Estoy frente al papel, comenzando mi singladura en esta revista digital. Intento escribir sobre mi último viaje a una ciudad europea, Copenhague. Pero una cosa es lo que tú deseas elaborar y otra, muy distinta, donde las musas te lleven. Hoy están nostálgicas y me han hecho retroceder unos años, cuando visité Budapest. Así que guardo las notas que he ido tomando estos días en Dinamarca para otra ocasión y me inmiscuyo en mis recuerdos sobre la capital húngara.
Hay un problema. Bendito problema. Que he estado dos veces en aquella bella metrópoli. La primera, cuando aún no había cumplido los veinte años y la segunda, dos décadas después, cuando había formado ya mi propia familia. Así que mezclaré ambos viajes en estas líneas.
En ese intervalo no solo había cambiado yo, también la propia ciudad. En 1985, Hungría aún era comunista y tuvimos que solicitar un visado a la embajada. Aquel verano visité, junto a dos amigos, varios países europeos antes y después de nuestro periplo por Budapest, y a fe que nos sorprendió a todos esta capital.
¿Porqué se conoce esta capital? ¿Por su historia, por sus monumentos, por su gente? Yo diría que por la huella que te deja
La verdad es que estábamos temerosos de entrar en un país comunista y la preocupación se confirmó cuando comprobamos que los albergues juveniles que teníamos en nuestro listado no existían o habían dejado de funcionar, de forma que tuvimos que dormir en la estación hasta que, de madrugada, la policía nos desalojó y acabamos en el parque cercano. A la mañana siguiente acudimos a la embajada española que nos facilitó una dirección donde una señora mayor acogió a aquellos tres estudiantes durante un par de días. No entendíamos nada de húngaro, pero nos hablaba dulce y cariñosamente con su voz melodiosa que nos hizo pensar que echaría en falta a algún hijo de nuestra edad. Lo comprobamos al ver una foto de un joven vestido de militar, le preguntamos con gestos por él y se echó a llorar. No sabíamos cómo actuar, pero ella nos volvió a servir más leche en los tazones desportillados donde desayunábamos.
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Si me preguntan por mi estancia en Budapest lo que viene a mi memoria en primer lugar es la Isla Margarita. Esa ciudad partida en dos por el Danubio me hace recordar la tarde que estuvimos allí, en mitad de ese río, en esa isla, hace algo más de 30 años. Vimos a viejecitos cogidos de la mano, disfrutando del momento, de los jardines, de los lagos, de la naturaleza que les rodeaba. No tenían nada material, pero eran felices en aquel lugar idílico en un país comunista donde los pocos turistas que lo visitábamos descubríamos los contrastes con Occidente.
Veinte años después, volví allí y gran parte había cambiado. Budapest ya era capitalista y turística y había perdido, según constaté, cierto encanto porque estaba enfocado a las visitas de los foráneos pero la Isla Margarita seguía siendo preciosa e incomparable. También el Bastión de los Pescadores continuaba con su esplendor. Ese mirador desde la colina donde podías contemplar la zona de Pest, la estatua ecuestre del rey Esteban, la iglesia de San Matías, el castillo en general, permanecían tal como las recordaba aunque con demasiado visitantes.
¿Porqué se conoce esta capital? ¿Por su historia, por sus monumentos, por su gente? Yo diría que por la huella que te deja. Tengan por seguro que Budapest es una ciudad con un encanto especial difícil de describir con palabras, donde el corazón te sumerge en su magia, donde lugares como el monumental Parlamento, el famoso Puente de las Cadenas, o un paseo en barco por el Danubio te traslada a una película donde tú eres el protagonista y donde nunca quieres ver el final.
Es curioso, cuando recuerdo los primeros días que pasé en Budapest no me veo con el aspecto que tenía entonces, me imagino con el actual, será que apenas conservo fotos, será que mi mente viaja en el tiempo solo una parte, sin molestarse en proyectarme con 19 años. Sin embargo, tengo muchas instantáneas con 40 años, algunas de ellas ilustran este artículo, y no me molesto en recordarme, simplemente me observo.
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2 Comentarios
Me ha gustado mucho el artículo; no habla de monumentos pero sí de sentimientos.
Yo no conozco Budapest pero ha despertado mi interés en conocerla.
Enhorabuena por el relato y gracias por hacerme recordar un viaje parecido. En mi caso a Praga, hace muchos años y también ciudad bajo régimen comunista en aquel entonces.
Nuevamente gracias y espero leer pronto nuevas publicaciones.
Interesante artículo repleto de sentimientos. Antonio, no dejes de expresarte.