«La novela -buena- debe ser abierta, debe permitir salidas y entradas… e interrelaciona con otros textos pasados y futuros»
La materia se sustenta en el tiempo y espacio, en tanto que lo «eterno», como ya sabemos, prescinde de estas categorías. En El Museo de la Novela de la Eterna de Macedonio Fernández, el espacio está dado por los límites de la novela, los que no son restrictivos, puesto que «La novela -buena- debe ser abierta, debe permitir salidas y entradas … se interrelaciona con otros textos pasados y futuros …» [2] . Al igual sucede con el tiempo que, extraido de los parámetros de la existencia, se lo anula y se lo convierte en un puro acontecer [3]. Esta anulación temporoespacial actúa para asegurar la inmortalidad: La nihilidad del Tiempo y del Espacio correlativa a la nihilidad del Yo (o identidad personal) y de la sustancia material, nos sitúa en una eternidad de concebibles discontinuidades.Ésta es la certeza metafísica de la novela [4].
La materia no es más que mediadora. El psquismo pertenece, por lo tanto, al plano inespacial y eterno. Los personajes al carecer de cuerpo, al ser puro psiquismo se hallan unidos entre sí, pero alejados de todo lo que represente el mundo concreto. «Los personajes tienen que vivir de ideas y estados psíquicos, son individuos psíquicos”,dice Macedonio Fernández.
Los personajes al carecer de cuerpo, al ser puro psiquismo se hallan unidos entre sí, pero alejados de todo lo que represente el mundo concreto.
Hay, a su vez, una afirmación de la consistencia de lo inmaterial, como si ésta tuviera características materiales. De esta forma, señala Nélida Salvador: «Hay en la obra de Macedonio Fernández un firme esquema racional …, y subraya su angustioso afán de inmortalidad mediante la abolición de elementos materiales …». Uno de estos elementos y sin duda el más significativo es el de verosimilitud. Macedonio rechaza por completo la mímesis aristotélica, o sea, la representación de la realidad, ya que se da dentro de las categorías temporoespaciales y nos condiciona al plano mortal.
… Pues la invención, no la copia de la realidad, es la verdad en Arte, que la novela se asegure los servicios de un personaje de intachable inexistencia (Macedonio Fernández, 1975, 73).
Con frecuencia los mismos personajes, desde su dimensión atemporal invierten el orden de los planos: el mundo mortal es para ellos, el «no ser», en tanto no manifiesten «fe» a lo eterno.
Porque no tienes fe en su eternidad todavía, que es como no tener fe en ser: un mortal es un no-ser. ( Macedonio Fernández, 1975, 157)
Pero a su vez, la inmortalidad se da en El Museo de la Novela de la Eterna a través de la conjunción del plano «real» (como sostén) y el ficticio. Estos dos planos abarcan la concepción novelística.
El autor/lector vacila como persona/personaje en una serie de ámbitos, que son la conjunción de polaridades: persona/personaje, realidad/irrealidad, mortal/inmortal, vida/muerte, materialidad/ inmaterialidad, tiempo-espacio/no tiempo-espacio. Pero la oscilación no se le está dada a los personajes que «sólo están contraídos al soñar ser que es su propiedad, inasequible a los vivientes … «, dice Macedonio Fernández.
Éste es el medio donde los personajes de la novela macedoniana se desenvuelven. Ellos, al constituir un elemento más del sistema teórico propuesto por el autor, no escapan de él, al contrario, son esenciales para concretar su teoría literaria.
Así como hay una negación de la realidad y todo lo que ella implica, el personaje, sumergido en la misma concepción no puede ser, bajo ningún punto de vista, una simple persona de la vida, aunque algo de ella posea
Así como hay una negación de la realidad y todo lo que ella implica, el personaje, sumergido en la misma concepción no puede ser, bajo ningún punto de vista, una simple persona de la vida, aunque algo de ella posea, como señala Noé Jitrik : «El texto repite lo conocido, así como el autor está condicionado por una continuidad, por un lado, porque no puede entenderse ni tener conciencia de sí como autor sino a través de modelos recibidos, por el otro, el resultado de su trabajo a partir de dicho modelo, del mismo modo la continuidad implica a los personajes». Esto significa que los personajes son elegidos de acuerdo a lo existente, pero como señala el mismo crítico de manera diferente.
Todo personaje medio-existe, pues nunca fue presentado uno del cual la mitad o más no tomó el autor de personas de vida. Por eso hay en todo personaje una incomodidad sutil y agitación en el «ser» de personaje … (Macedonio Fernández,1975, 41).
Por otra parte, el personaje sólo puede soñar ser. Su potencia de ser ha quedado mutilada por el verbo soñar que alude al plano irreal. Es decir, encierra en sí mismo la imposibilidad de ser persona/real. Más allá del ámbito atemporal e inmaterial de la novela no hay cabida para el personaje. Si así sucediera, no habría alternativa de inmortalidad.
Por otra parte, el personaje sólo puede soñar ser. Su potencia de ser ha quedado mutilada por el verbo soñar que alude al plano irreal. Es decir, encierra en sí mismo la imposibilidad de ser persona/real. Más allá del ámbito atemporal e inmaterial de la novela no hay cabida para el personaje. Si así sucediera, no habría alternativa de inmortalidad.
El personaje que, como ya hemos establecido, no posee entidad ni nada puede acontecerle, cumple la función, en todo caso, de representar a la persona que, como nos manifiesta el mismo Macedonio, «es a quien le sucede todo» y se halla dentro del plano de la existencia.
Noé Jitrik ha efectuado una clasificación de los personajes que aparecen en El Museo de la Novela de la Eterna, de modo que encontramos el Personaje inexistente (en la inexistencia que es la novela); el Personaje que no figura; el Personaje que no puede ser extraordinario en relación con el autor, porque el autor no lo es; el Personaje autómata; Personaje que el novelista consigue/rechaza con aviso en los diarios; aquel Personaje que ha actuado en otras novelas; un Personaje que quiere salir de la novela cuando lo crea necesario o se le ocurra; un Personaje como empleado de la novela; Personaje que dialoga con el autor/lector; el Personaje que no se deja en la novela; y un Personaje de otra novela que aparece en El Museo de la Eterna.
Todos estos personajes, sin «nombre» (que es lo que les daría existencia-el hecho de ser nombrados-) o con nombres abstractos (Eterna, Quizagenio, Presidente, Dulce Persona) se caracterizan por su constante «accionar» y, aunque podrían sugerirnos cierta «autonomía» con respecto al escritor, sin embargo están lejos de alcanzarla. El novelista los ha «implantado» dentro de la «novela inexistente» y por más que pareciera que ellos pueden decidir sobre sí mismos, inclusive manifestando a su autor pedidos o deseos, no olvidemos que sólo sueñan ser.
Engrandecido con su sueño de doble éxito en misión que se le enconmendó soñó [5] que se le concedía entrar en la novela, ser real en ella. Pero sólo lo soñó (Macedonio Fernández,1975, 146).
A la clasificación, realizada por Jitrik, nos atreveremos a incorporar tres personajes más: un Personaje inexistente que pretende la existencia, un Personaje autor y un Personaje lector.
Con respecto al primero, es evidente que asevera lo ya expuesto con antelación, al referirnos que el personaje sólo puede soñar ser. La Eterna, por ejemplo, paradójicamente a lo que ella significa, condensadora de los tres tiempos (pasado, presente y futuro) desea existir o como en algún momento lo expresa Quizagenio, mientras dialoga con Dulce Persona:
_¿Qué hacés aquí, Quizagenio, en este capítulo donde te he encontrado, andando en busca tuya?
_Buscaba el lugar de la novela donde pueda haber vida: creía que fuera aquí en la ventana de «La Novela» donde se respiraría y vendría vida para nosotros dos (1975, 161).
El autor a través de su incorporación en el mundo novelístico se desprende de su propia existencia para penetrar en la no existencia de sus personajes.
En cuanto a los otros dos personajes autor/lector nos introduce en un nuevo planteo. El autor a través de su incorporación en el mundo novelístico se desprende de su propia existencia para penetrar en la no existencia de sus personajes. Por ello, simplemente es «el autor» sin nombre que lo identifique. Adquiere entonces y simultáneamente la categoría de personaje sin perder por ello la de persona.»Ser y no ser» al mismo tiempo.
Con respecto al personaje lector, señalaremos exclusivamente aquello que lo hace personaje, puesto que el tema del lector no es nuestra intención tratar. Así como el autor pretende alcanzar la inmortalidad en el Arte y más aún, si utilizamos un término macedoniano, en la Berlarte palabra, el lector es invitado a la misma experiencia. Logrará la inmortalidad, el no ser, por medio de la lectura. Es decir, que formará parte del mundo ficcional e irreal. Autor/lector se encontrarán en la simultaneidad de la creación (escritura/lectura). El ser existente que a través de la lectura traspasa los límites del ser al no ser y se incorpora al mundo novelesco. Nélida Salvador (1986) nos indica al respecto: «… El lector personaje, el lector leído es una conmoción conciencial única; ninguna de las llamadas Belartes puede dar el no-ser en vida al viviente … «.
De esta manera, en tanto que los personajes son tales en la medida de su no ser en la inmortalidad, que implica la aniquilación de la realidad y sus categorías espaciotemporales, el autor/lector, personas existentes, son convidadas a la sincrónica interrelación, a través del no ser de personaje.
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