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Edición
42

Brujas, la seductora

Brujas
Ciudad de leyenda y misterios, monumentos e historia, de espacios íntimos y sosiego, sus visitantes no pueden escapar a su hechizo.

Cuando le pedí a mis íntimos que me describieran Brujas, no pensaba que iban a coincidir en muchas de mis impresiones. Ángela, por ejemplo, me dijo que es una ciudad que engancha y a la que necesitas volver, como si nos uniera algo a ella y pienso que igual tiene razón porque yo lo he hecho este año. En 2004 me había escapado en una excursión desde Bruselas, fueron pocas horas porque apenas acabé de almorzar, retorné a mi punto de partida, con la sensación de que tenía que regresar a disfrutar de las frescas noches, los románticos paseos y los históricos monumentos.

Ilde coincide con nosotros en esa percepción y, además, añade que no es por algo en concreto, no sabes el motivo, como cuando te enamoras. Simplemente lo estás. Por eso Brujas es una ciudad que no engaña a nadie, o quizá a todos, y que fascina a sus visitantes. Seduce por su belleza, su tamaño y su encanto.

Inma vuelve en Brujas a un estado olvidado de quietud, un remanso donde los cinco sentidos se acucian porque quieres sentir cada rincón, pasear por su beguinario, contemplar sus lagos, oler la tierra mojada y tocar la piedra centenaria que domina en la ciudad.

una ciudad que no engaña a nadie, o quizá a todos..

Comenzaremos con Grote Markt y Burg, que son las plazas donde se encuentran los edificios más emblemáticos o, al menos, donde se acumulan en el menor espacio posible: estatuas de héroes locales (Jan Breydel y Pieter de Kominck), Belfort (uno de los símbolos, una torre a la que se llega tras la subida de más de 350 escalones y donde se encuentra un sensacional carrillón compuesto por 47 enormes campanas), la Basílica de la Santa Sangre, de estilo gótico, construida sobre una iglesia románica del siglo XII (famosa por la supuesta reliquia de la sangre de Cristo), el Mercado Cubierto (Hallen) o el Ayuntamiento, uno de los más antiguos de Bélgica, de estilo gótico-florido.

Un lugar indispensable es el Begijnhof. Yo acudí a primera hora, paseé por la Beatería justo antes de que los turistas comenzaran a llegar rompiendo el sosiego que imperaba hasta entonces. En esos minutos disfruté del silencio y me trasladé siglos atrás cuando albergaba a las beguinas, viudas y huérfanas de los cruzados, en ese mar de tranquilidad y donde se le exigían el voto de castidad. Aquel día, las blancas fachadas que rodean al pequeño bosque de álamos y a unos narcisos con un amarillo intenso me hicieron comprender la vida tranquila y austera que llevaban todas estas mujeres. Antes que los japoneses posaran para las fotos o se hicieran múltiples selfies, leí en unos apuntes que ahora es un monasterio benedictino y entonces vi a una anciana monja que caminaba a duras penas hacia la iglesia, y a un sacerdote que aparcó su bicicleta junto a un enorme árbol caído partido por la mitad ¿un rayo? ¿el viento? ¿enfermedad? Ahí estaba el testigo silencioso, seguro que había oído lamentos de todos sus habitantes.

Cerca está el parque Minnewater con el Lago del Amor en su interior, un magnífico lugar que inspira a cualquier paseante, una de las zonas más románticas de Flandes, con leyenda incluida en la que se explica la presencia de los cisnes, otro símbolo de la ciudad. Este lago era un muelle donde atracaban las embarcaciones cargadas de productos importados, ahora está canalizado y da paso a la maravillosa Wijngaardplein, una tranquila plaza ajardinada.

La Madonna de Brujas, una escultura en mármol de Carrara realizada a principios del siglo XVI que despierta una extraña fascinación, los mismísimos Napoleón y Hitler se apoderaron de ella.

Son muchos los lugares que ver en esta ciudad. La mañana del segundo día fue muy productiva ya que visité la Catedral de San Salvador, impresionante, con sus tapices preciosos de Van der Borcht o con su magnífica escultura de Dios Padre de mármol blanco de Arthur Quellin, el Hospital de San Juan y la Iglesia de Nuestra Señora.  De ésta última hay que destacar su torre de ladrillo, la más alta de Bélgica, y la obra conocida en todo el mundo por ser la única de Miguel Ángel que salió de Italia durante su vida, es La Madonna de Brujas, una escultura en mármol de Carrara realizada a principios del siglo XVI que despierta una extraña fascinación, los mismísimos Napoleón y Hitler se apoderaron de ella. Por cierto, los últimos años ha aumentado su fama tras la proyección de la película The Monuments Men que recrea el rescate, entre otras obras, de la estatua por parte de este cuerpo especial. Yo la pude disfrutar en mi primera visita porque en esta ocasión estaba en restauración.

No hay viaje sin gastronomía. En Brujas comeremos las mejores patatas fritas de Flandes, los ricos bombones, los exquisitos gofres y uno de los platos estrellas: los mejillones (en mi caso con apio y vino blanco).  Pero, para mí, el descubrimiento principal fue la cerveza artesanal, para ello recomiendo un local grande que resultó magnífico, De Halve Maan, una cervecería, con fábrica incluida, donde probé por primera vez la  brugse zot, aunque es buenísima la blond  aconsejo la dubbel, la versión marrón con más alcohol y maltas especiales, y si se toma con queso viejo de Brujas mejor aún. La historia de esta cerveza también tiene su leyenda y se remonta al emperador Maximiliano de Austria.

La atmósfera en esta ciudad de ambiente medieval casi siempre es mágica. En mi última noche la oscuridad cayó de pronto, me encontré en la zona de Oud Sint-Jan, algo extraño ocurrió: observé a dos artistas ataviados con trajes anticuados, hablaban entre ellos, oí que eran Van Eyck y Memling y pintaban unos hermosos cisnes junto a Pieter Lanchels. el administrador de Maximiliano ejecutado por el pueblo, según contaban los artistas. Al llegar al hotel alguien me saludó en la recepción, aproveché para contarle mi visión. En perfecto castellano me respondió que en Brujas podía ocurrir, que en esa ciudad de leyendas sus fantasmas transitan por las calles empedradas una vez que el bullicio de la gente finaliza y acompañan a los últimos paseantes sin que se percaten, susurrándoles al oído lugares idílicos. Sonó su móvil, se disculpó y se marchó. Lo esperé un buen rato. No llegó. Antes de subir a la habitación volví sobre mis pasos para desviarme a alguno de los canales céntricos, me deleité con el reflejo de sus luces y las sombras en sus aguas. Terminé mi recorrido sobre el Puente de San Bonifacio. Allí supe que no tardaría en volver a Brujas, la seductora.

6 Comentarios

  1. Bellas palabras para un bello rincón. Si lo conoces querrás volver y si no, con las palabras de Antonio seguro que su visita se presenta en el primer punto de tu “ lista de deseos”. Gracias!!

  2. Extraordinario artículo como siempre. En esta ocasión no podía ser menos debido al lugar donde transcurre.
    Nosotros hemos ido una vez y, desatendiendo el consejo de Joaquín Sabina (al que en condiciones normales habría que hacerle caso siempre), al lugar donde fui feliz volveré*.

    * Canción «Peces de ciudad» («al lugar donde fuiste feliz, no debieras jamás volver»)

  3. Pues sí, ciudad encantadora donde las haya, y más aún en su atardecer. Ganas de volver y retratar ese encanto que que sus canales y calles desprenden; y lo de los mejillones y cerveza ya mejor ni hablar…

  4. Brujas es lo que precisamente nos narra Antonio. Es reflexión, sosiego, deleite, romanticismo, medievo puro, historia en mayúscula, arte, cultura, olor, sabor, atracción, sensual, y cuantos calificativos gratos podamos sentir y pensar. En definitiva, «embruja». He tenido la suerte de vivir todas esas sensaciones en esa tierra, hace siglos hispana, e igualmente quisiera revivirla de nuevo. Espero hacerlo. Felicidades Antonio por haberme hecho rememorarla y trasladarme a ella en pensamiento por unos momentos.

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