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Edición
50

Vivir cansados. «¿Habrá vida antes de la muerte?»

Entrevista a Juan Evaristo Valls Boix
Riverside, California
¿Por qué si intentamos progresar y vivir disfrutando más intensamente podemos caer en el agobio y la tristeza? ¿Cuáles son las alarmar que suenan cuando la intensidad de una vida plena rebasa los límites del cuerpo? ¿Podemos concebir deseos perezosos y ser felices en el tiempo muerto?
Foto: Zohre Nemati

Vivimos en una era plena de oportunidades que nos entusiasman para volvernos cada día más creativos y productivos. Desde la infancia se lanza la carrera, y el tiempo se aprovecha preparándonos para dominar competencias, idiomas y experiencias que permitan alcanzar las mejores posiciones en el campo laboral. Lo curioso es que no hay meta final, cuanto más avanzamos en la carrera más se puede avanzar, siempre podemos superarnos, algo más se puede conseguir. No hay pausa. En este escenario los cuerpos se agotan y forcejean con el estrés. La meditación, el yoga, los masajes y las drogas intentan quitarnos de encima el peso físico y emocional del cansancio y mantenernos productivos, pero la pereza termina entrando por la ventana.

Juan Evaristo Valls Boix tiene un doctorado en filosofía contemporánea y una mirada aguda para hacer un diagnóstico de nuestro tiempo. Conversamos con él sobre su reciente libro Metafísica de la pereza¹, para pensar qué nos lleva a entregarnos a la voraz ideología de ser productivos y cuáles son las alternativas para resistir a ello.

Vivimos en una época donde la productividad es lo que le da forma y orden al mundo. ¿Qué fue lo que observaste en la cultura actual para inspirarte a escribir Metafísica de la pereza? 

Creo no fue tanto algo que observé sino algo que me que me pasó, y creo que nos pasa a todas. Eso que nos atraviesa y que le da forma a nuestro cuerpo es justamente ese orden que tú señalas. De un lado, es un orden que genera mucho malestar porque viene con un alto precio. Por otro lado, es un orden que se naturaliza y se vuelve muy convencional, aunque podría ser cualquier otro, como que se trabajara menos horas o de otra forma, podría haber un sistema socioeconómico que no fuera el capitalista, etcétera. Es un orden que siempre trata de legitimarse de alguna forma, sea porque es el mejor que existe o porque poco a poco van excluyéndose otros de la imaginación. Entonces, una de las primeras cosas que me insta a ponerme a pensar en estas cuestiones – y ya lo hice en un libro anterior donde hablaba de la inoperancia- es un malestar que sentía en mi cuerpo y en el de la gente que me rodeaba. El malestar de no saber parar, de no tener un límite y de sentir que para tener valor todo ha de estar hablando el mismo idioma que el de este orden que tú estás señalando. De hecho, creo que me gustaría pensar que este trabajo es una reflexión sobre el malestar y un cuerpo que dice basta.

Formas parte de la generación más joven experimentando esto, ¿crees que es la que peor  sufre el malestar que describes? Aunque todos entramos, nadie se salva de la forma actual en que las cosas funcionan y nos hacen funcionar. Pero la generación joven, no conoció otra cosa.

Se suele señalar que es la generación Millennial la que tiene estos síntomas de época, por así decir. Pero, no solo los nacidos entre 1985 y el 2000, sino que cualquier persona que está viviendo en esta época y que trabaje sufre esta fragilización de la vida, esta precarización, debido a un cambio estructural del capitalismo porque se ha financiado, porque se ha deslocalizado la producción, porque se ha intelectualizado. Es cierto que, a los más jóvenes con más acceso a la universidad, nos viene esta idea de trabajar siendo pagados por el mero entusiasmo, por sentir la necesidad de reinventarnos y auto superarnos constantemente. Pero las personas de cuarenta o cincuenta años que pierden el empleo sienten que su currículum no es competitivo, tienen un perfil absolutamente desvalorizado porque además no son jóvenes, y deben tener varios trabajos o son falsos autónomos, ellos también se incluyen en una miríada de fenómenos que marcan la especificidad de los sistemas productivos de hoy, y que, Millennials o no, afectan a cualquiera que tenga que ir a ganarse la vida hoy.

A la vez es un momento donde se empodera a las personas para que sean emprendedoras y alcancen ¨la mejor versión de sí mismas¨, lo que parece motivante y excitante. Sin embargo, vos decís que son ¨muertos en vida¨. ¿Cómo es que alcanzar las metas, progresar y conocer más encierra algo mortífero?

Bueno dicho rápido, creo que hay una fuerte pulsión de muerte en este afán de poder. Hoy este imperativo de productividad, de hacer, es una especie de imperativo de creatividad, no se trata tanto de cumplir con un deber como de ser extraordinarios, no tanto de sacrificarnos por las próximas generaciones, por ejemplo, sino de ser auténticos y de disfrutar mucho. Es decir, hay una especie de continua maximización del goce, una búsqueda de un de un plus de goce continuo, siempre, de cómo disfrutar más, cómo tener una experiencia más intensa. Eso mismo hace que luego haya un sentimiento casi perenne de frustración, porque siempre pensamos que podríamos haber disfrutado más, que podríamos haber hecho algo mejor.

Hoy este imperativo de productividad, de hacer, es una especie de imperativo de creatividad, no se trata tanto de cumplir con un deber como de ser extraordinarios, no tanto de sacrificarnos por las próximas generaciones, por ejemplo, sino de ser auténticos y de disfrutar mucho. Es decir, hay una especie de continua maximización del goce, una búsqueda de un de un plus de goce continuo, siempre, de cómo disfrutar más, cómo tener una experiencia más intensa. Eso mismo hace que luego haya un sentimiento casi perenne de frustración…

Vivimos en medio de una saturación de la oferta en la que yo esta tarde podría ir al cine, a un concierto, quedarme leyendo, ir a la playa, o hacer fitness. Entonces siempre voy a perder algo: no he visto un estreno, no he escuchado este cantante o no me he quedado trabajando. Todas esas cosas siempre se venden y se hacen en nombre de la vida, de una vida mejor y más intensa. Pero bueno, ahí lo que lo que veo es un continuo ejercicio de poder sobre uno mismo y sobre los demás. De un lado, porque el otro, sean otras personas o sean oportunidades, siempre es solo una ocasión para la maximización del goce. Hay ahí una estructura narcisista muy perversa porque el otro es solo una oportunidad para esta maximización del placer, es decir, la creatividad pasa por un dominio del otro o un ejercicio del poder sobre el otro. Este esfuerzo de maximización del beneficio, o de desear cada vez más, es una especie de esfuerzo por controlar la existencia, por dominar todos los espacios de la experiencia; se trata de cuantificarla para luego calcular cómo puede crecer. Son ejercicios de poder y que acaban expulsando cualquier diferencia entendida como experiencia. Digo que se puede hablar de unos ¨muertos en vida¨ porque la vida está continuamente siendo sometida o secuestrada por estos imperativos. En el nombre de esa vida plena sacrificamos todo lo que es la vida, que al final tiene que ver más con experiencias de absurdo, de no comprensión, de derroche, o sea, con experiencias no cuantificables, no económicas o que no son necesariamente provechosas. Hay una estafa al traducir toda la experiencia para sacarle el máximo provecho porque expulsa de la vida aquello que es incongruente, diferente, contradictorio, banal, sin sentido, imperfecto. Creo que curiosamente se da muerte a la vida en nombre de la vida.

¿Qué crees que lleva a las personas a auto explotarse, alienarse detrás de estos propósitos cuando el costo es agobio, infelicidad, ansiedad, depresión, todas estas cosas que atraviesan las experiencias? ¿Por qué crees que la gente elige y sigue en esto sin decir basta?

Esto es el gran problema. Una forma muy al modo de Deleuze de tomar esta cuestión es pensar por qué hay deseos fascistas, o sea, por qué hay un deseo que desea su propia opresión. La pregunta entonces es muy vasta, ¿por qué el deseo no se desea a sí mismo, por qué el deseo siempre está deseando su satisfacción, es decir, su cese? Esta es la pregunta marco, la gran pregunta. Reconozco que es llevarlo al punto más abstracto o metafísico, pero también es llevarlo al punto más de raíz.

El presente parece brillante y ofrece tantos indiscutidos beneficios, pero lleva una gran sombra.

Creo que daría al menos dos respuestas. De un lado el modo en el que somos educados, el modo contemporáneo de producción de subjetividad, el default setting en el espacio del deseo es este tipo de deseo, no concebimos formas de estar en el mundo que sean improductivas o que no pasen por la realización de uno mismo. Es una de las cosas que señalo en el libro cuando hablo de la pobreza de experiencia o de la falta de imaginación. Hay una dimensión ideológica, o de producción de falsa conciencia, que no sabemos estar, relacionarnos o amar de otra manera, no sabemos estar afectivamente o desear de otra forma. Esta primera respuesta que doy es estructural, por qué la gente quiere, por qué la gente no quiere, bueno, la cuestión no pasa tanto por la voluntad sino por un deseo que se ha construido inconscientemente con ciertos parámetros. Si lo entendemos así, eso puede ayudar a hacer diagnósticos y llevar a reflexiones de otro tipo. La metafísica de la pereza es un libro que tiene mucho de estética, habla de escritoras, de poetas, de pintoras, justamente porque hay una pobreza de experiencia, porque no sabemos desear o sentir de otra forma. Quizás una de las muchas cosas que se puede hacer desde la filosofía y la literatura, sea armar un imaginario alternativo. Por supuesto, no es la solución definitiva, pero bueno, además de criticar y promover derechos, además de analizar y de hacer políticas sociales, quizá sea hora de desarrollar otras formas de experiencia, pensar modos de vida y deseos alternativos a los que el sistema propone. Ese trabajo de la imaginación, esa política de la imaginación probablemente pueda cambiar alguna cosa. Es una respuesta que doy y la digo primero porque me parece la más importante, es la respuesta estructural o, si se quiere, materialista.

En el nombre de esa vida plena sacrificamos todo lo que es la vida, que al final tiene que ver más con experiencias de absurdo, de no comprensión, de derroche, o sea, con experiencias no cuantificables, no económicas o que no son necesariamente provechosas.

La otra respuesta que daría cambia las coordenadas intelectuales, creo que es un poco más cursi, pero la voy a dar también porque vamos mucho con eso a la terapia. Hoy se sufre de una especie de miedo al vacío que puede desarrollarse como ¨hambre psicológica¨, una forma de canalizar la ansiedad hacia la comida, los trastornos alimenticios; pero puede tener también que ver con una serie de prácticas sexuales que acaban revirtiendo el consumo de los cuerpos o puede tener que ver con llenar el tiempo con trabajo y convertirnos en adictos al trabajo, workaholic.  

“Comer es engullirse el mundo” dijiste en el libro, hacer desaparecer el mundo.

Me sorprende la cantidad de vídeos cortos de gente comiendo que me llegan últimamente. Son reels muy breves que muestran cómo alguien se hace una hamburguesa hipercalórica y se la come solo, y finalmente es para hacer propaganda a un restaurante o algo así. Pero, esos siete segundos del video muestran el esfuerzo por colmar la falta, cómo la voracidad es una respuesta desesperada o ansiosa para colmar una falta, para cerrar algo, acabar con un espacio que no soportamos.

Las propuestas más clásicas para pensar en esto, como la fenomenología o el existencialismo que llamaban a esto la angustia ante la nada, ante una pérdida que no sabe qué es, creo que están muy desactualizadas. En la historia del pensamiento europeo reciente la falta ha tenido un trato desde la idea de una pasión triste, algo amenazador y que hay que evitar. Entonces, en el libro me esfuerzo por resignificar eso, porque la falta así entendida es algo que no se soporta. O bien los autores nos dicen que hay que aprender a vivir con la nada, esa que nos angustia, pero hay que aguantar, o nos explican cómo tratamos de zafarnos de la angustia a toda costa. Lo que trato de hacer es encontrar un nuevo sentido a esa nada, a ese hueco, es la posibilidad o el haz de posibilidades para nuestras vidas. En algunos cursos a veces digo que no se trata tanto de un vacío como una pista de baile, no es tanto un abismo como una piscina.

Un espacio que se abre…

Claro, es eso, un espacio para inventar. Entonces la segunda respuesta que daría pasa por no soportar esta falta, que puede concebirse de muchas formas: no saber qué hacer, no saber por qué trabajo aquí, por qué tengo esta familia, por qué me pasa lo que me pasa. Uno trata de responder a esa falta de muchas formas, desde las más fisiológicas hasta las más estructurales, como ya dije, no dejar de trabajar, comer sin parar o ver mucho la tele, por ejemplo. En el libro hago una tarea paralela a esta recomposición del imaginario de la pereza cuando señalo que esa imperfección, ese vacío, es la posibilidad de algo nuevo; y que justamente tendríamos que no solo aprender a convivir, por mucho que nos cueste con esa falta, sino también celebrarla, disfrutarla, porque es ahí donde empieza la vida, es ahí donde empieza el otro.

Pero parece que vamos a contrapelo de eso, el aburrirse está prohibido. Ya no nos dejan casi experimentar el vacío, no hay lugar donde uno ponga un pie que no haya una pantalla o música, y la palabra angustia está fuera de uso. ¿Cómo se traduce en el cuerpo? ¿Qué pasa con el límite biológico, con vivir cansados por estar disponible 24/7?

Hay una frase de Roland Barthes que me gusta mucho, aparece en el libro parafraseada y dice algo así como “el placer del cuerpo es ese momento en el que mi cuerpo sigue sus propias ideas, porque mi cuerpo tiene ideas que yo no tengo, o porque mi cuerpo tiene razones que yo no tengo”. Como he dicho, el libro nace del malestar, es un libro que aparece desde el cuerpo, de un esfuerzo por escribir algo que ya el cuerpo venía escribiendo, que ya venía acusando. Una serie de categorías clásicamente humanistas que conforman el sujeto desde la voluntad, la conciencia y la acción, son de alguna forma ya aliadas del enemigo. La idea era pensar a la pereza desde el cuerpo y desde ese momento en el que el cuerpo exige poner un límite a esas violencias y explotación que va sufriendo. De ahí que el primer capítulo es El cansancio, como ese ¨deseo de no¨. Al comienzo analizo un poema de Álvaro de Campos donde en varios versos hay una especie de ¨deseo de no¨: de no lujuria, de no tener, de no hacer. Me interesaba que el libro no hablara de un sujeto que tiene que decidir cambiar, o sea que no invocara otra vez esta instancia de poder, que es la del sujeto, que es la que le había puesto en la misma trampa. Me interesaba mucho que este basta o ¨deseo de no¨ viniera del cuerpo, de una fatiga, de alguna forma de escuchar al cuerpo y de politizar su malestar. Quería señalar que ese límite que pone el cuerpo cuando nos viene un burn-out o nos dormimos sobre la mesa, es una forma de decir que el cuerpo no soporta más. Pero nosotros, en nuestra posición de sujetos hacemos como si sonara una alarma de incendios y en vez de apagar el fuego, apagamos la alarma; entonces nos tomamos un pain killer, o nos hacemos una una power nap de quince minutos, nos tomamos un café, un medicamento, y después volvemos.

Esta pequeña metáfora benjaminiana, de apagar la alarma en lugar del fuego, da cuenta de cómo estamos ejerciendo un dominio sobre nuestro cuerpo, porque en vez de escucharle le decimos lo que tiene que hacer y lo que tiene que dejar de hacer. También quise que esto apareciera como una forma de extender una idea de Byung-Chul Han, que como etiqueta es luminosa, pero en análisis es pobre, según la cual vivimos en una sociedad del cansancio. O, como también decía Peter Handke en su ensayo sobre la fatiga, es una sociedad en la que a la vez estamos cansados e hiperactivos, tenemos ojeras, la piel blanquecina, perdemos la memoria a corto plazo, nos quedamos dormidos en cualquier sitio, sufrimos bruxismo, insomnio -dormimos menos que de lo que jamás se ha dormido en la historia-, en fin, hay toda una fenomenología del cansancio. Pero, pero al mismo tiempo seguimos haciendo footing, ligando por Tinder, haciendo horas extra, seguimos en esta productividad sin término. Esta contradicción, que una sociedad del cansancio es a la vez una sociedad de la energía, es la prueba fehaciente de que vivimos muy de espaldas a nuestro cuerpo. Tenemos una concepción medicalizada del cuerpo, de que el cuerpo es un instrumento inerte al que nuestra voluntad vendría a dirigir hacia un lugar u otro. Esta es la noción que funciona, de modo que, si el cuerpo se estropea le podemos poner aceite en las juntas y seguir, porque vamos al fisio, nos chutamos un diazepam o lo que sea.

La contradicción entre ser una sociedad estructuralmente hipercreativa, hiperactiva y a la vez ser una sociedad estructuralmente trastornada de fatiga, da cuenta de lo poco que escuchamos a nuestro cuerpo, de lo mucho que lo dominamos y también de cuanto lo despreciamos. Ese ejercicio de dominio creo que pasa por una radical falta de aceptación de nuestro cuerpo, no toleramos que pueda fallar, caerse, vibrar, envejecer, ni tumbarse en ningún sentido.

Es interesante que el agotamiento que el sistema produce lo reabsorbe con la industria del Wellbeing. Las personas fatigadas intentan aliviarse con yoga, pilates, masajes, cannabis o hierbas. Pero tú nombras la incompetencia, la vacación y la fiesta también como modos de resistencia al cansancio.

Cada uno de estos capítulos puede leerse como formas de decir no, pero también como formas de decir sí a esta indeterminación. A propósito de la incompetencia me interesaba criticar la competitividad y poner en cuestión la competitividad como única forma de vínculo, tanto con nosotros como con los otros. Pareciera que, por así decir, son solo los incompetentes los que pueden amar. Creo que queda un poco cursi, pero el imperativo de la competitividad o de estructurar la sociedad desde un punto de vista competitivo, nos lleva a la meritocracia, a la realización de sí mismo, a la superación, es la lógica del update, del actualizarse de trabajadores que hacen cursos de formación continua. Este tipo de competitividad es una forma en la que la vida solo se valora por el mérito, justamente por una cuantificación. Entonces, entiendo que este tipo de vínculos son absolutamente contrarios a los amorosos, filiales o de amistad, no son vínculos afectivos sino de rendimiento. Me interesaba mucho hablar de ello para sacar a la vida de su estructura de carrera y de competición. Por eso decía que solo los incompetentes pueden amar, solo cuando estoy con el otro sin pensar que estoy invirtiendo en él, es decir, solo cuando estoy con el otro a fondo y perdido puede ocurrir algo que, a veces,se le llama amor. También pueden construirse vínculos de cuidado más sólidos que permitan una politización del malestar y poner límites a la violencia, que permitan una colectividad que no sea una sociedad, sino una comunidad. La incompetencia me interesaba por eso, por pensar una vida incompetente, es decir que no estuviera siempre persiguiendo algo, que es la etimología de la competencia.

Ese límite que pone el cuerpo cuando nos viene un burn-out o nos dormimos sobre la mesa, es una forma de decir que el cuerpo no soporta más. Pero nosotros, en nuestra posición de sujetos hacemos como si sonara una alarma de incendios y en vez de apagar el fuego, apagamos la alarma; entonces nos tomamos un pain killer, o nos hacemos una una power nap de quince minutos, nos tomamos un café, un medicamento, y después volvemos.

En el capítulo de las vacaciones, hemos salido ya de la forma del esquema, de la carrera y la superación. La idea de las vacaciones es un elogio de lo que se tuerce, de lo que se desvía, de la divagación. Y en ese sentido, una posibilidad doble, la del anonimato, es decir, de liberarse de la carga de uno mismo, de la marca personal, pero también la posibilidad de mutar, de hacerse otro cuerpo. Las vacaciones juegan con lo vacuo, con el vacío, con vagar y lo vacante, cuando uno se va de vacaciones deja un hueco, una vacante, no solo en su casa sino también una cierta identidad. En el libro tomo los personajes de Jeanne Moreau y los paseos de Vivian Maier para mostrar esas experiencias, que aparte del anonimato, liberan de esa tiranía de uno mismo, de ser el jefe de uno mismo, devenir clandestino y anónimo en una vacación es un descanso de la sobreexposición. La posibilidad de divagar, desviarse o mutar es una forma de emancipación y es profundamente improductiva. Cuando tú estás desarrollando tu carrera o estudiando, el momento de cambiar de vida, en general, suele verse desde una cierta desaprobación, supone una desestabilización, una crisis, una pérdida del capital que ya se ha asumido. Cuando alguien cambia de carrera, de entrada, suele verse como un síntoma de fracaso, por supuesto que retrospectivamente se podrá llamar reinventarse, porque siempre hay que poner una palabra para todo, y puede servir para una historia épica de la auto superación. Pero lo importante es cómo el sujeto hoy es un continuo gestor de su propia identidad y las vacaciones, entendidas desde un viaje hasta un paseo o un cambio, podría ser una forma de emanciparse de esta tiranía del yo.

La idea de la fiesta va muy ligada a la vacación, en el sentido de que la juerga y huelga comparte un vínculo etimológico. Pero, si hacemos una lectura más materialista, nuestra vida es una continua coreografía. Según nuestro trabajo tenemos unas enfermedades u otras, se desgastan ciertas partes de nuestro cuerpo, adquirimos un determinado sentido común, cierto vocabulario, etcétera. Hay una especificidad coreográfica, rítmica, una danza, unos hábitos que nuestro cuerpo aprende a lo largo de toda su vida y a eso lo llamamos trabajo; pero en realidad es un continuo movimiento del cuerpo, una coreografía. Me parece interesante indicar como el potencial revolucionario de la fiesta, en un sentido micro político, justamente porque la fiesta siempre era el momento de ya no ser la mejor versión de sí mismo, sino de tener la mejor perversión de sí mismo, o sea, era el momento de pervertirse, de enseñarle al cuerpo otras coreografías, de descubrir otras partes del cuerpo, de construir un mapa del cuerpo que no sea el mapa médico, organigrámico o productivista, sino ver el cuerpo como un espacio de placer, de intensidades, de encuentros y de accidentes. La fiesta es una manera de desprendernos de la identidad que tanto tiempo encarnamos y hacerlo de la forma más material, es decir, explorando y enseñándole a nuestro cuerpo otros movimientos. La pista de baile, ese espacio en el que el cuerpo se mueve sin estar sometido a una función concreta y, al estar distinto y separado de la productividad, puede haber un espacio de descubrimiento, otro tipo de deseo, si se quiere, un deseo no neoliberal.

La incompetencia, la vacación y la fiesta, tres modos de salirnos del continuo empuje a la productividad. También mencionas que la vida es ausencia de obra, algo que no se mide ni se gana…

Esto de ¨ausencia de obra¨ es una cita velada del texto La locura: La ausencia de obra. A quién le resuene esa cita leerá una asimilación entre vida y locura, es decir, la vida como ausencia de obra es una locura, porque la locura es la ausencia de obra. Tomo esa cita porque somos incapaces de imaginar una vida que no esté vertebrada por la operatividad.

Esta operatividad puede ser la del trabajo, yo trabajo y me encanta, pero puede ser de otro tipo, tiene que ver con la operatividad de sacarle siempre provecho a las cosas.  Se trataría de aprovechar y disfrutar al máximo la vida, de tener experiencias intensas. Es acá, donde se ve una vida sometida al provecho y al control al servicio de ese provecho, que me parece importante señalar que la vida, en tanto que ausencia de obra, es una locura. Y, que sea impensable este modo de vida, que justamente habría de ser el más deseable por cuanto el más liberado, muestra lo pobre que es nuestra experiencia. En el libro hablo de lo mal que deseamos porque solo deseamos esta opresión, es decir, ser nosotros mismos y tener nuestra carrera y disfrutar al máximo. Hay una fuerte exigencia en todo eso y hace que la forma que tenemos de relacionarnos con la vida no es viviéndola. Vivir la vida habría de resonar como un desear el deseo, abrazar la falta; la relación que establecemos con la vida no es la de vivirla sino la de realizarla, producirla, aprovecharla, invertirla. Creo que cada vez que hablamos de aprovechar la vida o de disfrutarla, secretamente estamos decidiendo o deseando controlarla, es decir, acabar con la experiencia, acabar con la vida en cuanto a una a diferencia. Eso me parecía central porque, de un lado, señala que es un problema la pobreza de experiencia y sensibilidad, y también porque hace un diagnóstico del deseo. La pregunta entonces es: ¿podemos concebir deseos perezosos, es decir, deseos no neoliberales? ¿Podemos concebir modos de vida deseables, que no sean capitalistas, o sea, que no pasen por la creatividad ni la productividad, ni la inversión, ni el disfrute en este sentido perverso? Creo que por ahora la respuesta es que no somos capaces. Hay que cambiar algo de base y establecer otra relación con nuestro cuerpo, con las cosas que faltan, con lo que no tiene sentido, como es nuestro cuerpo mismo, nuestra vida o el otro. Y, justamente, estas cosas que vienen sin sentido y sin razón son las que no pueden medirse; toda vez que pensamos en una razón, hablamos de una cuantificación, es el modo occidental, al menos desde la modernidad, de controlar las cosas racionalizándolas y haciéndolas medibles. Hoy en día el modo en el que hacemos calculable la vida es viendo cuánto la podemos disfrutar, antes a lo mejor era cuánto íbamos a vivir para ver crecer a nuestros nietos y había en juego otras lógicas, más del sacrificio y del deber. En los años 20 del Siglo XXI, el modo que tenemos de controlar y medir la vida es ver cuánto más podemos disfrutarla, cuánto podemos desear, y eso es una forma de medir la vida y de hacer de la vida una ganancia. Antes había otra cosa, tú lo has dicho, teníamos otros referentes, se pensaba de otra forma, no era para aprovecharla, era para levantar el país, sacrificarse para hacer algo bueno, había otras lógicas ahí. Hoy el sumun de la razón y del sentido común, o sea, aquello que sostiene el orden simbólico pasa por medir la vida en tanto que hacerla disfrutable.

Varias veces en la charla bordeamos el tema de la ética del cuidado. Creo que lo que se sacrifica en esta vida hiperintensa, que homologa a los logros con quién eres, con el valor de una persona, va en detrimento de la ética del cuidado. ¿Cuál es tu idea al respecto?

Desde luego la ética del cuidado, por poner este nombre que me parece muy correcto, habría de ser el camino o la exploración para salir de este tipo de vínculos de competitividad, de esta forma de concebir la vida y el otro como inversión. Justamente cuando pensamos en el cuidado lo hemos de pensar sin obra, y creo que eso es muy interesante. Hay dos paradigmas que solemos confrontar, que son el del trabajo productivo y el reproductivo, lamentablemente siempre pensamos desde el paradigma productivo, no desde el paradigma reproductivo.

¿podemos concebir deseos perezosos, es decir, deseos no neoliberales? ¿Podemos concebir modos de vida deseables, que no sean capitalistas, o sea, que no pasen por la creatividad ni la productividad, ni la inversión, ni el disfrute en este sentido perverso?

Pensar la ética del cuidado es pensar radicalmente en un tiempo sin obra, porque se trata de un tiempo de espera, de escucha, acogida, donde puede pasar algo o nada, o lo más seguro es que pase lo que menos deseamos, que es que aquel al que cuidamos falle, enferme, muera, caiga. La ética del cuidado no es disponernos al éxito, es justamente asumir tanto el fracaso como la muerte como parte de la vida. No hace falta enfrentarse a una experiencia tan traumática o crucial como la muerte de un ser querido a quien hemos estado acompañando para saber de lo que estoy hablando, cuidar a una persona mayor, cuidar a un niño, cuidar a alguien que se ha roto un brazo ya nos confronta a ese tiempo de espera e incertidumbre sobre lo que pueda pasar.

Cuidar a los mayores y a los enfermos son buenos ejemplos. Y pensando en el día a día de las mujeres que trabajan y son mamás, de los padres que están criando a sus hijos, ellos viven serias dificultades para cuidarlos. El ámbito laboral actual se enfoca solo en el rendimiento de las personas, abraza una ética de la competencia y no promueve la ética del cuidado.

Sí, se trata del cuidado al otro en general. Pensar el cuidado justamente puede traer una forma de vínculo que es incompetente, en el sentido de no competitivo, una forma de deseo que acepta la falta, porque a quien cuidamos eventualmente nos dejará, tal vez porque crece y se va o porque pasará en el sentido de pass away. El cuidado, que en cierto sentido no genera obra, puede ser la forma que tendrá la pereza, una vía para tumbarnos, para aprender a detenernos.
Actualmente los espacios de sensibilidad se expulsan de la vida y se profesionalizan. Observamos como el sistema, alimentándose del deseo, también extrae esta esfera del cuidado y nosotros cada vez sabemos cuidar y cuidarnos menos, ya no sabemos cuidar nuestro espacio ni del otro. De repente hay un salario de por medio para dar y recibir, la sensibilidad y el cuidado se profesionalizaron, hay formación, cursos, carreras que garantizan servicios calificados. Tú has mencionado a las industrias del Wellness, una dimensión que fagocita, que capitaliza el cansancio y genera una productividad. Hay una dimensión invisibilizada de lo sensible, pero tan pronto se reconoce se profesionaliza y se convierte en una esfera que es expropiada de la vida. Actualmente ya cada vez menos sabemos cocinar, cuando antes lo hacía todo el mundo; también era común tocar un instrumento, o se sabían canciones de memoria. Es algo que no he pensado lo suficiente como para hacer un posicionamiento fuerte, pero sí que veo que ahí hay una dimensión de la vida que nos ha sido arrebatada en nombre de una lógica productivista.

Ubicaste el cuidado y el estar abierto a ese tiempo donde uno se deja sorprender, no se sabe lo que va a pasar, el tiempo de esperar, lo que es muy distinto a acelerar para llegar al objetivo. Quizás hay algo más para decir sobre los modos alternativos del deseo y de la política de la imaginación, para pensar qué nos ayudaría a cambiar, cómo pudiera ser el futuro.

Creo que pasa por algo que ya está ocurriendo y que es politizar el malestar, ya nos vamos viendo que eso es algo que nos atraviesa a todos. Y la forma de darnos cuenta tiene una elaboración estética que pasa por la escritura, las películas y el arte, pero también por los memes, las camisetas, la música, es decir, por el modo en el que una sociedad se analiza a sí misma. Creo que es una forma de escucharnos, de estar en situación; esta generación, y seguramente también la siguiente, está tratando de crear conciencia sobre la salud mental debido a la gran cantidad de trastornos que actualmente se están diagnosticando. Se está tratando de hacer visible y hablar de este malestar, sin justificarlo en pos de la productividad, es una forma de pensar desde el cuerpo y es una forma en la que algo puede cambiar. Y creo que así se puede cultivar otro tipo de vínculo con el cuerpo, otro tipo de deseo, una vida tranquila, en la que se pueda esperar y soportar lo que se desestabiliza, una vida cuyo centro no sea la obra, la identidad o el trabajo, sino que sencillamente sea el tiempo que uno pasa leyéndose, conociéndose, amándose y amando a otros.

No sé cómo veo el futuro y lo que menos me gusta es ser decadentista, pero tampoco me gusta ser progresista, creo que las dos cosas son muy duras. Ahora hay un momento de sensibilización social que tiene un potencial político potente y es heredero de la concientización que ya han hecho los distintos movimientos feministas, el Niunamenos, la crítica a la economía productiva, haciendo una gran huelga reproductiva. Es decir, creo que la revolución y la politización que ha tenido el feminismo es la base para que luego pueda haber un pensamiento del cuerpo en tanto que cuerpo exhausto. Este cambio es importante y no puede leerse de forma progresista pensando que ahora todo va a cambiar y vamos a ir mejor tampoco me interesa el diagnóstico decadentista que dice que el capitalismo vuelve a apropiarse del descanso, porque crea una tecnología y una farmacología del descanso, y entonces vamos cada vez a peor, porque cada vez estamos más controlados y sin darnos cuenta. No me interesan ni el relato decadentista, ni el progresista, pero sí que creo que ahora mismo hay un cambio importante de sensibilidad y que ojalá nos dé la fuerza suficiente para seguir peleando por estos derechos del cuerpo a decir no.

Notas:
[1] Juan Evaristo Valls Boix, Metafísica de la pereza, NED Ediciones, Barcelona, 2022

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