Si consideramos la relación con su objeto dinámico, encontraremos que es similar a su objeto (icono), que tiene una relación real, existente con su objeto (índice) o que se relaciona con su objeto por medio de una convención o hábito (símbolo). Si consideramos la relación del signo con su interpretante final, será un signo de posibilidad (rema), un signo de existencia real (dicente) o un signo de ley (argumento). Dado que todo signo es algo en sí mismo, tiene una relación con su objeto y representa su objeto de alguna manera, entonces estas distinciones pueden usarse para producir una división de los signos que puede ofrecer más clasificaciones que la mayoría de las otras teorías.
Si se usan sólo esas tres divisiones triádicas de los signos, como hizo Peirce a menudo, de ellas se deriva una clasificación en diez categorías, que es suficiente para la mayoría de los análisis. Por ejemplo, podemos identificar una astilla pintada (como signo de color) como un cualisigno remático icónico, una veleta como sinsigno dicente indicial, y un nombre propio como legisigno remático indicial. Pero por desgracia, como cualquiera que ha intentado aplicar las clases de signos de Peirce sabe, eso no es tan sencillo como cabría suponer, lo que quiere decir que no se entiende suficientemente a Peirce o que su teoría es un poco ambigua.
El hecho es que Peirce no se conformó con esta clasificación de los signos de una manera exclusiva, sino que desarrolló otra más compleja basada en diez divisiones triádicas, no sólo tres. En ese análisis más completo Peirce consideraba divisiones triádicas como la naturaleza de los objetos inmediatos (descriptivos, o indefinidos; designativos, o singulares; copulativos, o generales) y la naturaleza de la afirmación daba a conocer al interpretante (abducente, o que afirma por instinto; inducente, o que afirma por experiencia; y deducente, o que afirma por una forma o hábito). Con estas diez divisiones Peirce fue capaz de identificar 66 clases de signos y, así, de eliminar la mayor parte de las ambigüedades de su versión más abreviada. Pero Peirce nunca completó esta parte de su teoría general, y la naturaleza y orden precisos de las diez tricotomías sigue siendo un importante problema que los teóricos de la semiótica deben seguir analizando. Quizás en nuestra actual nivel de comprensión del lenguaje y la semiosis no tenemos necesidad de tal complejidad (igual que en otro tiempo no tuvimos necesidad de la teoría física de la relatividad), pero allí donde pueden hacerse clasificaciones de principios, estos acabarán siendo necesarios algún día.
Por ahora este esbozo de la teoría de los signos de Peirce se ha centrado en la gramática especulativa, que considera «en qué sentido y cómo puede haber alguna proposición verdadera y falsa, y cuáles son las condiciones generales a las que el pensamiento o signos de cualquier tipo tienen que atenerse para afirmar cualquier cosa» (2.206). El filósofo que se centra en esta rama de la semiótica investiga relaciones de representación (signos), busca elucidar las condiciones necesarias y suficientes para la representación y clasifica los diferentes tipos de representación. La gramática especulativa se presenta frecuentemente como si recogiera toda la semiótica de Peirce, quizás porque ahí es donde encontramos sus tricotomías más conocidas.
La segunda rama de la semiótica, la crítica, es «la ciencia de las condiciones necesarias para alcanzar la verdad» (1.445). Es la «parte de la lógica (…) que partiendo de ciertas asunciones (por ejemplo, que cada afirmación es o verdadera o falsa, pero no ambas cosas, y que algunas proposiciones pueden reconocerse como verdaderas) estudia las partes constitutivas de los argumentos y produce una clasificación de los argumentos» (2.205). Por medio de esa clasificación los argumentos «que son malos son puestos en un grupo y los buenos en otro grupo». Para completar su cometido, la crítica «tiene que clasificar los argumentos buenos según rasgos reconocibles en argumentos que tienen varios órdenes de validez y tiene que buscar medios para medir la fuerza de los argumentos» (2.203). Así, además de investigar las condiciones de verdad en general, el filósofo que se centra en la crítica investigará la muy conocida clasificación que hace Peirce de los razonamientos: abducción, inducción y deducción. Gran parte de lo que se componía el contenido tradicional de la lógica pertenece a la crítica, al igual que gran parte de lo que se trata en la lógica filosófica, especialmente temas que tienen que ver con la verdad y la referencia.
La tercera parte de la semiótica, la retórica especulativa, es «el estudio de las condiciones necesarias de la transmisión de los signos de una mente a otra y de un estado mental a otro» (1.445). Dicho más brevemente, estudia las condiciones para el desarrollo y el crecimiento del pensamiento. El foco de atención para el filósofo que estudia esta rama de la semiótica es la relación entre las representaciones y los pensamientos interpretantes (o interpretaciones). Mientras que la crítica es la ciencia de las condiciones necesarias para alcanzar la verdad, la retórica especulativa es la ciencia de las condiciones generales para alcanzar la verdad. Peirce subrayó con frecuencia la importancia del estudio de los métodos de razonamiento como un tema principal de la retórica especulativa, y a veces dio a atender que esta rama de la lógica debería llamarse más bien «metodéutica». Los problemas del significado y la interpretación dominan esta rama de la lógica, y puede ser que el pragmatismo, como una teoría del significado o de la investigación, pertenezca a esta rama. Al igual que el estudio contemporáneo de la hermenéutica, algo que Peirce ya dio a entender, aunque fuera en relación con la hermenéutica de Aristóteles. Sea como sea, parece que la teoría de los signos de Peirce recoge mucho de lo que pertenece al núcleo de la filosofía moderna, y es también importante para otras muchas disciplinas.
El análisis que hace Peirce de la relación sígnica como fundamentalmente triádica es el fundamento de la originalidad de su filosofía. Su insistencia en que todo interpretante está relacionado con su objeto a través de la mediación de un signo constituye un rechazo de la intuición, dado que la intuición requiere una relación diádica directa entre el interpretante y el objeto; de alguna manera sabemos algo sobre un objeto (persona, situación, o cualquier cosa) sin la intervención de un signo. No hay ninguna buena razón para pensar que tenemos tal facultad, como argumentó en el primer artículo de su serie sobre el conocimiento (EP1:9-27).
Pero ¿cómo determina un objeto a su interpretante a través de la mediación de un signo? Según Peirce el objeto dinámico, el objeto realmente efectivo pero no inmediatamente presente, es el objeto que de alguna manera determina el signo y a través del signo mediatamente determina al interpretante. ¿Cómo puede un objeto que es externo al signo (el objeto inmediato es el objeto interno) ser una fuerza determinante a la hora de dar forma al interpretante? Hay que tener en cuenta que eso es lo mismo que preguntar cómo pueden los objetos (o el mundo exterior) determinar la mente.
Todo signo representa un objeto (de alguna manera) para el interpretante. El interpretante es o ayuda a crear un hábito que «guía» nuestras acciones futuras (y presentes) o nuestro pensamiento con respecto al objeto en cuestión, u objetos como ese. Si el interpretante no es fiel al objeto, nuestro comportamiento no será (o puede que no sea) exitoso, la realidad seguirá su camino. Hasta que nuestros interpretantes (nuestras ideas o hábitos intelectuales) no estén completamente de acuerdo con los objetos, no podremos evitar encuentros inesperados con una realidad que se nos resiste. Así, el objeto real determina o forma nuestra mente, nuestro almacén de hábitos intelectuales.
¿Convierte esto a Peirce en un realista semiótico? Parecería que sí. No sólo la mente representa el mundo, sino que lo hace de cierta manera, a saber, en la forma en que es forzado a representar el mundo por la resistencia del mundo al error. Ciertamente esto es una forma de realismo. Y también es una explicación semiótica del pragmatismo, que como Christopher Hookway señala «se supone que explica cómo una realidad independiente puede constreñir nuestras opiniones mediante la percepción» [15].
Pero esto no es toda la historia. Hay muchas maneras de vivir en el mundo, y el intelecto no nos obliga a seguir un único camino. El intelecto contiene más que la mera representación de objetos externos, hay planes, fines e ideales, todos ellos pueden insertarse en hábitos intelectuales que predeterminan nuestro comportamiento futuro. Y, desde luego, el comportamiento futuro dará forma al mundo futuro. Lo interesante del punto de vista de Peirce es que nosotros como individuos, como humanidad, tenemos algún control sobre nuestros hábitos intelectuales. Tenemos elección. Podemos cambiar intencionadamente nuestros hábitos intelectuales, aunque sea con esfuerzo, lo que significa que podemos cambiar nuestras mentes; y eso significa que tenemos algún control sobre nuestro futuro, uno de los muchos futuros posibles. Quizás esto sea idealismo semiótico, pero si es así es un idealismo compatible con el realismo semiótico.
La inclusión del interpretante como parte fundamental de la relación sígnica muestra que todo pensamiento es hasta cierto punto una cuestión de interpretación. Todo pensamiento avanzado usa símbolos de una clase u otra y por tanto se basa en convenciones. Entonces, según Peirce, todo pensamiento avanzado depende de la participación en una comunidad lingüística o semiótica. La insistencia de Peirce en la importancia de la comunidad es un tópico en toda su obra y puede que haya adquirido relevancia en la medida en que entendió la importancia de la convención para la semiosis. Peirce apeló a una comunidad de investigadores en su teoría de la verdad y consideró la identificación con la comunidad como algo fundamental para el progreso del conocimiento (el fin de la semiosis más alta) y, además, para el progreso de las relaciones humanas. La teoría semiótica de la investigación de Peirce se considera a veces como un «socialismo lógico», un punto de vista que se ve apoyado por este comentario provocativo (Texto 4):
«He aquí el problema. El Evangelio de Cristo dice que el origen del progreso es la fusión de la individualidad de todo individuo con la solidaridad con sus vecinos. Por otro lado, la convicción del siglo XIX es que el progreso tiene lugar por la lucha de cada individuo por sí mismo con toda su fuerza, pisando al vecino con sus botas cada vez que puede hacerlo. A esto se le puede llamar con acierto el Evangelio de la Avaricia».
Hasta ahora hemos ofrecido un esbozo preliminar del sistema del pensamiento de Peirce y algunas de sus más típicas doctrinas filosóficas. Puede ser útil completar este esbozo considerando una línea de pensamiento que está muy presente en sus últimos años. Empezando con «Guess at the riddle» a mediados de los 80, Peirce empezó a reunir sus doctrinas filosóficas en un sistema integrado de pensamiento, y con su artículo en la revista The Monist de 1891, «Architecture of theories», empezó a prestar una atención explícita a la integridad estructural de su sistema como un todo. Uno de los principales esfuerzos de Peirce después de 1890 fue replantear el pragmatismo, que no había tratado desde los «Illustrations» de 1877-78, como un componente integral de su filosofía sistemática. La estructura integradora de su sistema de madurez debía ser una teoría de los signos ampliada, aunque nunca logró completarla. También destaca en sus últimos escritos una forma re- forzada de naturalismo que vincula muy claramente el desarrollo de la razón humana con la evolución natural y que adquiere claros tintes religiosos.
Hacia finales de 1896 Peirce dio lo que Max Fisch ha llamado su «paso más decisivo» en su camino hacia un completo realismo: aceptó «lo posible» como un «universo real» y rechazó el punto de vista nominalista según el cual lo posible es meramente aquello que no sabemos que no es verdad [16]. Peirce dio cuenta de ese cambio de ideas en su segunda reseña de Schröder en enero de 1897 (3.527) y el 18 de marzo escribió a James que «había alcanzado esa verdad estudiando el problema de los posibles grados de la cantidad, donde me encontré encerrado hasta que pude formar una lógica completa de la posibilidad» (8.308). Con esta aceptación de las posibilidades reales, que puso a Peirce en el ala aristotélica del realismo, Peirce se había convertido en lo que Fisch llamó «un realista de tres categorías», que no considera ya lo potencial como aquello que lo real hace ser, y que distingue ahora la universalidad de los primeros de la universalidad de los terceros.
La aceptación de los «posibles» marca una frontera que separa los años de madurez de Peirce de su última época intelectual. Este cambio, junto a la importancia que atribuye a la continuidad, fueron el motivo en gran parte de su serie de conferencias en Cambridge en 1898. Sin embargo, las dos conferencias de esa serie que se recogen aquí (textos 5 y 6) fueron quizás determinadas en mayor medida por otro suceso: la aparición en 1897 del libro de James The will to believe and other essays in popular philosophy. James dedicó el libro a su «viejo amigo, Charles Sanders Peirce, a cuya camaradería filosófica en los viejos tiempos y a cuyos escritos en los últimos años debo más apoyo y ayuda de los que puedo expresar o devolver». Peirce se emocionó y el 13 de Marzo escribió una meditada carta a James expresándole su aprecio («fue algo muy afectuoso, querido William») y señalando algunas maneras en que su pensamiento se había visto afectado por su experiencia de «un mundo miserable» que había descubierto en los últimos años. Aunque valorando «más que nunca la acción individual como el único sentido que hay en el Concepto», ahora veía «más claro que nunca que lo valioso no es la mera fuerza arbitraria de la acción sino la vida que da a la idea». No es a la «mera acción como aplicación bruta de la fuerza» a la que tenemos que mirar si queremos encontrar alguna finalidad. Peirce alabó el primer ensayo de James, «The will to believe», especialmente por su estilo y lucidez, pero mantenía ciertas reservas. James presentó su ensayo como un ejemplo de la creciente preocupación en Harvard por «temas vitales»: es una «defensa de nuestro derecho a adoptar una actitud creyente en temas religiosos, a pesar de que nuestro intelecto meramente lógico no haya sido convencido» [17]. Un punto clave es que nuestra naturaleza no intelectual influye en nuestras convicciones. «Nuestra naturaleza pasional», escribió James, «no sólo puede sino que debe legítimamente elegir una opción entre varias propuestas, siempre que sea una opción genuina que por su esencia no pueda decidirse sobre bases intelectuales». Parece evidente que la obra «The will to believe» de James suscitó en gran medida el interés de Peirce por las tensiones entre teoría y práctica y su defensa de «la voluntad de aprender» como un prerrequisito para aprender realmente en su serie de conferencias en Cambridge. Hay que mencionar que al menos a partir de ese momento el papel del instinto, o sentimiento, como un co-participante junto con la razón en la adquisición de conocimiento pasó a ser una preocupación clave de Peirce, y no transcurrió mucho tiempo hasta que llegó a considerar la ética y la estética como más fundamentales que la lógica desde un punto de vista epistémico.
Cuando no habían pasado aún seis meses desde que escuchó las conferencias de Peirce de 1898, James viajó a California para hablar ante la Unión Filosófica en Berkeley [18]. Fue en esa conferencia, llamada «Philosophical conceptions and practical results», cuando James presentó en público la palabra «pragmatismo» [19]. James dijo a la audiencia que él hubiera preferido la palabra «practicalismo», pero que aceptó «pragmatismo» porque Peirce lo había usado a principios de los 70 cuando defendió el pragmatismo por primera vez ante el club metafísico de Cambridge [20]. James era uno de los intelectuales más respetados de los Estados Unidos en esa época y su mensaje cayó en tierra fértil; no pasó mucho tiempo hasta que surgieron muchos pragmatistas en los Estados Unidos y fuera del país. El que James reconociera a Peirce como el creador del pragmatismo hizo crecer la fama de Peirce y le abrió la oportunidad de aportar sus propios puntos de vista al creciente debate internacional [21].
Esta segunda ola de interés por el pragmatismo parece haber surgido a partir de la conferencia de James en California, pero sería más correcto decir que empezó a gestarse a comienzos de los 80 con la recuperación de su investigación sobre lógica y metodología para su serie «Critic of arguments» para la revista Open Court y para sus libros «Search of a method» y «How to reason». La vuelta de Peirce al pragmatismo tuvo que ver sobre todo con el libro de James de 1890, Principles of psychology, especialmente su tratamiento del papel de la inferencia en la percepción. Pero también fue en torno a 1890 cuando Peirce aceptó la existencia de la realidad o secundidad, y vio claramente que el individuo debe distinguirse de lo universal. Pueden haber sido las ramificaciones lógicas de ese gran paso adelante hacia un realismo más completo, forzado por su reconocimiento hacia mediados de los 80 de la necesidad de iconos e índices para una referencia significativa, lo que condujo a Peirce a repensar su argumento de «Illustrations» de 1877-78. Sin embargo, fue ciertamente la creciente popularidad del pragmatismo que James había impulsado en 1898 lo que condujo a Peirce a la decisión de crear una prueba que distinguiera su versión del pragmatismo de otras versiones populares y que sancionara la suya como la «científica».
Siguiendo este hilo de ideas interconectadas llegamos a la época de su mayor madurez intelectual, su período en Cambridge en 1903, en el que dio sus famosas conferencias Harvard, seguidas poco después por su tercera serie de conferencias Lowell. Peirce había prestado mucha atención a la serie de escritos sobre el pragmatismo, que iba aumentando, y pensó que había llegado el momento para una declaración más o menos definitiva. Pero defender su causa, o como él lo veía, probar su tesis, era un asunto complicado que requería reunir el apoyo de todas las áreas de su amplio sistema de pensamiento. Algo que complicaba más las cosas era que el sistema de Peirce había sufrido muchos cambios desde los 70. Entre los más importantes estaba su aceptación de la existencia de la realidad (secundidad) y luego de la posibilidad (primeridad); darse cuenta de que la racionalidad humana es continua dentro de una racionalidad inmanente en el cosmos; y su recientemente hallada convicción de que la lógica es una ciencia normativa, dependiente epistémicamente de la ética y la estética. Para Peirce, el pragmatismo se había convertido en una doctrina según la cual las concepciones se conectan fundamentalmente a objetivos más que a la acción por sí misma, como había pensado antes. Para demostrar el pragmatismo, planteó un replanteamiento básico en el contexto de una filosofía transformada y que seguía creciendo. Este era el cometido que se propuso Peirce para sus series de conferencias Harvard y Lowell de 1903, y el programa que inauguró aquel año le guiaría durante el resto de su vida.
En sus conferencias Harvard, Peirce construyó su defensa del pragmatismo sobre una nueva teoría de la percepción, basada en su teoría de las categorías y los resultados de la fenomenología, la estética y la ética (Texto 7). Argumentó que hay un espacio de realidad asociado a cada categoría y que la realidad de la terceridad es necesaria para explicar un modo de influencia sobre los hechos externos que no puede explicarse por la mera acción mecánica (Texto 8). Argumentó que el pragmatismo es una tesis lógica o semiótica acerca del sentido de una clase particular de símbolos, la proposición, y explicaba que las proposiciones son signos que deben referirse a sus objetos de dos maneras: indicialmente, por medio de sujetos, e icónicamente por medio de predicados (Texto 9). El elemento clave del argumento de Peirce, desde el punto de vista de su realismo, contenía la conexión entre el pensamiento proposicional y la percepción. Para mantener su realismo, Peirce distinguió los perceptos no proposicionales de los juicios perceptuales que son proposicionales y que son además las «primeras premisas» de todos nuestros razonamientos. El proceso por el que los juicios perceptuales surgen de los perceptos se convirtió en un factor clave en el argumento de Peirce (Texto 10). Pero si los juicios perceptuales son el punto de arranque de todo desarrollo intelectual, entonces debemos ser capaces de percibir lo universal (Texto 11). Peirce argumentó entonces que la abducción se funde con la percepción, de modo que el pragmatismo puede considerarse como una lógica de la abducción, y finalmente, aisló tres puntos clave: 1. que no hay nada en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos, 2. que los juicios perceptuales contienen elementos universales, y 3. que la inferencia abductiva se funde con el juicio perceptual sin ninguna clara línea de demarcación entre ellos (Texto 12). El pragmatismo, como muestra Peirce, se sigue de estas proposiciones (Texto 13).
Según Fisch [22]fue en las conferencias Harvard cuando Peirce aclaró por primera vez que su realismo se oponía tanto al idealismo como al nominalismo. Su nueva teoría de la percepción aceptaba la doctrina de la percepción inmediata, dado que, según Peirce, negarla «elimina toda posibilidad de conocer una relación». Esa idea se desarrolló en las conferencias Lowell, donde Peirce retomó sus esfuerzos por demostrar el pragmatismo, haciendo su mejor intento hasta entonces, según Fisch [23]. En «What makes a reasoning sound» (Texto 14), la única de las conferencias Lowell que se recoge en este libro, Peirce hizo una gran defensa de las bases objetivas para evaluar razonamientos y argumentó que con el método adecuado «una ligera tendencia a adivinar correctamente» aseguraría el progreso hacia la verdad.
Que Peirce quisiera construir una demostración del pragmatismo no quiere decir que sólo pudiera ver el lado lógico o formal del pragmatismo. El 7 de marzo de 1904 escribió a James: «El elemento humanístico del pragmatismo es muy verdadero e importante, e impresionante; pero no creo que la doctrina pueda demostrarse de esa manera. La generación actual prefiere evitar las demostraciones (…) Usted y Schiller llevan el pragmatismo demasiado lejos en mi opinión. Yo no lo quiero exagerar, sino que quiero mantenerlo dentro de las fronteras que permiten las evidencias sobre él». En ese momento ya estaba trabajando en otra serie de artículos para la revista The Monist, en los que continuaría con sus esfuerzos por demostrar el pragmatismo.
Esta tercera serie de artículos editados en The Monist empezó con la publicación en Abril de 1905 de «What pragmatism is» (Texto 15). Era el primero de tres artículos que explicarían en detalle su variante particular de pragmatismo, darían ejemplos de sus aplicaciones y lo demostrarían. Nada más empezar el artículo Peirce hace una pausa para dar una breve lección en terminología filosófica como una justificación del cambio de nombre de su variante del pragmatismo. Eligió el nombre de «pragmaticismo» al ser suficientemente feo como para quedar libre de los secuestradores. Peirce lamentaba que su palabra «pragmatismo» se podía encontrar ahora en las revistas literarias, «en las que se abusaba de ella sin piedad como sucede cuando las palabras caen en manos de círculos literarios». Continuó usando su nueva «fea» palabra durante el resto de la serie de artículos y en una fecha tan tardía como 1911 usaba aún pragmaticismo porque James y Schiller habían hecho que el «pragmatismo» implicara «la voluntad de creer, la mutabilidad de la verdad, la corrección de la refutación del movimiento de Zenón, y el pluralismo en general»; pero a menudo volvía a su nombre original, lo que sugiere que realmente nunca quiso abandonarlo.
Tras ese excurso sobre terminología filosófica, Peirce examinó las presuposiciones del pragmaticismo con su demostración en mente. Una presuposición clave es que todo desarrollo mental (aprendizaje) tiene lugar en el contexto de una masa de concepciones ya formadas, y otro era que el sentido es siempre virtual. También argumentó a favor de la importancia de las tres categorías para su pragmaticismo: el pensamiento (terceridad) sólo puede gobernar mediante la acción (secundidad), que a su vez, no puede surgir sino en el sentimiento (primeridad).
Ese mismo año, en «Issues of pragmaticism» (Texto 16), Peirce reelaboró su máxima pragmática en términos semióticos, siguiendo las ideas sugeridas en su sexta conferencia Harvard (Texto 12). Identificó el sentido que el pragmaticismo busca enunciar como aquel de los símbolos y no de las simples concepciones. La fuerza del artículo consistía en aunar la doctrina del sentido común crítico y el realismo escolástico, que consideraba como consecuencias del pragmaticismo. Extendió su realismo para incluir realidades vagas y posibilidades reales, y señaló que «el pragmaticismo quiere sobre todo recalcar la realidad de algunas posibilidades». Según Fisch, el pragmaticismo se había convertido en pragmatismo «limpio de la basura nominalista de su enunciado original» [24].
En el momento en que Peirce estaba construyendo su defensa del pragmaticismo crecía su atracción por la religión. El 9 de Abril de 1908 recibió una carta de Cassius J. Keyser invitándole a escribir un artículo para la revista Hibbert Journal. Contestó al día siguiente con esbozos de diez temas y pidiendo a Keyser que eligiera uno. Peirce escribió como tercera posibilidad: «como creo que Hibbert Journal favorece las discusiones teológicas, estaría encantado de tratar una «demostración» poco conocida de la existencia de Dios. No se trata en sí misma propiamente de una prueba, pero es una afirmación de lo que creo que es un hecho, hecho que si es verdadero muestra que un hombre racional llegará a creer en Dios si sopesa debidamente ciertas grandes verdades». No está claro si fue Keyser o Peirce el que eligió finalmente ese tema, pero Peirce pasó los siguientes tres meses escribiendo «A neglected argument for the reality of God» (Texto 17).
En ese artículo Peirce examinó la fuerza atractiva de la idea de Dios y concluyó que los seres humanos se dirigen instintivamente hacia ella. Defendió que la creencia en Dios le resulta irresistible a cualquiera que (mediante la reflexión ociosa) llega a contemplar la posibilidad de Dios. La hipótesis Dios parece ser un tipo especial de abducción (en este artículo usa la palabra retroducción). Surge de una capacidad humana para adivinar que es análoga a los instintos animales, y dado que se presenta con una fuerza inusual, podemos tener una cierta confianza peculiar en ella como signo de su verdad. Peirce llamó a esto su argumento humilde, pero señaló que no es una demostración, porque el proceso que va de la idea de Dios hacia la creencia en Dios no es un desarrollo razonado (autocontrolado) de ideas, sino una atracción instintiva hacia la idea de Dios. Peirce tuvo que distinguir entre argumento y argumentación, cosa que no había hecho explícitamente antes: un argumento es cualquier proceso de pensamiento que tiende a producir razonablemente una creencia definida», mientras que una argumentación es «un argumento que actúa sobre premisas formuladas de manera definida». Un argumento, en otras palabras, no tiene que ser autocontrolado. La capacidad de adivinar se presentaba como «una especie de fuerza divinatoria», que Galileo llamó il lumen naturale y parece haber suplantado a la navaja de Ockham en el arsenal metodológico de Peirce. En algún sentido, la inclinación natural había vencido sobre la sobriedad lógica.
Como conclusión de una «argumentación», la «hipótesis Dios» debe superar las tres fases de la investigación: retroducción, deducción e inducción. Peirce dedicó casi la mitad del artículo a una discusión de esas tres fases, pero acabó dando un breve esbozo de su aplicación en este caso. La investigación científica requiere que cualquier hipótesis sea verificada sometiendo sus implicaciones al test de la experiencia real. La dificultad con la hipótesis Dios es que es tan vaga, su objeto tan infinitamente incomprensible, que parece imposible establecer cualquier implicación definida de su supuesta verdad. Esto parece no satisfacer las demandas del pragmatismo, pero si se mira más de cerca se encuentra que tras la aceptación de la realidad de la posibilidad Peirce había repensado la idea de las consecuencias prácticas. En sus conferencias Harvard había subrayado que la máxima del pragmatismo alcanza mucho más allá de lo meramente práctico y permite cualquier vuelo de la imaginación, con la condición de que esa imaginación «se base en definitiva en un posible efecto práctico». El efecto práctico sobre el que según Peirce se basaba la hipótesis Dios es el desarrollo autocontrolado de la conducta humana. Algunos estudiosos se preguntan si esto no debilita la máxima pragmática hasta hacerla irrecuperable, si en otras palabras, esto no abre la puerta para reestablecer en nuestras ontologías todo tipo de seres que el anterior pragmatismo de Peirce excluía; pero eso no llega a tocar realmente al asunto fundamental que se trata en el artículo: si la creencia puede tener algún valor para el desarrollo autocontrolado de la conducta si su objeto no es real.
Las reflexiones de Peirce sobre la efectividad de la creencia religiosa y su prueba de la lógica de la percepción le condujeron en sus últimos años a dedicar gran parte de su tarea filosófica «a las formas y grados de seguridad que pueden proveer los diferentes modos de razonamiento». Ahora dice que por razonamiento entendemos un cambio en el pensamiento que apela a una relación entre nuestro nuevo conocimiento (la conclusión) y un conocimiento ya existente (la premisa o las premisas) que apoye nuestro asentimiento a la verdad de la conclusión. Pero no toda adquisición de creencias apela, en algún sentido buscado, a un conocimiento previo, como vimos en el caso de los juicios perceptuales y la creencia en Dios. La conclusión de Peirce es que el conocimiento se adquiere de dos modos, por razonamiento por supuesto, pero también por experiencia. La creencia adquirida por razonamiento debe estar justificada por aquello que la precede en nuestras mentes, pero la creencia obtenida por la experiencia no necesita justificación.
En uno de sus últimos escritos, «An Essay Toward Reasoning in Security and in Uberty», Peirce desarrolló sus ideas sobre la consideración que le merecían los beneficios de las tres tipos de razonamiento, aunque la discusión quedara incompleta. Este artículo, escrito en Octubre de 1913, unos pocos meses antes de su muerte, puede sugerir que tenía dudas sobre el valor del pragmatismo. Pero sería más correcto concluir que en sus últimos años el pensamiento de Peirce se movió en torno a ideas y preocupaciones que le forzaron a o le capacitaron para ver las limitaciones del pragmatismo. En 1903 proclamó que el pragmatismo es «un instrumento maravillosamente efectivo (…) que ofrece un notable servicio en cada rama de la ciencia» (Texto 7). Lo había recomendado como ventajoso para la conducta. Ahora veía que el atractivo del pragmatismo era su contribución a la seguridad del razonamiento, pero hay un precio a pagar por la seguridad. Según Peirce, el razonamiento siempre implica un regateo entre la seguridad y prodigalidad (gran capacidad de sugestión, potencialidad). El razonamiento deductivo provee mayor seguridad, pero es austero y casi no tiene ningún poder evocativo. La abducción, por otro lado, posee abundante prodigalidad y al mismo tiempo ninguna seguridad. Peirce había llegado a ver que el pragmatismo tenía las limitaciones que conlleva preferir la seguridad a la prodigalidad: «no dedica ni una sonrisa a la belleza, a la virtud moral o a la verdad abstracta; las tres únicas cosas que elevan a la Humanidad sobre la Animalidad».
El naturalismo había llegado a adquirir gran fuerza en el pensamiento de Peirce. Llegó a creer que el acuerdo con la naturaleza era la clave para el progreso del conocimiento, igual que para la vida misma, y pensó que la capacidad de adivinar el camino de la naturaleza era uno de los grandes misterios del cosmos. Igual que a los animales el instinto les permite «elevarse mucho más allá de su nivel general de inteligencia» en la aplicación de sus funciones propias, la función propia de los seres humanos, insistía Peirce, es dar cuerpo a ideas universales en obras de arte, aplicaciones prácticas, y sobre todo en el conocimiento teórico. Pero si el acuerdo con la naturaleza es la clave para el progreso del conocimiento, como mucho es una condición necesaria; pone al pensamiento sobre la pista de la verdad, pero para conseguirla hay que usar un razonamiento experto. Peirce siguió siendo un lógico hasta el final.
Cuando Peirce murió en la primavera de 1914 dejó muchas obras inacabadas. Quizás lo que más se pueda lamentar es que fuera incapaz de acabar su «System of logic, considered as semeiotic», que según esperaba iba a representar al realismo en el siglo XX como el System of logic de Mill había representado el nominalismo en el XIX [25]. Sea como fuera, dejó muchas más cosas que han sido después de gran utilidad. Hace más de 50 años el gran filósofo social norteamericano Sydney Hook escribió sobre Peirce que es hoy «el filósofo de los filósofos, el pionero de una segunda revolución copernicana del pensamiento (más genuina que la de Kant), como lo era cuando su genio meteórico brilló por primera vez sobre los cielos de Estados Unidos» [26]. Sigue siendo verdad que Peirce es sobre todo un «filósofo de los filósofos». Pero puede resultar que su trabajo pionero, quizás especialmente sus últimas obras tan llenas de ideas, por fin florezcan en un influyente legado que, según imaginaba Peirce en momentos esperanzados, iba a ser su herencia para el futuro. Quizás esta edición vasca de algunos de sus artículos más importantes contribuirá a lograr ese objetivo.
Los influencers y gurúes digitales no sólo muestran vidas glamorosas, sino que ahora apelan directamente a la intimidad del usuario. Promueven el éxito sin educación formal, apoyados por algoritmos que fijan sus ideas, mientras la confianza social se fragmenta.
Para los wayuu el mundo está lleno de seres atentos al universo, algunos son humanos y otros no. La noción de personas en el cristianismo, el judaísmo y otras religiones de occidente ubican a los humanos como los seres centrales del universo. ¿Cuál es la riqueza de una cultura sin esa jerarquía?
La artista guatemalteca explora la relación entre la humanidad y la naturaleza, y cómo se afectan mutuamente. Desde su estética del vacio, la destrucción que causa un hongo o las termitas no es solo pérdida, sino una redefinición de significado.
Un paseo a dos voces y dos estilos por Churriana, un pueblo al lado de Málaga que alguna vez fuera una barriada y actualmente forma parte de la ciudad.
SUSCRIBIRSE A LA REVISTA
Gracias por visitar Letra Urbana. Si desea comunicarse con nosotros puede hacerlo enviando un mail a contacto@letraurbana.com o completar el formulario.
DÉJANOS UN MENSAJE
Imagen bloqueada