La adolescencia es ese tiempo de la vida que los adultos ya hemos atravesado -y al que añoramos como al paraíso perdido- pero que en verdad es el tiempo en el se entrecruzan el crecimiento y el dolor.
…el despertar adolescente puede ser tiempo de bonanzas o de tempestades, ya que es una de las grandes encrucijadas de la vida.
Se trata de un proceso de profundas transformaciones físicas, psíquicas y afectivas, ya que es el tiempo del despertar sexual que pone fin a la infancia (despertar que se sostiene en la trama que el sueño teje). Tiempo de pruebas, encuentros y desencuentros.
Los sueños son la morada del deseo y propician que alguna historia de amor se despliegue, trenzando el goce y el deseo con el encuentro con el otro sexo. Encuentro que es del orden de la vacilación, de la imposibilidad, del desencuentro, en tanto no es sin síntomas, ya que irrumpe la angustia y el dolor de existir, y lo que deber ser la comedia de la vida a veces puede transformase en una tragedia.
Por eso, el despertar adolescente puede ser tiempo de bonanzas o de tempestades, ya que es una de las grandes encrucijadas de la vida. Si definimos encrucijada como ese punto en el que se entrecruzan varios caminos, podemos entender por qué para algunos jóvenes se transforma en el punto propicio de despegue, en cambio para otros es un callejón sin salida.
Me refiero a aquellos jóvenes que van de tropiezo en tropiezo, que no tienen mas chance que decir del drama que los habita, con una acción violenta que pone a veces en riesgo su vida. Una amplia gama de problemáticas clínicas dicen actualmente del malestar: anorexia, bulimia, drogadicción, inhibiciones estudiantiles, presentaciones psicosomáticas, actuaciones violentas.
Escuchamos muchas veces que retorna, en la consulta clínica de los hijos, el dolor frente a la indiferencia de los padres. La indiferencia, como el amor y el odio, es una de las pasiones humanas que más estragos produce. La indiferencia se juega en el «todo vale» de la falta de límites, en el dejar pasar, en el «no me di cuenta de lo que estaba sucediendo».
Situaciones clínicas que muchas veces cuestionan el deseo de vivir en los intentos de suicidio. Hay quienes minimizan estas circunstancias interpretando un supuesto intento de llamar la atención; pensemos que se trata de un profundo conflicto que traba al sujeto en ese delicado borde del desborde, en el que se invoca la posibilidad de la muerte.
¿Qué piden?, ¿qué reclaman?, ¿qué demandan en ese grito que podemos intuir en la profundidad del «mal…estar«?
Buscan la mirada y la escucha de los padres. Hacerse oír, hacerse ver. Claro, que se trata de un decir difícil de entender para ellos.
No porque los padres no tengan la voluntad de hacerlo, sino porque se trata de que en realidad apuntan en el desacuerdo y en la oposición, a lo que los separa. Está en juego el desprendimiento, más que el entendimiento con ellos.
Nuestros adolescentes, los del nuevo milenio, aparentan tempranamente ser dueños de su vida. Sin embargo, hoy como ayer, la salida del «cascarón» familiar es un arduo proceso que se produce convocando a los padres para que se pronuncien en relación a lo que se está produciendo.
Del lado de los padres, la adolescencia de los hijos los confronta en espejo con los conflictos no resueltos con sus propios padres, con lo rechazado de la propia sexualidad, con las asignaturas pendientes. Como respuesta, a veces, se cierra la escucha a la problemática que plantean los hijos.
Escuchamos muchas veces que retorna, en la consulta clínica de los hijos, el dolor frente a la indiferencia de los padres. La indiferencia, como el amor y el odio, es una de las pasiones humanas que más estragos produce. La indiferencia se juega en el «todo vale» de la falta de límites, en el dejar pasar, en el «no me di cuenta de lo que estaba sucediendo«.
En mi planteo no se trata de adjudicar culpas, sino de poner el acento en la responsabilidad que se juega, cuando se asume la autoridad que implica hacerse cargo de la paternidad. La responsabilidad pone en juego, también, asumir las propias carencias frente a los enigmáticos planteos de los hijos.
Buscar ayuda profesional no es signo de debilidad ni de locura. Es uno de los modos de trasmitir en acto -del lado de los padres- que el padecimiento de los hijos les importa, los atraviesa y también les duele.
Buscar ayuda profesional no es signo de debilidad ni de locura. Es uno de los modos de trasmitir en acto -del lado de los padres- que el padecimiento de los hijos les importa, los atraviesa y también les duele.
Duele el desprendimiento porque deja al descubierto la falta estructural que los hijos recubren. Es la ley de la vida, lo importante, como decía el poeta es «aprender a volar«. Ese vuelo que se produce porque hay raíces de donde partir, y que se ejecuta con las alas que el deseo crea.
Para los wayuu el mundo está lleno de seres atentos al universo, algunos son humanos y otros no. La noción de personas en el cristianismo, el judaísmo y otras religiones de occidente ubican a los humanos como los seres centrales del universo. ¿Cuál es la riqueza de una cultura sin esa jerarquía?
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El uso de las redes sociales contribuyó al aumento de la ansiedad y depresión en la Generación Z, provocando efectos que perturban su bienestar emocional. Sin embargo, los jóvenes pueden desarrollar narrativas más saludables sobre sí mismos.
Los influencers y gurúes digitales no sólo muestran vidas glamorosas, sino que ahora apelan directamente a la intimidad del usuario. Promueven el éxito sin educación formal, apoyados por algoritmos que fijan sus ideas, mientras la confianza social se fragmenta.
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