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Edición
08

Sexo fast food

Artículo de las Psicoanalistas: Beatriz Gomel, Helen Kaplun, Juana Lichtensztajn, Mirta Roffe, Gabriela Roth, Ines Szpunt.
Buenos Aires
Cada persona tiene su singular modo de encontrar la satisfacción y este relato además nos deja apreciar qué tipo de desencuentro amoroso sufren los jóvenes de hoy. He aquí el comentario de un relato en el cual, de modo tan enigmático como real, los órganos y sus funciones dejan de obedecer al saber del cuerpo.

Disculpe Doctor, pero,… ¿dónde se inyecta el colágeno para llenar el vacío existencial?»
Maitena

Paola Kaufman, en su cuento Cosmogirl, traduce la carta de una lectora imaginaria de la revista Cosmopolitan a la sección «Cuéntale a Cosmo» con la intención de mostrar la posición de la mujer del primer mundo frente a temas de la actualidad [4].

¿Acaso es posible pensar que la identificación con el significante ser una mujer haya quedado intacta tras su emancipación jurídica y política?

El relato interroga: dónde está parada la mujer con respecto a ciertos temas de insoslayable actualidad: el sexo, la comida, las parejas ocasionales, los riesgos del abuso físico y la incomprensión institucionalizada de la medicina tradicional, en lo que a los temas femeninos se refiere.

Esto no ha sido sin consecuencias en lo que al amor y al deseo se refiere. Nos preguntamos entonces ¿qué tiene para decir el psicoanálisis sobre el desorden amoroso contemporáneo?

El relato interroga: dónde está parada la mujer con respecto a ciertos temas de insoslayable actualidad: el sexo, la comida, las parejas ocasionales, los riesgos del abuso físico y la incomprensión institucionalizada de la medicina tradicional, en lo que a los temas femeninos se refiere.

La protagonista, anclada en la angustia, busca salidas singulares para aliviarla. En su carta de lectores, exhibe la «espectacularidad» de su síntoma. El camino elegido es hacer público lo privado. No hay en este relato un trabajo de desciframiento respecto de lo que se padece ni un tratamiento del tipo de satisfacción en juego, cuestiones que entrarían en un tratamiento con un profesional y bajo la relación transferencial que allí pudiera darse. Sí se evidencia el modo en que hoy se manifiesta la pulsión.

Desilusionada frente al saber médico que no le da respuestas a lo horrendo que le ocurre en su mente, Gretchen, la protagonista, dice: descontando que sea un caso de posesión diabólica, lo mío no tiene explicación.

Ella va al supermercado provista de una cuidadosa lista de alimentos sanos y adecuados a la dieta del Dr. Atkins, lo que la tranquiliza mucho.

El ideal de renuncia ha dado lugar al consumismo y por lo tanto al taponamiento de la causa del deseo por la invasión de productos del mercado. La modernidad es la que oferta más objetos, más cosas, pero en esa multiplicación de productos hay un vacío.

«El discurso del amo contemporáneo parece organizado por el mercado que pone de relieve los objetos a, resultando el mercado un orientador de goce, una brújula de todas las cosas humanas»[5].

El significante «super» es evidencia del exceso y del vacío, y la respuesta del sujeto a ese super es: cuanto más super menos ser, cuanto más se tiene menos se es. ¿Cómo soportar este Otro que no cesa de insistir?

Gretchen nos dice: «Al principio todo marcha bien, soy una persona común, eligiendo su comida como cualquier otra. No más de 15 minutos después, me pasa lo que describo ahora y que en varias oportunidades he referido a los médicos de las tomografías: unas imágenes verdaderamente orgiásticas interrumpen la paz del espíritu que provoca un supermercado ordenadito. La protagonista soy yo, por supuesto. Los hombres… no tienen caras, solamente veo los detalles de sus cuerpos, después el corazón me empieza a latir cada vez más rápido, hasta que siento franca taquicardia y calor, las orejas como dos antorchas, las manos temblorosas y en el estómago, ese vacío existencial que precede al orgasmo».

El hombre como la comida son para ella portadores del pasaporte al vacío, imposible de llenar. El que viene es tachado de la lista porque ya no volverá otra vez.

Algunos le sugieren que tiene un ataque de pánico, pero ella piensa: es como una versión retorcida y lúbrica de la bulimia lo que sufro…: de repente todo, hasta la más desventurada lata de garbanzos toma una dimensión carnal insoportable… si fuese por el gusto de comer, todo acabaría en mi casa, pero no: ahí es cuando más necesito de un hombre. A propósito de ellos, tengo otra lista…Les confieso que antes yo era mucho más selectiva y gozaba del privilegio de poder darle alguna importancia al amor o por lo menos al buen trato. Ahora me da lo mismo, con tal de que venga enseguida puede ser el portero o la momia.

El hombre acude al llamado y tras un brevísimo preámbulo comienza la acción, vuela la ropa y cuando estoy a punto de promover el merecido desenfreno…siento hambre… trato de frenar la acción y hasta lo consigo y manoteo el frigobar. Pero el problema no es el frigobar, es que si empiezo a comer ya no me importa nada más y si no empiezo, directamente no puedo vivir.

Gretchen echa mano a alguna cosa que tiene en el frigobar que hace a la vez de mesita de luz, pero no es suficiente y debe ir a la cocina a devorar lo que hay en la heladera: de pronto no me interesa el sexo en lo más mínimo, ni el sexo ni el individuo que me espera en la habitación o me ruega o me llama a los gritos o lo que es mucho peor: me insulta.

Le da a su invitado ocasional diferentes explicaciones, pero él no vuelve más. El hombre como la comida son para ella portadores del pasaporte al vacío, imposible de llenar. El que viene es tachado de la lista porque ya no volverá otra vez.

Yo me dedico de lleno a comer, no ya con premura o con culpa… me sirvo un poco de vino y disfruto de esa pasta cálida que se va formando en mi estómago y que me estabiliza como si fuera un muñeco inflable para punchball. Mientras me doy un atracón histórico, prendo la televisión y en esas circunstancias cualquier programa que den me viene bien.

«Estamos en un mundo de objetos y entre estos objetos, que parecen exactamente iguales los unos a los otros, hay objetos disfrazados que parecen iguales a los demás objetos. No obstante sólo se puede saber que son distintos por la señal de angustia que producen cuando uno se acerca»[6].

La gula del súper yo es síntoma en la civilización. El súper yo al que Lacan hace referencia en su seminario Aún, produce el imperativo: ¡Goza! Señala que éste es el súper yo de nuestra civilización. Lo que Lacan llama nuestro modo de goce, ya indica un abordaje del goce desde lo colectivo, lo social y lo contemporáneo.

Ahora bien, si pensamos en la estructura de nuestra protagonista podríamos decir que porque es un cuerpo, no lo tiene. Se sustrae y se manifiesta en esta yuxtaposición entre comer-coger (intercambio sexual). Es la manifestación del desenfreno, del exceso de goce, no es la vía del amor. Si fuera por la vía del amor podríamos abordar algo del deseo de Gretchen, y aplicar la fórmula «el amor hace condescender el goce al deseo».

Gretchen exhibe en su carta de lectores la espectacularidad de su síntoma: los objetos la dominan, la reducen a un cuerpo sin recursos y evidencian el modo en que la época se manifiesta en la pulsión.

La protagonista, podríamos decir la no paciente por impaciente, dice: lo peor del caso, amigas, es que este apetito transversal es apenas un ejemplo de lo que me pasa… Es como si un electricista enfermo hubiese reconectado los cables de tal manera que al tocar el timbre se enciende la luz del baño…El electricista se ha tomado su nefasto trabajo bien a pecho, y como además intuyo que es un eximio decorador de interiores, no ha dejado raspadura, polvillo ni cable suelto para rastrear el problema.

Este relato de ficción muestra el carácter reversible de la pulsión: comer, es comerse; el órgano deja de obedecer al saber del cuerpo, que está al servicio del sujeto, para volverse un soporte del gozarse con el acento auto erótico: gozarse.

El vacío que se manifiesta en la protagonista, es un vacío que adormece el ser mismo del sujeto. En ese sentido la clínica de los nuevos síntomas, según Recalcati, es la clínica del vacío: su referencia central no es el síntoma como formación de compromiso, sino la angustia como vacío fundamental de su ser.

Gretchen exhibe en su carta de lectores la espectacularidad de su síntoma: los objetos la dominan, la reducen a un cuerpo sin recursos y evidencian el modo en que la época se manifiesta en la pulsión. Si la única ley es la del mercado, será el síntoma el encargado de reintroducir el deseo frente al goce.

El psicoanálisis es la posibilidad de que algo del desorden amoroso encuentre un lugar, que ese singular modo de gozar pueda ser abordado bajo transferencia.

Notas:
[2] J-A, Miller: «La angustia lacaniana» Editorial Paidos, Buenos Aires 2007 pág. 19.
[3] J. Lacan: «Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis» (1953) en: Escritos 1, Siglo Veintiuno editores, México, 1995, pág. 309.
[4] Kaufman, Paola, «Cosmogirl» en Una terraza propia Nuevas narradoras argentinas. Grupo Editorial Norma, 2006 pág 223.
[5] Brousse, Marie-Hélène, «El cambio en la cultura y las nuevas formas de los síntomas» en ¿Amar al padre o al sinthome»? Grama Editores, Buenos Aires, 2007 pág. 104.
[6] Ibid, pág. 128.

Bibliografía
•Laurent, Eric «Los objetos de la pasión». Editorial Tres Haches, 2003.
•Recalcati, Máximo, «Clínica del vacío». Editorial Síntesis, estudios lacanianos.
•Miller, Jacques-Alain, «La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica». Editorial Paidós, Buenos Aires, 2003.
•Miller, Jacques-Alain, «El Otro que no existe» Editorial Paidós, Buenos Aires, 2003.

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