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Edición
09

Shopping in the genetic supermarket

Rosario
Eutanasia, control de la natalidad, tráfico ilegal de órganos, eugenesia, cirugía estética e intentos de clonación son procedimientos cada vez más comunes en la actualidad, ya poco nos provoca extrañeza oírlos en los noticiarios. Pero, ¿qué nos dicen estos fenómenos acerca las características de la hipermodernidad y, cuales son las repercusiones qué inciden en las maneras de relacionarnos con nuestros cuerpos, con el placer, con los otros y con la infinitud?

..el capitalismo promueve la fabricación de objetos que intentan obturar el vacío propio de su existencia como sujeto; introduciéndose el derecho a un hedonismo sin límites, bajo la ilusión del encuentro con el objeto garante de plena felicidad y apto para la satisfacción inmediata.
Sin lugar a dudas los sucesos acaecidos en lo que se refiere a las transformaciones políticas, económicas y sociales durante el siglo XVII fueron aquellas que propiciaron el terreno para una alteración de la función económica –en términos freudianos, libidinales-, del cuerpo que luego desentrañará la modernidad tardía.

Efectivamente, a fines del siglo XVII es cuando se producen ciertas variaciones en lo que respecta a una mirada que, a partir de ese momento, se centra ya no en lo teocéntrico, sino más bien en lo «terrenal»; una mirada hacia las ciencias, ya que estas propiciaron la «eficacia» necesaria para el progreso científico El precursor de todo este movimiento fue Descartes en tanto su propuesta se centra en intentar descobijar la verdad con las ciencias. Se trata de reformular el saber, de ponerlo en tela de juicio para con el ejercicio de la razón producir una verdad. Estamos en los albores de un proyecto emancipado del pensamiento renacentista en tanto, de ahora en más, obedece a un método de demostración puramente racional. El ser hablante es testigo del surgimiento del discurso de la ciencia, momento especial en el que sobreviene un estruendo: la verdad misma comparece entre los hombres, en medio del remolino de metáforas…

Es así, cómo su proposición se esfuerza una y otra vez en ofrecerle al sujeto cognoscente un ser en el pensar. Se trata de un sujeto de la conciencia separado respecto del cuerpo, prolegómeno –al decir de Jacques Lacan-, de una falla epistemo-somática que cobra impulso y prosigue con el devenir de la ciencia «sobre la relación de la medicina con el cuerpo».

La exclusión del cuerpo respecto del pensamiento es la marca inaugural de una alteración en la función económica –libidinal-, a partir de la modernidad. Hoy, el hiper-desarrollo en lo que al uso de la tecnología se refiere, conduce al inminente desencanto al que parece estar confinada la cultura. J-F. Lyotard plantea que este movimiento no es sin consecuencias ya que, por ejemplo, las investigaciones referidas a la fecundación, gestación, nacimiento parecen converger en meta de hacer al cuerpo sustituible por otro cuerpo.[2]

Nuestra sociedad actual se caracteriza por la hegemonía de ideales cada vez más utilitarios, cada vez más desligados al padre y al Complejo de Edipo, alejados de esta trama simbólica en la que subyace el padre como agente de la castración.

Se trata de aquello que Jacques Lacan anticipara en 1938 respecto de la inminente declinación de la imago paterna, o lo que es lo mismo, la caída del referente simbólico; cuestión que no implica que no haya ideales, sino que los mismos se encuentran multiplicados y también que -a diferencia de otros tiempos-, no conforman un universal, con lo cual, la exigencia que impelen no se encuentra mediada por la función del padre -como límite-, sino más bien ligada un imperativo, una exigencia desregulada que conlleva a una errancia, un extravío subjetivo.

Si los modos de satisfacción de los seres hablantes no se hallan regulados al padre como agente de la castración, esto no es sin consecuencias para los sujetos, que quedarán expuestos a modos de «vivir la vida» emanados de los objetos que el mercado produce. Se trata, pues, de modos de satisfacción autista que excluyen toda posibilidad de lazo social, del lazo con otros.

En este sentido, el capitalismo promueve la fabricación de objetos que intentan obturar el vacío propio de su existencia como sujeto; introduciéndose el derecho a un hedonismo sin límites, bajo la ilusión del encuentro con el objeto garante de plena felicidad y apto para la satisfacción inmediata.

Digo «ilusión» porque para ser hablante el estatuto de «necesidad biológica» –lo propio del animal-, queda abolida desde el momento en que la misma es tomada por el lenguaje. El sujeto cuando nace no puede valerse por si mismo, necesita de otro que lo asista, sino muere. Esta inermidad propia de la cría humana es sobre la que se estructurará la dialéctica de la demanda. En otras palabras, aquello que el niño –el ser humano-, demanda nunca coincide con lo dado, siempre el encuentro es fallido, a saber: «no es eso». Desde esta perspectiva, el deseo persiste y el movimiento se reinicia perpetuamente, en una infinitización de la demanda de objetos. Cabe destacar, entonces, que este es el influjo estructural del cual el capitalismo se servirá para hechizar y adormecer al sujeto, en post de la deificación de la mercancía.

La decadencia de la imago paterna sobrevenida con la modernidad dejó al sujeto inmerso en el desvarío de lo propiamente «sin medida» -sin regulación-, y al prometedor «desarrollo social» precipitarse sobre la desembocadura de un impasse ético, un callejón sin salida, un dead end cada vez más creciente en nuestra civilización.

Este hecho se produce en la sociedad debido a que hay un claro consentimiento por parte del sujeto subsumido al ideal utilitario que propone la Ciencia, a saber, el ideal científico, proyectándose hoy en día, cada vez más, sobre el campo de la voz planetarizada por nuestros aparatos y la mirada con carácter omnipresente.

La pugna iniciada con el ascenso del significante «mercado común» durante las últimas décadas de la segunda mitad del siglo XX, fue la que inició el cuestionamiento de todas las estructuras sociales, a tal punto de que el rechazo de la diferencia implícito en ese enunciado «mercado común», fue el factor detonante de la irrupción de procesos de segregación empañados de una violencia del orden de lo inefable que atesora el silencioso apetito de destrucción que Freud denominara «pulsión de muerte».

La universalización del discurso de la Ciencia y la fascinación con la que seduce promueven, entonces, efectos cada vez más duros de los procesos de segregación, debido, también, al reordenamiento de las agrupaciones sociales en torno al ideal científico.

La tríada ciencia-tecnología-capitalismo suscitó el desmoronamiento de la sabiduría y promocionó el ascenso al cenit del reinado y colectivización del objeto prêt-à-porter, listo para consumir.

El modo de vida que el capitalismo promueve es aquel que coloca al sujeto en el lugar del consumidor que trabaja en la producción incesante de objetos. Frenesí que amenaza al sujeto mismo -antes homo faber-, con arrojarlo hoy, a la deriva de ser cruelmente explotado, segregado, reducido a un cuerpo expuesto a la muerte violenta pero a la vez –parafraseando a G. Agamben-, insacrificable, vida desnuda, pura vida biológica como tal.

En este sentido, respecto de lo social, tenemos eutanasia, control de la natalidad, tráfico ilegal de órganos, eugenesia, cirugía estética… intentos de clonación; ejemplos de lo que cada vez más se hará presente en estos tiempos hipermodernos que se avecinan en post de lo que se le propone al ser hablante en la actualidad: identificarse al consumidor y mientras este proceso sigue su curso, el cuerpo, se halla más propenso a su despedazamiento para el intercambio.

Michel Foucault en su libro Vigilar y castigar nos narra acerca de cuerpos dóciles, esquemas que corresponden al siglo XVII, edad clásica, donde se pone en juego todo un descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco de poder. En este sentido, se trata de un cuerpo que pasa a ser manipulado, que se le da forma. Remarca un libro llamado Hombre-máquina que contempla dos registros: uno alude a lo anatómico-metafísico que se desprende de la concepción cartesiana y, el otro, en relación a lo técnico-político, esto es, aquello pertinente, por ejemplo, a los reglamentos militares, cuya finalidad es corregir las operaciones sobre el cuerpo. Nueva tecnología de poder que obedece, entre otras cosas, a una economía potenciada por el crecimiento de las fuerzas productivas y el incremento demográfico del Siglo XVIII.

La novedad para Foucault alude a dos cuestiones: escala de control y objeto de control. El primero de ellos refiere no al tratamiento del cuerpo en su integridad, como unidad, sino «de trabajarlo en sus partes» [3], mientras que el segundo indica «….no los elementos significantes (…) del lenguaje del cuerpo, sino la economía, la eficacia de los movimientos, su organización interna, la coacción sobre las fuerzas».[4] Cuestiones que esbozan un momento histórico en relación a la «disciplina», momento en el que nace un arte del cuerpo humano donde la docilidad y sometimiento cobra un papel decisivo e importante; dice: «…El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone».[5] Emergencia de una anatomía política que no debe pensarse como que surge repentinamente, sino más bien, es legado de diferentes procesos que se apoyan unos sobre otros, se repiten, se articulan y finalmente convergen en un método general. Prolegómenos de un ejercicio ligado al hombre como objeto de saber para un «discurso con estatuto científico». [6] Un cuerpo que la modernidad perfiló hacia lo netamente utilitario, esto es, en tanto cuerpo productivo y sometido: tecnología política del cuerpo.

Giorgio Agamben -refiriéndose a los aportes legados por M. Foucault-, señala que los principios de nuestra coetánea biopolítica fueron dictados por la eugenesia. Se trata de la ciencia de la política ahora convertida en biopolítica, cuya expresión precursora fue puesta en acto por el nazismo. Al respecto, señala: «el nazismo no se limitó simplemente a utilizar y a distorsionar para sus propios fines políticos los conceptos políticos que le eran necesarios; la relación entre la ideología nacionalsocialista y el desarrollo de las ciencias sociales y biológicas del momento, en particular el de la genética, es más íntimo y complejo y, a la vez, inquietante». [7]

El concepto de raza entendida como «herencia genética y nada más que herencia» es llevada a tratar en términos políticos. Así, este concepto pasa a ser definido sobre la base de teorías genéticas de la época, de ahora en más como «un grupo de seres humanos que presentan una cierta combinación de genes homocigóticos que faltan en los otros grupos». [8]

En este sentido -para este filósofo-, el concepto mismo de racismo se absolutiza para fundirse con las cuestiones netamente eugenésicas. Agrega que «la novedad de la biopolítica moderna es, en rigor, que el dato biológico es, como tal, inmediatamente político», el cuerpo viviente pasa, definitivamente, a convertirse en el objetivo de estrategias políticas: la vida se politiza dando paso a lo inhumano, que implica que en la esfera de la polis, se lleve a cabo la politización de la vida -«vida desnuda»-, lo propio de la figura del homo sacer.

Vemos surgir de un tiempo a esta parte –debido al creciente individualismo ligado a la disposición de obrar por sobre el cuerpo propio-, casos que revelan la clara tendencia cada vez más acelerada de someter el cuerpo al intercambio; comercialización del cuerpo que implica someterlo a una especie de «contrato mercantil» que se mofa de los preceptos morales tradicionalistas.

Este carácter netamente político ligado a la eugenesia puede apreciarse desde el momento en que en 1933 fue promulgada la ley para la «protección de la salud hereditaria del pueblo alemán». [9] La misma, tenía por fin extenderse al matrimonio, estableciéndose -por ejemplo-, que ninguno de ellos podía llevarse a cabo cuando uno de los progenitores sufriera de alguna enfermedad contagiosa; si uno de ellos se encontrara en ese momento sometido a tutela; o si alguno estaba incapacitado por alguna enfermedad mental e, indudablemente, si se padeciera de alguna enfermedad hereditaria.

En la actualidad, hay una nueva «interlocución» instalada en las esferas filosóficas de nuestra época y la misma remite, esencialmente, al campo de la ética ligada a los acelerados avances de la ciencia hermanada a la tecnología: la llamada era de la post humanidad abre sus puertas para conducirnos a un nuevo jaleo en torno a los debates morales ya iniciados en las postrimerías del Siglo XX.

A los aportes precedidos por Lyotard en torno a la condición postmoderna siguieron los de Robert Peperell en 1995 con su libro La condición post humana. Allí, el autor reconsidera las nociones humanísticas clásicas para alojar lo legado por el Siglo XX: cuestiones que van desde la incidencia de los avances de la inteligencia artificial, la informática, hasta aquellos ligados a la medicina, específicamente enlazados a la genética.

Concretamente, esta corriente post humanística no acomete una cruzada contra la ciencia, muy por el contrario, trata de acordar con sus incidencias, más allá de todo tipo de limitaciones. Prueba de ello es la acuciante manipulación de genes en post de lo que podría expresarse en términos de un futuro eugenésico: el cuerpo humano expuesto definitivamente a una manipulación que arremete, a su vez, con el ocaso de la subjetividad.

El escenario donde comenzaron a desarrollarse algunas de estas primeras «luces» del nuevo pensamiento es Alemania. Peter Sloterdijk es quien parece adherirse a este movimiento a partir de la publicación de su libro editado en la década del 90´ Crítica de la razón cínica donde manifiesta que: «…la filosofía debe tomar conciencia del ingreso a la era de la antropotecnia (…) la falla en la democracia social deja ahora a la ingeniería genética como el único medio para que la humanidad mejore su suerte». Los elementos que harían posible esta propuesta atinan a una extraña mezcla de coqueteo nietzcheano acerca de la idea de super-hombre y cinismo propio de la época: el ser humano como aquel que habita cómodamente en su morada, inmerso en una sociedad utilitarista e individualista donde, él mismo, no necesita recurrir al semejante.

Jürgen Habermas es quien irrumpe en el debate al publicar en el año 2001 su libro El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal? Allí polemiza con Peter Sloterdijk apodado por él como el «John Wayne de los intelectuales», para dejar en claro, en primer lugar, que aquellos que a la postre se esfuerzan en la defensa de formar una nueva elite mediante selección genética no son mejores que lo que quisieron crearla a partir de una raza. Asimismo, es categórico al expresar que las prácticas eugenésicas alteran nuestra experiencia moral, esto es, que la técnica genética nos confronta con estas cuestiones referidas a la instrumentalización de la vida humana.

Por otro lado, manifiesta que: «ya hoy en día sentimos lo obscena que es una praxis objetivadora tal y nos preguntamos si deseamos vivir en una sociedad en la que el precio de la atención narcisista a las propias preferencias sea la insensibilidad respecto a los fundamentos normativos y naturales de la vida». [10]

Como señala Habermas, las cuestiones enlazadas a la bioética ligadas a los progresos de la medicina sobre la procreación, ya desde 1998, se desarrollan a partir de la investigación sobre células madres extraídas de embriones humanos o de tejidos de fetos abortados. Esto, más los aportes referidos al desciframiento del genoma humano, dio luz a la esperanza -por parte de ellos-, de desarrollar masivamente las terapias genéticas, sumado al interés económico del sector privado en la explotación de esta tecnología política del cuerpo.

Mientras que, a fines del 2001, de un lado del océano atlántico -Europa-, se debate el «sí» de la «evolución ulterior de la técnica genética», del otro lado -más precisamente en EE.UU.-, lo hacen por el «cómo», esto es, cómo implementar un proceso que ya no cuestionan y sí devela la deificación de un ominoso culto al shopping in the genetic supermarket, concretamente, la posibilidad de que –en un futuro cercano-, los padres opten, como en un supermercado, por las características genéticas de sus hijos.

En este sentido, hoy, la civilización corroída por el «ideal consumista» dio por enterrada la ideología kantiana del deber, nodo de la moral tradicionalista. Los imperativos que regían nuestra sociedad han sucumbido en post de lo que Gilles Lipovetsky [11] anuncia como una cultura engendrada sobre la base de la «felicidad» por sobre el mandato moral. Esto es, los placeres, el hedonismo, por sobre la prohibición. Así, vemos deificarse un uso de los goces del presente ligados «al templo del yo, del cuerpo», una yocracia dedicada a promover una especie de «fiebre de la autonomía individual», un hedonismo que intensifica el culto a un modo de satisfacción autista, o en otras palabras: a un goce autista. Estamos inmersos en una época donde el sujeto entrampado al precepto «todo esta permitido» es impelido a bucear por los torbellinos de un llamado a la no-castración: ¡goza!

Vemos surgir de un tiempo a esta parte –debido al creciente individualismo ligado a la disposición de obrar por sobre el cuerpo propio-, casos que revelan la clara tendencia cada vez más acelerada de someter el cuerpo al intercambio; comercialización del cuerpo que implica someterlo a una especie de «contrato mercantil» que se mofa de los preceptos morales tradicionalistas.

Lo anunció Lacan en su conferencia Discurso de clausura sobre la psicosis en el niño: «La cuestión es saber si al ignorar que ese cuerpo es tomado por el sujeto de la ciencia, se va a llegar por derecho a cortar ese cuerpo en trozos para el intercambio». Entonces, la clandestinidad de estos tiempos posmoralistas se acentúan en torno al comercio que involucra al cuerpo del ser hablante sometido a un desollamiento que va desde el alquiler de úteros, la venta de niños por parte de sus padres, hasta la venta ilegítima de órganos.

En este sentido, el ansia de la nueva eugenesia, aquella mediatizada por la instrumentalización de la vida humana, no va de suyo sólo con técnicas de análisis genético que apuntan a la localización de enfermedades hereditarias, sino, más precisamente, a los fines –por ejemplo-, de detectar la predisposición genética a determinados trastornos ligados a factores ambientales. Así, aquellos propensos, por ejemplo, a enfermar por infarto, cáncer, o a alguna dolencia derivada de la exposición a metales pesados o plaguicidas, son marginados en determinadas actividades laborales. Es un hecho que, en algunas empresas estadounidenses se haya solicitado a futuros empleados someterse a los llamados «chequeos genéticos» para enumerar sus potencialidades laborales. Claro ejemplo de un higienismo acuñado a nuevos intereses de una política social de mercado.

Nos adentramos también en tiempos venideros de un «hombre sin atributos». Comandado por la dictadura del objeto, el sujeto actualmente desorientado, trabajará en la vía de producir evaluación, estadística; tutelado por un saber hoy cada vez más relativizado, fácil y rápidamente sustituible por otro, a los fines de instaurar un circuito infernal que apetece sumir a la humanidad en la profunda mediocridad de un subdesarrollo social.

En 1972, Jacques Lacan pronuncia en una de sus charlas en Ste. Anne lo siguiente: «…Lo que distingue al discurso del capitalismo es esto: la verwefung, el rechazo fuera de todos los campos de lo simbólico, con lo que ya dije que tiene como consecuencia. ¿El rechazo de qué? De la castración. Todo orden, todo discurso que se entronca en el capitalismo, deja de lado lo que llamaremos simplemente las cosas del amor, amigos míos. Ven eso ¿eh?, ¡no es poca cosa!» [12] La decadencia de la imago paterna anunciada por él en 1938 implica la no posibilidad para el sujeto de que ese significante privilegiado pueda sustituir al deseo voraz de la madre articulando en el Otro la dialéctica fálica. La caída de los referentes simbólicos, la caída del Otro, la decadencia del padre, va de suyo con el rechazo de la castración que implica la nulidad de la significación fálica -aquella de la cual Freud planteara tan magistralmente en su texto de 1923 «La organización genital infantil», cuando en términos asertivos dice: «No existe una primacía genital, sino una primacía del falo» [13], acentuando la vital incidencia del complejo de castración a nivel de lo simbólico, ligado a la emergencia de la fase fálica en el ser hablante.

Esta irrupción y omnipresencia del deseo voraz de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda resultar indiferente… eso vehiculiza estragos. Prueba de ello son las nuevas formas de síntoma presentes en nuestra época actual: drogadicción, bulimia, anorexia, ataques de pánico, etc.

Frente a esta decadencia de la función del padre –esta última como aquella que civiliza y nomina simbólicamente al sujeto haciendo de él un hijo del discurso-, sobreviene la función del nombrar-para vehiculizada por el deseo de la madre, esto es: ser-nombrado-para-algo, en tanto hay allí implícita una orden de hierro. Se trata aquí de una nominación inhumana donde lo nombrado se iguala a su significación y nos confronta a una degeneración catastrófica emanada, ahora, de esta orden de hierro. Por ejemplo, «soy toxicómano», «soy anoréxico», responden a este nombrar-para, a esta orden de hierro que promueve una estupefaciente «felicidad» en tiempos del desmoronamiento del Otro. Se asiste, de este modo, a desvaríos de goce, herederos de esta orden que vaticinan, para las generaciones venideras, nuevas «pestes».

Julio de 1978. Gran Bretaña nos aporta el escenario donde se gesta el primer bebé de probeta llamado Luis Brown. Proeza científica arrullada por dos médicos: Robert Edwards y Patrik Steptoe quienes extrajeron un óvulo de la madre en cuestión para inseminarlo con el esperma de John Brown en una probeta. El embrión –luego de ser fecundado-, fue implantado nuevamente en la matriz de esta futura madre que al cabo de nueve meses precipitó un nacimiento. Se inaugura, de este modo, lo que se dio en llamar «fertilización in vitro». A partir de este hecho fueron sucediéndose otros. En Australia, durante 1983 se gesta un bebé probeta por medio de un óvulo prestado, esto es, un óvulo que no pertenecía a quien diera luego el nacimiento del bebé en cuestión. En 1985, en EE.UU., nace en una clínica de New Orleans un niño cuyo sexo sería el primero elegido por los padres. En 1987, en Sudáfrica, una abuela, tras un parto con dificultades, dio a luz a trillizas probeta. Los óvulos en cuestión provenían de su hija de 25 años. Esta señora de 48 años de edad se convierte, entonces, en la primera abuela en el mundo que pare a sus nietos. 1987, otra vez en EE.UU., nace Michele, primer niño que llega al mundo procedente de una madre declarada clínicamente muerta que, a consecuencia de un tumor cerebral, fue asistida artificialmente con técnicas de manutención y reanimación.

Hay algo que resulta sumamente inquietante y es referido a la fertilización in vitro. Se trabaja con varios óvulos, los cuales, en ocasiones algunos son preservados mediante técnicas de congelación para su conservación. Los padres siguen siendo los «propietarios» de los mismos pero suele ocurrir que sean «donados»…en bien de la ciencia. Las puertas hacia una eugenesia liberal se han abierto para dar paso a una manipulación genética ligada a técnicas de reproducción.

Un dato más, abrumador, la utilización de bebés anencéfalos –sin cerebro, pero con cerebelo-, estimados como bancos de órganos para futuros transplantes. Es en Alemania donde nacen aproximadamente quinientos bebés al año con estas características que hacen que puedan permanecer vivos durante un lapso de tiempo en forma vegetal, en constante crecimiento y autorregeneración. Son considerados potencialmente importantes para desarrollos biológicos ulteriores relacionados al trasplante.

Los tiempos hipermodernos auguran sin duda el imperio de una dictadura del objeto que arrasa con lo humano del ser humano. De este modo, el dominio y tráfico de lo «humano» en la vida del ser hablante es inminente: lo poco de humanidad parece diluirse en un devenir fragmentado del cuerpo.

Nuevamente, en EE.UU., una mujer llamada Brenda Winner –debido a que su bebé nacería sin cerebro-, decidió no abortar y donarlo -luego del parto-, para que el mismo sea empleado como banco viviente de órganos para transplante, remuneración económica de por medio. También es un hecho que, en EE.UU., algunas mujeres con familiares enfermos de alguna dolencia cardiaca o renal acepten una fecundación in vitro con el esperma de esta persona en cuestión, a los fines de implantarse nuevamente el óvulo y así -luego de ser reimplantado en la matriz-, al cabo de dos meses abortar voluntariamente y utilizar el tejido del feto, donado ahora al familiar enfermo para disminuir considerablemente la posibilidad del «rechazo» del tejido trasplantado en ese paciente.
Todo esto en el marco de una monopolización inminente de estos «descubrimientos» y técnicas derivadas de la manipulación genética en concubinato con una medicina higienista sujeta a la voracidad de un mercado globalizado que brega en post de una aplicación sistemática aunada a la biotecnología. ¡Bienvenidos al club de los elegidos!

Los tiempos hipermodernos [14] auguran sin duda el imperio de una dictadura del objeto que arrasa con lo humano del ser humano. De este modo, el dominio y tráfico de lo «humano» en la vida del ser hablante es inminente: lo poco de humanidad parece diluirse en un devenir fragmentado del cuerpo.

Ahora bien, la época actual ha heredado la deposición del significante amo, la extinción del Otro como referente derivada de la hegemonía científico-capitalista. La consecuente pulverización del Otro trastocó el estatuto de la identificación; pensada como aquella que posibilita el lazo social en la civilización.

La promoción de la dictadura del objeto tan patentizada en los tiempos que corren, certificó el definitivo derrumbamiento del ideal y la consecuente crisis de la identificación tal como Freud la plantea en Psicologías de las masas… En este sentido, al efecto sobre el goce situado a partir de la castración ligada a los «sistemas ideales», hoy, hay que sustituirlo por un actual relativismo de la creencia y la consecuente identificación a un modo definido de goce, de satisfacción, anclado en el presente a las sucesivas formaciones de las denominadas «comunidades» –claro ejemplo de ello es la proliferación de los llamados country o barrios cerrados. Una sociedad donde, cada vez, se hace más notable la pulverización del Otro, y donde, también, es previsible el surgimiento de tentativas de reconstrucción, por ejemplo, al modo de sectas.

Época bizarra que porfía un modo de vivir la pulsión que entraña la siniestra obstinación por el éxodo del padre; aquel que vehiculizaría lo estrictamente inherente al arte de la necesidad de discurso, lo que en el ser hablante produce al modo singular, esto es, «uno por uno»: cesión de goce, síntoma.

Notas:
[2]. Lyotard, J-F. «Lo inhumano». Editorial Manantial.
[3]. Foucault, Michel. «Vigilar y castigar». Editorial Siglo XXI.
[4]. Ídem 2.
[5]. Ídem 2.
[6]. Ídem 2.
[7]. Agamben, Giorgio. «Homo sacer». Editorial Pretextos.
[8]. Ídem 6.
[9] Ídem 6.
[10]. Habermas, Jürgen. «El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?». Editorial Paidós.
[11]. Lipovetsky, Gilles. «El crepúsculo del deber». Editorial Anagrama.
[12]. Lacan, Jacques. «El saber del psicoanalista». Charlas de Jacques Lacan en Ste. Anne. 1971/1972. Inédito.
[13].Freud, Sigmund. «La organización genital infantil». Traducción López Ballesteros. Página 2699.
[14].La expresión «tiempos hipermodernos» es analizada exhaustivamente por G. Lipovetsky en su libro «Los tiempos hipermodernos». Editorial Anagrama. España.

Bibliografía
• Habermas, Jürgen. «El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?» Editorial Paidós.
• Lacan, Jacques. Seminario XVII «El envés del psicoanálisis». Editorial Paidós.
• Lacan, Jacques. «Discurso de clausura sobre la psicosis en el niño». Inédito.
• Lacan, Jacques. «El saber del psicoanalista». Charlas de Jacques Lacan en Ste. Anne. Inédito.
• Lacan, Jacques. Seminario XXI «Los no incautos yerran…» Inédito.
• Lipovetsky, Gilles. «El crepúsculo del deber». Editorial Anagrama.
• Miller, Jacques-Alain. «El Otro que no existe y sus comités de ética». Curso dictado en colaboración con Eric Laurent. Editorial Paidós. «Una fantasía». Publicado en Revista lacaniana de psicoanálisis Nº 4. Editorial Grama.

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