Un libro se despereza, llega en los pliegues en que infinitas lecturas pudieran fundarlo, ofrece su carnadura al huésped que anide alguna mirada allí. Y aunque no elude aquello de su existencia como herramienta privilegiada de operaciones disciplinarias, el estudio por caso, alegre aspira a metamorfosearse en juguete de una tarde con amigos.
Un libro en esta estrechez llamada patria escupe una proliferación de signos y espera, lozanía impúdica capaz de echar brotes en la desolación de lo acabado.
Nos han vencido en el lenguaje, todo tiempo pasado está pasando.
De las palabras ese acarreo de la devastación, ir y venir de muertos que no encuentran sepultura. Quizás ecos de las grandes guerras, de las hambrunas y las persecuciones, de lo excluido que el lenguaje sigue criando. Escribir como quien se atreve a convivir con la ferocidad de las letras en curso. Poética podríamos llamar a esa operación política desalfabetizadora de los regímenes gramaticales y sintácticos en que la lengua doblega toda imaginación para hacerse hija y madre de lo cruel.
Sueña en las bifurcaciones de esa estrechez, palabras que anhela porosas y escuchantes. Se fastidia dice con la indiferencia ilustrada. Abandonar nuestro código, nuestra pretensión y hasta nuestro lenguaje. O seguir a ciegas en el jardín. Dice.
Habitar otro territorio. Detalles esquivos se anuncian en lo diseminado de esta escritura que busca modos de estar, políticas del estar en cercanía a la vida.
Quizás fugan para no hacerse figura en el centro del iris, en el centro de la mirada que nos mira a lo largo de los últimos siglos, transida de ambición, afanada en las posesiones.
Detalles esquivos de las configuraciones del centro paradigmático, detalles para salir del intercambio disciplinario, del ser y no ser, de los duetos que se comen crudo cualquier atisbo de magia.
Propone, esta escritura propone, invita. Hacer collage más que archivo. Repartir palabras como quien hace grieta en la cosa, acompañar las esquirlas, acunar lo ha punto de ser creado, abrir escucha en las prácticas sociales de la gente.
Escribe para buscar el antídoto antes de perecer, antes que toda alegría deje de respirar. Escribe en la urgencia de inventar conexiones parturientas de eso que intuye cerca de los árboles y las danzas.
Escribe en el borde mismo de la dentellada normativa en que se sedentariza cualquier impulso de desvío. Arrasamiento circunspecto de lo que aspira a vivir.
Enjaulados en una política de pasteurización de la vida se lanza a gritar, escritura mediante:
quiero
quiero
quiero.
Vivimos vividos en los nudos sonoros de una época, asfixia de las burocracias anquilosadas en el corazón de la polis. Atosigados de señales viejas, perfectamente viejas, en lo macerado de las ambiciones.
Nos esperan con la mesa puesta y promesas descoloridas. ¿Y qué haremos con las urgencias? ¿Y qué con los destellos?
A veces un libro, trocitos de escritura, pueden desatar la lluvia con la que guarecernos de esta sequía.
Repiqueteos casi de agua prometen el nacimiento de una jauría. Política poética,
bocas llenas de dientes el cruce de esas palabras. Incisivos a punto de clavarse en la yugular entre la danza y el tironeo.
Impulso de las semillas que llaman a lo no ocurrido como lozanía de la noche.
Luego junta las manos y reza una oración laica.
Tengo una oración desarmada. Tengo un sustantivo que no encarna. Tengo un verbo que no acciona. Tengo un adjetivo que no alcanza.
Quebrar los monumentales monólogos de nuestra biografía. Eso. Dejar irse en esquirlas de sin sentido los grafos de nuestra vida para deletrear ensueños.
Acaso busca habitar lo que vive en la intemperie. Desnudez de lo vegetal, lo animal, lo anímico. Desnudez esa vibración hacia la que extiende las manos. Viene a nacer, como la promesa políglota del viento.
Dice hablar acorazonadamente política de lo polifónico en las voces y los sentidos, diseminación del consenso. Desliz incierto incalculable, las palabras de otros que nos hablan, pregunta que salpica los bordes de las consistencias cotidianas donde nos sostenemos caídos ya.
Aquí y allá la línea del presente ahorca ternuras, quizás las gestualidades de horadar el horizonte de esas potencias extenuadas pueda llamarse poesía, fuerza de lo colectivo sin nombre propio.
Qué alivio no pertenecer dice, como quien propone un programa de acciones políticas.
La poética del viaje como otoño donde ir perdiendo vestiduras.
Viajar para que caigan las figuras en que nos hemos constituido y en lo resquebrajado aniden insomnes presentimientos de un mundo por venir. Contemplar lo horroroso como una fatalidad no consumada, inacabamiento, grieta que enhebra diferencia. Juegos de disoluciones y mezclas en convivencia aleatoria, desmontaje de las férreas referencias, de los manuales de uso para el abuso, de las tabulaciones que calculan quién y cuánto vale.
Cuando el capitalismo nos da de comer, antídotos. La gente en la calle, el único que conozco, anota y sale a buscar abrigo, leña para un fuego que ilumine.
Entonces trazar una diagonal que desmantele el centro, lo parta en inverosímiles, incontables y vaya a dar a un amor, a los cuerpos, a algunas decisiones.
Yo amo mirar, pero cada vez descreo más de sus conclusiones.
Mira esta escritura y ve su mirada transida de lo inerte. Mira y es dolida la mirada. La palabra viene un rato después, casi como cruzar los dedos antes de saltar.
Más cerca de un balbuceo que de un programa se anima a decir: Prefiero ser alcanzado por otro cuerpo. Un espacio donde lo singular pueda ser político y lo poético, colectivo. Territorios de una fuga en la enorme telaraña, deambular entre nudos, acariciar ciertas invisibilidades para darse en celebración a otros cuerpos. Como un vuelo insospechado de líneas centrifugas que aletean desatadas de un punto de partida. Como líneas sin dirección, maraña de transcursos en que se cobijan algunos sueños.
A derecha e izquierda dibuja los puntos cardinales de ciertas eficacias de la devastación y trata de separar la paja del trigo, en ese parloteo en que el fascismo envuelve los arrasamientos con banalizaciones. Mas que quejarse la escritura golpea invisibilidades, elude la polémica, para usar las palabras como llamada, como repique de un tambor en lo oscuro de la calle.
Regularidades respiratorias de una conversación en común.
¿Será un libro lo que estoy buscando?
Un libro en el baldío de lo no dicho vive y se desvive en el arrojo de latir.
Como lluviecita tenue los ritmos de una amistad que pisó muchas baldosas ya, y lejos de la pureza asume la fragua del paso dado.
Hay días en que la historia se abre como una flor nocturna y rara.
Ojos en los pies para ir en esa flor con el corazón perfumado y darnos a la inspiración de sus murmullos.
Incertidumbre que busca escribirse como caja de acordes, urdimbre sonora de latidos, tenacidad en el ruido infernal de la maquina antromórfica.
Rechinar de los tejidos y los flujos en la costura identitaria.
Músicas informes –política poética- que alucinan transcursos de ríos dulces tierra adentro.