…y su escritura sigue inquietándonos. Y nos inquieta porque su literatura no es inocua. Como Shakespeare, Dante o Goethe, sus imaginerías ponen en peligro nuestra confortable visión del mundo. En cada rincón de su obra nos coloca al borde de un abismo. Y visitamos ese abismo y ensayamos ahondar en sus textos, fascinados por el juego entre realidad y ficción, el tiempo y la eternidad, el caos y el cosmos; desorientados entre lo finito y lo infinito. Su literatura pone en crisis nuestras intuiciones de la realidad.
Recuerdo que –desde mi cátedra universitaria– me interesé por la mirada de la ciencia sobre el hombre. En ese hacer me di con un libro de un Nobel de a ciencia: El fin de las certidumbres de Ilya Prigogine. Mi sorpresa fue encontrar que, para estudiar los procesos irreversibles de la teoría de las estructuras disipativas y afianzar sus argumentos sobre el tiempo, el científico cita a Borges.Y lo cita a propósito de un asunto muy importante para el autor argentino: nuestra condición temporal. La profunda belleza del texto que deslumbró a Prigogine dice:
“El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río, es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo desgraciadamente es real, yo desgraciadamente soy Borges”. (NRT en Otras Inquisiciones)
Pero su espíritu inquieto no se detiene allí, no sólo reconoce la temporalidad como marca inevitable de nuestra condición de seres vivos y pensantes, sino que da un paso no esperado: hace de ella, la finitud, el sello de la dignidad del hombre. En El inmortal dibuja un personaje gris, pobre y sin desafíos porque su tiempo es infinito. Son nuestros límites los que nos hacen únicos e irrepetibles, lo contrario de los dioses. Y en una gran ironía –sabiéndose pura temporalidad y muerte– les regala a sus personajes de ficción la eternidad. En el “El milagro secreto” Dios obra el milagro de detener el tiempo del condenado a muerte Hládik y le concede vivir un año más, que sólo fueron dos minutos en tiempo real. Esa posibilidad, pone en crisis nuestras intuiciones de la realidad, es una locura para la inteligencia y un consuelo para el corazón.
El espíritu lúdico de Borges juega con la física, la teología, la filosofía, las matemáticas, la biología; toma sus afirmaciones para ir más allá de ellas, extraer conclusiones insólitas y dejarnos perplejos. La perplejidad, estrecho camino entre la certeza y la duda, enriquece su escritura que es inteligente, irónica, profunda, iconoclasta. Hace gala de una inusitada libertad. Sin duda sabe de incertidumbres y consuelos secretos. Sabe de preguntas sin respuestas. Sabe de su no saber. Pero no claudica: siempre será un esperanzado.