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35

In the Darkroom, los enigmas de la identidad de un padre. Entrevista a Susan Faludi

Miami
La ganadora del premio Pulitzer de Periodismo y referente sobre feminismo e identidad, habla sobre el conflicto de género de su propio padre.

Letra Urbana entrevistó a Faludi pocas horas antes de la presentación de su libro In The Dark Room, Metropolitan Books, 2016, en la feria del libro de Miami. Se trata de la personal e íntima descripción del viaje que Faludi emprendió hace una década en busca de la historia real y la identidad de su propio padre, quien a los 76 años y viviendo en el exterior, decidió someterse a una cirugía de cambio de sexo luego de una existencia vivida como un hombre emocionalmente ausente, autoritario y agresivo.  Se trataba de un material más que oportuno para hablar con Faludi, indiscutible autoridad en estos temas, sobre las cuestiones de identidad de género, el papel de la mujer en la sociedad contemporánea y el estado actual del feminismo. Tópicos que a través de los años la autora ha analizado profundamente en su importante obra literaria y periodística.

Conocida en los Estados Unidos como una laureada escritora feminista, es autora del  bestseller Backlash (1991), ganador del National Book Critics Cicle Awards y que fuera publicado en 2006 por la editorial Anagrama con el título Reacción, (La guerra no declarada contra la mujer moderna).  Faludi también es autora de dos obras muy conocidas por el público norteamericano: Stiffed, The betrayal of the American men (2000) y The Terror Dream, Myth and misoginia in an insecure America (2008).

Con sencillez y de muy buen grado, Faludi se extendió en sus respuestas en una entrevista que por momentos rozó el diálogo, hablando con sinceridad sobre su búsqueda del sentido de la identidad, tanto en el mundo moderno como en su propia historia personal.

Susan, en In the Dark Room dices de tu padre que «comenzaste la búsqueda de un irresponsable, que había faltado tantas veces a sus distintas obligaciones familiares» y que, a lo largo del camino, de fiscal te convertiste en testigo. ¿Puedes elaborar sobre ese itinerario tan personal?

Bueno, yo me enteré del cambio de género de mi padre en 2004, cuando recibí un correo electrónico suyo que decía «Querida Susan; tengo algunas noticias interesantes para ti. He decidido que ya estaba cansado de representar a un hombre machista y agresivo que nunca existió dentro de mí». Lo curioso es que mi padre, sin decirle a nadie de la familia, había volado a Tailandia – desde Hungría, donde estaba viviendo-, para hacerse una cirugía de cambio de sexo.

Mi padre sobrevivió los años de la guerra pasando como cristiano con documentos de identidad falsos y una franja fascista cosida en la manga de sus camisas y abrigos. Así que hay muchas cuestiones de identidad allí…

¿Así nomás?

Sí. Sólo le contó a una persona, una mujer con la que mi padre había estado involucrado en ese momento. Naturalmente, esto me sorprendió, pero también mi padre tenía setenta y seis años, y además de eso, apenas habíamos intercambiado unas pocas palabras por correo electrónico a través de los años. No habíamos hablado durante veintisiete años, y la razón de eso fue que, cuando yo estaba creciendo, mi padre era, de hecho, un machista agresivo, autocrático, dominador y violento con mi madre, mi hermano y yo. Toda esa experiencia alimentó mi feminismo desde temprano. Así que, de repente, mi padre salta en paracaídas de regreso a mi vida diciendo «no, no, no, yo no era esa persona en absoluto. Yo era una mujer».  Para complicar más las cosas, en aquel momento mi padre estaba viviendo en Hungría, su país natal.

Es que durante la Segunda Guerra Mundial mi padre era un adolescente judío, nativo de Hungría, y gran parte de su familia pereció en el Holocausto. Mi padre sobrevivió los años de la guerra pasando como cristiano con documentos de identidad falsos y una franja fascista cosida en la manga de sus camisas y abrigos. Así que hay muchas cuestiones de identidad allí, no sólo el género, sino la religión, la nacionalidad y otros. Y a pesar de esta horrible historia traumática de los años de guerra, mi padre regresó a Hungría justo después de la caída del comunismo. Cuando recibí su mensaje, él ya había vivido en Hungría desde los años noventa, lo que fue otra de las razones de la falta de comunicación entre nosotros. En síntesis, hice un rastreo de ese correo electrónico, viajé a Hungría y allí mi padre me invitó a escribir su historia, así que ese fue el comienzo de esta colaboración entre ambos.

Fue él quién se abrió al diálogo.

en estos libros que he escrito una y otra vez sobre las distorsiones y daños que se hace a las personas en nombre de la mitología de género…

Sí. Mi padre decía «bueno, siempre dijiste que ibas a escribir sobre mí», lo cual era más un producto de su fantasía que lo que realmente yo había dicho. Pero esto fue una enorme ayuda para que ambos pudiéramos llegar a entendernos de nuevo y tener alguna conexión. En particular al yo tener este cabo a qué aferrarme que es el periodismo, ya que me aterraba volver a contactar a ese padre que fue bastante horrible durante mi infancia. Por lo tanto, para mí tener mis notas de reportera y todas las herramientas de mi profesión conmigo, me permitió crear una zona de seguridad personal y también nos dio un principio organizador para empezar a conocernos.

Lo que demuestra cuánto te respetaba.

Susan FaludisSí, resultó que a pesar de toda los hostilidades entre nosotros, mi padre realmente admiraba mis habilidades periodísticas y me eligió para escribir su historia. Se jactaba delante de otras personas acerca de mí: «Mi hija es una reportera muy agresiva y llega al fondo de todo «. Creo que mi padre quería que yo llegara al fondo de su propia confusión y su lucha para resolver sus conflictos de identidad. Me invitó a ayudarle a explicarse ante el mundo, ante sí misma y también ante mí.

Probablemente influyó el hecho de que él había leído tus libros, donde hablas de identidad de género y elaboras contenidos que pudieron haberle tocado muy profundamente.

Sí, creo que sí. Y sabes, cuando publiqué Backlash, aunque no estábamos en comunicación le envié a el libro a ella y también le envié Stiff, que trata sobre la masculinidad. Mi padre estaba muy en mi mente cuando yo escribía ese libro. Creo que en estos libros que he escrito una y otra vez sobre las distorsiones y daños que se hace a las personas en nombre de la mitología de género, ella fue el ejemplo más personal, vívido e intenso que tuve frente a mí.

Me maravillo al escucharte cambiar el género de tu padre a «ella» con tanta aceptación.

En cierto modo, lo más fácil de aceptar fue que mi padre quería ser mujer. Era innegable, ya desde la primera infancia, por todo lo que mi padre me dijo años después cuando hablamos. Encontré mucho más difícil lidiar con todas las formas en que mi padre no había cambiado, esas cosas que nos acechaban desde el pasado. En cuanto al pronombre de género, yo respeto lo que mi padre quería. Me decía «todavía soy tu padre». Tengo una madre, así que mi padre no iba a ser mi madre, y mi padre no quería que sintiera eso. Mi padre quería ser referido como “ella”. El asunto no surgía mucho entre nosotros porque yo llamaba a mi padre con su nombre, que antes era Steven y después Stephanie, así que la llamé Stephanie.

¿Fue difícil llamar a tu padre con un nombre femenino?

Sí, al principio. Pero pasaron doce años entre el momento en que volvimos a conectarnos en 2004 y la muerte de mi padre, y durante ese tiempo mi padre se convirtió en “ella” en mi mente. Yo sentía que era falso decir «él». Todo el tiempo que pasé con mi padre fue en Hungría, y en húngaro no hay pronombre de género. Así que esto ni siquiera era un problema. Es gracioso, siempre se puede reconocer a un húngaro que lucha con el inglés porque mezcla los pronombres. Cuando yo estaba creciendo, mi padre decía cosas como «dile a tu madre que saque los zapatos de él de aquí» (“tell your mother to get his shoes out of here”).

Me decía «todavía soy tu padre». Tengo una madre, así que mi padre no iba a ser mi madre, y mi padre no quería que sintiera eso.

¿Hablas húngaro?

No, entiendo muy poco. Cuando mi padre me invitó a embarcarme en este proyecto, tomé un año de clases de húngaro con dos profesores diferentes, pero es un idioma muy difícil de aprender. Tienes que aprenderlo desde la infancia, lo que es una lástima, porque es un lenguaje hermoso, diferente de cualquier otro. Pero mi padre nunca me habló en húngaro, y mi madre es de Nueva Jersey.

Mi padre tuvo muchas reinvenciones de identidad a lo largo de su vida. Una de ellas fue el convertirse en el típico padre de los suburbios estadounidenses, tener el asador en el patio, el perro, el cuarto de acre de terreno con un tractor, y parte importante de eso era no ser húngaro, no hablar el idioma natal.

Eso fue una ocurrencia común con los inmigrantes, en especial los europeos. Gran parte de adaptarse al nuevo país por completo fue el no pasar su lengua materna a los hijos. También, porque a veces ser bilingüe no era bien entendido aquí.

Sí, y es una lástima, porque es tan importante. Mi padre nació István Friedman y cambió su apellido a Faludi, en realidad Fahludi es la forma correcta de pronunciarlo. Eligió un nombre húngaro después de la Segunda Guerra Mundial, lo cual siempre me preocupó. El argumento de mi padre era que no quería un nombre alemán, pero creo que tuvo más que ver con no querer ser identificado como un judío alemán, y tener que pasar por el Holocausto.

Muchos inmigrantes europeos cambiaron sus nombres al llegar a América.

El gobierno y la policía húngaros eran partidarios ávidos de la aplicación de la Solución Final en Hungría y en muy poco tiempo exterminaron a más de medio millón de judíos.

Pero fue mucho antes de que viniera aquí, cuando todavía estaba en Hungría. Mi padre escogió el nombre de Faludi porque dijo que era un buen nombre húngaro. El gobierno y la policía húngaros eran partidarios ávidos de la aplicación de la Solución Final en Hungría y en muy poco tiempo exterminaron a más de medio millón de judíos. Por eso, mucho más misterioso que su cambio de género, es por qué mi padre regresó a Hungría. ¿Por qué mi padre abrazó todo lo húngaro, de la comida, al nombre, a los bordados locales y se convirtió en un firme partidario del gobierno cristiano húngaro de derecha, que es muy antisemita? En consecuencia había capas y capas en su personalidad. Yo tenía mucho con qué trabajar. Fue, sin duda, mi mayor desafío como periodista.

Y se trataba de tu papá…

Sí, y lo que tuve que confrontar es que, al final de todo, se trataba de una lucha personal. No podía ser simplemente el observador. Estoy involucrada en última instancia como participante en toda esta historia.

Y en forma personal tenías que encontrar la aceptación.

Mira, yo no creo en cierres y aceptación definitivos, y no me convencen las memorias en las que «un niño y su padre se comprenden finalmente y caminan juntos hacia una puesta de sol».  Sé que las cosas no funcionan de esa manera. Entre mi padre y yo la reconciliación fue una especie de asunto en zigzag. Reñíamos y luego nos acercábamos uno al otro, y entonces mi padre se alejaba, o lo hacía yo. Al final, creo que llegamos a entendernos bien. Por supuesto, al aprender la historia de mi padre, la de Hungría y al acercarme más a la familia de ella, llegué a una mayor comprensión de dónde venía mi padre y con lo que ella estaba lidiando, lo cual es realmente importante para mí, personalmente.

Y tu madre, ¿qué opinaba de todo esto?

Bueno, todos nosotros… por empezar, mi hermano y yo vimos las señales mientras crecíamos, y mi madre, por supuesto, durante su matrimonio.  Mi madre estaba muy desconcertada por todo esto.

¿Cuál es tu opinión sobre el hecho de que después de investigar y escribir toda tu vida sobre cuestiones de género tuviste que hacer frente a esta experiencia personal?

Creo que, en última instancia, fue realmente positivo para mí. Fue un gran desafío para todas mis hipótesis y concepciones sobre el feminismo. No es que lo haya cambiado, porque creo que esto sin duda profundizó mi compromiso con el feminismo. Pienso que en gran medida mi padre estaba lidiando con la creencia de que ella tenía que ser lo que la cultura esperaba que fuera. Eso que es, ya sabes, el meollo, la esencia del conflicto de la mujer, el hecho de que tengo que vivir de cierta manera, que tengo que actuar de cierta forma porque la sociedad me está diciendo que debo proyectar esta imagen hacia el mundo y no otra.

Mi padre, cuando se hizo el cambio de sexo, entró de lleno en esa híper-femineidad, esa caricatura de lo femenino y para ella todo giraba alrededor del maquillaje, los tacones altos, una exagerada versión tipo Marilyn Monroe de la feminidad.

Mi padre, cuando se hizo el cambio de sexo, entró de lleno en esa híper-femineidad, esa caricatura de lo femenino y para ella todo giraba alrededor del maquillaje, los tacones altos, una exagerada versión tipo Marilyn Monroe de la feminidad. Creo que parte de eso fue porque antes, en su vida anterior, mi padre había asumido una personalidad híper-masculina, por lo que de alguna manera, ella rompió con eso yendo totalmente al otro extremo. Con el tiempo, se acomodó a su rol y dejó de usar los tacones altos y al final se vestía como yo. Poco a poco se desarrolló como persona, dejó caer esa caricatura de mujer, y el género fue sólo uno de los muchos aspectos de lo que ella era. También es lo que pienso de mí misma, y creo que debería ser el objetivo final del feminismo, no permitir ser definida tan solo por el sexo al que uno pertenece. Tomar conciencia de que todos los humanos somos mucho más complejos y diversos que el estricto rol sexual que la sociedad nos impone.

¿Qué piensas sobre las recientes elecciones presidenciales, en las que un hombre alfa muy ofensivo e intimidante y sin experiencia en cargos públicos ganó las elecciones contra una candidata política inteligente, sólidamente preparada y con larga experiencia?

Quien diga que la misoginia y la dinámica de género no están en juego aquí se está engañando a sí mismo. Lo que no quiere decir que esta sea la explicación completa. Ya sabes, tuvimos una elección que se focalizó en un hombre con una conducta de matón y humillador de mujeres. Y él jugó esa carta cada vez más a medida que la campaña continuaba, porque le dio buenos resultados.

Creo que lo que estamos viendo aquí es una combinación, o espero que sea una combinación, porque pueden aparecer más capítulos horribles, de un drama de género que ha estado ocurriendo en el contexto de la política estadounidense. En los años noventa, mientras yo estaba trabajando en un libro anterior sobre la masculinidad en aquellos años, Stiffed: The Betrayal of the American Man, entrevisté a muchos «old white angry men» como eran llamados en ese momento. Estos hombres estaban furiosos por la situación económica que existía entonces y fueron manipulados con facilidad por el ala derecha del Partido Republicano para culpar al feminismo, las mujeres y los inmigrantes de esos problemas. Ellos veían a la Primera Dama Hillary Clinton en los años 90s como la encarnación del feminismo dañino, que había arruinado sus vidas.

¿Ya la culpaban desde aquella época, los 90s?

Sí, me decían claramente por qué no les gustaba el presidente Clinton, aunque «bueno, por supuesto, es su mujer quien es la bitch”, y otras cosas horribles sobre ella. No aprobaban el hecho de que Hillary no había tomado su apellido al casarse. Estaban seguros de que ella lo controlaba y quien daba las órdenes en la Casa Blanca. Había gran paranoia contra ella y mucho de eso ha quedado asociado con Hillary Clinton como bagaje a lo largo de los años. Así ella se convirtió en el símbolo de lo que todos aceptaron ciegamente en la propaganda de la extrema derecha del Partido Republicano: Que sus problemas económicos y sociales no son causados ​​por los manejes financieros perpetuados por la derecha política, si no que son el producto de que las mujeres consiguieran más poder en la sociedad. Muchos de estos hombres están muy frustrados porque sus esposas o compañeras se hicieron más independientes. Ellos se sienten avergonzados ante las mujeres con las que comparten sus vidas y ahora proyectaron mucho de esto hacia el exterior, a esta candidata presidencial, que para ellos simboliza todo el poder que tienen las mujeres.

En los Estados Unidos, los diez principales empleos que tienen las mujeres son los mismos diez puestos que ocuparon en los años cincuenta; Secretaria, camareras, amas de casa…

Aunque la realidad es que las mujeres todavía tenemos muy poco poder. Hemos hecho solo pequeños pasos hacia la igualdad. En los Estados Unidos, los diez principales empleos que tienen las mujeres son los mismos diez puestos que ocuparon en los años cincuenta; Secretaria, camareras, amas de casa… y tenemos desigualdad salarial. Yo solía ​​decir que el derecho al aborto estaba pendiente de un hilo, ahora creo que vamos a perderlo por completo.

¿Qué podríamos hacer las mujeres, y hombres que nos apoyan, para cambiar esta situación?

Bueno, tenemos que recordar también que un montón de mujeres votaron por Trump. Y lo más inquietante para mí fue que el sesenta y cinco por ciento de las trabajadoras blancas votaron por él. Eso me dice es que hay algo sobre cómo se presenta el feminismo en nuestros tiempos que no habla del tema económico, que es tan importante para las mujeres de menor poder adquisitivo.

Creo que el problema aquí es que el feminismo, a través de los años, ha sido presentado en los medios de comunicación y la cultura popular como una indulgencia para mujeres de clase alta. Es importante que las mujeres que se preocupan por la igualdad de género afirmen que el feminismo es absolutamente crucial para todas las mujeres, no sólo para el uno por ciento. Que las políticas sociales que representa el feminismo, que apoyan la igualdad de las mujeres, ya sea el cuidado subsidiado de los niños, el derecho a la igualdad de remuneración o el control de sus propios cuerpos, son fundamentales para el bienestar, la salud y la felicidad de todas las mujeres.

El hecho de que tantas mujeres hayan votado por Trump es una señal de que no estamos haciendo llegar el mensaje en forma adecuada.

Hay muchas mujeres jóvenes que, ubicadas en el centro o en la izquierda política, consideran el feminismo como algo del pasado, algo de otra época.

Es un tema complicado. Hay un perfil de mensajes en los medios que dice que las mujeres de hoy no se relacionan con el feminismo de sus madres y, definitivamente, hay un interés en promover la lucha intergeneracional entre las mujeres más jóvenes y las mayores. Aunque no es del todo falso que un montón de mujeres jóvenes desde 2008, cuando Hillary Clinton por primera se postuló como candidata por el partido Demócrata, dijeron “bueno, yo no me identifico con ella, me recuerda a mi madre”. Esa era una de las opiniones de la época y después, en 2015, mucha gente joven fue atraída por Bernie Sanders.

A pesar de esto, si nos fijamos en las encuestas a la salida de los comicios, cuando hubo que decidir, las mujeres jóvenes votaron por Hillary Clinton en mayores números que otros grupos de mujeres. Sesenta y tres por ciento de las mujeres jóvenes votaron por ella. Con los hombres jóvenes fue un porcentaje mucho menor,  algo así como una diferencia de veinte puntos. Esto me preocupa, porque los hombres jóvenes son, en otras cuestiones sociales, mucho más abiertos al cambio que los hombres mayores. Pienso que hay que plantear en público, una vez más, que el feminismo es central a la experiencia de las mujeres jóvenes. Y lo es.

Necesitamos romper esta idea de que hay una diferencia enorme entre el feminismo que sus madres abogaban en los años 60s o principios de los 70s, porque hay muchos intereses compartidos entre las generaciones.

Puede ser una cuestión de semántica. Para muchas personas el feminismo es una palabra anticuada, sinónimo de mujeres agresivas que odian a los hombres.

Hay muchas falsedades que han penetrado en la mitología de los medios de comunicación a lo largo de los años y, similar a las falsas informaciones que generaron el apoyo a Trump, se han publicado durante mucho tiempo falsas informaciones sobre las feministas; que teníamos las piernas peludas, odiábamos a los hombres y así sucesivamente. Incluso las mujeres jóvenes que sentían que eran fuertemente feministas o se identificaban como feministas, todavía dicen cosas como «las feministas en los años setenta odiaban el sexo», lo cual no es cierto.

Eso sí que es gracioso, porque muchas mujeres jóvenes de entonces éramos independientes, muy conscientes de ello y teníamos opciones frente a nosotras.

Tal vez haya algo de «no queremos pensar en nuestras madres teniendo sexo», (risas). Existe la idea de que las mujeres feministas de los Estados Unidos en los años setenta eran blancas y privilegiadas y no eran conscientes de la raza y la clase, lo cual es una tergiversación de lo que estaba sucediendo en realidad en esos años. Una gran parte del feminismo en los setenta fue concebido y definido por las mujeres negras, las mujeres hispanas, las mujeres pobres, las mujeres en Bienestar Social. La Organización Nacional de Bienestar Social dirigió una gran campaña de apoyo a los derechos de las mujeres pobres. Todo eso provenía del movimiento por los derechos civiles que fue lo que impulsó todos los cambios.

Parte del problema es que hemos vivido tanto tiempo con todas estas ficciones y han circulado durante tanto tiempo, que ahora se sienten como si fuesen reales.

Si. Yo viví esos años en Argentina, que está bastante lejos de aquí geográficamente, y recibíamos toda la información sobre el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos y devorábamos literatura y noticias que en gran medida cambiaron a mi generación en forma global. La gente en el extranjero se asombra de que, mientras en muchos países las mujeres ganaron importantes roles en los principales campos, aquí estemos objetando el ascenso de las mujeres a altos cargos con distintos pretextos, ni qué decir a la presidencia del país.

Así es. Una amiga mía que es una feminista en Suecia me decía hace poco exactamente lo que dijiste. Sabes, les debemos a todas las feministas de los sesenta y setenta el que hayamos abierto los ojos.

Ahora las mujeres estadounidenses tendrán que buscar a su alrededor modelos fuera del país. Ya no somos la vanguardia. De hecho, estamos retrocediendo.

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