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Edición
08

Catástrofes: lo sorpresivo y lo previsible

Buenos Aires
Cuando un sujeto es alcanzado por un acontecimiento catastrófico su vida se altera radicalmente por lo vivido, se experimenta un sensación de estar fuera del tiempo, no se puede recordar enteramente lo sucedido. Las personas son tomadas bajo los efectos de una situación traumática y es inevitable considerarlas «víctimas». Sin embargo, puede brindarse una mirada sobre lo que acontece en las situaciones de catástrofes desde otro punto de partida. ¿Por qué es necesario que, más alla de que se brinde asistencia y ayuda, cada sujeto deba implementar sus propios recursos para hallar una salida?

La precariedad, la exclusión, la no percepción del riesgo: «acá no puede pasar» o la negación como mecanismo: «a mí no me va a ocurrir» entre otros factores, son indicadores de que hay un terreno apto para la ocurrencia de una catástrofe.

La ocurrencia de una catástrofe conmueve profundamente, no sólo a los que estuvieron físicamente en el lugar donde se produjo y a sus allegados, sino a la sociedad toda que se muestra vulnerable ante lo acontecido, y si bien podemos distinguir entre desastres producidos por la mano del hombre y aquellos causados por las fuerzas naturales- considerando las diferencias entre unos y otros- el impacto que producen en el psiquismo de las personas es innegable. El reconocimiento de esto se verifica en la cada vez más difundida participación de los profesionales de la Salud Mental en los equipos de respuesta ante una catástrofe, a lo largo y a lo ancho de nuestro mundo.

Pero la catástrofe, en ocasiones, podríamos decir que «se ve venir», se puede anticipar, y lo que parece totalmente sorpresivo, tiene su historia…

Me propongo considerar las catástrofes en relación a la dimensión temporal -la de los hechos históricos- y la del tiempo en psicoanálisis.

La precariedad, la exclusión, la no percepción del riesgo: «acá no puede pasar» o la negación como mecanismo: «a mí no me va a ocurrir» entre otros factores, son indicadores de que hay un terreno apto para la ocurrencia de una catástrofe.

Constaté estos mecanismos cuando estuve en Paraguay, integrando la misión Argentina en la respuesta a los desastres, trabajando con los profesionales que habían participado de la respuesta al incendio en el Centro Comercial Icuá Bolaños- Asunción -Republica del Paraguay. Pensaba y pensábamos en eso con cierta ajenidad, tal grado de precariedad, de falta de responsabilidad era extremo.

Pero tal ajenidad era irreal. Y apenas unos meses después en Buenos Aires, ocurría el incendio de la discoteca Cromañon que dejó como resultado 194 muertos y una enorme cantidad de afectados física y psicológicamente.

Lo ocurrido conmocionó a la sociedad y puso en cuestión todo el sistema político de la ciudad.

La situación traumática deshace la trama del tiempo, reduciéndolo al instante catastrófico, el yo queda identificado a un no-lugar. Ese instante puede desanudar los lazos que organizaban la relación del sujeto con los objetos. El tiempo de la perspectiva queda anulado, un encuentro traumático siempre tendrá posibilidad de anular la subjetividad.

La pregunta por la responsabilidad comenzó a sobrevolar recayendo pesadamente sobre el mismo gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que poco antes había sido refrendado en su puesto, en el que se había acomodado para gobernar tranquilamente hasta el final del período.

Paul Virilio en su libro Villa Pánico analiza cómo las catástrofes, ya sean un atentado o un accidente, pueden llevar a un cambio de gobierno o a la crisis interminable del mismo, que va mas allá de de las personas que lo ocupan. De modo que a través del atentado o el accidente se logra lo que antes se conseguía por medio de guerras o revoluciones.

Plantea también que esta crisis se profundiza por no saber reaccionar ante la dimensión de la catástrofe. Este aspecto es coincidente con lo que Freud dice con relación al evento traumático: las cantidades de energía son tales que el aparato psíquico no puede asimilarlo provocando el atravesamiento de las barreras anti-estímulo, no hay psiquismo preparado. El miedo y el pánico anulan el lugar de la reflexión, de modo que los habitantes de la ciudad no pueden tramitar esta tensión. Podríamos decir que allí cuando un acontecimiento deviene traumático, la angustia señal no responde y solo se puede responder con una angustia insoportable (angustia automática).

Tiempo de detención
Cuando la catástrofe comienza, aquel de quien se apodera desconoce su principio y su fin, hay un nudo que se deshace, un lazo que se suelta. El encuentro catastrófico actúa como un agujero en el tiempo.

En la sociedad el hecho produce un efecto catastrófico que tiñe todo.

Es el momento de la búsqueda, en los hospitales, en la morgue. Quienes trabajan en estos lugares están profundamente afectados, conocieron los nombres de los muertos, las historias de esas familias. Lo intolerable para ellos es que no sólo sean cuerpos sino que hay una historia. Una madre, un padre que nombra a su hijo muerto, lo abraza, lo besa, y eso multiplicado por cientos, «son hijos y eso pesa más», dicen conmocionados por la situación.

El durante es extiende muchos días, semanas…

Hay un tiempo que no pasa vinculado con los acontecimientos traumáticos, ya que estos parecen instaurar nuevas formas de acontecimientos que no cesan, que no tienen término, que no acaban.

En los sueños traumáticos los acontecimientos traumáticos parecen actuar como restos diurnos sobre los que se transfiere la intensidad de las representaciones inconcientes, desencadenando una especie de sueño interminable al acontecimiento que le dio origen.
En este tiempo, muchos de los que asistieron al horror no logran reconstruir cómo salieron del lugar, otros no recuerdan cómo llegaron a sus casas, otros fueron encontrados deambulando por los alrededores sin poder precisar dónde habían estado.

La presencia de los sueños traumáticos es esencial para comprender el atravesamiento del instante catastrófico. Como lo planteara Freud, al servicio de la compulsión de repetición intentan consumar la ligazón psíquica de las impresiones traumáticas. Además, los sueños traumáticos son capaces de devolver la memoria a los instantes catastróficos. Una paciente que atiendo actualmente sueña reiteradamente que un chico al que creyó vivo y trató de auxiliar «le reprocha por qué no lo salvó». Los sueños en los que se reitera una y otra vez la vivencia traumática se convierten en pesadillas e insomnio para muchos de los que allí estuvieron.

Vemos que por obra de un suceso traumático que conmueve los cimientos en que hasta entonces se sustentaba su vida, algunos sujetos caen en un estado de suspensión que les hace resignar todo interés por el presente y el futuro.

La situación traumática deshace la trama del tiempo, reduciéndolo al instante catastrófico, el yo queda identificado a un no-lugar. Ese instante puede desanudar los lazos que organizaban la relación del sujeto con los objetos. El tiempo de la perspectiva queda anulado, un encuentro traumático siempre tendrá posibilidad de anular la subjetividad.

El «de pronto» o «de repente» sitúa una temporalidad que no es ni imaginaria ni simbólica; que, por el contrario, nos habla de la momentánea paralización, del nachtraglich freudiano.

Para entender el nachtraglich, el a posteriori, es interesante el ejemplo que Lacan da en el seminario de Las psicosis en el que sitúa la lógica de la constitución del trauma equiparándolo a ese pasado donde se acuñaron las monedas, sin que entraran a circular en los intercambios. Las monedas acuñadas y no intercambiadas subsisten en un tiempo que no pasa, que no deviene pasado. La violencia del encuentro traumático posterior, da consistencia a esa «acuñación».

Entonces, el tiempo, considerado en su esencia misma, produce una pérdida, pérdida de lo presente, por ejemplo, y si el inconsciente está fuera de tiempo, quiere decir que el tiempo no lo puede afectar; ¿podría ser confrontado con aquello que produce el tiempo, con la pérdida, con esa pérdida que evita la posibilidad de ser pleno? Este tiempo es indisociable de la existencia del lenguaje que impone el sometimiento de las necesidades del ser humano a la demanda; un tiempo que, desde siempre, se puede asociar con la pérdida, con aquello imposible de articular por el lenguaje. En este sentido, el tiempo, es irrepresentable en tanto funciona como la pérdida.

El inconsciente tiene puesta esa parte irrepresentable del tiempo, aspecto que lo relaciona con la afirmación de que en él no existe la menor posibilidad de representarlo, tampoco la propia muerte. Lo anterior alude a una ausencia: ausencia de representación; ausencia que depende de la existencia del orden simbólico, porque toda representación es consecuencia del lenguaje, sin el cual no hay inconsciente ni sujeto.

En este tiempo, muchos de los que asistieron al horror no logran reconstruir cómo salieron del lugar, otros no recuerdan cómo llegaron a sus casas, otros fueron encontrados deambulando por los alrededores sin poder precisar dónde habían estado.

Una paciente relata, aún perpleja, cómo salió del lugar, tomó el colectivo y llegó a su casa, sin poder encontrar ninguna explicación de por qué hizo esto o por qué no se quedó, como muchos, para ayudar, o simplemente para estar…

Podemos pensar aquí que en esa súbita salida de la escena, el horror en el instante de ver precipitó el momento de concluir, suspendiendo la posibilidad de comprender. Pasar al acto, desapareciendo, es una de las salidas posibles del sujeto frente al agujero.

Después de la catástrofe: del trauma social a la singularidad
En la primera respuesta, la fuerte presencia de lo simbólico intenta reordenar. Es necesaria, sin ello reinaría el caos.

En los primeros días siguientes a la ocurrencia de una catástrofe, la oferta de tratamiento psicológico es muy amplia y si bien lo real no es fácilmente tratable por la palabra muchos llegan respondiendo a esta oferta y también por consultas espontáneas. Personas que estuvieron allí, padres de sobrevivientes muy preocupados, familiares de los que murieron, desorientados, desarmados, que no saben cómo seguir viviendo. El dolor. Lo intolerable. La salida maníaca para soportar el dolor. El odio.

Considerar cómo cada sujeto tendrá la posibilidad de hacer algo propio con esto, aunque «les haya pasado a muchos» es, en principio, partir de un lugar diferente.

Quiero detenerme en un aspecto de este complejo momento, y es la victimización de quienes atravesaron un acontecimiento como éste, y para ello voy a tomar la figura del perjuicio tal como lo plantea Assoun. El sentirse perjudicado conlleva una posición subjetiva que lo lleva a exigir una reparación, organizando un estilo de vida, una manera de estar en el mundo y una cierta relación con los demás.

El perjuicio remite a un daño que se le ocasiona al sujeto. Un perjuicio supone:

La alusión a un trauma primitivo (dicen que ya sufrieron lo suficiente y que ya se los privó bastante)
Rompen con la lógica del renunciamiento y de la deuda
Demandan resarcimiento ante el error
La idea de recuperación del tiempo perdido
Se institucionaliza la excepción reconociendo el perjuicio y negando al sujeto.

El sujeto se niega a ceder algo porque cree que ya dio lo suficiente, en el aspecto de la clínica, se mostrarán reacios al análisis o al tratamiento psicoterapéutico, y en la sociedad se moverán exigiendo reparaciones por el injustificado mal ocasionado a su persona.

Lo jurídico respalda este sentimiento de exclusión considerando que se ha cometido una injusticia y por ello se queda en desventaja enlazándose a un pedido de reivindicación con una compensación o indemnización. El sentimiento es sentirse perjudicado por el «error del Otro». Un sujeto en esta posición no participa de la deuda simbólica sino que reclama ser eximido de pagarla. Precisamente una de las acepciones de immunitas señala que es inmune quien no debe nada a nadie. [1]

Si consideramos lo traumático como la sorpresa del encuentro de algo particular con un acontecimiento externo, un mal encuentro, pienso que el mayor «perjuicio» reside en confirmarlo justamente en ese mal lugar. Considerar cómo cada sujeto tendrá la posibilidad de hacer algo propio con esto, aunque «les haya pasado a muchos» es, en principio, partir de un lugar diferente.

Por último considero que la oferta de tratamiento es buena si se genera la demanda del mismo. Pero si ésta se invierte, promovida insistentemente desde los programas de asistencia, termina impidiendo esa articulación necesaria entre demanda y deseo que posibilite el acceso a otro espacio en el que la responsabilidad subjetiva halle un lugar.

Notas:
[1] Dice Espósito en su libro Immunitas. Es inmune quien no debe nada a nadie, está exento de la obligación del munus (obligación, deber). La inmunidad es percibida como tal si se configura como una excepción a una regla que siguen todos los demás.

Bibliografía
•Espósito, Roberto- Immunitas. Protección y negación de la vida-Buenos Aires, Amorrortu: 2005.
•Freud, Sigmund- Obras Completas, España Biblioteca Nueva.
•García, Germán-Actualidad del trauma-Buenos Aires, Grama, 2005.
•Lacan, J. Escritos 1- La dirección de la cura. –México, Siglo XXI, 1978.
•Holgado-Pipkin, (comp…) Intervenir en la emergencia- Buenos Aires, Letra Viva: 2005.

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