Por
«Escribir y pensar una epidemia es mucho más fácil que vivirla»
Diego Armus1
Existe acuerdo al decir que la pandemia que estamos experimentando desata diversas crisis, tanto a nivel individual como colectivo. Es un momento que desafía nuestros pensamientos y la posibilidad de capturar simbólicamente esta corriente devastadora llamada COVID-19, que amenaza nuestra propia existencia y psiquismo.
Etimológicamente, la palabra crisis designa el momento en que se produce un cambio muy marcado en algo o en una situación. Es una ruptura y, por ello, debe de analizarse eso que se ha roto. Continuando con el origen de la palabra, debe recordarse que proviene del griego krísis “decisión” y del verbo kríno “separar”. Por lo tanto, la persona que atraviesa un momento crítico se ve requerido a separar, analizar, juzgar y decidir. En este sentido, decimos que las crisis son rupturas, pero también oportunidades, en tanto implican la posibilidad de elegir.
Cabe preguntarse entonces: ¿Qué se rompió? ¿Qué ha cambiado? ¿Qué podemos analizar en esta situación actual? ¿Qué oportunidades se pueden encontrar?
Se podría interpretar que lo primero que se ha roto son los parámetros culturales conocidos, desde los cuales se podrían interpretar la situación. En otras palabras, existe una distancia entre la representación del mundo tal cual se concebía cotidianamente, y la representación actual que la persona tiene sobre sí misma y de aquellos que la rodean. Se genera de esta forma, un contexto de incertidumbre.
Queda una realidad exterior a la subjetividad que es imposible de ser capturada, no sólo por el psiquismo, sino también por el discurso social.
¿Qué implicancias tiene que no pueda ser significada? ¿Se puede hablar de efectos traumáticos? ¿Se puede pensar en el potencial patogénico de la situación de la pandemia? Me parece interesante distinguir algunos términos para no incurrir en errores al tratar de describir las experiencias actuales y sus efectos en la subjetividad.
La pandemia es una situación fáctica, por lo que no es una situación traumática por sí misma. Si bien ha generado una serie de hechos más o menos desestabilizantes, que han alterado la continuidad de la vida cotidiana, eso no alcanza para definirla como traumatogénica. Por el contrario, cuando hablamos de que algo genera trauma o es traumático, nos estamos refiriendo a una cualidad psíquica, a un tipo de falla en la elaboración psíquica, no vinculada a priori a ningún hecho en especial, tal como lo afirma Benyakar3. Es por ello, que se puede denominar a esta situación actual como disruptiva.
Puede definirse como disruptivo cuando un evento o situación desorganiza, desestructura y provoca discontinuidad. Nos sobran ejemplos hoy para pensar las discontinuidades que se produjeron en distintos ámbitos: social-comunitario, económico, educativo, de salud, jurídico, etc. Debe resaltarse que, la desorganización y lo que ocurra en ella dependen de las personas que la experimentan, por lo que no es atribuible al evento pandemia.
Me gustaría agregar las cualidades que potencian la capacidad disruptiva de la actual situación y que describe Moty Benyakar4: inesperado, interrumpe un proceso normal, socava el sentimiento de confianza con los otros, contiene rasgos novedosos no interpretables, amenaza la integridad física, y distorsiona el hábitat cotidiano.
En relación a la primera, la amenaza del COVID-19 se sintió muy lejana hasta que se pronunciaron los casos en nuestro país, sumado a las medidas adoptadas para el distanciamiento social. Pero, en cuanto llegó ha obstaculizado los procesos habituales e indispensables para nuestra existencia. También ha minado el sentimiento de confianza hacia nuestro entorno social: el otro puede ser peligroso. Los parámetros culturales que tenemos no nos permiten codificar o interpretar los rasgos novedosos que trae la pandemia. La amenaza hacia la integridad física no puede limitarse, es tanto hacia nuestra persona como hacia aquellas que son significativas para nuestra vida. Por último, ha producido distorsiones en el hábitat cotidiano.
Tener en claro estas distinciones conceptuales me parece que va más allá de una cuestión de tecnicismo. Poder poner en palabras aquello que estamos viviendo, poder nombrar la situación, posibilita la interpretación y el otorgar significados, personales y colectivos, a esta realidad cambiante.
Nadie está en condiciones de trazar un mapa futuro sobre las repercusiones que la pandemia tendrá, aunque se hacen esbozos desde distintas diciplinas y se despliegan numerosas intervenciones. Lo que sí puede afirmarse es que la situación actual dejará una marca en la vida de las personas y también, que el evento en sí tiene repercusiones en el psiquismo.
En las sesiones virtuales de estos días se hacen presentes angustias, sufrimientos, desesperación, desesperanza vinculados, hoy más que nunca, a la realidad exterior de la pandemia. Se hace necesario hacer circular la palabra para poder poner nombre a la experiencia. Hacer circular una palabra que no sea vacía; por el contrario, se trata de posibilitar las palabras “adecuadas”, las “fundamentales”, al decir de Piera Aulagnier5. Según esta autora, esas son las palabras que remiten a lo afectivo, a las sensaciones, emociones y sentimientos, y que facilitarán la elaboración de lo que se vive en nuestros días.
Cuando la psicoterapia no da lugar para decir lo indecible, pensar lo impensable y sentir lo inaceptable.
La pandemia deja a “cielo abierto” los cambios necesarios y urgentes para descontaminar el planeta.
Un testimonio sobre la irreal irrealidad que vive el mundo, durante el confinamiento.
Que la medicina solucione aquello que en realidad solo necesita tiempo y adultos en disponibilidad.
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