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Edición
35

Religión y Poder

Tucumán
En una época de vértigo e inmediatez la religión toma el centro de la escena. ¿Será ella el pilar del nuevo orden del mundo?

Captar el pulso del mundo actual exige mantenernos informados a través de diarios, programas políticos, libros de investigación, internet, redes sociales, etc. Sin embargo, a veces sorprende que sea una ficción el texto que penetra la realidad más a fondo y descubre un interesante juego entre realidad y ficción, entre la argumentación veraz de un ensayo y la mentira de una escritura de ficción que dice verdad. Dos libros de gran actualidad mostrarán esto, el ensayo Dios en el Laberinto de Juan José Sebreli[i] y la novela Sumisión, de Michel Houellebecq[ii].

Resulta difícil de explicar que, a pesar de la consistencia “líquida” (Bauman) del mundo actual, vertiginoso, insustancial, carente de valores, el tema de Dios, el único de peso, aparezca con insistencia en diversos acontecimientos actuales. Desde la autoinmolación de jóvenes en nombre de Alá, las convocatorias al diálogo entre creyentes y gentiles de la Iglesia Católica, hasta libros como estos en los que aparece una antigua cuestión: nuestro irremediable desamparo que nos lleva a preguntar por la existencia de un Ser Superior que cobije, explique y dé sentido a nuestra propia vida.

Resulta difícil de explicar que, a pesar de la consistencia “líquida” (Bauman) del mundo actual, vertiginoso, insustancial, carente de valores, el tema de Dios, el único de peso, aparezca con insistencia en diversos acontecimientos actuales.

El tema religioso atraviesa el ensayo de 700 páginas de Juan José Sebreli. Dios en el laberinto es un texto lúcido, argumentativo, polémico, abarca la cultura global vista por un intelectual argentino del siglo XX. Ensaya una interpretación desde la pura racionalidad, fuera del confortable territorio de la fe transita escarpados senderos guiados por la filosofía, la ciencia, la ética, se sumerge en la historia social y política –sobre todo política–  del mundo. El hilo conductor del libro es la religión, con mayor precisión, la pregunta por la existencia de Dios y el inescrupuloso uso político de lo religioso a lo largo de los siglos, incluyendo a los Papas.  Desde siempre, lo Sagrado fue la fuente originaria de todo poder y ese poder, que otorga la religión a quien la administra fue usado por los gobernantes para dominar al pueblo. El texto atraviesa los siglos, se sumerge en las tres religiones del libro: Judía, Cristiana y Musulmana, para mostrar su origen común, los estrechos vínculos que las unen. Pone especial énfasis en las alianzas espurias entre religión y política que se dieron tanto en Oriente como en Occidente. “Las religiones monoteístas fueron intolerantes, violentas y belicistas porque estuvieron unidas al Estado […] al que servían de justificación ideológica para las guerras” (331).

Hay una idea asombrosa y simple […] de que la cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta

Sebreli experimenta la resistencia de lo Sagrado a ser clasificado, ordenado y explicado por la simple razón. El tremendo desafío, siempre reiterado, siempre inútil, consiste en el intento de comprender este hecho inmenso e indemostrable: la existencia de Dios, a través de las argucias de la razón. El título Dios en el laberinto sugiere una profunda paradoja y quizás revela la gran ironía de lo Divino, porque es el autor, quien, como todos nosotros, está atrapado en el laberinto. Lo dijo Borges: “El mundo es un laberinto del cual era imposible huir”. Sebreli pregunta ¿Dios existe?, ¿cómo salvarnos de nuestra pequeñez?, si somos tiempo ¿es posible la eternidad personal? Se declara agnóstico, lo que significa que no tiene respuestas certeras. Así, elige un “tercer camino”, entre la certeza dogmática del hombre de fe y el escepticismo radical del ateo.

La novela Sumisión, a su vez, narra la historia ficticia de un profesor universitario de la Francia actual que vive en carne propia la lenta, progresiva e ineluctable conversión de los altos niveles intelectuales, profesores de la Universidad de Paris-Sorbona, a la religión musulmana. La autoridad política de París está en camino de serlo en las próximas elecciones. Los argumentos esgrimidos para convencer a este profesor no creyente –por un Jefe de la nueva Universidad– son asombrosos, como por ejemplo que el ateísmo es una moda siglo XX; que en realidad las civilizaciones no mueren, se suicidan, y Europa se ha suicidado. Insiste en que “los hombres se matan por cuestiones metafísicas y no […] por reparto de territorios de caza” (237). En una larga conversación revela finalmente lo central: lo convence de que la sumisión lo hará feliz. “Hay una idea asombrosa y simple […] de que la cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta” (245). El Corán es, en el fondo, un inmenso poema místico de alabanza al creador y de sumisión a sus leyes. Lo que necesita la Francia del futuro para ser grande son hombres adheridos a una fe consistente: la religión islámica.

Creo que va perdiéndose el ejercicio de la racionalidad que hizo grande a Occidente.

Al cabo de la lectura de ambos libros, el ensayo y la ficción, percibí que el tema religioso, en apariencia tan adormecido en el mundo actual, es un punto en común en ellos.

El ensayo de Sebreli pone de relieve la posición ideológica de su autor: su agnosticismo democrático, la tolerancia, la crítica a la desmesura política, a los irracionalismos. La ficción de Houellebecq, por el contrario, muestra el lento e irremediable acercamiento de un intelectual, agnóstico total, a la religión más estricta y poco tolerante: el islam. Nadie le exige convertirse al islam para seguir siendo profesor de la Sorbona, pero el clima político y espiritual a su alrededor tiene tal densidad que hacen inevitable la conversión. Los argumentos que se esgrime a sí mismo el personaje, hombre lúcido y descreído, son irrebatibles: prestigio, buen sueldo, permanencia en la cátedra, poligamia. No se pide nada a cambio, ¿por qué no convertirse?, quizás decir “No hay sino un Dios y Mahoma es su profeta”, no es tan difícil. En la Francia del 2022 el poder político será musulmán, afirma Michel Houellebecq.

El mundo está cambiando radicalmente, aunque todavía no lo hayamos percibido, y estos textos lo muestran de manera cabal. Uno, escrito por un laico, formado en el siglo XX, en la tolerancia ideológica y religiosa, apuesta a la razón y hace una síntesis del fin de las ideologías. El otro, ficción del siglo XXI, escrito por un periodista de fin de siglo, es el resultado de la experiencia reciente del accionar terrorista en París; en apariencia al menos, se trata de alguien que vivió los hechos y los transmutó en ficción. Ambos textos nos dejan motivos de profundas reflexiones.

Creo que va perdiéndose el ejercicio de la racionalidad que hizo grande a Occidente. En política, cuya esencia es la negociación, predominan hoy gestos arbitrarios y violentos resultado de ideas dogmáticas que ponen en peligro la democracia. Cuando la política se ejerce desde el dogma, asunto  propio de las religiones y sólo de ellas, es fácil pensar que será el ámbito de lo religioso –las tres grandes religiones monoteístas– más que el político o económico, el lugar de  disputa para apropiarse de los centros de poder de un mundo en el que el laicismo ha claudicado.

Notas:
i – Juan José Sebreli Dios en el laberinto. Ed. Sudamericana, Bs.As. 2016
ii – Michel Houellebecq: Sumisión, Ed. Anagrama,Barcelona, 2015

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