Por
Sentar las bases
Sentar las bases de mi postura frente a “lo femenino” exige, de movida, sostener la suposición de que el espíritu, raíz, núcleo, luminosidad que nos habita seguramente debe de ser andrógino: conciencia superior, nirvana, “más allá”, o intimidad del ser. En ese espacio, profundo e inabarcable, ya no hablaremos de diferencias de género sino de igualdad ontológica.
La disparidad es genital y nos aporta determinadas características específicas, pero el alma es andrógina y contiene ambos principios. La fusión del masculino-femenino (yin-yang, Oriente y Occidente) nos completa y hace efectiva la unidad o el matrimonio interior (hierogamia o coniunctio oppositorum), recurrente en la mayoría de los mitos y de las religiones tanto como en las artes.
La disparidad es genital y nos aporta determinadas características específicas, pero el alma es andrógina…
Podríamos también decir que el ser humano es un huérfano en camino, de vuelta a la casa (ni paterna ni materna, sino al propio anhelado territorio). Todos hacemos lo que podemos, y no quiero pelear con el macho si apenas puedo conmigo. Hermanos en el itinerario, padecemos los mismos avatares; tal vez, sí, de manera diferente. Pero, ¿a qué teorizar si de zambullirse en la vida se trata? Nacemos a pura nalgada, aire que nos invade, secreciones en la boca, cordoncito de carne que separa el agua de la Mater. Después, el tránsito. Descubrir la sensación para sufrirla o disfrutarla: frío que incomoda o gusta; calor que reconforta o sofoca. Ni hablemos de la menopausia. La biología es innata, pero también hay que aprenderla: a controlar esfínteres, a nombrar el idioma, a higienizarse el pelo, las costumbres.
La biología es innata, pero también hay que aprenderla: a controlar esfínteres, a nombrar el idioma, a higienizarse el pelo, las costumbres.
Cuando llegamos, como Sísifo, la piedra se cae y hay que empezar de nuevo. Si estamos con las luces más o menos encendidas, capitalizaremos la enseñanza y trataremos de no tropezar de nuevo con el bloque anterior. A pura dentellada la experiencia nos traspasa horizontalmente. Y es un paraíso, o es el reino de Hades.
El asunto es que, por esas cosas de los XX XY, me tocó vehicular como hembra. Entonces siento las bases: voy a hablar desde este espacio, que es el que conozco. Y si hay reencarnación y tuve falo, la verdad, ni lo envidio ni me acuerdo. El Orlando de Virginia Wolf me ganó en esta circunstancia. En fin, que hermafrodita en la raíz y nacida del estertor, la partera gritó: -¡Nena! -Mala noche y parir hembra-, dijo alguna vez el general Francisco Javier Castaños, vencedor en la Batalla de Bailén, cuando su reina, en lugar de garantizarle un heredero a la corona, tuvo la pésima idea de dar a luz una princesa. Felizmente eso no fue dicho por mi padre. Por otra parte, nací entrando a la madrugada; y además, desde que Angélica Gorodischer lo puso en el tapete, creo que los hombres ya no se atreven a tanto. Me planto, entonces, en este lugar, que es el que conozco, y desde el cual observo e interrogo lo que nos fue pasando a las que, por anatomía, tenemos un ritmo vaginal.
En la ficción
Presentes en el imaginario masculino fuimos intensos, maravillosos personajes de la griega tragedia mientras la mujer tejía su anonimato en un espacio privado que sólo fue vencido por Penélope. Madrecitas incorregibles devorando a sus hijos o copulando con ellos hasta la ceguera; o madres-reinas de corona y llanto perpetuo (porque el grito de Hécuba socava todavía las piedras de Ilión).
Presentes en el imaginario masculino fuimos intensos, maravillosos personajes de la griega tragedia mientras la mujer tejía su anonimato en un espacio privado que sólo fue vencido por Penélope.
Seductoras a ultranza (si de perder un reino se trata; si el marido aburre y Paris promete tesoros en el lecho), o esposas abnegadas y rotundas (Andrómaca amamanta la boca que ha de caer luego desde el muro, pequeñito Astianacte, el heredero). Antígona reclama sepultura para todos los muertos, Electra planea la venganza y hostiga; su fuerza es diamantina, visceral, aterradora. Ismene y Crisóstemis, Susanitas de antaño, quieren hogar e hijos, un fueguito tranquilo y, tal vez, la tarjeta de crédito dorada. Clitemnestra atraganta el baño de inmersión de Agamenón (la filiación con Tántalo no es gratuita). Ifigenia y Casandra sostienen su pureza en el hilo que tensan sus parientes. Ariadna es guiadora, su hilo es de luz y penetra cavernas feroces. Penélope exacerba otros hilos hasta el tálamo fiel.
Desde su propia construcción, es posible que los hacedores de mitos anduvieran buscando el reflejo de su propia ánima. Y aún desde su viril territorio cantaron, asertivos, nuestra naturaleza.
Las brujas de la Inquisición me reclaman. Me dicen: acá estamos. Ya no son personajes. Están activas, y subvierten el orden patriarcal.
En la hoguera
Las brujas de la Inquisición me reclaman. Me dicen: acá estamos. Ya no son personajes. Están activas, y subvierten el orden patriarcal. Muchas de ellas son religiosas. Aún así leen oráculos o hacen música (Sor Juana se avizora en el camino). Las bellas trovadoras de Dios (Hildegarda de Bingen, Margarita Porete y otras) son requeridas por todos: autoridades eclesiásticas, hombres en el poder; pero después espantan y algunas corren también la negra suerte. Intuitivas, lúcidas, creativas, fueron tildadas de hechiceras. Huele a carne quemada todavía. Todas revolvemos el caldero donde los huesos de estas hermanas nos ofrecen un caldito enjoyado. Salvo raras excepciones, la loca de la casa, la mujer del desván, la extranjera, la que debe ser traducida (por lo que dice el hombre) anduvo por ahí, de cuerpo silencioso; a las brazadas en el “ancho Mar de los Sargazos”. Claro que las hubo diferentes: ambiciosas, celestinas, embaucadoras. Pero los fálicos también lo fueron. Es el género humano y no la genitalidad quien define valores o carencias.
Es el género humano y no la genitalidad quien define valores o carencias.
Desde la periferia
Por su aversión al matrimonio, Sor Juana se mete en el convento. Y define, dos siglos antes que la Wolf, la plena satisfacción de un cuarto propio. Libros y astrolabios, versos y cartas rodean a la monja. Puedo imaginarla: ávida, impenitente. Dicen las malas lenguas que amó a la virreina. ¿Y qué? Del convento a su cuerpo, absolutamente propio. De la periferia (de ser mujer, mujer de la cultura, mujer latinoamericana) a convertirse (y auto-erigirse) en centro de miradas, debates y admoniciones. Hombres necios y Sor Filotea, que no lo es: nada la detuvo. Fervorosa transeúnte. Puedo imaginarla y comprenderla. Si la sociedad no alienta un espacio para el ser (hembra inteligente, buscadora), pues entonces hay que apartarse y fundar el propio suelo, la fértil habitación donde sí sea posible encontrarse con quien verdaderamente se es. ¿Cómo dedicarse sólo a tejer si el cuerpo pide también ciencia, astrología, escudos sapienciales para combatir la sed? Sor Juana no es ficción. Lleva toga y rosario, pero late la hembra en su costura.
¿Cómo dedicarse sólo a tejer si el cuerpo pide también ciencia, astrología, escudos sapienciales para combatir la sed?
En el cuarto
Después llegó Virginia, y dijo lo que dijo. Y el cuarto pasó a ser un ámbito para la observación de nuestras necesidades. Entonces nos subimos a cumbres borrascosas. “Se necesita el don/ para entrar en la charca” dijo Blanca Varela. Y lo tuvimos.
El don fue protestar para siempre, pisando la gramilla por la que sólo se deslizaba el masculino género o entrar a la biblioteca que ellas no podían frecuentar. “A una no le gusta que le digan que es inferior por naturaleza a un hombrecito…que respira ruidosamente, usa corbata de nudo fijo y lleva quince días sin afeitarse. Una tiene sus locas vanidades”, dijo; y le acercó al masculino un espejo. Y le habló de nuestra libertad de pensar directamente en las cosas (sin tener la necesidad de un traductor). “¿Es bello aquel cuadro o no?…¿este libro es bueno o malo?” iba preguntando, agitada. Si hubiera sido posible, la hermana de Shakespeare la hubiera acompañado a buscar las personales respuestas.
“A una no le gusta que le digan que es inferior por naturaleza a un hombrecito…que respira ruidosamente, usa corbata de nudo fijo y lleva quince días sin afeitarse. Una tiene sus locas vanidades”
Y hubiera escrito, a su vez, todo lo que le quedó en el camino. El río no acalla su autodeterminación, su estrepitosa irrupción, su descendencia (todas la integramos y la redefinimos).
Propietaria conciente de sí misma, Virginia fue también dueña de su cuerpo de la manera como quiso serlo. Porque a Chloe le gustaba/ le podía gustar Olivia. Tan dueña fue que las piedras en sus bolsillos se la llevaron nomás, tal como quiso. Puedo imaginarla. Hablando de la boda interior mientras deshoja la rosa o contempla los cisnes en la corriente que arrastra hojas muertas. “…os pediré que escribáis toda clase de libros, dice, que no titubeéis ante ningún tema, por trivial o basto que parezca. Espero que encontréis, a tuertas o derechas, bastante dinero para viajar y holgar, para contemplar el futuro o el pasado del mundo”; “…os pido que viváis en presencia de la realidad, que llevéis una vida, al parecer, estimulante, os sea o no os sea posible comunicarla”.
Dueñas por fin del cuarto, de horarios y pulsiones, de decisiones y perentoriedades de hueso y carne. Ahora las heroínas son contadas y descriptas también por la mujer. Ya no configuran estereotipos, ahora se nos parecen cada vez más: temen, transpiran, tienen sexo, eligen, construyen la propia identidad. Podríamos sentarnos con ellas a tomar un café. Han ido de la periferia al centro, y del centro a la necesidad de elaborar una nueva semántica (nombrar desde la hembra); una nueva sintaxis que incorpore y respire nuestro ritmo menstrual, la cíclica manera de vivir los procesos, la intuición que no descree de la razón. Mujeres y heroínas se acercan, frecuentan circunstancias similares. De ahí a mirar la latitud del cuerpo, el espacio individual y uterino, queda ya sólo un paso.
Han ido de la periferia al centro, y del centro a la necesidad de elaborar una nueva semántica (nombrar desde la hembra); una nueva sintaxis que incorpore y respire nuestro ritmo menstrual, la cíclica manera de vivir los procesos, la intuición que no descree de la razón.
En la cronología (y con tono más formal)
Para que exista un cambio, lo sabemos, es menester romper ciertas estructuras,las que estén arraigadas en el momento. La mujer no fue la excepción cuando cuestionó y luego trabajó para modificar el status quo de la sociedad patriarcal. “Atravesar el espejo” fue la consigna. Atravesarlo a fin de reconocer su propia identidad y no aquélla que la sociedad le había proporcionado hasta entonces. Superar el “ser para otro”, como señaló Simone de Beauvoir en El segundo sexo.
“Atravesar el espejo” fue la consigna. Atravesarlo a fin de reconocer su propia identidad y no aquélla que la sociedad le había proporcionado hasta entonces.
Sólo en los últimos cien años se logró articular una visión conjunta del mundo. Hasta entonces la mujer se había visto subordinada al hombre a través de sistemas políticos, legales, culturales, religiosos y sociales; y eran marginadas quienes reclamaban o se comportaban fuera de los parámetros asignados. Aunque, paralelamente, se documenta la existencia de una subterránea conciencia feminista a través de milenios (ya lo dije: las brujas, las pioneras).
Las primera luchas se unieron a las de la igualdad y la emancipación, inmediatamente después de la Independencia de los Estados Unidos (1776) y de la Revolución Francesa (1789); pero los enormes logros de estos movimientos no terminaron de ayudar a la mujer para quien, durante muchos años, el principal móvil fue (sólo y tanto) el de conseguir el derecho al voto.
Hasta entonces la mujer se había visto subordinada al hombre a través de sistemas políticos, legales, culturales, religiosos y sociales; y eran marginadas quienes reclamaban o se comportaban fuera de los parámetros asignados.
Karl Marx (1818-1883), Friedrich Engels (1820-1895) y August Bebel (1840-1913) fueron los primeros en tomarla en consideración, como una “desposeída” más. Y, en otro campo, Sigmung Freud (1856-1939) trajo a la luz los temas referidos a su sexualidad (y el derecho al goce sexual). Por su parte, Carl Jung (1875-1961), su discípulo, legó para siempre los conceptos de ánimus y ánim y con ellos, la idea del matrimonio interior como proceso de equilibrio y complementación.
El primer documento colectivo del feminismo norteamericano fue la declaración de Seneca Falls, aprobada el 19 de julio de 1948 en una capilla metodista del Estado de Nueva York. La convención, organizada por Lucrecia Mott y Elizabeth Cady Stanton, denunció las restricciones especialmente políticas a las que estaban sometidas las mujeres: no poder votar, ni presentarse a elecciones, ni ocupar cargos públicos o asistir a reuniones de ese orden. Más tarde fue Clara Zetkin (1857-1933) quien impulsó el movimiento femenino en la socialdemocracia y creó el Día Internacional de la Mujer o Día de la Mujer Trabajadora, el 8 de marzo (de 1911).
A partir de allí muchos fueron los que tomaron la denominación de género, considerando y aclarando que para la mayoría la sexualidad es considerada multicausal. Pero es Patricia Violi quien critica el hecho de proyectar a la mujer como la “otredad” y postula la necesidad de pensar en un sujeto universal con instancias subjetivas e individuales (independientemente de dicho género).
Patricia Violi quien critica el hecho de proyectar a la mujer como la “otredad” y postula la necesidad de pensar en un sujeto universal con instancias subjetivas e individuales (independientemente de dicho género).
En el cuerpo (y otra vez con tono literario)
Finalmente estamos acá. A plena biología. Dueñas del deseo. Centrales. Ni Evas ni Marías. Ni Barbie ni la Olivia de Popeye. Cuerpos olientes, maternales, eróticos, disueltos, envejecidos. “Degustando un licor nunca destilado, borrachas de aire, corruptas de rocío; mientras el corazón pide placer primero (y recién después, ser excusado del dolor). Soltar la inundación, su poesía. Dickinson, Plath, Lispector, Marosa, Pizarnic; Storni y su hombre pequeñito, Mistral. Puedo imaginarlas. Coro, ni griego ni de ficción, que pulula, agudiza, decanta, celebra. El cuerpo nos pertenece y es un recipiente para el goce. Vaya cosa, qué bien.
El cuerpo nos pertenece y es un recipiente para el goce. Vaya cosa, qué bien.
Y digo entonces que desde aquella ausencia hasta esta sólida presencia, también (y sobre todo) el cuerpoes el espacio arquitectónico en el que más nos hemos detenido: deslumbradas por descubrirlo desde nuestra propia perspectiva, abarcativas y libres para nombrarlo.
Cuarto propio que late, gime, muerde, rompe el techo de cristal. Varela acaba de fugarse detrás de su noche de carne, “with music in her soul”, animal que no se resigna a morir, espina de sangre en el ojo de la rosa. La mosca que desova en el hilo de luz sigue su pulso, la enorme fidelidad a sí misma. José Luis Mangieri, poeta y editor a quien muchos recordamos, iba siempre diciendo que “nos habíamos sacado el corsé”. Lo primero que me regaló, cuando lo conocí, fueron las Noches de adrenalina de Carmen Ollé. “Ollé reconstruye el cuerpo-objeto, el cuerpo normado para apropiarse de él, para hacerlo manifestación de ser” dice de ella la crítica Gaby Cevasco. “Tener treinta años no cambia nada salvo aproximarse al ataque/ cardíaco o al vaciado uterino. Dolencias al margen/ nuestros intestinos fluyen y cambian del ser a la nada.//He vuelto a despertar en Lima a ser una mujer que va/ midiendo su talle en las vitrinas como muchas preocupada/ por el vaivén de su culo transparente”… “¿La liberación del planeta parte de mi liberación?/ y ¿esta liberación es elitista?/ Un cuerpo que sufre insoportablemente exige/ al margen del sistema solar y las estrellas/ su libración inmediata”. Se ha roto el paradigma. Ahora la construcción corporal es francamente activa.
Cuerpos nombrados. Cuerpos que gozan o temen o dudan. Tibias, peronés, intestinos, piernas y entrepiernas. A puro deseo y humedad.Cuerpo que envejece, e igual es hermoso y digno de nombrarse:
Acá cerca
Entonces circunscribo el ojo aún más. Me baño en las aguas de las poetas argentinas y contemporáneas: jadeo en el jardín de la Bellessi y en la erótica de Lukin, escapo por la escalera de incendio de Vinderman, me duelen las adolescentes vomitadoras de Yasán, investigo las celebraciones de Gourinski, acompaño a las mujeres que buscan el palacio de cristal que el río lleva (Úrsulas o Ervinias) de María Negroni. Lúcidos testigos de cuanto acontece. La Bárbara de Susana Szwarc canta, no sabe si por fugarse, y está ardiendo: “Soltamos las hebillas (del cabello),/ de a una/ nos soltamos y llega,/ ultraleve, desde distintos lugares, / una música que cada vez que se despliega,/ abarca el punto de partida…-Pájaros en la cabeza-habremos de oír,/ habremos de reír,”… “Porque nos reconocemos, bailamos./ Entonces se olvida el frío”. Cuerpos nombrados. Cuerpos que gozan o temen o dudan. Tibias, peronés, intestinos, piernas y entrepiernas. A puro deseo y humedad.
El “cuerpo glorificado” es una red de luz, un tejido más largo y contundente que aquél, el de Penélope. El cuerpo individual; y también la red que nos conecta hermanadas.
Cuerpo que envejece, e igual es hermoso y digno de nombrarse: “Seca./ Tierra sin riego./ Translúcida,/ expuesta a quebraduras mortales. /La ojiva medieval/ que esconde entre sus piernas,/ el amor veneris/ de otros tiempos,/ es carne trémula/ cuando un dedo/ asépticamente enguantado,/ pretende averiguar/ qué hay dentro/ de la añosa caverna.// Suya, tan suya,/ esa inseparable concavidad/ que la hace mujer hasta el final”. Alejandrina Devescovi me ayuda a concluir la construcción. El “cuerpo glorificado” es una red de luz, un tejido más largo y contundente que aquél, el de Penélope. El cuerpo individual; y también la red que nos conecta hermanadas. Ni en distorsión, ni fragmentadas, sino auto-construidas desde el propio interior; raigales. Listas para observar y observarnos; para modificar, si fuera menester, el universo patriarcal. En el espacio que elija cada una. Como la Bradamante de Italo Calvino, en El caballero inexistente, ser queremos: la religiosa, el caballero, la heroína y, ahora también, el narrador. [2]
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