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Edición
33

Dificultades del humanismo

Tucumán
¿Somos tan humanos como creemos? ¿Cómo entender la capacidad de los hombres para dañar al prójimo?

El humanismo

El humanismo tiene como eje central el concepto de dignidad humana. Según éste, a diferencia de las cosas del mundo, que pueden ser medios para obtener nuestros fines, el ser humano es un fin en sí mismo. Se trata de una exaltación de lo humano, de un antropocentrismo que estima a la razón humana como elevadora de nuestra especie sobre el resto de lo real.

La filosofía moderna ha oscilado entre reconocer esta dignidad como un componente objetivo del ser humano, por un lado, y en reclamar que la dignidad sea respetada como tal por las diversas culturas, lo cual sería innecesario si la dignidad humana fuese un hecho real.  La declaración universal de los derechos humanos de 1948 proviene de esta última versión sobre la dignidad del ser humano, dadas las interminables muestras que viene dando la humanidad de no respetar dicha dignidad y de embarcarse con frecuencia en genocidios. En su inicio sostiene: “Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.

Los derechos reclamados por esta civilizada declaración pretenden salir a luchar contra los hechos frecuentes donde tales derechos no se cumplen. Es decir, que la declaración se apoya en un orden normativo deseable, más que en una descripción de la condición humana.

reclamar que la dignidad sea respetada como tal por las diversas culturas, sería innecesario si la dignidad humana fuese un hecho real.

¿Es el hombre intrínsecamente digno? ¿Posee ese rango de superioridad en la escala de lo viviente que reclama el humanismo? Y si esto fuera así, ¿cómo entender la capacidad de los miembros de nuestra especie para infringir daños irreparables a sus prójimos? ¿Cómo entender el mal implícito en los genocidios de distintas ideologías –racismo, nazismo, comunismo, fascismo, islamismo, por ejemplo- que lo inspiraron?

Dos interpretaciones

Ante la presencia de los campos de concentración nazis o soviéticos, por ejemplo, parece inevitable una versión que sostenga la inhumanidad de sus autores, su condición intrínsecamente enferma, un desvío patológico de la normalidad humana.

Mucho menos frecuente ha sido la defensa de una tesis contraria: el hombre es eso, precisamente, su diligente capacidad de hacer daño a sus prójimos no es accidental a su naturaleza, sino un componente esencial de ella.

La filósofa Hanna Arendt ha sostenido con buenas razones la banalidad del mal, su condición común en el hombre corriente, su presencia no sólo visible en sociópatas y otros enfermos con tendencias agresivas.

Encargada por el New Yorker para informar sobre el desarrollo del juicio a Eichman en 1961 (luego de su captura en Argentina por los israelíes) Arendt sostenía:

“Me impresionó la manifiesta superficialidad del acusado, que hacía imposible vincular la incuestionable maldad de sus actos a ningún nivel más profundo de enraizamiento o motivación. Los actos fueron monstruosos, pero el responsable –al menos el responsable efectivo que estaba siendo juzgado– era totalmente corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso”.

Las pericias de seis psiquiatras, y el tribunal mismo, concluían que Eichman no era un enajenado mental ni sufría trastornos severos de personalidad. Ni loco ni psicópata, se preciaba de estar inspirado en la moral kantiana, cuando Kant es uno de los refundadores del humanismo, precisamente, y de seguir cumplidamente el imperativo categórico kantiano: “Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal”, que resume una idea central del humanismo.

Dos experimentos

Las discusiones sobre la condición humana han recibido en los años 60 un imprevisto aterrizaje en hechos controlados por el método científico.

el hombre es eso, precisamente, su diligente capacidad de hacer daño a sus prójimos no es accidental a su naturaleza, sino un componente esencial de ella.

Son conocidos los experimentos de Milgram, realizados pocos meses después de sentenciado Eichman en 1961, en la universidad de Yale. El experimentador quería medir la agresividad humana bajo órdenes dadas por una autoridad, el Dr. Milgram. Se invitó a sujetos desprevenidos, a los que se pagó 4 dólares, para colaborar en una «experiencia científica destinada a medir la influencia del castigo en el aprendizaje”. El fin real del experimento, pues, estaba camuflado para los colaboradores desprevenidos. Hubo un sorteo aparentemente azaroso sobre  quién sería paciente y quién castigador; naturalmente, un colaborador de Milgram  y buen actor sacaba siempre en el sorteo la función de paciente: era atado a una simulada silla eléctrica, los cables salidos de ella estaban visiblemente conectados a un tablero que manejaría el victimario; el director de la experiencia indicaba a éste que leyera pares de palabras de un listado; el paciente debía repetir las listas de palabras en el orden escuchado: cuando se equivocaba (cosa que el colaborador-actor hacía pronto), el castigador recibía instrucciones de iniciar descargas progresivas: en su tablero el teclado indicaba desde 10 a 450 voltios. ¿Qué hará?

Antes de recordar los resultados estadísticos de los experimentos de Milgram, recordaré otro experimento menos conocido, publicado en American Journal of Psychiatry (121, año 1964) por J.Masserman, S. Wechkin y W.Terris: ‘Altruistic’ behavior in Rhesus monkeys.

Como es frecuente en biología, se trata de un experimento cruel: los animales están en cautiverio y se los entrena para tirar desde una soga cada vez que necesitan alimentarse; una vez afianzado ese comportamiento, se conecta cada tirón de dicha soga con una descarga eléctrica padecida por otro macaco. El animal que ejecuta la acción advierte inmediatamente que su acto de pedir alimento pasa por el sufrimiento de un prójimo. ¿Qué hará?

Resultados

la metafísica humanista, que encumbra al ser humano por su nobleza espiritual en el orden de lo existente, no puede seguir declarándose como si fuese un axioma.

Cuando tiren desde la soga u opriman el teclado, tanto el macaco como el hombre serán testigos del dolor provocado por ellos sobre un prójimo. El macaco está cercado por una trampa dura: ese castigo es condición para obtener alimentos. El hombre, en cambio, está cercado por una tenaza de apariencia más blanda: la autoridad que le manda castigar y la presencia viva del dolor en esa víctima que jamás ha visto, que ningún mal le ha hecho para merecer el castigo y cuyo lugar podía estar ocupándolo él mismo por sorteo.

Y aquí están los hechos. Milgram obtuvo de sus agentes castigadores este resultado: el 65% aplicó descargas máximas, mortales, a esa víctima desconocida que cometía errores al repetir pares de palabras. En 1970, el Instituto Max Planck de Münich afinó la marca al obtener un 86% de instructores convertidos en verdugos. Gente común y corriente, sacada de la calle.

En el experimento con macacos el 87%  se negó a tirar desde la soga (uno de los animalitos estuvo sin probar alimentos durante dos semanas); sólo el 13% restante eligió castigar a otro macaco para obtener comida. Un detalle importante: cuando se colocaba en situación de agentes castigadores a macacos que habían sufrido las descargas, se negaban masivamente a hacerlo.

Nótese la notable puntualidad con que se invierten las cifras de Milgram en Münich con las de los macacos: el rey de la creación, el único ser moral según pregonan filosofías y credos religiosos, el animal racional, elimina a un congénere que ningún daño le hizo, que no conoce y está atado a una silla que pudo tocarle en suerte a él mismo, por un motivo  tan trivial como errar la repetición de palabras y en obediencia a otro congénere, a quien tampoco conoce.

Y ese animal subalterno, máquina instintiva según aseguran los letrados de siempre, incapaz de elevación moral alguna, de lenguaje, de razonamiento, de técnica, no dotado de alma, ese macaco confinado al hambre si no tortura a su vecino, ahí está en su pequeñez dando el ejemplo callado, sobrio, de su enormidad moral.

Conclusiones

Por cierto que ambos experimentos no cierran la discusión sobre lo humano. Pero la metafísica humanista, que encumbra al ser humano por su nobleza espiritual en el orden de lo existente, no puede seguir declarándose como si fuese un axioma.

La banalidad del mal sostenida por Arendt parece congruente con los experimentos de Milgran. Y ambos contradicen cualquier descripción del hombre hecha por el humanismo y que vea en él a un ser cuya dignidad intrínseca lo eleva por encima de toda realidad.

Del humanismo queda la importante misión de defender como el mejor a un orden social donde se impida la acción desquiciadora del mal entre los humanos.

2 Comentarios

  1. Muy buen aporte del Sr. Estrella sobre el humanismo. Es cierto que la defensa irracional de la categoría superior asignada al hombre dentro de esa corriente de pensamiento nos muestra en tantas ocasiones que más que una certeza es un deseo o noble aspiración de exaltar los valores humanos como si ellos constituyeran la esencia del hombre, pero, la realidad nos sacude tristemente, como si quisiera hacer que caiga una ilusión que tanto amamos; sería como decía Marx Twain:» la fe es creer en lo que sabemos que no hay»; bien decía un filósofo: humano no se nace, se hace. Igualmente, que bellas páginas nos han dejado quienes han hablado del humanismo y lo han defendido. Eduardo A. Vaccaro.elsilencio60@gmail.com

  2. Excelente Jorge! Profunda y libre reflexión acerca de un tema que cobra cada día más vigencia: Qué es lo propiamente humano? Tu artículo discurre en una de las palabras más polisémicas y multiuso que hay: Humanismo.
    Abrazo grande

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