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Liora Stavchansky[1], desde su práctica como psicoanalista, tiene una manera distinta de entender las relaciones del niño con el mundo y con las personas que lo rodean. Como ella misma dice, su enfoque no es el mejor, ni por supuesto el único, pero es otra manera de adentrarnos en las problemáticas actuales de la infancia, y vale la pena conocerla.
Liora vive y ejerce en la ciudad de México. Su práctica profesional se divide entre la clínica psicoanalítica, la docencia, los seminarios y cursos que dicta sobre temas de psicoanálisis, infancia y literatura infantil.
¿De qué se trata ese exceso de preocupación por el niño, por su cuerpo y su entorno, que mencionas en algunos de tus trabajos?
Hoy la infancia se diluye entre la lluvia de clasificaciones terapéuticas, prácticas pedagógicas y medicamentos que responden a los diagnósticos que recaen cada vez más sobre los niños. La normalidad es un término que hoy resuena más como un tecno-mito moderno que alberga promesas de felicidad y libertad, y donde el uso de los narcóticos -como la Ritalina- ya no tiene efecto de manera aislada porque están acompañados y determinados por los discursos mediáticos.
Todos estos trastornos están en directa relación con la complejidad que presenta el mundo actual donde la infancia ha sido aprovechada por el consumismo y el goce desenfrenado.
Tú eres una profesional que trabajas con niños, ¿cómo te resulta posible intervenir más allá de esta ironía de nuestra época?
Ante este panorama las psicoterapias no se quedan al margen, ya que a pesar de que pudieran mantener una tensión y una distancia con el Estado, no se encuentran fuera de éste.
No es extraño que, en la clínica con niños, los resultados que generalmente se publican están relacionados con hacer del tratamiento un camino hacia un final feliz. Por ejemplo, el niño que no estaba interesado por el estudio ahora obtiene buenas notas y, por lo tanto, es valorado como un chico inteligente. Esta parodia, por más grotesca que parezca, no se aleja de la realidad que se muestra en los enunciados sobre la efectividad de la terapéutica.
El psicoanálisis también queda incluido en esto. Por más adornado que sea a veces el discurso, por más disfraces de retórica crítica y rebelde que la clínica psicoanalítica construya, quien se enfoca en llevar a cabo una praxis de manera tan complaciente con los intereses del sistema – junto con las pedagógicas, las psicológicas, las psiquiátricas y las farmacológicas-, solo contribuye a obtener los elementos princeps de adaptación a un sistema de homogeneización de síntomas y de “curas”.
la misión de nuestra sociedad de consumo es promover el exceso de placer. Una especie de placer autoerótico que aparece como ilimitado, que debilita al deseo del sujeto y su lazo social.
El proceder del analista puede no escapar de esas prácticas mencionadas, dado que comparte la inquietud por el malestar y los síntomas de la infancia. Sin embargo, y esto es esencial, lo anterior, más que dar cuenta de que el psicoanálisis es similar a las otras terapéuticas, tiene la posibilidad de operar como aviso y advertencia: en el trabajo cotidiano dentro del consultorio, en la posición que el analista ocupa y apuesta con su escucha en cada sesión habita la diferencia. En otras palabras, el psicoanálisis ofrece radicalmente otra forma de pensar la clínica, la infancia y la sociedad.
¿Qué lugar tiene el éxito entonces?
Con la invasión de ofertas para el consumo, con el privilegio concedido a la imagen – de los cuerpos, las empresas e instituciones- el ideal de éxito a través de los retos se dibuja como inalcanzable, por favorecer al mercado mismo. La época neoliberal es insistente en fabricar sujetos completos, plenos, idílicos, sin fracasos y sin fisuras. Si lo pensamos detalladamente, esta exigencia que empuja el mismo sistema coloca a los individuos del lado de la idea de una satisfacción perpetua y continua, que no es más que alimento narcisista como fanatismo puro.
¿Qué consecuencias trae?
En este sentido, resulta posible pensar en el incremento de patologías que comprometen a los cuerpos en referencia a la imagen, que se ponen en juego a través del acto: desde adicciones, depresión, intentos de suicidio, anorexia, bulimias, violencia en sus diversas manifestaciones, autismos, hasta la impronta por la saturación en la velocidad del tiempo que es el llamado TDAH -Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad. Todos estos trastornos están en directa relación con la complejidad que presenta el mundo actual donde la infancia ha sido aprovechada por el consumismo y el goce desenfrenado.
¿Entonces vivimos en un mundo donde todo está para ser gozado “desenfrenadamente”?
El discurso capitalista ha mantenido la ilusión de que el sujeto puede lograr todo, y se opone de manera feroz a la evidencia de reconocer los límites, la vulnerabilidad, lo que en psicoanálisis nombramos como la propia castración. El fármaco, los narcóticos han resultado ser una promesa más para suprimir lo que falla, anular las imposibilidades y los fracasos, taponando cualquier pregunta sobre la posición del sujeto, sobre qué es lo que causa que un sujeto tenga cierto tipo de padecimiento o un particular modo en que las cosas no le funcionen.
Los discursos de la educación y la salud que están en boga no hacen más que enunciar la promesa en un mensaje que puede escucharse en términos de “¡puedes ser el amo de tus acciones”! Sin embargo, el eslogan no coincide con la realidad.
Y en este intento de desconocer que en todo ser humano hay un siempre algo que no armoniza, algo incompleto, ¿qué pasa con lo propiamente infantil?
Bueno, las píldoras suprimen todo aquello que se relaciona con resonancias infantiles, lo que no se adapta a lo esperado, lo que no coincide con los ideales de la cultura del momento. Pero, ese elemento “infantil” es en sí mismo lo que representa que como sujetos estamos divididos, que no se trata de pensarnos completos sino con esta escisión subjetiva.
Muchos pedagogos y psiquiatras, a manera de cirujanos, han extirpado lo más incómodo pero revelador: eso que apunta a la no-totalidad del saber y a la no-completud del sistema.
Los discursos de la educación y la salud que están en boga no hacen más que enunciar la promesa en un mensaje que puede escucharse en términos de “¡puedes ser el amo de tus acciones”! Sin embargo, el eslogan no coincide con la realidad.
Lo infantil se diluye y el niño aparece como copia exacta de un dato. El imperativo de nuestro tiempo y el interés para el biopoder ha sido construir un infante que actúe en pro del ejército de la maquinaria económica de consumo voraz. Los saberes surgidos con la revolución industrial nos dan algunas pistas de esta producción, tal es el caso de la economía de las emociones y las acciones que muestra el conductismo, en el campo de la psicología.
Es el niño el que está en juego como resultado del cambio y las variaciones que los discursos mercantiles y políticos enuncian sobre el problema de la vida y la muerte, estableciendo nuevas nominaciones médico-jurídicas. Ya no es el leproso, el enfermo venéreo, el loco, el monstruo o el criminal; ahora es el niño -acusado- TDA o autista, el adolescente – acusado- drogadicto o la -acusada- anoréxica. Esos son los términos que actualmente establecen las bases de la normatividad anhelada, generando nuevas reformas legales. No es extraño que en esta época vivamos empachados de ley; todos apelan a introducir normas biopolíticas en sus acciones cotidianas: “ley y orden ante todo”. El “Estado de Derecho” de quienes niegan, para ello, el derecho inalienable a la diferencia.
El uso de las redes sociales contribuyó al aumento de la ansiedad y depresión en la Generación Z, provocando efectos que perturban su bienestar emocional. Sin embargo, los jóvenes pueden desarrollar narrativas más saludables sobre sí mismos.
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Estrasburgo, situada entre Francia y Alemania, fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Nos sorprende con su luz y sus reflejos, el reloj astronómico en la Catedral de Notre Dame y la Iglesia de Santo Tomás, donde Mozart tocó el órgano.
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2 Comentarios
No entiendo cuál es la solución. Nombras muchos problemas reales pero no hay soluciones para ello. Qué haces cuando un niño no logra aprender xq no puede fijar ni 5 minutos su atención? Se quiere ir del salón de clase, no come o come en exceso, se auto agrede, no se comunica con nadie, es compulsivo y por tantas otras cosas, muy pero muy infeliz. Cuál es la solución a estos problemas? A la violencia que generan sus comportamientos y al rechazo de sus compañeros? Es lo adecuado crecer aislado? O tratar de que logre atender, aprender y comunicarse es una equivocación. Gracias x tu atención. Busco respuestas, trabajo a diario con estos niños y adolescentes. Te aseguro que se sienten muy pero muy mal.
Con gusto puedo ofrecerte mi comentario. Evidentemente no hay recetas ni soluciones únicas ante estas situaciones. Me parece que mi trabajo va más por el pensar las cuestiones subjetivas de la época y de la estructura que cobija al niño. Es decir, hay que ver cada historia, cada situación y reflexionar para buscar algún movimiento. Eso es lo que se ve en la clínica. La singularidad de cada persona y las cuestiones que le hacen sufrir.
Ojalá tuviéramos soluciones generales. Desafortunadamente no existen. Pero mi trabajo en el consultorio y en la docencia se inclina a pensar el vínculo entre la actualidad y la singularidad de cada quien. No trabajo con la clasificación, me parece que no nos lleva a nada.
Con gusto seguimos pensando juntos.