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La máquina es un invento del hombre que en la historia ha tenido el valor de un instrumento o medio para obtener fines diferentes de los medios utilizados. Así, herramientas, instrumentos y máquinas se han construido para facilitar acciones, posibilitar funciones y acceder a destinos que no podía alcanzar con su cuerpo.
Por vía de la tecnología las capacidades de las funciones intelectivas humanas, semejan estar infinitizadas tanto en capacidad de almacenamiento como en velocidad de reacción en el marco de una Lógica absoluta e unidireccional del todo o nada, del blanco o negro, del ser o no ser, del tener o no tener, que no hace entrar ni grises ni colores diversos.
El martillo que incrementa la fuerza en el golpe del brazo, no deja de ser una extensión de la mano, el avión que traslada realiza el sueño de volar como pájaro y atravesar distancias con alas de metal, el teléfono que lleva la voz a distancia o la grúa que levanta cargas inaccesibles para su fortaleza, eran y siguen siendo utilizados con valor instrumental, es decir, como medios para hacer algo proyectado en otra parte y por fuera de su cuerpo. El hombre no se confundía con su invento, los usaba para hacer aquello que le era imposible realizar dadas las limitaciones de su cuerpo matérico.
Al mismo tiempo que la ciencia tecnológica busca reproducir tanto la forma como el pensamiento humano, sea por medio de la biología genética como de la robótica o la inteligencia artificial, parece que los seres humanos intentan emular sus resultados haciéndose robóticos en sus lazos laborales o personales. Tanto las películas , que pintan cada vez más un mundo de hombres máquina, como los muñecos de los niños que han dado paso a los robots, o los dibujos animados que se han sustituido por imágenes computarizadas de realidad virtual, muestran lo que en nuestra época se ha sustituido más que agregarse a lo que ya había. Por primera vez en la historia de la humanidad tiene sentido hablar de «hombres máquina» tanto en su funcionamiento como en su estética.
El hombre actual ha quedado hechizado por su creación de luz. Atrapado en el interior de los circuitos impresos de su invento, emula su lenguaje lineal. Hipnotizado y fascinado por lo que ha hecho, no se despega de su producto al que endiosa, reverencia e intenta imitar.
Los caminantes dejan huellas con sus pisadas. Son esas huellas, marcas, relieves de la memoria, que la época rechaza en nombre de la lisa prolijidad.
Por vía de la tecnología las capacidades de las funciones intelectivas humanas, semejan estar infinitizadas tanto en capacidad de almacenamiento como en velocidad de reacción en el marco de una Lógica absoluta e unidireccional del todo o nada, del blanco o negro, del ser o no ser, del tener o no tener, que no hace entrar ni grises ni colores diversos. Eso es el lenguaje binario, dos lugares, donde uno es lo opuesto del otro, no diferente del otro, sino contrario. Hacer pasar ese lenguaje a lo humano se desliza hacia la oposición y hacia el ir contra el otro.
El lenguaje maquinal no se conjuga en condicional. Porque la máquina no tiene intensiones ni deseos ni supone nada. Anda o no anda, es si o es no, es excluyente. Es el lugar Uno y su opuesto que es: ninguno.
Identificarse con lo maquinal es quedar pegado a Uno solo, a un goce del uno solo que es acumulación, reintegro y encierro. En este punto desliza a la indiferencia. Se puede observar que en esa lógica no hay lugares intermedios. Hacer lugar para que entre otra cosa es construir un intermedio.
El «ir siendo» no tiene cabida en el lenguaje maquinal. Lo que no entra es la temporalidad, que se conjuga como un gerundio, estando, siendo, saliendo, entrando… El gerundio es indicación del medio, del espacio a recorrer. El gerundio en el lenguaje indica el movimiento y moverse indica a su vez, tanto el espacio por donde moverse como un punto desde donde se parte y otro punto de llegada. Cuando no se está ni en el punto inicial ni en el de llegada hay un gerundio. Los deportistas en las olimpíadas disponen de un punto de salida y otro de llegada. Hay un lugar intermedio entre ambos, allí se anota el gerundio. Están «corriendo» o «saltando» o nadando o esquiando. Eso indica que «lo están haciendo en ese mismo momento«, en el presente. Antes era la salida y después será la llegada. El gerundio indica el camino recorrido a su paso y el tiempo que transcurre, mientras lo hacen: están en tránsito, entre un antes y un después. Si no pasaran por allí, no habría sendero, dado que éste se traza con el andar.
Los caminantes dejan huellas con sus pisadas. Son esas huellas, marcas, relieves de la memoria, que la época rechaza en nombre de la lisa prolijidad.
El camino que recorren no es liso sino rugoso, tiene sinuosidades, elevaciones y bajadas. Como además opera el tiempo hasta la llegada, entonces va cambiando la posición solar y con ella la iluminación. Hay momentos de mayor sombra y otros de mayor luminosidad, mayor brillo o más opacidad. En la existencia humana no hay solo dos posiciones como en el prender-apagar del comportamiento de los aparatos. El «todo luz» que se corresponde con el encendido, encandila en lugar de iluminar, impidiendo discriminar y diferenciar, tanto como en la oscuridad cuyo correlato maquinal es el «apagado total». Los contrastes en la iluminación marcan lugares diferentes, algo se trae adelante y algo queda atrás según donde está ubicada la luz.
Cuando no hay esos contrastes en la iluminación, y es todo luz o toda oscuridad la superficie se hace homogénea y se aplana, alisándose. Estos efectos de iluminación crean o reducen los espacios, agregan o quitan perspectiva a lo visto. Lo plano y lo liso reducen la perspectiva, lo dimensionado por varios planos y lo rugoso o con pliegues agregan.
Esta época no es de caída de ideales. Hay sustitución de los ideales de la modernidad por los de la era electrónica que son lo maquinal, en su carácter de cálculo y previsión tanto como de reproducción idéntica. Acercándonos al detalle, y considerando la computadora como el nuevo modelo, el ideal de la época es lo liso, luminoso y continuo. Esto supone a veces, el rechazo de lo rugoso, con sus relieves, pliegues y arrugas, como al contraste que rompe la continuidad homogénea y al intervalo que, connota tanto un espacio que arma dos lugares como la temporalidad en el corte y en la espera.
Lo liso como ideal que se desprende de la estética y del funcionamiento maquinal, es irrelevante y mínimo. Lo rugoso, con su relieve, es acogedor, tiene agarre y aloja otra cosa. Lo liso no se anuda, no se enreda, no crece y no abraza.
Lo liso como ideal que se desprende de la estética y del funcionamiento maquinal, es irrelevante y mínimo. Lo rugoso, con su relieve, es acogedor, tiene agarre y aloja otra cosa. Lo liso no se anuda, no se enreda, no crece y no abraza.
Hacer de lo maquinal un ideal es reducir las posibilidades humanas y restar dimensión a la existencia porque la máquina si bien es un cuerpo no esta viva, es inerte.
El hombre de hoy, al sostener en lo maquinal algunos de sus ideales, se aleja de la ética de lo viviente. En lugar de gozar de la vida, lo inerte lo goza. Que espacio para el arte, la conversación y el amor en esa ética? Si. Porque es una ética.
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