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Edición
15

Migración y desarraigo

Barcelona
Un recorrido por las calles del extrañamiento, la ajenidad y la soledad del expatriado da el registro de la pérdida de los referentes conocidos. Quien alguna vez haya emigrado podrá entender por qué, a pesar de los años, su historia será siempre ajena a los demás y la historia de los demás le será siempre ajena.

Pienso que no se tiene bastante en  cuenta este fenómeno de desamparo que siente en los primeros tiempos el sujeto que emigra, no sólo porque se aleja de familia y amigos sino por la alteración del meta-yo como lo define Bleger, las relaciones estables inmovilizadas, la casa, el barrio, el café  donde se encuentra con los amigos, el diariero, todo eso forma parte de su persona, de  su mismidad, de su identidad, que se parte en el momento de ir a residir a otro lugar.

Estábamos desayunando mi amigo Jorge y yo en el Bar Sándoz de la Plaza Francesc Macià, cuando él me comentó con entusiasmo sobre el proyecto de una revista, y de paso me preguntó si me animaba a escribir en ésta un artículo sobre la migración.

Salimos del bar, nos pusimos los abrigos, ya que era una fresca mañana de febrero, y mientras me acompañaba a buscar mi coche al taller mecánico de la calle Laforja, seguimos hablando del tema.

Quién esté leyendo esta introducción y no conozca Barcelona, se puede sentir desubicado y preguntarse a dónde voy; más todavía si es alguien del hemisferio sur, y lee que es una fresca mañana de febrero, en la que los protagonistas necesitan abrigo para salir a la calle.

Mi idea al empezar así el artículo es mostrar unos de los fenómenos que sufre el sujeto que emigra: el extrañamiento, la pérdida de los referentes conocidos. El trabajo que entraña el integrar, en el sujeto que ya tiene una rutina conocida, otros referentes.

Una de las primeras sensaciones que se tiene al emigrar es el extrañamiento, la sensación de pérdida de la identidad, por la pérdida de estos referentes.

Pienso que será útil dar una definición sobre el concepto identidad. Según Belmonte Lara y otros, «la Identidad es el sentimiento de mismidad logrado por el individuo a través del suceder temporal y las experiencias cambiantes biológicas, familiares y culturales, que le permiten mantener un grado de cohesión y estabilidad más o menos uniformes».

Este sentimiento de mismidad, de ser uno mismo, puede alterarse cuando las condiciones externas cambian, y sobre todo, cuando este cambio se produce de manera brusca como en el proceso migratorio.

J. Bleger (1997) dice: «Las relaciones estables o inmovilizadas (las no ausencias) son las que organizan o mantienen el no-yo y forman la base para estructurar el yo en función de las experiencias frustrantes y gratificadoras». A éstas Bleger las denomina como el meta-yo.

Volviendo al principio, para mí antes de migrar de Buenos Aires a Barcelona, lo normal, era citarme para charlar con Jorge en «El Torreón» de Canning y Cabello, ir al taller de la calle Salguero u otro y en febrero tener calor.

Puede parecer anecdótico el principio de este artículo, pero aunque ahora me resulta familiar el Bar Sándoz, la plaza Francesc Macià, frío en febrero, no dejó de resultar un trabajo incorporarlos, por ejemplo, recuerdo de citas a las que iba en taxi porque las sentía muy lejos a pesar de consultar el callejero (la guía) y ahora voy a pie.

Pienso que no se tiene bastante en cuenta este fenómeno de desamparo que siente en los primeros tiempos el sujeto que emigra, no sólo porque se aleja de familia y amigos sino por la alteración del meta-yo como lo define Bleger, las relaciones estables inmovilizadas, la casa, el barrio, el café donde se encuentra con los amigos, el diariero, todo eso forma parte de su persona, de su mismidad, de su identidad, que se parte en el momento de ir a residir a otro lugar.

Más allá de los duelos que hace el sujeto que emigra, está esto que se tiene poco en cuenta, el extrañamiento, que más allá de la tristeza, puede generar un sentimiento de ataque a la identidad. Que a su vez puede provocar, como reacción, odio al nuevo hábitat y hacer fracasar un proyecto migratorio.

Hace muy poco, Diego de 18 años, que acaba de migrar de Buenos Aires a Barcelona, me decía: «al principio cuando volvía a mi casa no podía entender cómo no estaba en mi cuarto, ese cuarto adonde volvía no tenía nada que ver conmigo, ¡como extrañaba mi cuarto!, ¡qué rabia que me daba!» En esta frase está el duelo, pero también el extrañamiento, el odio por sentirse extraño, el «no ser yo».

Si lo vemos desde una perspectiva freudiana, sería lo unheimlich, (lo ominoso), que según Freud (1919) «sería siempre, en verdad, algo dentro de lo cual uno no se orienta, por así decir». Sigue diciendo Freud, «Mientras mejor se oriente un hombre dentro de su medio, más difícilmente recibirá de las cosas o sucesos que hay en él la impresión de lo ominoso». Unheimlich sería lo contrario a heimlich (íntimo), heimisch (doméstico), vertraut (familiar).

Aquí, en el caso de Diego, podríamos evocar el famoso chiste «usted vino de turista, ahora viene a establecerse». Las cosas cambian cuando uno va con la alegría del conocer en función de turista, no es lo mismo incorporar a la rutina esos lugares que se van conociendo.

Según el psicoanalista barcelonés Ramón Meseguer «el emigrante viene con espíritu de desarraigo y de pérdida, percibe lo que es su meta-yo como extraño incluso como unheimlich, que se puede traducir también como no hogareño, deshogareño, inhóspito, lo cual le lleva a un movimiento de hostilidad de tinte depresivo, que a su vez le lleva a criticar diversos aspectos de lo distinto y desconocido como malos. Por el contrario el turista viene con espíritu de arraigo y mantenimiento de su yo y su meta-yo lo cual le permite (paradoja) admirar y disfrutar lo diferente.»

Más allá de los duelos que hace el sujeto que emigra, está esto que se tiene poco en cuenta, el extrañamiento, que más allá de la tristeza, puede generar un sentimiento de ataque a la identidad. Que a su vez puede provocar, como reacción, odio al nuevo hábitat y hacer fracasar un proyecto migratorio.

He tenido más de una consulta de inmigrantes aquí en Barcelona, que parecían calcadas: odio y desprecio por el lugar de acogida, y deseos de dejar todo a pesar de que la inserción laboral era exitosa, y ya poseían un grupo de pertenencia. La mayoría de esos casos pudimos empezar a resolverlos a partir de un comentario que yo les hacía «usted no se siente usted aquí, a pesar de todos sus logros se siente un extraño, veamos por qué», normalmente la respuesta era «Si, es como si nadie me conociera, y me da mucha rabia, es como si no existiera» y nos poníamos a trabajar sobre el tema. El trabajo de integrar lo nuevo y darle una continuidad a una historia: se sigue siendo el mismo pero ya no es lo mismo.

Para ejemplificar esto último será más útil dejar la consulta y volver a la calle. Tomemos un domingo de primavera u otoño, soleado, de ésos tan agradables en Barcelona. Bajo a buscar el diario La Vanguardia que los domingos, al no haber portero, dejan apiladas en el suelo fuera del buzón. Ya soy suscriptor de este periódico, como un catalán más. Me doy algo de prisa, no por temor a que no esté, que me la hayan robado, temor que seguramente tendría en Buenos Aires, sino porque las últimas ya están algo rotas, las dejo en mi piso y salgo a buscar el diario El País.

Como vemos, ya tengo una serie de hábitos incorporados, voy reconstruyendo mi meta-yo.

Llegando al kiosco me saluda el florista con quién intercambiamos pareceres acerca de la marcha del Barça y como no, sobre los jugadores argentinos, luego me acerco al diariero que me alcanza el diario El País sin que se lo pida.

Al acercarme a la granja (el bar) donde tomo mi desayuno al sol, soy recibido con una sonrisa por Karina, la camarera peruana, que tolera que vaya por mis croissants a la Panadería Paul, que está al lado. Con el encargado de Paul, hablamos en francés, ya tenemos nuestro código.

Luego con mi croissant, mi café con leche y el diario El País, me siento en una mesa al sol, y aunque muchos parroquianos ya me conocen, por lo tanto no soy un extraño, estoy solo, mis diálogos hasta ahora han sido, amables pero cortos y por cosas concretas.

El inmigrante no puede exigir más porque por más que se esfuerce, el nacional no puede dar más ya que los locales no comparten una historia con el inmigrante como el inmigrante no comparte una historia con el local.

No es una sensación incómoda, me siento cómodo, reconocido pero hasta ahí, no hay más diálogo, debo aceptar que no soy una presencia molesta pero si ajena al resto , como me son ajenas las historias de los demás , nadie como en Buenos Aires me invita a sentarme a su mesa, no me duele, aunque debo admitir un sentimiento de ajenidad.
Pienso que el inmigrante debe aceptar y convivir con estos sentimientos, ajenidad y soledad, aunque ya tenga incorporados nuevos hábitos y sea alguien para los demás, pero ese ser alguien para los locales aunque sea con respeto, será también con distancia.

El inmigrante no puede exigir más porque por más que se esfuerce, el nacional no puede dar más ya que los locales no comparten una historia con el inmigrante como el inmigrante no comparte una historia con el local.

Terminando me viene a la memoria una estrofa de la canción de una poeta argentina, María Elena Walsh, dedicada a su amigo Pepe que deja la Argentina: «tanto corazón que me prestaste, tanta compartida soledad».

Notas:
Bibliografía
• Belmonte Lara, o.; Del Valle, e.; Kargieman, a.; Saludjian, d. La identificación en Freud. Ediciones Kargieman. Buenos Aires, 1976.
• Blejer, José: Simbiosis y ambigüedad. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1997.
• Freud, Sigmund: Lo ominoso (1919). O.C. Volumen XVII: Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1979.
• Meseguer, Ramón: Comunicación personal. Barcelona 2007.

Imágen destacada a partir de fotografía de Jauspe. http://www.flickr.com/photos/jauspe/5421299106/sizes/m/in/photostream/

10 Comentarios

  1. Canning y Cabello….qué hermosa sensación compartir referencias, hasta hace 2 años atrás vivía a pocas cuadras de ahí 🙂 Ahora estoy viviendo mi desarraigo en Helsinki. Gracias por tus palabras Roberto!! Han sido de gran ayuda hoy.

  2. genial el articulo,es tal cual y a pesar que hace 40 años q vivo en Madrid, que ya es mi tierra, queda la infancia en Argentina y muchos recuerdos

  3. Muy buen artículo. Observo a diario, como Argentina que soy, cuántos migrantes están en este país y ciudad _La Plata – … hasta algunos sus padres le prohíben decir el lugar de origen. Desarraigo y pérdida de su identidad!!
    Me interesaría poder acceder a la imagen!! (dado que estoy utilizando este artículo como base para un proyecto de investigación con mis alumnos de sexto año secundaria. Se podrá acceder a ella?

  4. Salpica el mar
    Memorias de un rostro
    en la escotilla.

    ERA EN SU TIERRA UN NIÑO

    brincando por las peñas,
    su alma habitaba un cielo
    pleno de juego y canto
    y sin saberlo intuía
    muchas cosas bellas:
    los amigos, montes, ríos
    y flores del campo.

    El brillo del sol
    entre prados y lagunas,
    de amaneceres y tardes
    pintadas en oro,
    y en esas noches plenas
    a reflejos de luna
    ir jugando entre amigos
    con los ritos a coro ,
    trepados por las huertas .
    comiendo fruta ajena,
    luego huir de sus dueños
    en salvaje alegría
    o sacando panales con miel
    de otras colmenas.

    Pero su padre lo arranco
    de la tierra un día
    buscando el futuro
    tras el canto de sirenas.
    ¡Solo para descubrir
    que es la melancolí

  5. A mi me ha pasado algo diferente, fue inmigrante en Barcelona durante 8 años y nunca tuve sentimientos de desarraigo, desde los primeros dias me senti integrada a la ciudad y a la gente. Cuando despues de 8 años volvi a Buenos Aires (no estaba en los planes volver) y ahi si senti que volvía a una ciudad donde me sentía extraña. Lo cuento porque debe ser un caso atípico.

    1. Yo soy feliz, todo lo miro como etapas, nada queda congelado ;todos vamos evolucionando sea en su patria o fuera sí te quedas atrás te vas a sentir fracasado por no evolucionar mirando como avanzan los demás y tú por romanticismo estancada…. cada quién debe vivir su vida;)

  6. Muy interesante. Me pasa y siento esa ajenidad q hasta ahora lo identificaba como exclusión. Aquí en la misma Argentina Provincias tan lejanas y diferentes como si no compartiéramos nada. Gracias por las palabras. Es bueno compartir experiencias para no saberse loco.

  7. A mí me ha pasado todo lo contrario. Nunca sentí ese desarraigo. Emigré a Holanda en 1997 y viví allí hasta el 2018. Me integré. Me sentí libre. Hice mi formación laboral. Mi carrera. Formé mi familia. Me divorcié y formé nuevamente un hogar. Desde hace 2 años vivo en Alemania. Si emigras con la idea de que vas a extrañar mejor no lo hagas. El «arraigo» no me da de comer. El desarraigo tampoco.

  8. GRACIAS GRACIAS!! ESTE ARTICULO SE LO HUBIERA LEIDO O ENCONTADO HACE DOS AÑOS ATRAZ ME HUBIERA CALMADO MI ALMA. HOY LEO QUE CADA RENGLON Y EN CADA RENGLON ME VEO. OJALÁ LAS PERSONAS QUE TOMEN LA DECESION DE MIGRAR SEPAN QUE ESTO PASA Y QUE NO ES MALO Y PODER COMPARTIRLO CON LAS PERSOAS CERCANAS Y QUE SI ESA DESCONOCEN ESE SENTIMIENTO PUEDAN SER EMPATICOS. GRACIASS POR PUBLICAR Y ENSEÑAR CON ESTE ARTICULO.

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