Search
Close this search box.

Edición
37

Un descubrimiento y un acercamiento

Santa Bárbara, California
La autora rememora su encuentro con Cien años de soledad en Cali y la influencia de García Marquez en su vida

Durante  la pasada Feria del Libro de Miami, y con motivo de los 50 años de la publicación de Cien Años de Soledad, obra cumbre del Premio Nobel colombiano, se presentó una edición especial del libro editada por Penguin Random House e ilustrada por la artista Luisa Rivera. Se llevó a cabo, además, el panel 50 años de Cien años de Soledad en el cual participaron el escritor Juan Carlos Botero, ganador del Premio Juan Rulfo; el doctor en Lenguas y Literaturas hispánicas, investigador y narrador argentino Pablo Brescia y Suzanne Jill Levine, renombrada traductora de literatura contemporánea latinoamericana y profesora en la Universidad de California de Santa Bárbara. Compartimos con ustedes la intervención de Suzanne Jill Levine sobre su encentro con la obra de García Márquez.

Leí Cien años de soledad por primera vez en Cali, Colombia, en el verano de 1968. Cali era una bella ciudad tropical entre montañas con un río y puentes y calles que vibraban.  Por aquel entonces yo era una estudiante de la Universidad de Columbia en Estudios Latinoamericanos.  Desde la infancia amaba tanto la literatura como la música y el cine. Recién salida de Vassar College, aunque mis estudios se habían enfocado en analizar la literatura y progresar en el arte del piano, en la música, no estaba del todo convencida aún con dedicarme a la literatura de modo más profesional.  Mas bien, al pasar esa transición de Vassar a Columbia, estaba tratando de ser práctica, de elegir una carrera que de alguna forma pagaría la renta.

Gabo había inventado “la gran saga mitológica de las poblaciones antiguas de América Latina.”

Siguiendo el consejo de un joven poeta colombiano a quien conocí en Cali, cálida ciudad donde la cumbia se bailaba todas las noches, conseguí una copia de la novela del aún desconocido o por lo menos nuevo escritor Gabriel García Márquez. No pude dejar el libro hasta alcanzar la última página cuando se cumple la profecía y el viento apocalíptico arrasa con Macondo, y el lector debe volver al principio, sabiendo ahora que está leyendo el manuscrito de Melquiades.

Sentí haber descubierto un relato sumamente fascinante, una creación literaria totalmente nueva, tan original como Macondo cuando es descubierto por el primer Buendía.   Como decía el escritor mexicano Jorge Volpi, aquí Gabo había inventado “la gran saga mitológica de las poblaciones antiguas de América Latina.”

Aquel otoño, de regreso a  mi ciudad natal, New York, conocí al crítico literario uruguayo Emir Rodríguez Monegal, el famoso editor de Mundo Nuevo, en el Centro de Relaciones Inter-Americanas, y hablamos de Cien años, que iba a traducirse por el gran Gregory Rabassa, en esos años un profesor mío en Columbia. No lo sabia en aquel momento. pero, por varios años, Emir y yo íbamos a ser una pareja (según nuestro amigo el escritor Manuel Puig) llamativa.

Emir acababa de publicar un ensayo titulado “Novedad y anacronismo en Cien años de soledad” y mi lectura entusiasta de ese ensayo me impulsó a perseverar en una investigación literaria que se convertiría en mi primer libro, El espejo hablado –que

Lo que en principio me fascinó de la novela, fue esa celebración única de una conversación con toda la literatura, desde la Biblia a la épica homérica, a Don Quijote, y así hasta los modernos

primero fue mi tesis de maestría en Columbia que terminé en diciembre de 1969, y en 1975 fue publicado en español por la editorial Monte Avila bajo la dirección del editor catalán, Benito Milla, tan talentoso, que como muchos españoles se había fugado de la España de Franco para vivir en América Latina.

Lo que en principio me fascinó de la novela, aparte de su seductora saga familiar y sus personajes, de su humor hiperbólico y sardónico y de sus imágenes eróticas y vertiginosas, fue esa celebración única de una conversación con toda la literatura, desde la Biblia a la épica homérica, a Don Quijote, y así hasta los modernos como Carpentier, Faulkner y Virginia Woolf, esta última una escritora tan fascinante.   Esas resonancias apasionantes de Cien años de soledad me contagiaron de un fervor analítico, buscando definir en cada paso de dónde venían esas resonancias y qué significaban.  Pronto me daría cuenta en mis pesquisas por senderos que se bifurcaron de que Borges fue fuente de inspiración definitiva, no solo para Gabo sino para Carlos Fuentes, Cortázar, Cabrera Infante, Donoso, Vargas Llosa y casi todos los escritores de la generación de Gabo, la famosa generación del “boom” para no hablar de las generaciones que vendrían después.

El maestro argentino fue quien ideó la estratagema narrativa posmoderna de la mise en abime infinita, una idea antigua que venia de las Mil y una noches, unida a una síntesis dialogística e intertextual que emerge de una poética neo-barroca ya presente en las primeras cuasi–ficciones de Borges, en la Historia universal de la infamia. Puedo decirles con toda confianza que leer al Gabo ese mago literato y a Emir ese critico tan lúcido, en aquellos momentos, en el verano y el otoño del 1968, fueron momentos decisivos para inspirarme a seguir la aventura de una carrera dedicada a la literatura.

 

2 Comentarios

  1. Escriba Subversiva: una poetica de la traduccion = es el titulo correcto del libro, publicado por Fondo de Cultura Economica (D.F. Mexico, 1998).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Artículos
Relacionados

Imagen bloqueada