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El encuentro con la intersexualidad nos confronta con la necesidad de hacer una revisión del concepto de género, como éste opera en nuestra cultura –occidental- y revisar algunos de los tratamientos históricos de este concepto a la luz de comprender los testimonios y reclamos del movimiento intersex. Este trabajo tomará como punto de partida algunos postulados del género en el análisis del control social, para luego hacer un contrapunto con la idea de género que subyace a la hora de definir la sexualidad de niños y niñas quienes al nacer interpelan a los médicos con cuerpos difícilmente clasificables bajo los parámetros esperables de una normalidad sexual.
Libertad, Igualdad y Fraternidad han sido los postulados de una Modernidad que estructuró su entramado social en términos hegemónicos, es decir, la lógica del control social, el poder, dominante y subordinado, hace que aquel postulado sea pensado, narrado desde la misma posición hegemónica. Por consiguiente, el modo de relaciones, prácticas, saberes, y en consecuencia, la producción de subjetividades está dada en función de quienes están en esa posición ‘naturalmente’ legítima. En el caso que nos convoca, para definir cuales son los cuerpos esperables de los sujetos intersexuales, según el género también esperable, la ciencia, la religión y la ley se ubican en ese lugar para intentar determinar (veremos, fallidamente) la anatomía de los cuerpos que se suponen devendrán en aquello socialmente establecido para ser identificados como hombres y mujeres.
La modernidad se ha organizado en torno a un nuevo paradigma: La Razón Universal, que brinda las formaciones discursivas, las «condiciones de posibilidad desde donde pensar, desde donde ordenar los saberes, desde donde caracterizar la realidad» [2]. Un paradigma en tanto constelación de valores, creencias, técnicas, naturaliza los modos en que la sociedad produce conocimientos, prácticas, distribución de poder y dispositivos de control social.
Un nuevo status de la diferencia aparece con la modernidad: la diferencia de los géneros. Habrá que elucidar entonces las categorías lógicas desde las cuales se piensa esa diferencia.
La modernidad ha construido para sí una episteme de lo mismo, que funciona como un a priori para pensar cualquier dicotomía y diferencia. Este a priori homologa lo genérico humano con lo masculino: H=h, y lo diferente a lo inferior. De esta manera se pierde la positividad de la diferencia, ubicando a lo femenino, como lo negativo de, en la invisibilidad, distorsión. Este Supuesto básico subyacente, está construido sobre una lógica binaria, atributiva y jerárquica.
Atributiva, como se ha visto, ya que adjudica al sexo masculino el modelo humano, más específicamente al varón blanco, de clase media, adulto es lo que se tiene por universal humano. La referencia a binaria, ubica dos valores de verdad, y jerárquica dejando uno de los dos términos como inferior, complementario: la mujer, lo femenino. Esta lógica, este Hombre como ‘medida de todas las cosas’ hace de si lo mismo como positividad y lo otro la negatividad.
Invisibilizando identidad y diferencia, el género femenino queda en tanto negativo, complementario, en una posición de subordinación, en el seno de una ideología opresiva. La división social del trabajo, los contratos sociales, conyugales, la circulación de saberes instauran la diferencia también en el orden político, delimitando a su vez espacios y formas jurídicas.
Las narrativas, los discursos el propio paradigma moderno fundado en aquel Supuesto Básico Subyacente: H=h (Humano igual Hombre) borra cualquier posibilidad de existencia al principio de equidad. No se reconoce la diversidad sino se establece la diferencia. Una moral edificada sobre la violencia simbólica, y desde allí, la construcción de subjetividades invisibilizadas en sus procesos de construcción socio-histórica. Así se construye una moral, un imaginario social, una ética, sí, pero una ética de lo mismo.
Los mitos de la modernidad serán en términos de Castoriadis ‘cristalizaciones de significación que operan como organizadores de sentido en el accionar, el pensar y el sentir de los hombres y mujeres que conforman esa sociedad, sustentando a su vez la orientación y la legitimidad de sus instituciones…’
El abordaje de los estudios de género no puede realizarse desde una perspectiva sincrónica. El entramado social que hace a esta tensión debe analizarse desde una mirada problematizadora que articule de forma constante los procesos socio-históricos que hacen a la construcción de la subjetividad, un devenir complejo en sus dimensiones políticas, éticas y epistemológicas.
Ahora bien, este análisis corresponde a una mirada parcial de la cuestión de género. Es verdad que la modernidad ha instituido discursos y sus consecuentes prácticas según las desigualdades que supimos conseguir en términos de género. Pero para un determinado grupo de sujetos (de quienes podemos dar cuenta, dado que la mayoría de la población no se hace estudios genéticos para determinar si mas allá de lo visible son hombres o mujeres), la violencia a la que se ven sometidos en términos de género no está relacionada con las luchas de poder en los ámbitos privados y públicos, por mejores puestos de trabajo o por las desigualdades profesionales. Recorren aun un largo camino para ser reconocidos como sujetos de derecho en la elección sobre su propio cuerpo.
Para ubicar a la intersexualidad como un hecho cada vez mas estudiado y cada vez más visible gracias a la infinidad de testimonios con los que podemos encontrarnos; ubicaré algunos datos históricos que pueden servirnos para el análisis; pero primero su definición por parte de activistas intersex: la intersexualidad es el «conjunto de situaciones en las que la bioanatomía de una persona – y en particular su aparato sexual reproductivo, no conforma los estándares culturalmente vigentes de corporeidad femenina y masculina. (…) Esta no conformidad corporal (no conformidad entre carne y cuerpo genéricamente sexuado, podríamos decir) puede adoptar formas diversas (clítoris «demasiado» grandes, penes «demasiado» pequeños, ausencia de vagina, órganos «malformados», etc.) que no necesariamente comprometen la asignación de un género al nacer, sino que marcan una diferencia dada respecto de un estándar asociado con la diferencia sexual como naturaleza binaria.» [3] La Europa del siglo XIX se encontró con la emergencia de diversos grupos que comenzaban a cuestionar las identidades sexuales. Las feministas con el reclamo por la igualdad de derechos, los homosexuales buscando mayores espacios en la sociedad. Por su parte la medicina, se confrontaba cada vez mas con personas intersex que al descubrir esos cuerpos no clasificables de forma directa como hombres y mujeres, emprendieron una carrera por encontrar una descripción que garantizase el modelo binario del sexo y el género (Mujer = vagina; hombre = pene). Estos descubrimientos estuvieron dados por la endocrinología y por los avances en las posibilidades que brindaba el microscopio para identificar el sexo verdadero en el análisis de tejido gonadal post mortem. Aquella, fue la llamada Edad de las Gónadas que primó hasta principios del siglo XX. Desde 1896 la medicina cuenta con guías informativas para contar con la definición de los sexos según la presencia de ovarios o testículos.
A principios del Siglo XX la cirugía permitía extraer tejido de los sujetos vivos, con lo cual se abre la necesidad de reubicar la identidad sexual a través de las características secundarias, por lo tanto visibles de los genitales. Para ello se realizarían cirugías cosméticas a fin de convertir a esos genitales indefinidos o «errados» de las personas intersex en verdaderos órganos que cumplieran con los estándares esperables. «Esta fue la era caracterizada por las cirugías cuyo mayor exponente fue John Money, quien creía que estas intervenciones facilitarían la socialización de los niños y niñas. Hasta hoy es éste el modelo que prevalece en el encuentro de personas intersexuales». [4] De este modo asistimos a la atribución heteronormativa del género. El género masculino estaría dado por el tamaño y funcionalidad del pene y el femenino por la posibilidad de un sexo penetrativo, atribuciones ambas que demuestran el desconocimiento o mejor dicho, la negación de la existencia de sexualidades diversas: mujeres que disfrutarían una sexualidad sin penetración, sujetos intersex nacidos hombres que tras las cirugías correctivas, sentirían placer con otros hombres etc., etc., simplemente sexualidades no circunscriptas a lo que las definiciones de género dominantes establecen.
He aquí un nuevo supuesto básico subyacente que establece una sexualidad binaria hombre = pene, mujer = vagina. Supuesto que encubre una profunda violencia ya no solo simbólica sino corporal.
El activismo intersex que comenzó a formalizarse en 1990, demanda los siguientes puntos centrales que detallaré a continuación. Tomaré una cita de Mauro Cabral – activista intersex- que considero resume las exigencias de tantos otros sujetos intersexuales encontrados en testimonios, notas y textos: el movimiento intersex demanda «el respeto por la integridad corporal de los niños y niñas intersex, a partir de dos reconocimientos: en primer término, la propiedad individual del propio cuerpo; en segundo término, el carácter histórico, construido y contingente de la relación entre corporalidad y género, incluyendo la definición de genitales femenina o masculinamente «adecuados». Desde esta posición, y bajo el mandato ético de no dañar, se recomienda la atribución de género en el momento de nacer (sobre la base de las mejores expectativas informadas por experiencias de atribución anteriores), difiriendo las intervenciones quirúrgicas hasta que la persona intersex pueda decidir informadamente»
Para concluir, sólo una breve reflexión a partir de otra cita de Mauro Cabral, la cual fue quizás la que me ofreció el rasgo para abordar parte de la investigación sobre intersexualidad y la cual puedo intentar responder no solo por el marco teórico psicoanalítico sino simplemente por el propio paso por un análisis. La cita dice así: «la mayor parte de las personas intersex se identifican a sí mismas como hombres o como mujeres, y el movimiento no aboga por la creación de terceras categorías sino por el derecho de las personas a vivir en su género sin tener que pagarlo con su cuerpo» [5]
Es cierto que el precio que los sujetos intersexuales deben pagar es altísimo: mutilaciones, insensibilidad, cuerpos cosificados desde que son niños simplemente por la necesidad que algunos médicos o padres sienten para tranquilizar el desconocimiento de esos cuerpos poco frecuentes. Eso es violencia, eso es ejercicio del poder y más aun sobre quienes no pueden decidir.
Ahora bien, en un análisis también se opera sobre los cuerpos. Hay que hacerse de un cuerpo, un cuerpo mas allá de la anatomía y de los postulados genéricos. Nada del cuerpo real del sujeto que comienza un análisis nos dice si allí hay un hombre o una mujer. Se trata de otra cosa, de su asunción, de su posición respecto a lo Uno y de sabérselas con él.
Entonces la pregunta que circuló la investigación acerca de la intersexualidad, fue: ¿Quién no paga con su propio cuerpo?
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