Un reciente artículo de opinión del NYT sobre el historial de abuso hacia mujeres del famoso actor Charlie Sheen, nos hace reflexionar sobre el papel de las «mujeres descartables» y la necesidad de establecer otra lógica amorosa entre los distintos géneros.
Charlie Sheen y las mujeres descartables
En estos días, se publicó en The New York Times un artículo de opinión en el que Ana Holmes menciona una entrevista al actor Charlie Sheen que demoró más de cuarenta minutos en formular la única pregunta de importancia: si alguna vez había golpeado a una mujer. A la negativa del entrevistado, la cuestión se zanjó inmediatamente.
Según Holmes, que el entrevistador, Piers Morgan, no haya insistido en el tema de la violencia doméstica, no es ninguna sorpresa, ya que tanto ejecutivos de CBS como los millones de televidentes que siguen su serie familiar «Two and a half men» siempre han hecho la vista gorda sobre la historia de abuso de mujeres del Sr. Sheen, en la que se cuentan órdenes de restricción, demandas y cargos varios, a los que el actor ha respondido simplemente pagando multas, cumpliendo condenas cortas o incluso negando las acusaciones a la prensa.
Lo llamativo es que mientras este tipo de comportamiento ha afectado negativamente a otros colegas del rubro, Charlie Sheen siempre ha contado con la simpatía del público. Mantiene un estatus de héroe popular que recientemente se ha confirmado con la popularidad de su nueva cuenta en Twitter alcanzando, en lo que se cree un nuevo récord mundial, más de un millón de seguidores en muy poco tiempo.
Sin embargo, para Holmes, hay algo más a destacar aquí: la aparente imperfección de las numerosas víctimas de Sheen. Estas mujeres suelen ser de un tipo muy antipático. Algunas son prostitutas, a las que indefectiblemente se relacionará con una conducta grosera; otras, como sus ex-esposas, Denise Richards y Brooke Müller, son aspirantes a estrellas mucho menos famosas, y cuyas relaciones con el actor han sido calificadas como puramente sexuales y transaccionales. Este tipo de mujeres vive en un continuo en el que las lesiones son asumidas y los insultos son esperados.
«Son estos juicios de valor, explícitos o implícitos, los que subrayan nuestro desprecio por las mujeres que negocian con su sexualidad o se embarcan en la búsqueda de fama. Le siguen la objetivación y el abuso: no sólo un riesgo ocupacional aceptado por estas mujeres, sino también algo que hombres como Sheen consideran un derecho al que han sido invitados.», opina la autora del artículo.
Estas suposiciones -sobre mujeres, hombres poderosos y malas conductas-, tienen su raíces en la cultura actual de la televisión no guionada. De hecho, es difícil para muchos discernir entre el Sr. Sheen de la vida real y cotidiana, los arrebatos registrados y las narrativas sexistas elaboradas por productores de realities, en las que las mujeres son rutinariamente descritas como traicioneras y el terrible comportamiento masculino se explica como un efecto secundario de la pasión desenfrenada o de demasiada cerveza, concluye.
Diferencias de género y Lógicas Sexuales
«El deseo del hombre no depende de ninguna excepción sino que puede dirigirse a una mujer entre otras, siendo sólo necesario que ésta reúna ciertas cualidades como objeto.» nos dice Blanca Aragón Muñóz, en su artículo «Desarticulaciones neuróticas». «Únicamente esa una aparecerá como excepción si se produce el enamoramiento. En cambio para las mujeres, la excepción preside su deseo y su goce. En esto se desencuentran hombres y mujeres.»
Buscando la aproximación de los géneros en el artículo ¿Qué lógicas unen a los hombres y las mujeres? de Letra Urbana, Ana María Fernández cree que para ensamblar las independencias logradas por algunos sectores de mujeres de nuestra sociedad «es necesaria una voluntad política masculina de – más allá de incorporarse a tareas domésticas y de crianza – apostar a interrogarse por sus deseos y sus prisiones identitarias que les naturaliza la función de comandar el barco y les invisibiliza las posibles alegrías de buenas paridades. Tal vez así podrán abandonar el anhelo de encontrar mujeres que sólo puedan ser su complemento. Su dulce y complaciente complemento.»
Para la autora, cuando el ansia de dominio sobre el otro hace desplegar controles, necesidades de posesión, y manipulaciones, éste «se fragilizará, resentirá y perderá el atractivo que inicialmente nos atrajo. Si las potencias del otro amoroso y/o erótico me amenazan, quedará sólo el anhelo de ganarle una partida imaginaria. Podré ganarla pero algo se habrá roto en el respeto y la ternura. Crueldades sutiles, imperceptibles se desplegarán una y otra vez. También violencias y ferocidades de todo tipo.»
Para Fernández, hablar de la ternura en estos tiempos de ferocidades es un concepto profundamente político, es poner el acento en la necesidad de resistir la barbarización de los lazos sociales que atraviesan nuestros mundos, mientras en ellos, «el dinero atraviese el amor, necesariamente el cálculo estará presente en las alcobas. Mientras ese o esa a quien anhelo amar me inspire básicamente rivalidad, amenaza, desconfianza; necesariamente nuestras hospitalidades sólo podrán ofrecer un habitar incómodo (…) Se trata de inventar otra lógica amorosa, tal vez aun no muy visible en occidente – salvo en algunos acontecimientos amorosos o eróticos, fugaces o en contadas conyugalidades de larga duración – donde la potencia del partenaire me potencia, me confirma, me instala en un devenir excelso, singular, irrepetible.»