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La derrota de lo real es como esas películas que encontramos Netflix y le damos play sin saber de qué tratarán o en qué universo querrán atraparnos. La escritura de Pablo Brescia, argentino radicado en Estados Unidos desde hace más de veinte años, puede analizarse como un dispositivo, un método, y también, como un impulso desafiante a las recetas consagradas actuales de hacer literatura de ficción.
Con dieciséis ficciones, Brescia presenta historias que logran trastocar una primera impresión de presuntuosidad y sorprendernos cuando, en ellas, desentrañamos lo cotidiano y lo vemos desde otras perspectivas. En cada parte de este libro, dividido en tres secciones, hay pistas sobre la literatura en la que cree el autor y sobre las miserias del oficio de todo escritor.
En los relatos que se agrupan bajo Maneras de estar muerto, Brescia utiliza en ocasiones el procedimiento del género policial y nos transporta a lugares que dudamos si descubrió en algún viaje exótico o los construyó frente a su computadora. El autor logra una literatura sin límites y se anima a construir conflictos que atraviesan siglos y hasta períodos geológicos. Por momentos, pareciera acercarse al género fantástico, pero no del todo. Lo de Brescia es exagerar, agrandar, expandir los hechos de una realidad que se presenta en varias dimensiones, pero sigue siendo la que el autor y los lectores habitan. En “Las que lloran”, por ejemplo, una pequeña nouvelle dentro del libro, la muerte signa el pulso político y comunitario de una población y el empoderamiento de las mujeres se vive como necesario pero amenazante.
En los cuentos que confluyen hacia El resto es literatura —frase de Paul Verlaine en su “Arte poética” que también utiliza Alejandro Zambra en el primer párrafo de la novela que lo consagró, Bonsái—, Brescia destruye la idea de los escritores y escritoras felices. “Pequeño Larousse de escritores idiotas” , por ejemplo, es un decálogo de vidas de escritores o jóvenes que pretenden serlo, lejanas al romanticismo con el que se piensa el mundo de las letras. El autor se burla y se ríe de los círculos de validación de las artes y los roles de los artistas, y, en ese juego, propone una literatura desnuda, sincera, sin golpes bajos que apela a la inteligencia del lector y lo invita a un diálogo simétrico.
Sin moraleja es la última sección del libro, y allí Brescia demuestra que también puede cambiar el rumbo, al manejar aquí el realismo y lo siniestro. La muerte deja lugar al placer sexual, al nacimiento, al deseo, como en “Los monólogos de la placenta”. La prosa, aquí se vuelve más rápida y musical.
El volumen cierra con un Bonus track. “El valor de la poesía” funciona como un condensador de lo que, el inicio, denominábamos dispositivo y método, en la historia de un excombatiente lisiado que encuentra la poesía en el lugar y el momento más inesperado.
La derrota de lo real, tercer libro de relatos de Brescia, presenta a sus lectores una gran paradoja: es un ejercicio imaginario que nos choca de frente con el mundo que habitamos. Ese que está más allá del libro, más allá de la literatura pero que nos tiene presos del azar y las decisiones de los otros.
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