuanismo es un fantasma femenino, pero no sin agregar que el “cornudo” es un fantasma masculino.
Vemos que en el primer caso se trata de mantener la potencia del macho, para lo cual será necesario sostener que tiene varias mujeres, mientras en el segundo se trata de estar atento a que ninguna pueda manchar el nombre.
El falo y el nombre entonces se ponen en juego en esta modalidad sintomática llamada infidelidad.
Tener en cuenta esto nos ayudará a explicarnos la frecuencia de uno u otro de estos fantasmas en las diferentes estructuras clínicas, como así también a pensar porqué contrariamente a lo que se transmite en un discurso “machista” aunque también esté en boca de las mujeres, y también contrariamente a lo que se cree, las mujeres son más infieles que los hombres. Habría en ellas un deseo de tener que no sería fácil de saciar. El continente negro no se llena, de donde también el temor de ciertos hombres que se impotentizan ante la sola suposición de quedar atrapados en él.
La variedad de los relatos de los analizantes respecto de este tema no impide que podamos establecer algunas coordenadas con las que manejarnos ante estas expresiones del malestar de la vida conyugal.
Señalaremos que es muy común que los relatos se susciten buscando una respuesta por parte del analista, quiero decir, que es frecuente encontrarnos en situaciones en donde se advierte una demanda de desculpabilización, complicidad, etc.
Es fácil comprobar entonces que, mucho más que en otros temas, en los relatos sobre la infidelidad subyace un solapado juicio moral y por lo tanto, es importante estar atentos para no deslizarnos hacia un tipo de abordaje que pretenda una transmisión de un saber hacer.
Dejaremos planteado este punto, muy importante a nuestro entender para retomarlo más adelante.
Sigamos con los celos. En primer lugar nos conviene preguntarnos cómo un sentimiento considerado también “normal” y no solamente privativo de la vida amorosa, es relacionado en un importante análisis de Freud con la paranoia y la homosexualidad .
Digo que preguntarnos esto nos ayudará a pensar sobre nuestra “normalidad”, nuestras normas, cuando la misma incluye manifestaciones que pueden emparentarse con la paranoia, como lo sostiene no sólo Freud en el artículo mencionado, sino también Lacan desde su tesis hasta el final de su enseñanza. O sea que nuevamente vemos como nuestra práctica debe interrogar constantemente las evidencias.
También tendremos que deslindar cuando hablamos de los celos su relación con la envidia, y la especificidad femenina o masculina de los mismos, como en el caso de la infidelidad.
Retomemos ahora a Freud: en el texto citado (nota 1), él …
… propone una teoría psicoanalítica de los celos, distinguiendo los celos normales, los celos proyectivos y los celos delirantes. En el primer caso, los celos normales, se refiere al dolor experimentado por quién sabe o cree perder el objeto de amor. En el segundo caso, su intelección pone en juego un mecanismo del inconsciente como la proyección de deseos de infidelidad reprimidos, y en la tercera forma, los celos aparecen, nos cuenta, cuando estos deseos son provocados por un partenaire del mismo sexo.
Desde este famoso artículo de 1921 hasta el presente, podemos decir que en un gran número de casos, las interpretaciones por el lado de la proyección parecen abordar sólo un aspecto de los celos, por lo que trataremos de incluir algunas preguntas que surgen de nuestra práctica.
Al intentar deslindar los celos de la envidia, vemos que esa diferencia no es fácil de establecer. Freud habla de envidia fálica en el desarrollo libidinal de la niña, pero esa explicación ¿basta para identificar los celos como un sentimiento profundamente femenino?
¿Podemos hablar de un estadio previo a los celos en donde la envidia sería algo así como su soporte libidinal?
¿Hay algo más profundamente visceral que la envidia y los celos?
Para contestar en parte estas preguntas recordaremos que Lacan da el ejemplo que cuenta San Agustín en las Confesiones, de un niño que cuando miraba a su hermanito prendido al seno materno, palidecía de envidia.
Podemos pensar que esta envidia la genera entonces la imagen de alguien que tiene el objeto fuente de su verdadera satisfacción. Ahora bien ¿el deseo se podría instaurar sin la envidia o sea sin la idea de que otro conoce la satisfacción absoluta?
La clínica nos muestra que cuando un niño es educado en condiciones en las que se lo protege de las manifestaciones del deseo, esto no es sin consecuencias.
Ahora bien, es interesante notar que tanto en Freud como en Lacan el objeto por el que se siente envidia es el falo, que sólo llega a ser una representación imaginaria del objeto a, es decir del verdadero objeto, aquel que provoca mi deseo y del que resulto privado.
A partir de esta dinámica que tan cotidianamente nos muestra la envidia como constitutiva del deseo, los cónyuges suelen entrar en conflictos de los que les resulta muy difícil salir, por la convicción, …
volvemos a repetir, …
de que ese objeto del que resultan privados es el partenaire quien sí lo tiene y como sabemos esas peleas interminables solo cesan, cuando se logra ubicar en su lugar la falta.
Ahora bien, como nada es eterno, qué pasa cuando la pasión ya no está, qué pasa cuando una pareja que se ha constituido a partir del amor y del deseo, con los años descubre que ya no hay ninguna sorpresa, que cada uno sabe y sabrá de antemano cómo va a responder el otro – ¿qué pasa cuando sólo queda la familiaridad?
Sucede que en ese momento si no aparece el odio, que como dijimos también mantendrá seguramente unida a esa pareja, surge el temible aburrimiento.
El hastío se cuela por los intersticios abiertos por la no relación sexual de la que hablaremos “con Lacan”.
De todos modos, y sin llegar a adelantar los desarrollos que justifican los impasses aquí tratados, encontramos que en las Leyes propias de la Institución del Matrimonio anidan los gérmenes de su destrucción.
Puntuaremos como ejemplo uno de los principios jurídicos del lazo conyugal, que es la dualidad.
La institución matrimonial está prevista para unir y vincular para su convivencia y procreación a dos personas. Si bien es cierto que el tema del dos será trabajado más adelante, en este momento nos parece importante retomar …
… esta vinculación dual, que está en la base de la institución matrimonial, y que conlleva el desconocimiento de la alteridad y conduce o bien, a confusiones y mimetismos, o bien, a agresiones tendientes a evitarlos. Así, vemos parejas que unifican sus vidas, a costa del sacrificio de la subjetividad de uno de sus miembros por un lado y por otro, parejas que no pueden acordar ni la película que quieren ir a ver y en las que la discusión forma parte de su cotidianidad.
Otro ejemplo tomado de las propias Leyes del Matrimonio, nos lo ofrecen los deberes de los cónyuges, que si bien varían según el ordenamiento jurídico de cada país, por lo general imponen la obligación de vivir juntos y guardarse fidelidad, socorrerse mutuamente, etc., hasta que la muerte los separe.
Estos deberes pueden al principio no sentirse como una coerción, ya que el lazo amoroso y sensual impone a los enamorados necesitarse mutuamente. Pero es evidente que esto no puede plantearse para toda la vida y que una vez apagada la llama del deseo, se encienden los deberes.
¿Por qué habría de imponerse algo si no fuese difícil de cumplir?
Para responder a esa pregunta basta con remontarnos al soberbio ensayo “Tótem y Tabú” [2] donde queda claramente demostrado el origen de la ley y su relación con el padre muerto. No olvidemos que una de las enseñanzas de ese texto es que una vez cumplido el acto que los va a liberar, los hijos caen bajo la tiranía de otro Amo, tal vez más implacable, su propio Superyó.
Recordemos también que la institución de la familia no es algo natural sino, por el contrario, surge inicialmente por una necesidad social de organizar y prohibir a los miembros de un grupo las mujeres de otro.
Desde las tablas de Moisés, los derechos y obligaciones han regulado los distintos tipos de lazos entre los hombres, y no debería sorprendernos que también sean necesarios para el sostenimiento del lazo conyugal. Lo que intentamos al señalarlos es descubrir que esto no es sin consecuencias.
El hastío es una de las manifestaciones más reales podemos decir, de responder a la inquietante fórmula: hasta que la muerte nos separe. Prometer algo a cuenta de la muerte, además inscribe al matrimonio en la estructura de la promesa, de la alianza, pero esta promesa como sabemos conlleva una imposibilidad, …
entonces un hombre y una mujer han decidido realizar lo imposible. Imposible que cubre el velo del amor. Pero… el amor… se muere, como apuntamos más arriba, pese a los malabares para revivirlo.
Entenderemos el tedio, como el último peldaño de esa escalera que solamente baja (siempre rico el simbolismo freudiano) como reacción (si es posible decirlo de ese modo) a la caída absoluta del deseo.
¿Por qué será que esto acontece sobre todo a las mujeres, más expuestas a la melancolía y a la psicosis del ama de casa?
Encontramos entonces, ese cuadro tan frecuente de una pareja mortificándose sin cesar, sin que alguno de sus miembros pueda hacer otra cosa más interesante que aguantar, sin poder dejar el domicilio conyugal que a esta altura se ha convertido en una jaula, como decía una analizante, aunque sea de cristal.
Conocemos también por las consultas que recibimos que existen otras dolencias que se van apropiando de estos cuerpos, jaquecas, insomnios, enfermedades reales o imaginarias, lo que conlleva a interminables consultas con médicos que a veces preguntan por la vida amorosa.
Para terminar, está claro que la institución matrimonial ha ido cambiando con los años, que ya las mujeres no necesitan legitimar la maternidad por medio del casamiento, que está permitido el divorcio e incluso el vínculo legal en parejas homosexuales.
Pero también está claro que, pese a todos estos cambios, los jóvenes actualmente se comprometen en convivencias que no implican la legalidad conyugal, lo que parece traerles algunas ventajas al escapar de los efectos asfixiantes de la misma.
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