Durante la pasada Feria del Libro de Miami, y con motivo de los 50 años de la publicación de Cien Años de Soledad, obra cumbre del Premio Nobel colombiano, se presentó una edición especial del libro editada por Penguin Random House e ilustrada por la artista Luisa Rivera. Se llevó a cabo, además, el panel 50 años de Cien años de Soledad en el cual participaron el escritor Juan Carlos Botero, ganador del Premio Juan Rulfo; el doctor en Lenguas y Literaturas hispánicas, investigador y narrador argentino Pablo Brescia y Suzanne Jill Levine, renombrada traductora de literatura contemporánea latinoamericana y profesora en la Universidad de California de Santa Bárbara. Compartimos con ustedes la intervención de Suzanne Jill Levine sobre su encentro con la obra de García Márquez.
Leí Cien años de soledad por primera vez en Cali, Colombia, en el verano de 1968. Cali era una bella ciudad tropical entre montañas con un río y puentes y calles que vibraban. Por aquel entonces yo era una estudiante de la Universidad de Columbia en Estudios Latinoamericanos. Desde la infancia amaba tanto la literatura como la música y el cine. Recién salida de Vassar College, aunque mis estudios se habían enfocado en analizar la literatura y progresar en el arte del piano, en la música, no estaba del todo convencida aún con dedicarme a la literatura de modo más profesional. Mas bien, al pasar esa transición de Vassar a Columbia, estaba tratando de ser práctica, de elegir una carrera que de alguna forma pagaría la renta.
Gabo había inventado “la gran saga mitológica de las poblaciones antiguas de América Latina.”
Sentí haber descubierto un relato sumamente fascinante, una creación literaria totalmente nueva, tan original como Macondo cuando es descubierto por el primer Buendía. Como decía el escritor mexicano Jorge Volpi, aquí Gabo había inventado “la gran saga mitológica de las poblaciones antiguas de América Latina.”
Aquel otoño, de regreso a mi ciudad natal, New York, conocí al crítico literario uruguayo Emir Rodríguez Monegal, el famoso editor de Mundo Nuevo, en el Centro de Relaciones Inter-Americanas, y hablamos de Cien años, que iba a traducirse por el gran Gregory Rabassa, en esos años un profesor mío en Columbia. No lo sabia en aquel momento. pero, por varios años, Emir y yo íbamos a ser una pareja (según nuestro amigo el escritor Manuel Puig) llamativa.
Emir acababa de publicar un ensayo titulado “Novedad y anacronismo en Cien años de soledad” y mi lectura entusiasta de ese ensayo me impulsó a perseverar en una investigación literaria que se convertiría en mi primer libro, El espejo hablado –que
Lo que en principio me fascinó de la novela, fue esa celebración única de una conversación con toda la literatura, desde la Biblia a la épica homérica, a Don Quijote, y así hasta los modernos
Lo que en principio me fascinó de la novela, aparte de su seductora saga familiar y sus personajes, de su humor hiperbólico y sardónico y de sus imágenes eróticas y vertiginosas, fue esa celebración única de una conversación con toda la literatura, desde la Biblia a la épica homérica, a Don Quijote, y así hasta los modernos como Carpentier, Faulkner y Virginia Woolf, esta última una escritora tan fascinante. Esas resonancias apasionantes de Cien años de soledad me contagiaron de un fervor analítico, buscando definir en cada paso de dónde venían esas resonancias y qué significaban. Pronto me daría cuenta en mis pesquisas por senderos que se bifurcaron de que Borges fue fuente de inspiración definitiva, no solo para Gabo sino para Carlos Fuentes, Cortázar, Cabrera Infante, Donoso, Vargas Llosa y casi todos los escritores de la generación de Gabo, la famosa generación del “boom” para no hablar de las generaciones que vendrían después.
El maestro argentino fue quien ideó la estratagema narrativa posmoderna de la mise en abime infinita, una idea antigua que venia de las Mil y una noches, unida a una síntesis dialogística e intertextual que emerge de una poética neo-barroca ya presente en las primeras cuasi–ficciones de Borges, en la Historia universal de la infamia. Puedo decirles con toda confianza que leer al Gabo ese mago literato y a Emir ese critico tan lúcido, en aquellos momentos, en el verano y el otoño del 1968, fueron momentos decisivos para inspirarme a seguir la aventura de una carrera dedicada a la literatura.
Estrasburgo, situada entre Francia y Alemania, fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Nos sorprende con su luz y sus reflejos, el reloj astronómico en la Catedral de Notre Dame y la Iglesia de Santo Tomás, donde Mozart tocó el órgano.
Una crónica sobre la pintura de Oskar Kokoschka, exhibida en el Kuntsmuseum, que refleja su apasionada relación con Alma Mahler. Una mujer marcada por su matrimonio con Mahler y los romances con Klimt, Kokoschka y Gropius, fundador de la Bauhaus.
París de principios del siglo XX atrajo artistas de todo el mundo. Muchos críticos de arte reclamaron el nacionalismo artístico, enfatizando las diferencias entre los locales y autóctonos y los extranjeros… los extraños, entre ellos Picasso, Joan Miró y Marc Chagall.
¿A dónde quedan las preguntas en la era de los algoritmos, la hiperinformación y un sistema de educación obsoleto? Pero ¿la capacidad de explorar y enfrentarnos a lo que no sabemos depende solo de la realidad tecnológica?
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2 Comentarios
Escriba Subversiva: una poetica de la traduccion = es el titulo correcto del libro, publicado por Fondo de Cultura Economica (D.F. Mexico, 1998).
La inutilidad = titulo original en espanol del libro de Lalo, gracias!