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1- Anécdotas clínicas
Silvana no puede dormir. El insomnio la persigue solapado aun cuando el cansancio le traba el cuerpo.
Día a día sus cosas se desorganizan más; el caos es una amenaza cotidiana.
Ni el tilo ni la leche tibia ni los baños de inmersión que le recomiendan cada vez que surge el tema han detenido el correr de las horas en la soledad de la noche y el frió de las madrugadas.
Reacia a las pastillas que toda su infancia poblaron las mesitas de luz del dormitorio parental, se agota en los gimnasios y en los bailes.
Nada le permite encontrar el descanso suficiente para recuperar la energía de una vida normal.
¿Qué interfiere para ella una función que para otros es tan natural como la respirar?
Aunque, bien pensado, la respiración no resulta siempre tan natural como se cree.
Por lo menos no para Carlos, su amigovio desde la escuela.
Carlitos es el menor de tres hermanos varones. Los tres sobresalen en las tareas escolares, son buenos deportistas, una nutrida agenda de cumpleaños e invitaciones a todo tipo de pijama –party.
…de pronto su cuerpo y los cuerpos a su alrededor se le presentaron en otra dimensión, con una luz nueva. Había percibido una distancia entre ella y su cuerpo que no se le había hecho patente hasta entonces. Un cuerpo que se separaba de ella y seguía sus propias determinaciones, ajeno a su voluntad. Un cuerpo que no respondía a la anatomía ni a las necesidades.
Pero desde hace un tiempo estos se han transformado para Carlitos en eventos temidos, así como registra una espera angustiosa cada vez que tiene que salir a la cancha. Porque sin saber cuando ni porque, de pronto le falta el aire y un jadeo ronco se instala en su pecho con creciente insistencia.
La última vez el entrenador lo había llevado al sanatorio donde había permanecido un par de días.
Ni bien entrar a la guardia había recordado un episodio del que la familia aun hablaba en los almuerzos dominicales: la interacción urgente de la tía Marta porque de pronto, sin causa aparente, había perdido la vista por completo.
La desesperación, por suerte, fue transitoria. Lo que los oftalmólogos no habían podido explicar se resolvió tras unos meses de psicoterapia.
A Silvana se le ocurrió que podía seguir la lista con una largísimo serie de ejemplos. Entre ellos, el de su intima amiga Cris, que de tan delgada ya no encontraba que ropa ponerse y sin embargo no cesaba de quejarse de su gordura Y ni hablar del grupo de rock, en el que el consumo de alcohol y cocaína llegaba a niveles alarmantes.
Ella misma encontraba un paliativo a su permanente inquietud fumando un porro que otro. Y ahora que lo pensaba, también recordaba el episodio de Mary, la soprano del conjunto, que justo, pero justo el día del concierto había quedado afónica y habían salido a buscar un reemplazo a las apuradas. En fin, de pronto su cuerpo y los cuerpos a su alrededor se le presentaron en otra dimensión, con una luz nueva.
Había percibido una distancia entre ella y su cuerpo que no se le había hecho patente hasta entonces. Un cuerpo que se separaba de ella y seguía sus propias determinaciones, ajeno a su voluntad. Un cuerpo que no respondía a la anatomía ni a las necesidades.
2- Un poco de teoría
Arranquemos de Freud aunque a veces nos parece que por ser pre-tecnológico, su descubrimiento puede considerarse obsoleto.
Sin embargo todavía podemos servirnos para entender que no somos uno con nuestro cuerpo, que al cuerpo lo tenemos y de una manera particular. Casi podemos afirmar que al cuerpo hay que construirlo y para ello contamos con un elemento precioso: el lenguaje. Gracias a él decimos “me duele la cabeza “o “tengo un ataque al hígado, aun sin pasar por la batería de análisis clínicos».
Todo esto para señalar que el cuerpo, si lo miramos de cerca, no tiene nada que ver con el organismo. Este consta de piezas desmembradas, que buscan su satisfacción cada una por su lado, y necesitamos una operación subjetiva no solo para apropiárnoslo sino también para hacer de esas piezas sueltas una unidad.
Desde ya hay que aclarar que estos procesos no son ni voluntarios ni conscientes.
¿Que utilizamos para llevar a cabo esta operación con éxito?
Todo esto para señalar que el cuerpo, si lo miramos de cerca, no tiene nada que ver con el organismo. Este consta de piezas desmembradas, que buscan su satisfacción cada una por su lado, y necesitamos una operación subjetiva no solo para apropiárnoslo sino también para hacer de esas piezas sueltas una unidad. Desde ya hay que aclarar que estos procesos no son ni voluntarios ni conscientes.
Lo primero es la pregnancia del organismo viviente que da forma al individuo volviendo visible la unidad. Sin embargo esta visión no alcanza para que nos la atribuyamos. Es preciso aun que desde la mirada de otro esta unidad, esta imagen que es la propia si nos miramos en el espejo, sea considerada por nosotros como deseable, querible. Es por eso que adquirimos un yo y a este yo que es la proyección de la unidad de nuestro cuerpo lo amamos, lo vestimos, lo alimentamos.
A veces esto se transforma en una exigencia excesiva. Y lo sometemos a ejercicios, dietas, masajes en el imperativo «Hay que estar a la altura de la demanda de la época»
¿Y que quiere la época?
Cuerpos estereotipados por la publicidad y el marketing y que van por lo tanto del heroin look al cuerpo saludable, del casual al super elegante.
Constatamos sin embargo que por mucho que nos esforcemos el lunes por comenzar la dieta de la luna o del arroz o tengamos pegado en la heladera el sticker de los weight –watchers, el jueves ya cometimos infracciones a las reglas y salteamos la clase de Pilates en un impulso irrefrenable de quedarnos sentados frente al televisor engullendo toda clase de porquerías absolutamente prohibidas.
O no dejamos de pasar delante del edificio donde vive el mismísimo atorrante que nos dejó plantadas sin aviso, como si nuestras piernas se hubieran independizado y nos arrastran sin remedio a la más baja indignidad.
¿Por qué nos ocurren estas cosas? Además, ¿nos pasan a todos por igual? ¿De que depende que seamos tan esclavos de fuerzas oscuras que nos conducen de la nariz, en contra de nosotros mismos?
Y bien, Freud el antiguo, Lacan tiempo después y nosotros en la actualidad sostenemos que el sujeto no necesariamente quiere su bien como sostienen algunas filosofías. Tampoco quiere su mal. Lo que quieren esas piezas sueltas, de las cuales privilegiamos la boca y el ano, la mirada y la voz, y también la nada que quiere la anoréxica, es satisfacción.
Hasta lalengua, que nombraba para cada uno esas partes del cuerpo no anatómico, se inscribe como una satisfacción que se busca repetir. Y no cesan de satisfacerse hasta que algo, de otro orden las unifica y las detiene por un rato, ordenándolas.
Este algo es el amor.
OK, muy lindo, Happy End. Pero ¿amor a quién?
Y bien, aquí viene lo difícil y al mismo tiempo lo mas fácil, aunque la época no ayude demasiado por lo mucho que lo ha degradado.
Se trata del amor al padre. Pero no al papá de carne y hueso que, en el mejor de los casos, llega a casa por la noche agobiado de problemas, cuando no está separado de mamá y se va a su propia casa y lo vemos una vez a la semana.
Es el padre como nombre, como pura palabra, como una función que opera para cada uno, dándole esa armadura sin la cual es imposible hacerse un cuerpo.
Cuando esta operación no ocurre el cuerpo no se organiza dando lugar a toda clase de irrupciones deslocalizadas de satisfacción desbordante. Es la psicosis en sus distintas formas: paranoia, esquizofrenia, enfermedad de la mentalidad, autismo. De ellas podemos hablar en otra oportunidad.
Hasta lalengua, que nombraba para cada uno esas partes del cuerpo no anatómico, se inscribe como una satisfacción que se busca repetir. Y no cesan de satisfacerse hasta que algo, de otro orden las unifica y las detiene por un rato, ordenándolas Este algo es el amor. OK, muy lindo, Happy End. Pero ¿amor a quién?
Por el momento hay que agregar que esta armadura que sostiene el cuerpo cada uno se la inventa como puede, haciendo de esta versión del padre su singularidad, su más íntima diversidad. Pero al mismo tiempo es lo que le permite a cada uno buscar su cada cual o su cada cuala, el o la que mejor calce con esa invención única que es el síntoma. En el mejor sentido del término. No como lo que trastorna la «función natural» del órgano que no existe, pues a cada uno hay que crearle esa función. Sino como el acontecimiento que liga el organismo biológico con las palabras. Y a su vez a este compuesto que es el serhablante con otros serhablantes.
Es gracias al síntoma como acontecimiento de cuerpo que es posible salir del circuito solitario de la satisfacción en la propia fuente para pasar por el cuerpo de otro, el partenaire -síntoma que lo reemplaza.
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