Edición
54

Abuelos: Nunca es tarde para emprender

Madrid
¿Emprender, es solo para jóvenes? Una mirada que desafía los estereotipos sobre la vejez, valora la experiencia y poder transformador de los sueños tardíos como aliados para la creación de nuevas oportunidades.

En un mundo que a menudo celebra la juventud como sinónimo de innovación y creatividad, Entrevistamos a Fernando Lallana quien nos invita a mirar la riqueza vital, ética y de profunda trayectoria de quienes han vivido lo suficiente como para preguntarse, con autenticidad, “¿y ahora qué?”.
Con una formación que abarca el derecho, el emprendimiento, la educación y la filosofía, Lallana ha publicado más de diez libros y es el impulsor del proyecto Premios +50emprende, un movimiento que replantea el lugar de las personas mayores de 50 años en la sociedad y en el mundo profesional.
Conversar con él es abrir un espacio donde la experiencia se entrelaza con el humor, la honestidad y una mirada profundamente reflexiva sobre la vida. En este diálogo, Lallana no solo nos habló de emprendimiento, sino que nos llevó a cuestionar los modos en que habitamos el tiempo, el deseo y el sentido.
Nos recordó que los proyectos más significativos muchas veces nacen del deseo profundo, no del cálculo, y que el mayor capital no es la juventud del calendario, sino la experiencia puesta al servicio de lo que importa. Frente a una sociedad que muchas veces apaga las voces de quienes ya “han cumplido”, él propone volver a encenderlas. Y no desde la presión de seguir produciendo, sino desde la libertad de reconectar con lo que verdaderamente somos.
Su mirada sobre el liderazgo, la intergeneracionalidad, la autenticidad y la dignidad como motor del acto creativo nos invita a repensar no solo cómo emprendemos, sino también desde dónde vivimos.

Abuelos: Nunca es tarde para emprender, que escribiste con Ana Virtudes, interpela a la generación que carga con ser identificados como mayores y asociada con ideas rígidas sobre el paso del tiempo, las etapas de la vida, y la jubilación como una especie de llegada al vacío. ¿Por qué decidiste escribir este libro?

Este libro es muy especial para mí. Justamente lo escribí cuando cumplí 50 años, y fue parte de una experiencia personal. “Nunca es tarde para emprender de abuelo” nació de un encuentro con Santiago Requejo, el director de la película Abuelos. Él me compartió su idea —era su primera película— sobre unos abuelos emprendedores y con sinceridad le dije que no sabía si eso funcionaría, si alguien iría al cine a ver algo así. Pero nos pusimos a trabajar juntos, él buscando a alguien del mundo del emprendimiento que pudiera asesorar algunas escenas. Con el tiempo, descubrimos que esto iba más allá de una película o de un premio, había verdad en lo que hacíamos. Y cuando hay verdad, la gente se conecta.
Vivimos en una sociedad que no dignifica la edad. A partir de los 50, en muchas organizaciones ya te empiezan a mostrar la puerta de salida. Y eso es incongruente con el hecho de que vivimos más años, y de que las pirámides poblacionales se han invertido.

El libro no sólo habla de emprendimiento como creación de empresa, sino como una decisión vital…

Exactamente. Este movimiento trata de dignificar el valor de la edad y lanzar un mensaje muy claro: nunca es tarde para emprender,  Y yo agregaría que nunca es tarde para nada.
En su momento no existía una bibliografía que aborde este tema desde ese lugar, así que nos propusimos mostrar las fortalezas reales de las personas mayores de 50 años. No se trata de compararlas con jóvenes, sino de reconocer que cuentan con experiencia, estabilidad emocional, y muchas veces una mayor claridad para afrontar proyectos con sentido.

¿Y qué es lo que más te ha conmovido en este recorrido?

Las historias y las personas, porque el emprendimiento no se trata solo de números, planes de negocio o finanzas, me interesa quién está detrás. Hay proyectos que en manos de una persona funcionan, y en manos de otra no, porque la clave está en el ser humano.
Me emociona ver cómo algunas personas se reinventan después de quedar fuera del mercado laboral, o cuando llegan a una edad donde dicen “ahora es el momento. O lo hago ahora, o ya no lo haré nunca.” Ahí aparece algo muy auténtico,un deseo de conectar con la vocación verdadera, con eso que quedó guardado por años, porque antes había que responder a otras urgencias, pagar la casa, criar hijos, sostener la economía familiar. Eso tiene valor, pero muchas veces se postergó lo más genuino.

¿Y qué ves cuando finalmente se animan?

Una transformación, cambian la energía, el cuerpo, la mirada. Porque cuando alguien se siente visto, valorado, escuchado, se enciende. Es un cambio de chip que me cautiva, aparece el arrojo, la valentía, la decisión de vivir con sentido. No lo hacen por dinero, muchas veces ya tienen su vida resuelta, lo hacen por dignidad, por volver a tocar eso profundo que los conecta con su esencia.

Este movimiento trata de dignificar el valor de la edad y lanzar un mensaje muy claro: nunca es tarde para emprender. Y yo agregaría que nunca es tarde para nada.

Para mí, emprender no es sólo tener una empresa, es animarse a buscar algo que tenga adrenalina, que movilice. Es creatividad, innovación, ofrecerle algo al mundo, y eso puede suceder a cualquier edad. Siempre digo que emprender a los 60 o 70 años no es improvisar, es actuar con conciencia, con historia, con urgencia interna. No es el reloj del mercado, es el reloj del alma.

Y eso, también, es profundamente político. El sistema empuja hacia el silencio, hacia la invisibilidad de quienes ya “cumplieron su ciclo” …

Nos negamos a aceptar que a cierta edad ya no hay nada por ofrecer. En la primera edición de los premios +50emprende, hice un cálculo con la edad promedio de los participantes y resultaron 22.000 años de experiencia acumulada. ¡Más que desde la época de las cavernas! Y me pregunté cómo es posible que estemos desaprovechando todo esto. Este movimiento dice con fuerza “Te vemos. Tu experiencia importa. Aún podés hacer cosas increíbles”, y eso transforma vidas.
Porque no hablamos de negocios, hablamos de personas que vuelven a encenderse, no lo hacen por estatus ni por necesidad económica, lo hacen por dignidad, por sentido. Después de años priorizando la seguridad, el deber, la familia, llega un momento donde algo adentro dice “ahora quiero vivir desde lo que verdaderamente soy.” Y ahí sucede algo hermoso, como cuando sacas un tapón y de repente fluye la vocación, el deseo, la autenticidad que estuvieron guardados por años. Vemos personas que se permiten, por fin, ir detrás de lo propio, y al hacerlo, abren camino para otros, sus historias inspiran, contagian posibilidades, funcionan como espejos para quienes aún sienten que es tarde, y les muestran que no se empieza de cero: se empieza desde la experiencia.

Y ese efecto multiplicador es clave. Porque uno de los grandes obstáculos está en el imaginario colectivo que dice que después de cierta edad ya no hay nada nuevo por hacer…

Por eso digo que esto no es solo un libro o un premio. Es una manera de decir:
—“Todavía podés ser protagonista.”
Y no se trata de montar grandes empresas ni de alcanzar éxitos espectaculares. Se trata de dar un paso, de animarse a iniciar algo propio, de volver a sentir entusiasmo, curiosidad, alegría. Y, sobre todo, de no aceptar el silencio como destino.

También hablábamos del riesgo. Muchas veces se asocia emprender con necesidad económica o éxito financiero, pero vos lo planteás desde otro lugar: desde el sentido, desde lo personal.

Para mí, no se trata de dinero. No es cuestión de ganar más. Es una cuestión de dignidad. Es querer tocar eso que todos llevamos dentro y que nos conecta con lo más auténtico. Con el verdadero camino, con la vocación que quizá dejamos en segundo plano durante muchos años.
Pero, sobre todo, está ayudando a poner palabras a algo que no se decía. Porque había una especie de silencio alrededor del tema. Las que tienen que ver con la esencia de cada uno, con lo que verdaderamente somos.

Y qué fuerte es esa idea de que si no estás generando algo tangible, entonces no podés considerarte emprendedor. ¿Se transforma esta idea en una traba?

En el fondo, eso es una trampa. Una trampa que limita y que incluso degrada proyectos que no tienen porqué estar sustentados en una ganancia desmedida. Por supuesto que todo proyecto tiene que generar algún tipo de recurso, porque si no, estaríamos hablando de otra cosa.
Pero eso no tiene por qué estar en primer lugar. Para mí, emprender siempre ha sido algo distinto. Lo vivo —y lo transmito— como una hermosa aventura.

A veces, cuando alguien empieza un camino nuevo, parece que debe tener todo claro desde el inicio, y se deja llevar por la presión de obtener resultados rápidos, de buscar un beneficio inmediato.

Creo que las cosas más significativas que me han pasado en la vida ocurrieron cuando primero di algo sin esperar nada a cambio.
Y con este proyecto sucedió lo mismo. Cuando Santi Requejo me lo propuso, en ningún momento pensé en cuánto me iban a pagar o qué iba a ganar con eso. Simplemente sentí que era una aventura en la que valía la pena embarcarse.
Y con el tiempo, todo cobró sentido. Las cosas que están hechas desde la generosidad y los valores terminan tomando forma, creciendo y convirtiéndose, incluso, en proyectos sostenibles. Pero ese no es el punto de partida, sino más bien una consecuencia de haber seguido una convicción profunda.

Y en ese sentido, se nota que este es un proyecto que se construye desde el afecto, desde la conexión real con otros. ¿Cómo vivís esas conversaciones donde, poco a poco, alguien empieza a descubrir algo que no veía de sí mismo?

Para mí, todo parte de una actitud abierta y genuina. Con el tiempo, uno va desarrollando una intuición para reconocer cuándo hay algo valioso en una persona o en una idea. Y muchas veces, ese valor no viene de un discurso perfecto o de una estrategia brillante, sino de la calidad humana que hay detrás.
Mi experiencia me dice que los proyectos realmente significativos nacen de buenas personas. Personas que tienen sensibilidad, inteligencia, valores, una historia de vida que los respalda. Por eso, siempre digo que detrás de cada proyecto, lo verdaderamente importante es quién lo lleva adelante.

Después de años priorizando la seguridad, el deber, la familia, llega un momento donde algo adentro dice “ahora quiero vivir desde lo que verdaderamente soy.” Y ahí sucede algo hermoso, como cuando sacas un tapón y de repente fluye la vocación…

No es la idea en sí, sino la persona que la encarna, la que le da sentido y coherencia.
Cuando uno se rodea de personas así —que inspiran, que transmiten algo más allá de lo técnico—, es mucho más probable que se generen espacios donde valga la pena construir.
Y si además uno se deja acompañar, si se deja llevar por quienes tienen esa claridad, ese liderazgo basado en la confianza, el camino que se transita puede ser mucho más profundo y transformador.
Hay una definición de liderazgo que siempre comparto: “Liderar es acompañar a otros a lugares donde no sabrían ir solos.” Y eso es algo que valoro mucho, tanto en lo personal como en lo profesional.

Y cuando eso ocurre, cuando te dejás acompañar por alguien que confía en vos, muchas veces también encontrás lo que ya estaba ahí. Solo necesitabas la mirada de otro para verlo.

A veces eso que uno encuentra en el camino ya estaba, pero no había tenido todavía la forma, o la fuerza para salir a la luz. Otras veces se va creando mientras uno avanza.
En mi libro Emprendedores en el Infierno, Errores que condenan un proyecto empresarial en el espejo de Dante Alighieri, que escribí junto a un colega italiano, Gianluca Fioravanti, reflexionamos mucho sobre esto.
Uno de los errores más frecuentes al emprender tiene que ver con elegir  a los compañeros de viaje. Porque no es fácil convivir, y mucho menos construir un proyecto en conjunto.
La sintonía, la compatibilidad de valores y expectativas, el compromiso con un mismo propósito, son fundamentales. Cuando uno tiene la fortuna de elegir bien, de rodearse de buenos compañeros de ruta, el viaje suele ser más largo y mucho más gratificante.

¿Cómo es el recorrido de Premios +50 Emprender?

Llevamos seis ediciones en España, dos en Perú, una en Chile, y pronto en Colombia.
Todo eso con energía voluntaria, con compromiso real. Y eso es lo que lo hace tan especial. Más allá del esfuerzo que implica, las satisfacciones son enormes.
Teníamos miedo, por ejemplo, de que al ser un premio alguien pudiera sentirse excluido, defraudado. Pero, todas las personas que se han acercado han comprendido el espíritu del proyecto.
Porque más allá de un reconocimiento económico, hay un mensaje potente, un movimiento social que busca decirle a la sociedad: “No podemos seguir desperdiciando el talento de los mayores de 50.”
Y esto no es una postura en contra de las generaciones jóvenes. Todo lo contrario, creemos profundamente en la riqueza de la colaboración intergeneracional.

¿Cómo ves en la actualidad la colaboración intergeneracional?

Hoy, en muchas empresas, conviven cinco generaciones distintas. Sin embargo, aún no se ha incorporado la diversidad generacional como un valor real.
Se habla mucho de diversidad de género, de procedencia, lo cual es necesario y positivo, pero se habla poco del valor que tiene la diferencia de edad y experiencia. Y eso está generando tensiones.
No es fácil liderar equipos donde conviven personas de 20 y de 64 años, porque provienen de culturas, mentalidades y prioridades muy distintas. Este es precisamente el foco de mi último libro, Del liderazgo sin sombras, donde abordo el impacto de las nuevas generaciones dentro de empresas lideradas por personas con otros valores.
Hay estudios recientes que muestran que un 70% de los directivos en Estados Unidos están considerando dimitir, simplemente porque no logran conectar con los millennials. Estamos ante un reto enorme: cómo atraer al talento joven en un mundo que está cambiando profundamente. Y ese cambio solo se puede acompañar si uno está dispuesto a aprender, a cuestionarse.

En relación a   cuestionarse, en tu bio cuentas el hábito que tienes de leer dos horas de filosofía todos los días. Volver a textos escritos hace siglos, que aún hoy nos interpelan, nos recuerda que hay cosas nuevas, sí… pero también hay preguntas eternas. Y tu trabajo, creo, ayuda a integrar todo eso.

Gracias. Sí, lo de la filosofía me viene desde chico. Mi padre fue profesor, así que crecí entre libros que en su momento no entendía. Pero con los años me reencontré con eso. Y hoy, para mí, la filosofía es una forma de vida. Porque lo que te enseña es a cuestionar incluso aquello en lo que más seguro estás.
No hace falta que algo duela para revisarlo. Lo más peligroso, a veces, es vivir demasiado cómodo, sin preguntarte nada. Hay un autor argentino que me encanta, Darío Sztajnszrajber, que dice que “la filosofía es rascarse donde no pica”.
Y creo que esa es también una actitud emprendedora: animarse a mirar donde nadie te obliga a mirar. Preguntarse, incluso cuando todo parezca estar bien. Porque cuando vivís sin preguntas, es ahí donde la vida más te puede desestabilizar.
Y si algo aprendí en todos estos años es que las verdaderas respuestas no vienen por buscar certezas, sino por tener el coraje de sostener las preguntas.

Un comentario

  1. Excelente artículo, muy buena entrevista. Me interesó sobremanera, como abuela y como persona mayor, con intereses de seguir creando en la vida.

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