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Edición
29

Wendy Guerra, la nueva literatura cubana

Barranquilla, Colombia
¿La vida personal es un punto de partida para la literatura, o puede trascender a la literatura misma?

To walk in someone else’s shoes
Ponerse en los zapatos del otro

Hay grandes escritores cubanos que subyacen en la indiferencia, anónimos, o que simplemente no han mordido el anzuelo de publicar. Que no se subieron en esa guagua, que han rehusado a enrostrarse en ese otro ego, en esa isla de todos en el Caribe, la isla que se repite, parodiando un poco a Antonio Benítez Rojo.

De  la Cuba de gran tradición literaria, llega Wendy Guerra como parte de una generación de escritores jóvenes que aportan nuevos conceptos, estilos y temáticas, que se van abriendo camino en la literatura latinoamericana.

Wendy Guerra parte de la generación de niños y jóvenes cubanos que todo lo hicieron en colectivo, plural.

El estreno casi simultáneo en los Festivales de Cine de Miami y Cartagena de la película Todos se van, basada en la novela autobiográfica de Wendy Guerra, dirigida por el colombiano Sergio Cabrera,  me remonta a un breve encuentro, meses atrás, a un compromiso personal de escribir acerca de la nueva literatura cubana.  Aquella idea original se transforma paulatinamente y me lleva a reflexionar si la vida personal es sólo el punto de partida para la literatura, o si puede trascender a la literatura misma.

Una serie de coincidencias afortunadas se conjugan en la carrera literaria de esta jóven escritora, junto a sus quejas de no ser editada en su patio. Son sus trabajos en el cine y la televisión los que la llevan a su encuentro con Gabriel García Márquez en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños. Fue el propio Gabo quien la impulsó a dejar el cine y escribir como siempre lo había hecho – narrando desde la infancia, escribiendo diarios.

Wendy Guerra parte de la generación de niños y jóvenes cubanos que todo lo hicieron en colectivo, plural.  En ese mundo, donde nada se vivía en singular, aprendió de Eliseo Alberto “Lichi” Diego , a escribir un informe en primera persona sobre la memoria histórica de su país.

Guerra escribe y se percata de Anaïs Nin y su narrativa intimista.  Escribe Posar desnuda en La Habana  abordando la experiencia de Nin. Pero no existe paralelismo. Anaïs Nin fue una mujer libre.  Anais nació y vivió libre, sin ambages.  Se conservó libre.

Invitada a diversos eventos internacionales, Guerra forma parte, al lado de otros jóvenes escritores latinoamericanos, del grupo Bogotá 39.   Ahí conoce y posa para “el fotógrafo de los escritores,” el argentino Daniel Mordzinski.

Wendy Guerra goza del privilegio de excepción de ser reconocida y figura para la audiencia cubana por su experiencia de actriz, reconocimiento que conlleva una responsabilidad con el ciudadano de a pie. No puede correr el riesgo de que su temática caiga en el lugar común  donde el abordaje permanece anclado en el desgaste oficioso de un tema, jugando a la propaganda con otros autores – más centrados en su promoción personal que en la profundización de una  buena literatura. Se debía textos bien escritos,  una literatura que atrape, no la victimización y la conjetura.

Cuando hablamos de exiliados hablamos en un contexto global del exilio en cada ser humano, de la soledad que le atañe, de la realidad que asume que, en el caso de esta escritora, ella la vislumbra, se refugia y la fija en su infancia, ahí proyecta lo que escribe desde el parangón de su diario.

El exilio, este monstruoso coloso interno, esta descarnada ira en múltiples generaciones de quienes la han experimentado, la han padecido en su realidad como su única vivencia singular y endémica. No hay contrastes ni una formulación sobre el matiz exacto donde se puedan decantar elementos entre la frustración, el resentimiento, la impotencia y, ante todo, la propia ceguera para cambiar la visión de esa realidad.

Wendy Guerra goza del privilegio de excepción de ser reconocida y figura para la audiencia cubana por su experiencia de actriz y conlleva, en su reconocimiento, una responsabilidad con el ciudadano de a pie.

El Caribe asalta y atina constantemente con sus voces, unas más, otras menos, en el desafortunado gusto y en el éxito del oportunismo y de los que, por encima de los otros también pretenden, en ese pandemonio, sobresalir. Siguió habiendo literatura cubana a pesar del aislamiento geográfico y del bloqueo comercial.  Siempre se escucharon las voces de los que se quedaron y contaron sus historias. Fue justamente la Revolución Cubana, con su idea romántica de la posibilidad de un mundo mejor, con gente nueva, la que dio un impulso al boom de la  literatura latinoamericana.  También se escucharon las voces de la gente del exilio narrando otra historia, otra perspectiva de la misma historia.

Escuché a Wendy Guerra en su visita Barranquilla, invitada a participar en el Carnaval de las Artes  2014. Asistí a sus presentaciones y compartí con ella un instante fugaz, a dúo, conversando bajo la gran escalinata del Teatro Amira de la Rosa. Me gustó su estilo fresco en la conversación, salpicada de anécdotas. Pero hay en sus declaraciones y entrevistas algo que podría percibirse como una exageración premeditada, un afán de exhibicionismo y protagonismo innecesarios que distraen la atención sobre su obra.

Es fundamental para los nuevos narradores cubanos empezar a abordar una literatura seria, tan seria como su realidad, con una narrativa fresca, bien hecha, independientemente del tema. La transgresión, el escándalo, el asombro y el ruido no son noticia. Ya no nos ruboriza lo que se decanta en meras anécdotas.  No valida.

Es su vida y experiencia en Cuba, su propia Cuba, la que le ha permitido a Wendy tejer sus narraciones,  le ha dotado con alas de seda y le ha permitido trascender más allá de sus fronteras. El régimen cubano ha sido con ella consecuente al no publicar en su propio país, lo que le da además una dimensión, le confiere un cierto status al lado de los otros no publicados. Pareciera incongruente utilizarlo como mecanismo de promoción y propaganda para sus libros.

No sería justo que ese aparente afán de protagonismo, su fingido exhibicionismo y sus poses escandalosas trascendieran más que su obra.

Narrar esta historia desde adentro y desde afuera, llenando los vacíos de ese imaginario con la responsabilidad que viene de ser privilegiada y no caer en el camino fácil, en la tentación de que la vida personal y sus escándalos se difundan más que su literatura.

Ponerse en los zapatos del otro no es tratar de ser el otro. Es sentir como el otro. Solo con esa imagen un humano puede empezar honrando al otro.

Para entender a Wendy Guerra y otros autores cubanos de su generación hace falta también colocarnos en sus zapatos.

Cuando a simple vista puede parecer demasiado niña bien para el discurso de su realidad y lo que ha creado en su narrativa, cuando nos habla de que su novela es autobiográfica, es difícil reconocer que debajo de su aparente desparpajo, que detrás de esa apariencia de muñequita, que detrás de sus desnudos ante Lichi y Daniel Mordzinski, hay un ser que aguarda la identidad plena de sus voces y sentidos.

No sería justo que ese aparente afán de protagonismo, su fingido exhibicionismo y sus poses escandalosas trascendieran más que su obra. Wendy Guerra no necesita desnudarse. Vestida en el logro de su profundidad literaria, puede narrar  desde la infancia para trascender la infancia.

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