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Es tan grande la fascinación por las nuevas tecnologías, por su capacidad de entrometerse y actuar sobre nuestras vidas cotidianas, que sus efectos se discuten y estudian desde múltiples perspectivas. Sin embargo, hasta ahora, la mayoría de las explicaciones que priman en el ámbito académico, periodístico, e incluso en el discurso popular, priorizan la injerencia tecnológica y ponderan la modalidad en que los algoritmos controlan nuestra capacidad de acción.
Ignacio Siles -profesor de la Escuela De Comunicación de la Universidad De Costa Rica, Máster en Ciencias de la Comunicación por la Université de Montréal, PhD. en Medios, Tecnología y Sociedad por la Northwestern University, autor de numerosas publicaciones- encara sus estudios de los procesos de comunicación desde una perspectiva muy distinta a la dominante, y nos dice: “Mi punto no es que las plataformas no tienen el poder que se les asignan, no estoy diciendo eso, sino que para concluir como funcionan deberíamos estudiar también a las personas. De lo contrario el análisis se torna siempre unidimensional”.
Conversamos con él respecto de la perspectiva y los avances que nos ofrece su investigación.
¿Qué es vivir en una sociedad datificada?
El término surge para dar cuenta de las prácticas de extracción de datos de un grupo de empresas tecnológicas y cómo, desde allí, buscan acceder, recoger y transformar en data todo un conjunto de relaciones, de identidades y prácticas de las personas, con el propósito de predecir sus comportamientos y mantenerlos enganchados y activos en el uso de las plataformas.
¿Qué margen de acción tienen los usuarios frente a esta datificación de la realidad?
La pregunta es muy interesante y relativamente nueva, porque poca gente se la había planteado. Hasta hace poco tiempo en la parte más académica y periodística, el objeto de fascinación y de reflexión se había centrado en ¿qué hacen las empresas tecnológicas? Como una especie de admiración por lo que estas compañías hacían, por su sofisticación. A esto podemos sumarle algunas tendencias a enfatizar más las tecnologías que a las personas. La mayor parte del tiempo me parece, se asumía que los usuarios hacían lo que se les pedía, lo que se les indicaba que hicieran.
Y me pareció que era al revés, los individuos lo que hacen es personalizar las plataformas en el sentido de darles vida y de tratarlas casi como un ser vivo, de asignarles comportamientos de personas y que eso es clave en su relación con las plataformas.
¿Cómo haces para estudiar esto?
Realicé mi estudio en Costa Rica, que es donde vivo y trabajo, y allí analicé: a) una tecnología que en América Latina está ya hace una década y la comparé con: b) que es una un poco más reciente, aunque tiene ya unos 5 o 6 años de estar en el país, y luego c): miré estas dos en relación con una tercera, que es mucho más reciente. Lo que me interesaba era comparar siempre entre lo emergente y algo más establecido, esa era la intención. ¡Y no! Me di cuenta de que hay algunas cosas que ya sabíamos de la relación que tienen las personas con la tecnología, que está estudiado en el caso de América Latina con otras tecnologías, pero hay otro tipo de discusiones que son mucho más propias de la datificación.
Entonces, organicé la discusión alrededor de cinco dinámicas que me parecen más culturales que tecnológicas, aunque desde luego la separación es muy artificial y arbitraria. Primero intenté darle cierta vuelta al estudio de la personalización -que es una de las claves de la datificación que les permite a las compañías obtener información de los usuarios y transformarlos prácticamente en perfiles- y lo miré desde la óptica de las personas. Y me pareció que era al revés, los individuos lo que hacen es personalizar las plataformas en el sentido de darles vida y de tratarlas casi como un ser vivo, de asignarles comportamientos de personas y que eso es clave en su relación con las plataformas.
Una segunda dinámica tenía que ver con entender que el algoritmo nunca está sólo, sino que está siempre filtrado por otras interacciones. Las personas lo integran a su vida en función de una serie de criterios que, a mi me parece, son más culturales que necesariamente tecnológicos. Pesan mucho las diferencias sutiles o de los líderes de opinión, pero un factor clave es el bagaje con el que llega cada una de las personas culturalmente hablando, socialmente hablando ¿qué hace que para él una recomendación se vuelva más pertinente?
Una tercera dinámica tiene que ver, digamos, con los rituales alrededor de los cuales se usan las plataformas. Yo sentía que, al menos en la academia, la discusión está dominada por esta idea respecto a que el ritual corresponde a una época muy específica de los medios, pero que fue desapareciendo en la medida que ya “vivimos en los medios”, dado que se nos hace imposible separarnos de ellos en nuestras vidas cotidianas. ¡Sin embargo a mí me parece lo contrario, que el ritual está aún por todos lados y que hay pequeñas misas que se realizan, por ejemplo, al crear una lista de canciones y otras, y que están allí para darle sentido a lo que estás sintiendo, valga la redundancia!
Una cuarta dinámica tiene que ver con cuándo te convertís en esa persona que se te recomienda. De nuevo, con toda la experiencia de la datificación se suponía que el trabajo de recomendación ahora lo hacen sólo los algoritmos. Pero, eso no es lo que encontramos, sino que notamos que a la gente le gusta lo que le están sugiriendo, le gusta que le recomienden y disfruta al seguir recomendando. Les encanta fusionar su criterio con lo que los algoritmos pueden decir, pero al mismo tiempo les encanta usar su criterio y decir: “esto, el algoritmo nunca te lo va a decir, pero te lo digo yo que te conozco”. Las personas sienten la necesidad de compartir eso que entienden, la tecnología no puede capturar.
Y una última dinámica que vi, es cómo hacer explícitamente obvia la forma en que las personas resisten a las plataformas y los algoritmos. Esto me parecía, también, que al nivel de la academia tendía a pasarse por alto con aquella idea que se tiene sobre la datificación, como que tiene efectos que son parejos, lineales e iguales en todos lados. Me parece que ello es una conclusión un poco apresurada. No sólo existe la resistencia de los activistas, sino que hay un tipo de resistencia mucho más integrada en las prácticas de la vida cotidiana, pero que me parece importante igual, porque les da un poco la vuelta a algunas premisas, como que la distinción entre el norte y el sur ya no importa tanto en la era de la datificación, pero yo creo que sigue importando. Algunas personas se siguen sintiendo un poco excluidas cuando, por ejemplo, se les sigue cobrando las mismas tarifas que se cobran en Estados Unidos, pero su catálogo es distinto: entonces ahí empiezan un conjunto de prácticas que van desde usar un VPN hasta tratar de hackear el sistema, que es como decir: “bueno, si yo pago igual el sistema ¿por qué veo otras cosas? Si yo lo que quiero es participar de esa conversación global”. Entenderlo desde el lugar de la complicidad y resistencia, que creo que es allí donde tiene sentido ubicar la discusión.
¿Entonces, investigas cómo los algoritmos se meten en nuestras vidas y cómo nosotros nos metemos en el mundo de los algoritmos?
Sí. Esta dinámica surgió en la investigación de manera más notoria de lo que yo esperaba. Encontré que tenemos esta tendencia constante a querer personificar las plataformas con las que interactuamos. Y quizá, esto sucede dado que estas tecnologías son valiosas para las personas porque intermedian en sus relaciones interpersonales. Entonces, cuando te enfocas en la forma en que te podés conectar con otras personas mediante estas tecnologías -como por ejemplo con Spotify, poder ver lo que esas personas escuchan o poder recomendar o recibir sugerencias de otros-, cuando está el contacto con esas otras personas es más fácil normalizar o naturalizar lo que estas tecnologías te piden y darles poder para trackear o monitorear todas tus prácticas. Porque al final del día las estás viendo como un intermediario entre vos y los tuyos, un intermediario en las prácticas cotidianas. Pero al mismo tiempo creo que esta teoría de lo popular sigue estando allí presente, así que con nuestras practicas constantemente estamos dando una vida muy particular y peculiar a estas plataformas. esta identidad se construye no solo en el momento en que elegís tu avatar y pones tu foto, sino en el constante intercambio, al entrar en una relación de comunicación con esta plataforma. En ese constante ejercicio relacional se construye identidad
Yo les compartí algunos resultados a colegas en Europa y no podían creer que las personas perciben una recomendación algorítmica como una forma de intermediación entre vos y tus amigos o colegas, pero en América Latina funciona así. Lo incorporamos a nuestra vida con esa lógica, lo moldeamos de esa forma y eso resulta en que les podamos conceder mucho o poco poder en distintas ocasiones.
¿Lo que los individuos hacen con lo que reciben es la parte que más cuesta estudiar?
Creo que esa es una de las cosas que me llevo de este proyecto, aprender a no situar la capacidad de acción como algo uniforme que se mantiene como una constante en el tiempo. Yo creo que en nuestra relación con esos algoritmos mostramos momentos de mucha complicidad y otros de mucha resistencia. Pero, nunca es parejo o enteramente lineal esa relación, eso fluctúa mucho y a veces se confunde momentos de actividad pasiva por pasividad. Hay mucho trabajo involucrado para poder recibir recomendaciones de cierto tipo, y cuando llegan creo que la palabra no es pasividad, deberíamos buscar otras. La forma en que moldeamos estos escenarios es con este tipo de prácticas y con su incorporación a nuestras vidas o nuestras culturas, lo que hace que haya momentos en donde nosotros moldeamos y otros momentos en los que, si quieres verlo así, somos muy cómplices o menos activos en la relación con los algoritmos.
¿Cómo la gente significa el mundo y lo que está haciendo?
Eso es muy interesante. Al analizarlo pones en dialogo a los individuos con sus bagajes culturales y las tecnologías. El resultado es muy rico y no es homogéneo, depende de muchas experiencias, de cómo y dónde esté cada uno situado. Aunque sabes que no estás hablando con una persona, le atribuimos características humanas, la utilizas como una tecnología de proximidad, aunque te dicen que es de distancia. Te acompaña. Esas cuestiones, que son puramente culturales, surgen de ese diálogo que estableces con tecnologías, aunque no entiendas con precisión y a veces te resulten un enigma, pero no pasa nada, las utilizas en tu vida, no te preocupa.
¿Deberían preocuparse los individuos de lo que hacen las compañías tecnológicas?
Yo creo que deberíamos seguir preocupados por las prácticas de estas compañías, por la forma en que pueden operar, por la libertad legal con la que se mueven, la falta de control de todo tipo, eso debería preocuparnos. Y creo que las personas usuarias también se beneficiarían mucho de tener una perspectiva crítica respecto de lo que estas empresas están haciendo. Pero, sin embargo, nuestra comprensión de esto siempre va a estar incompleta si no vemos y si no entendemos ese dialogo y la riqueza de las prácticas de las personas a través de su vida cotidiana. Eso es tanto si investigas en América Latina como en cualquier otro lado. Y ello es lo que hace humano todo este proceso.
¿Los individuos construyen sus identidades en las plataformas?
Creo que en esta idea de la personalización hay algo de la identidad, porque la invitación que se te hace una plataforma, en el caso de Netflix es como el más obvio de todos cuando dice “¿Quién esta viendo hoy?”, y te corresponde a vos responder esa pregunta de manera directa diciendo “Yo”. Ahí hay una invitación a que respondas con marcadores identitarios específicos, que busques una imagen que te representa o que representa algo que consideras que es muy propio tuyo. Pero creo que la riqueza de esta investigación está en el hecho de decir que esta identidad se construye no solo en el momento en que elegís tu avatar y pones tu foto, sino en el constante intercambio, al entrar en una relación de comunicación con esta plataforma. En ese constante ejercicio relacional se construye identidad. Pones tu imagen y ese sos vos, o no, pero la forma en la que te relacionas con esa plataforma dice más de vos que el animal que pusiste, es esa relación, me parece a mi, que dice más de cuestiones identitarias que el enfocarte sólo en el avatar que escogiste para representarte en cualquiera de sus plataformas.
¿Cómo te imaginas el futuro social de la era de las redes?
Pensaría que es difícil para las plataformas seguir operando en el nivel de libertad con el que lo han hecho hasta ahora, creo que llegó un momento de pedir cuentas y esto haría que tengan menos libertad de operar de manera tan secreta en las cosas que hacen. Y si eso se materializa, no me preocuparía tanto por la homogeneización extrema que podrían traer estas plataformas. Creo que somos capaces de transformar esta preocupación en mecanismos de control un poco más claros y, entonces, podríamos aprovechar las tecnologías para traer un momento de cambio, no tanto de homogeneización. Pero es una gran incógnita saber si esta preocupación que tenemos sobre las plataformas va a llegar a transformarse en un gran movimiento de rendición de cuentas más explícita hacia estas compañías.
Creo, por otro lado, que no deberíamos tampoco menospreciar la participación de las personas en convocatorias y movilizaciones. Existe este término, “laktivism”, que un poco minimiza cualquier forma de actividad que las personas hacen en redes y los menosprecian como si sólo fuera una manera de calmar las conciencias. Yo digo que para las personas es más que eso, y hay una investigación que sugiere que hasta las practicas mas pequeñas de dar un like o algo así, pueden hacer diferencia. Creo que haríamos mal en menospreciar eso y quitarles importancia a las cosas de las vidas cotidiana. Es allí donde se van encontrando pequeños espacios que escapan a las voluntades de las grandes plataformas y deberíamos ir a mirar ese rincón, desde donde los individuos logramos pasar algo de agencia.
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