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Edición
12

Los diferentes medios de transporte

Bogotá
Evitando estimular aun más mi angustia, prefiero divertirme mirando camiones cargados de ganado, conducidos por intrépidos chóferes que viajan sintonizando el programa “Hoy todos nos vamos de rumba” en la emisora “Brisas del Palmar” mientras dejan una espesa estela de polvo seco en ambos costados de la vía.

Los camiones me traen recuerdos de la escuela “Niño Jesús de Praga”, cuando Rosita  Paz, la maestra, nos enseñaba que hay cuatro medios de transporte, a saber: aéreo, marítimo, fluvial y terrestre. Yo nunca he visto un barco y cuando me asaltan  incontrolables deseos de estar junto al mar me coloco un caracol al oído, cierro los ojos y escucho el murmullo de las olas y aunque es tan remoto, solo me resta imaginarme lo que es el ir y venir del agua salada con su espuma blanca en una playa desolada con las sombras de las palmeras de cocos dibujadas sobre la arena húmeda.

Trenes de vapor con su silbido particular y chimenea despidiendo espeso humo negro, pasan a media cuadra de donde yo me siento los domingos a tomar café y leer prensa. Como se estremecen las mesas y el otro día, unas tres semanas atrás, mientras contaba los vagones cargados de madera tropical especial para fabricar instrumentos musicales, tembló tanto que el pocillo se quebró al estrellarse contra la acera.

Marulanda, el mesero, ostenta un profuso bigote negro y además se peina igual que Marianito Argüelles con carrera al centro; cada vez que me ve me pone su mano en mi hombro reafirmando una y otra vez de que yo soy su mejor amigo, agregando, de que él si atesora una verdadera amistad como la nuestra. Yo le llevo su cuento pero desconfío de el, porque sino le confirmo de que el también es mi mejor amigo, levanta la voz desafiante y contrariado va y orina en la jacaranda que está a un costado de la iglesia, justo en frente del convento de la Santísima Trinidad.

En cuanto a mis otros amigos, dos de ellos fallecieron en este año, Moisés Ríos, después de que perdió todo su dinero apostando a los caballos y acosado por las deudas, se empleo de hombre bala en el circo. El pobre termino tristemente destripado por un bus urbano en Calcuta, pues el artillero no midió bien la porción de pólvora.

El otro era Ramón Largo que por lo flaco y demacrado le decíamos «calavera», tomaba tanto aguardiente que en la funeraria parecía embalsamado. Vestido en sus mejores prendas y cómodamente extendido boca arriba en una caja de madera blanca tallada con el interior forrado en terciopelo purpura, a pesar de las dos bolas de algodón que obstruían sus orificios nasales despedía tal emanación alcohólica que los bomberos se vieron obligados a impedir que fuese velado por temor a causar un incendio.

No sé si ustedes saben, pero don Rosendo Mayor era el abuelo materno de “calavera”, mi padre me conto que él tenía un exitoso negocio de comunicaciones con palomas mensajeras mucho antes de que existieran el teléfono, el telégrafo y el motor de gasolina, cuando estos fueron inventados cohibido por el progreso, no contemplo otras opciones y se declaro en banca-rota.

Por mi lado estoy aquí solo pero feliz, ya casi terminando de leer el diario.

Marulanda debe estar regresando con otro café, Nacho el lustrabotas le está aplicando con la punta de su dedo índice, forrado con una franela roja, betún marrón a mis zapatos y con los dedos de la otra mano esta removiendo una diminuta cucaracha que se le introdujo en el ojo.

Pronto va anochecer. Teñido con los colores del crepúsculo el cielo está colorado y los últimos rayos de sol atraviesan las nubes, creando una corona de luz, como esas que figuran en los cuadros de los santos.

Y en el cielo la silueta de una avioneta de fumigación rompiendo las barreras del silencio y el sonido, hace cabriolas en el aire desafiando las alturas, mientras el piloto profundamente enamorado besa a su novia.

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