Jafar Panahi, reconocido director de cine iraní fue acusado en 2010 de producir propaganda en contra del régimen. Por ello se le impuso una sentencia, la peor que se le puede dar a un director de cine: no permitirle filmar hasta el año 2030. Su castigo, que incluyó también arresto domiciliario, ahora cuenta con cierta posibilidad de movimientos restringidos.
Pero Panahi ha tomado su la situación con la creatividad y el ingenio que lo caracteriza, y ha producido ya tres películas, This is not a film (2011) que las hizo mientras estaba en arresto domiciliario; Closed Curtain (2013), que fue hecha en su casa en la playa, y ahora Taxi (2015), una de las más accesibles.
Ubicando una cámara en el tablero de un taxi y haciendo de conductor, Panahi nos pasea por las calles de Teherán, y cuando la película comienza nos sentimos que realmente vamos dentro del taxi pasando por una congestionada intersección. Los primeros pasajeros que ocupan el vehículo se preguntan si la cámara será un dispositivo de seguridad, y esto da para que la discusión se torne hacia el tema de la pena de muerte en Irán.
Cuando dichos pasajeros bajan y se sube el siguiente, nos damos cuenta que no estamos en un taxi sino en una película. El pasajero reconoce al director de cine y a los actores que acaban de bajar, y en un giro contradictorio nos damos cuenta que se trata de un distribuidor de películas piratas, la mayoría prohibidas por el régimen como Akira Kurosawa, Woody Allen y The Walking Dead, entre otros.
El siguiente es un hombre herido que va acompañado de su joven esposa y pide un celular para grabar su testamento, tratando de evitar el desamparo que por ley le correspondería a toda mujer viuda. Y así, con cada pasajero que sube, nos vamos enterando de otro aspecto que aqueja a la sociedad iraní como la pobreza, la violencia, la discriminación a la mujer y la censura, al tiempo que se hacen referencias a sus previas películas como The White Ballon (1995), Crimson Gold (2003) y Offside (2007).
Como marco general a toda la situación está la entrada de la última pasajera, Hana Saeidi, sobrina de Panahi, quien después de pedir su frappuccino recita lo que según su profesora son los requisitos necesarios para hacer una película que pueda ser mostrada en Irán. El trabajo que se le ha asignado a Hana en el colegio se convierte en una película dentro de otra, y contempla todos los aspectos por los cuales el director fue acusado y condenado. La niña enumera con precisión que no está permitido presentar un realismo sórdido ni mencionar nada referente a la situación económica o política del país, que los buenos deben llevar los nombres sagrados del Islam y por supuesto, no puede haber contacto alguno entre un hombre y una mujer, hechos que han aparecido obviamente en las producciones previas del director.
Taxi Teherán ganó entre otros premios, el Oso de Oro en Berlín, recibido por Hana en nombre del director, y el premio de la prensa en el mismo festival, el cual se le otorgó por su coraje como artista, por el aspecto humano de la cinta y por la originalidad de su narrativa.
Si hablamos de metáforas, el taxi de Panahi podría considerarse una prisión que enmarca la situación que vive el director, quien conduce pero desconoce los destinos, y su cámara sería un espejo que refleja identidades escondidas pero presentes en esta prueba fehaciente de que la creatividad no tiene límites.