Dicen los buenos viajeros que siempre hay que dejarse algo por ver en cualquier lugar que se visita y tener una buena razón para regresar. Si esto es así, nosotros cumplimos en nuestro periplo por Bolonia, capital de Emilia-Romaña, al norte de Italia. Y digo esto porque nos faltó por descubrir la fuente más famosa, y uno de los símbolos de la ciudad: la Fontana del Nettuno. Desgraciadamente estaba en restauración y permanecía completamente escondida tras el andamiaje y el vallado exterior que la rodeaba, eso sí, teníamos la foto de la estatua casi a tamaño natural.
Pero retomemos el artículo por orden cronológico: el motivo de la elección. El año pasado mi sobrina Nuria participó en el Campeonato de Europa de patinaje artístico celebrado en Calderara di Reno, sus padres la acompañaron y uno de los días se escaparon a visitar la ciudad cercana: Bolonia. Les encantó y enviaron por WhatsApp algunas fotos desde el centro. Al recibirlas me enamoré de ella y supe el lugar donde pasaría las próximas vacaciones.
Bolonia es una pequeña ciudad famosa por sus soportales y por el ambiente estudiantil que se respira allí gracias a su Universidad.
En ocasiones, que cada vez son más habituales, me dejo llevar por la intuición y el azar, apenas tomo unas notas de lo indispensable de cada ciudad. Luego consigo un plano del lugar y me pierdo en sus calles. De esta forma puedo descubrir el alma de sus gentes y la esencia del lugar, o al menos, lo intento. Bolonia es una pequeña ciudad famosa por sus soportales y por el ambiente estudiantil que se respira allí gracias a su Universidad. La zona universitaria y sus alrededores son un hormiguero de juventud que, a veces, hacen imposible el descanso de sus vecinos, como se puede comprobar en muchas de las pancartas de protestas que cuelgan de balcones o ventanas a lo largo de calles contiguas a la marcha.
Estoy divagando demasiado, veo que llevo varios párrafos y aún no he comentado las torres. Si lees alguna guía de Bolonia podrás saber que en la Edad Media había un centenar de ellas. Hoy quedan dos en el mismo centro: Garisenda y Asinelli. A la segunda se puede subir, son casi 500 escalones, y desde allí disfrutar de las vistas espectaculares. Yo lo hice al atardecer, experimenté unos momentos inolvidables sumidos en la belleza de la luz del momento y el encanto de la ciudad, rodeada de colinas y repleta de lugares emblemáticos.
La Basílica di San Petronio acoge otro misterio, cuando el sol aparece al mediodía por el techo crea un efecto curioso: un agujero de luz se refleja en el centro de la línea que recorre el suelo de la iglesia.
Desde las alturas vi la Piazza Maggiore, con la enorme iglesia de San Petronio y los palacios que la rodean (Podestà y Comunale), la Piazza Santo Stefano, con sus siete iglesias o, en la lejanía, el Santuario de San Luca. Antes de bajar cerré los ojos. Medité unos minutos. Pensé que una ciudad puede convertirse en irreal si una vez en ella no se traslada las experiencias al papel, al llegar al hotel tomé notas. Hoy, varios meses después, las utilizo para transformarlas en recuerdos que se irán alejando con el avance del tiempo.
Debo confesar que me dejé influenciar por un amigo que había estado el verano pasado en Bolonia y al que le habían aconsejado hacer la ruta de los siete secretos. La verdad es que nosotros no pudimos ver la Fontana del Nettuno, intuimos las tres flechas en el techo del soportal de la Casa Isolani, transformado en la actualidad en centro comercial, por donde pasamos a la plaza Santo Stefano y donde, por fin, pudimos observar en su esplendor uno de los secretos: la Cara del Diablo. La Basílica di San Petronio acoge otro misterio, cuando el sol aparece al mediodía por el techo crea un efecto curioso: un agujero de luz se refleja en el centro de la línea que recorre el suelo de la iglesia. En la Plaza Mayor, debajo del Palazzo Re Enzo se encuentra el Arco de los Susurros, al ponerse en diagonal se oye el interlocutor del otro lado aunque esté a varios metros de distancia. Al principio de la via Indipendenza, en una de sus bóvedas, aparece una inscripción que parece exaltar el cannabis. Por último, en la Finistrella podemos ver una ventanita, que al abrir, aparece uno de los canales que recorren Bolonia. Este recorrido es anecdótico pero se está poniendo de moda según nos comentaron en el hotel donde nos alojamos.
El último día camino por sus calles sin la urgencia de los primeros momentos y saboreo el olor boloñés, entro en el Mercado Delle Erbe (prefiero el Di Mezzo), repito lugares, observo como también en esta ciudad hay vándalos que han pintado la fachada de una iglesia, Celestini, y los operarios limpian la gamberrada de estos desalmados. Buscando el alma de esta ciudad veo a indigentes pidiendo, a sus perros sumidos en un halo de tristeza, y a la vez, de cariño por sus dueños, al músico que toca el saxofón y pienso dónde estará esta gente cuando se publiquen estas líneas, volarán desde Bolonia a Málaga llevados por un viajero andaluz para que desaparezca en esa invisibilidad que, en muchas ocasiones, andan sumidos.
A veces intento imaginarme la ciudad que abandono varias décadas después, justo cuando vuelvo para rememorar los mejores momentos, o para recuperar los que no hemos podido vivir, como la Fuente de Neptuno, pero el caso de Bolonia, soy incapaz. Quizá deba dejar algún tiempo para volver a intentar este simulacro de juego, quizá deba acabar el artículo: FIN.
Raising awareness about the environment and the interconnection between human activities and the natural world is essential for the future of the planet. Teachers of any subject already integrate these topics into their classes.
Conectando historia, memorias y literatura, el escritor cubano se vale de sus experiencias como inmigrante y como padre para explorar temas complejos de alta carga emotiva
En Guatemala, las expresiones artísticas que van más allá de las artes visuales, poesía, cuerpo y territorio se vincularon simbólica y físicamente. Una gran propuesta estética vehiculizó denuncias sobre violencias de género, negritud, migración e impacto ambiental y la fusión entre naturaleza y tecnología.
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6 Comentarios
Precisamente ese anhelo acompaña después de cada lugar visitado, en cada viaje. Has sabido trasladar ese deseo de volver con el paso del tiempo porque ningún viaje es repetitivo. Siempre queda algo por experimentar, por disfrutar, por conocer y por descubrir. Incluso cada periodo dibuja un lugar diferente, una vivencia distinta. Sin duda alguna espero, junto a los míos, conocer esta hermosa ciudad italiana, Bolonia. Enhorabuena Antonio!
Enhorabuena Antonio !!!. Un artículo para cambiar de repente el destino de mis próximas vacaciones .
Dan ganas de coger un vuelo y presentarse allí. Los artículos van cogiendo el encantó y la solidez propios de una auténtica guía de viajes.
¿Quién sabe cómo acabará esta aventura? 😉
Creo que estoy pasando una fase muy parecida a la que comentas en el artículo, me he sentido muy identificado: prepararte una ciudad concienzudamente mirando todo lo que hay que ver para no venirte sin ver algo y que un amigo te diga: «¿pero no viste …?». No, viajar no es eso, viajar no es hacer tics en una lista de sitios que ver, viajar es ver dos o tres cosas de una ciudad y luego dejarte llevar, ir por ahí y por aquí, pararte a tomar un café y ver a la gente pasar: asumir que es imposible verlo todo, que por mucho que te esfuerces no lo vas a ver todo, … Y dedicarte a oler, entrar en tal sitio, probar aquello, reírte con aquel … De Bolonia recuerdo soportales, torres, un gran reloj en una plaza … y unos compañeros de otra Universidad que me vieron solo y tuvieron el detalle de invitarme a comer con ellos. Muchas gracias, querido Antonio, por activar mis recuerdos. Enhorabuena por tus viajes y tu actitud. Y muchos besos.
Muy buena columna, Antonio, me ha servido para volverla a patear y subir de nuevo a la Torre Asinelli, por cierto, cuántos escalones pero que vistas tan maravillosas ofrece de la ciudad y sus alrededores. Y qué me dices de la zona universitaria, la más antigua de Europa! Saludos y enhorabuena.
La silueta de una pequeña fortaleza al borde de un bucólico acantilado más allá de Uig, en la escocesa isla de Sky, una tarde interminable, por su luz, en la espectacular y noruega Geirenger, a pie de uno de sus preciosos fiordos, la contemplación de jóvenes jugando a rugby en el Trinity College de Dublín, o la muestra de más civismo por parte de españoles, ante la estatua de Hans Cristian Andersen en la prohibitiva Copenague, también es viajar. Y viajar es vivir.
Tener la suerte de acompañar a quien descubre cosas que se escapan a tu modesta percepción, es un privilegio.