La puesta en escena de El Teatro de la Guerra: Qué pueden las Tragedias Griegas enseñarnos hoy, fue parte del programa en inglés de la Feria Internacional del Libro de Miami 2015 y se llevó a cabo una hora después de nuestra entrevista. Mientras a pocos metros de nosotros los actores Paul Giamatti y David Strathairn ensayaban escenas para su presentación de esa noche, el director teatral Bryan Doerries, en conversación con Letra Urbana nos contaba cómo, después de traducir clásicos griegos por largo tiempo y en base a su propia experiencia, advirtió que textos escritos hace más de dos milenios pueden ayudar al hombre de hoy a elaborar traumas provocados por situaciones límite.
Las representaciones dirigidas por Doerries han obtenido gran éxito de público, así como una calurosa acogida de las instituciones en las que se han llevado a cabo. Se ha dicho que el drama griego clásico era una forma de contar historias, una especie de terapia comunitaria y la reintegración ritual para los veteranos de guerra. El propio Sófocles era un general. Cuando Esquilo escribió y produjo su famosa Orestíada, Atenas estaba en guerra en seis frentes. Las audiencias para las cuales se llevaron a cabo estas obras estuvieron, sin duda, compuestas de ciudadanos-soldados. Además, los propios artistas eran probablemente veteranos o cadetes. Visto a través de esta lente, la Tragedia Griega parece haber sido un elaborado ritual destinado a ayudar a los veteranos de guerra en su reingreso a la vida civil después de las batallas, en un siglo que sufrió ochenta años de guerra continua.
No fue un proceso repentino, si no que alrededor de los veinte años, cuando ya hacía teatro y traducía del griego, llegué a la conclusión de que la gente puede revivir las experiencias que estas obras de teatro describen, aprender de ellas, comprender qué significan realmente.
Cuéntanos cómo se desarrolló el proceso que te llevó a crear El Teatro de la Guerra, y luego a escribir el libro que lo acompaña.
Yo vengo de una familia de clase media, y como llegué a ingresar a una de esas grandes universidades del país, siempre tuve conciencia del privilegio que me rodeaba. Eso me hizo preguntar acerca de las tragedias griegas, ¿a quién pertenecen estas historias, quienes tienen los derechos de propiedad sobre ellas, como para poder hablar de estos antiguos mitos? No fue un proceso repentino, si no que alrededor de los veinte años, cuando ya hacía teatro y traducía del griego, llegué a la conclusión de que la gente puede revivir las experiencias que estas obras de teatro describen, aprender de ellas, comprender qué significan realmente. Porque podemos estudiarlas todo lo que queramos, tras un escritorio, pero ellas tratan de experiencias humanas muy intensas, muy universales, y por eso hay que experimentarlas, verlas en escena. Así es que esa fue una de las razones que me orientaron por este camino, además de la firme creencia, desde el punto de vista de director, de que hay audiencias que pueden enseñarme a mí mucho más de lo que yo puedo enseñarles a ellas.
En tu libro El Teatro de la Guerra: Qué pueden las Tragedias Griegas enseñarnos hoy, leemos que comenzaste tus presentaciones en hospitales. ¿Puedes hablarnos un poco de esa experiencia?
Fue en 2007 y, como lo he narrado en mi libro, durante la época en que tenía veinte años experimenté una serie de eventos trágicos en mi vida y eso cambió mi relación con la tragedia griega. En esos años perdí a mi novia, perdí a mi padre y he experimentado el reto de estar en la presencia de mucho sufrimiento. He cuidado de enfermos, y sentí ambivalencia frente al sufrimiento. De repente estas obras que yo conocía tan bien, que había traducido del griego, se dirigían directamente a mí, como si hubiesen sido escritas para mí. Fue entonces cuando pensé que, si yo las podía presentar delante de otros que sufrieron el mismo tipo de experiencias que tuve; pérdida, sacrificio, ser empujado más allá del límite de nuestra compasión, entonces tal vez algo podía resultar de eso. Fue entonces cuando tuve la idea de representar las obras en un hospital. En hospitales dirigí primero la lectura de la obra Filoctetes, de Sófocles, que trata de un enfermo crónico que es abandonado en una isla debido a su enfermedad.
Y se identificaron con el tema…
Si, totalmente. A través de mi experiencia personal, aprendí que gracias a la medicina moderna hemos creado las condiciones en las que podemos mantener la vida, que podemos curar, pero también prolongamos la miseria y el aislamiento. Algunas personas no solo viven más tiempo, sino que también sufren más. Es así que pensé que en este momento en particular esta tragedia griega es más relevante que incluso fue en 409BC, cuando se escribió, ya que nosotros estamos abandonando a más personas en las islas durante más tiempo. Y empecé a escuchar la respuesta de médicos, pacientes, estudiantes de medicina, enfermeros. Fue como si un velo se hubiera levantado y comprendí que ellos sabían más que yo, que el público era mi guía y aprendí que las audiencias siempre saben más que yo. Esa experiencia me llevó a poner las tragedias en otras instituciones; militares, cárceles, adictos, enfermos terminales, víctimas de desastres naturales, y así sucesivamente.
Es interesante que unas obras clásicas que parecen tan formales y distantes al leerlas en los libros y que, en su mayoría, no despiertan interés porque son difíciles de digerir, en otro contexto puedan tocar a las personas tan íntimamente.
Así es. Creo que nosotros, como seres humanos, nos protegemos del sufrimiento y lo hacemos de muchas formas. Porque si yo me permitiera sentir lo que se puede sentir al caminar solo por la noche en Nueva York, las emociones resultarían opresoras para mí. Si uno realmente hablara con el hombre que vive solo en la calle, o la madre a la que recién vi golpear a su hijo en el metro, correría peligro de sentirme completamente devastado.
A través de mi experiencia personal, aprendí que gracias a la medicina moderna hemos creado las condiciones en las que podemos mantener la vida, que podemos curar, pero también prolongamos la miseria y el aislamiento.
Eso implica un gran compromiso para los actores…
La indicación que le doy a los actores cada noche es lograr que el público desee no haber venido. Si ellos empujan a la audiencia más allá del límite de lo que ella puede tomar, más tarde, cuando tenemos la discusión, porque todo lo que hacemos siempre termina en un debate, que es tan importante como la representación, habrá una mayor participación del público. En realidad, la representación es un pretexto, un estímulo, un catalizador para la discusión que seguirá. Y ésta se transforma en parte de la representación, se lleva a cabo. Alguien de la audiencia se pone de pie y narra estas hermosas historias personales, honestas, desgarradoras, que suenan como libretos de obras de teatro, y otros lo siguen. La razón por la que hacen esto se debe a que ellos están acompasando la poesía del texto y se está desbloqueando algo en ellos, algo que tenían que decir desde hace mucho tiempo pero que no sabían cómo expresarlo. Nos pasa a todos, hombres y mujeres, sin importar clase social,
En realidad, la representación es un pretexto, un estímulo, un catalizador para la discusión que seguirá. Y ésta se transforma en parte de la representación, se lleva a cabo. Alguien de la audiencia se pone de pie y narra estas hermosas historias personales, honestas, desgarradoras, que suenan como libretos de obras de teatro, y otros lo siguen.
Cuando pensamos en Grecia clásica reflexionamos sobre su sistema político, su organización social, su religión y las obras de arte, pero cuánto más nos dejaron, qué profundidad resultan tener los mensajes que nos legaron a través del teatro.
Si, no pensamos mucho en ellos. Creo que una de las cosas que faltan en nuestra concepción de los griegos o los antiguos es que muchos de sus conceptos son fruto de la guerra y de enorme sufrimiento. Nacen de haber padecido pestes, plagas y guerras, sus creaciones son a partir de estas experiencias humanas extremas a las que fueron sometidos. En el siglo V BC, cuando estas obras eran escritas y representadas, durante ochenta de esos cien años los atenienses estuvieron en guerra. Nosotros pensamos en ello, lo sabemos, pero el sufrimiento real, incesante, fue generalizado, y su experiencia, para mejor o para peor, se forjó en el crisol de la guerra. Similar a la experiencia que tienen hoy muchos de los veteranos en nuestra sociedad, que están marginados.
Cuando traduje del griego estas tragedias medité mucho sobre los temas que tocan, y pensé que eso era todo, pero luego, cuando escuché la respuesta de los integrantes del público que vivieron estas experiencias, me di cuenta de que apenas había rozado la superficie de lo que esas obras significan. Necesité que audiencias tradujeran las obras de teatro para mí, así que yo veo al público como actores que colaboran con estas experiencias. La esperanza no está en las historias que se presentan, sino en toda la gente que está reunida, y que se expresa sinceramente para enfrentar y exorcizar las tinieblas juntos, en comunidad.
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