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Los profesionales que nos ocupamos del tema, empezamos creyendo que había que enfocar el trabajo preventivo en las victimas, pero descubrimos que todos podemos ser potenciales víctimas y /o perpetradores.
Cada crimen que ocurre en las escuelas nos obliga a pensar en el día a día de la actividad escolar que afecta a nuestros hijos. ¿Qué está pasando? ¿Qué podemos hacer para preservar estas jóvenes vidas?
El acoso escolar es un tema viejo, pero al igual que la violencia doméstica, solo recientemente ha sido reconocido como de interés social o salud pública. Se define como acoso todo aquel acto de violencia sobre un estudiante, que se caracteriza por ser repetido, por tener una intencionalidad y mostrar una relación con desbalance de poder. Por ejemplo: una pelea entre dos alumnos de la misma edad generalmente no es acoso; una pelea entre un niño de 8 años y un joven de 14 podría serlo o bien, cuando hay varios de un bando contra uno diferente.
El acoso escolar en los Estados Unidos y en algunos otros países se reconoce con el nombre de bullying. Tiene además la particularidad de que muchas veces vuela por debajo del radar de los padres y profesores, porque ocurre donde no hay supervisión. Los pasillos de las escuelas, los autobuses y desde luego Internet son lugares propicios para ello. Si como adultos, tuviéramos que vivir en nuestro trabajo alguna de las penurias que nuestros hijos viven en el colegio, probablemente demandaríamos la intervención de organismos internacionales.
Los profesionales que nos ocupamos del tema, empezamos creyendo que había que enfocar el trabajo preventivo en las victimas, pero descubrimos que todos podemos ser potenciales víctimas y /o perpetradores. Ejemplo de ello podría ser el blanco en una clase de negros, o el negro en una clase de blancos, o el homosexual en una fiesta de heterosexuales, una mujer en un grupo de hombres, o el que usa lentes, o quien tiene ortodoncia. Las excusas sobran para dar salida al odio.
…en la tragedia de la vida, pareciera que los roles se intercambian. Habiendo aprendido esto, decidimos enfocarnos no en la victima, ni en el perpetrador, sino en la inmensa mayoría que silenciosa, resuelve no hacer nada para acabar con la situación en la cual alguien es excluido o perseguido, por alguna diferencia de raza, clase social, edad, sexo, etc.
Pero además aprendimos que los roles victima-perpetrador tienden a rotarse. Es muy frecuente hallar que quien hoy es torturado en el colegio busca a quien torturar en casa, o viceversa, es decir que en la tragedia de la vida, pareciera que los roles se intercambian. Habiendo aprendido esto, decidimos enfocarnos no en la victima, ni en el perpetrador, sino en la inmensa mayoría que silenciosa, resuelve no hacer nada para acabar con la situación en la cual alguien es excluido o perseguido, por alguna diferencia de raza, clase social, edad, sexo, etc.
Para llegar hasta allí también observamos que en casos de extrema crueldad entre seres humanos, cuando una persona o grupo se solidariza con las víctimas, el desenlace es diferente. Por ejemplo en la Segunda Guerra Mundial, aquellas comunidades europeas que respaldaron a sus conciudadanos judíos, la mortalidad fue mínima. La solidaridad activa y la intervención de testigos parece ser la clave para evitar la violencia en cualquier terreno.
El enfoque más moderno en la lucha en contra de la violencia escolar se centra en convertir a la mayoría de la población en testigos activos, que intervengan a favor del oprimido, de aquel que es percibido como diferente. El lema “cero tolerancia” de los años ‘90 paso a ser “cero indiferencia” en el siglo XXI. Y dado que ningún detector de metales es capaz de delatar los prejuicios y el odio que llevan a la violencia, nuestra única opción es la educación.
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