Por
«Los dioses habían condenado a Sísifo a transportar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con algún fundamento, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza»
-Albert Camus-
Mamá, te lo voy a decir, mamá…mamá, no volveré a la escuela porque en la escuela me enseñan cosas que no sé.
Marguerite Duras. La lluvia de verano
Repito tu nombre Pedro. Lo repito tantas veces como has hecho primer año. Multiplico por tres las materias que has escrito en cada carátula con tu letra imprecisa y desgarbada. Soy burro, dices, repites encorvado en la silla, apoyados tus brazos en el escritorio y la negrura de tus ojos abarcando los míos. Tu madre espera puertas atrás del consultorio, confiando que encontremos el mantra que te permita salir del pantano en que tus pies se embarran y no hay una piedra para pisar y hacer de fondo. Piedra que entre los dos deberíamos hallar para apoyarte de una vez y saltar y zafarte y dejar de bracear entre tanto fango.
Piedra, Pedro, como tu nombre.
Fracasa de nuevo, fracasa mejor. Samuel Beckett
¿Quién fracasa en el fracaso escolar? ¿A qué se llama fracaso escolar? ¿Acaso repetir es la solución?[1]
Las escuelas pueden ser particularmente crueles, los profesores pueden ser crueles, o distraídos o ausentes, o indiferentes a ese dolor, a ese no saber que frustra y confunde y obliga a transitar de nuevo un camino, las adolescencias suelen ser terriblemente confusas y atemorizantes. Hay adolescentes que ya saben demasiado de contenidos que no circulan por los claustros y cuyas tramas no les tocan ningún costado del interés. Que demasiado tienen con las luchas que embretan sus vidas para distraerse aprendiendo las raíces cuadradas de los números. Y no, no estoy diciendo de ningún modo que no sean importantes las cuadraturas ni las esdrújulas ni las hipotenusas. Simplemente pensar en las veces que vuelve a estudiar Geografìa cuando jamás se la llevó a rendir y las otras ocasiones en que hace malabares en Matemática con el mismo profesor, el idéntico programa y el calcado método y estrategia con las que no aprendió esa asignatura. Y vuelvo a dibujar en mi cabeza el camino agobiante con el que este adolescente Sìsifo levanta su piedra hace tres años, en cada marzo para subir la montaña desde la que despeñará esa roca para volver a subirla.
…se pone en cuestión la discordancia entre la escuela y quienes la habitan. Adultos que desconocen mucho de las nuevas adolescencias y formatos curriculares en el que caben cada vez menos estudiantes. Adolescentes con dinámicas diferentes en el aprender y las idénticas maneras de enseñar que no remiten a la subjetividad de ellos.
Con quién juega el deseo del docente si al frente tiene ojos entrampados en pantallas y no hay Fort para el Da que se arroja.[2]
La escuela no tolera la repitencia. No hay banco dicen, y expulsan legalmente con la complicidad del sistema. Por qué no hay una forma de volver a hacer aquellas materias que no aprobó y dejar las otras de lado. Por qué volver a estudiarlas si ya lo hizo y las aprendió. Qué sentido tendría volver a hacerlas. Qué deseo puede surgir en eso.
Pedro no aprende y sufre. No quiere, no puede, no sabe, no le sale. El cuerpo se le ha echado a crecer enloquecido de hormonas y la escuela es una trampa de agua que no lo habilita para salir de un sitio donde todos siguen teniendo doce años y él catorce.
Va a perder el año de nuevo, dice la madre. Siempre pierdo, repite Pedro – Piedra.
Y ahí es donde otra vez se pone en cuestión la discordancia entre la escuela y quienes la habitan. Adultos que desconocen mucho de las nuevas adolescencias y formatos curriculares en el que caben cada vez menos estudiantes. Adolescentes con dinámicas diferentes en el aprender y las idénticas maneras de enseñar que no remiten a la subjetividad de ellos. Pedro no aprende de la forma en que le transmiten contenidos y no hay planteo donde quepa esta duda.
Me parto la cabeza por entender, dice Pedro. Repito mil veces y se me borra.
Aducen falta de voluntad cuando no es la condición necesaria para aprender. No aprende quien quiere sino quien puede. Similar al enseñar. Múltiples adolescencias abrojadas en un sistema escolar que marca y humilla con el estigma del vago, del burro, del que “no le da la cabeza” Yo no acuerdo con esa marca. Y sé de muchos docentes que tampoco coinciden, que quieren y necesitan abrir senderos en donde haya un saber hacer desde la profesión que entusiasme en la materia y el aula se convierta como dice Bleichmar en un lugar de recuperación de sueños. Habitar la escuela y acompañar trayectorias quebradas.
Profesores, directivos, agentes institucionales que reciban el compromiso y se embreten en un diálogo que confíen en que nadie salva a nadie, pero que sepan que nadie se salva solo.
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